9.1.- La educación es coeducación.
Educarse es co-educarse con otros todo el tiempo. El proceso educativo hace así
evidente que lo único real es, por principio, el individuo inserto en la
comunidad –siendo por tanto las nociones de “individuo” y de sociedad”
abstracciones parciales lo único verdaderamente real, siendo por tanto y
tomadas separadamente tales nociones “entidades“ relativamente irreales. Todo
individuo es de una comunidad o está en interrelaciones de educación y de
coeducación con otros individuos de ella, por una parte; y toda comunidad está,
por la otra, compuesta por individuos.
9.2.-
La educación falla en su proceso formativo del individuo cuando, sin
tener una idea clara de lo humano, precisamente resulta deformante de lo
humano. La manifestación hoy en día más patente de la deformación es el
complejo que Albert Einstein como procesos educativos que “malean la conciencia
social” del individuo. El mayor maleamiento de la conciencia social proviene de
ser absorbido el individuo por la abstracción de lo social, predominado lo
público sobre lo privado y socializando a la persona hasta el grado en que o es
pobremente persona y personal o llega al extremo de dejar de ser por completo individuo
(recordando así el gregarismo de las hordas salvajes, las conglomeraciones de
los parásitos, al enquistamiento de las bacterias o de los gusanos que suceden
a la corrupción del cuerpo vivo; también a la masificación del hombre
contemporáneo, y sobre todo al “noscentrismo”, a los grupos de correligionarios
congregados con propósitos de ayuda y ataque propiamente delincuenciales, pudiéndose
agregar en este capítulo a los fanáticos de toda lay y de un largo etc., etc.,
etc.) –no es insólito que en tales grupos haya un profundo desequilibrio, que
parte de una errónea concepción de lo humano, de reiteras insistencias en lo
social con profundas recaídas compensatorias en lo más inmediatamente
individual para recuperar relativamente el equilibrio. Individuos grupales (y
grupos individuales), si cabe la paradoja, donde el elemento va así siendo
movido y promovido por intereses sectarios del grupo (comunidades cerradas) los
cuales son alimentados, a fin de cuentas, por ambiciones puramente individuales, egoístas; utilizando entonces
a la comunidad abierta como una especie de trampolín para el logro sus
aspiraciones, muchas veces mezquinas, resultando que los alardes verbales y
retóricos de tales socialistas profesionales no sólo redunda en el más abierto
individualismo, rabioso por lo demás, sino que por ello mismo en una mutilación
de lo social en su raíz misma.
De hecho, el maleamiento de la conciencia
social suele incubarse en la escuela, o sus instituciones derivadas, cuando
ésta, careciendo de una base moral sólida, premia injustificadamente al
individuo, alzándolo sobre los demás, por razones de grupo, resultando tales
actitudes injuriosas para los restantes individuos de tales comunidades.
Terrible expresión, capítulo de la antropología negativa, que define a la crisis contemporánea en su
núcleo justamente como un profundo desequilibrio y desajuste extremo entre el
individuo y la sociedad, el cual se manifiesta bajo la forma de un tremendo
malestar por herir la naturaleza moral del hombre mismo, el cual se ve
desbalanceado por el predominio no de la libre voluntad, sino de las tendencias
e incluso meros impulsos egoístas, en detrimento de los sentimientos sociales
de solidaridad y de amor al prójimo, los cuales son el individuo más débiles de
suyo, requirientes de una cultura y una educación que los reafirme
constantemente y los fortifique, bajo cuya falta se encuentran así en la
actualidad en un creciente y vertiginoso deterioro.
La posición del individuo respecto de la sociedad y sobre todo respecto
de sus instituciones (las cuales son a medias organismos humanos, a medias
artefactos administrativos) ha contraído en la época contemporánea mayores
ingredientes de dependencia –dependencia que sin embargo lejos está de contarse
como un haber positivo, como un lazo orgánico o como una fuerza protectora,
sino tomando la forma de una fuerza totalitaria que amenaza los derechos
naturales y morales del individuo, pendiendo de tales relaciones su existencia
económica, en cualquier momento amenazada, sumiendo al individuo en la
impotencia y el miedo, en la inquietud y la angustia de perder el trabajo si no
se obedecen normas y reglamentos de carácter muy secundario y hasta arbitrario,
maleándose así, como en una segunda potencia con ello, la conciencia social (materialismo
economicista, pues, donde, es el ser social lo que determina entonces la
conciencia y no la conciencia el ser social). Conciencia llanamente social que,
como una delgada película, como una capa superficial, como un mero barniz, da
lustre al individuo, el cual sin embargo se sume en la prisión inconsciente de
su propio egoísmo, haciéndolo sentir aislado, inseguro, un átomo meramente
danzando autárquicamente en medio del tiovivo del caos social, privándolo con
ello del sencillo e ingenuo goce de la vida.
La causa de tal maleamiento de la conciencia social va unida al motivo
del lucro, el cual se resuelve finalmente en el individuo indiferente, incluso
hostil, hacia el grupo al que pertenece, ya sea gremial hasta nacional.
Tal
Complejo va injertando así en el sujeto
una especie de profundo descontento ontológico que lo va desligando
progresivamente de la vida en una especie de nihilismo existencial, que lo
llevan a la fácil exasperación y al uso de la provocación, de la fuerza o del
chantaje, abriéndose así el paso la concepción de la desaparición, de la
aniquilación del sujeto mismo… y de todo lo demás… que es propiamente la
genealogía del concepto de la “nada”.
Tal maleamiento de los individuos por la vía de una falsa conciencia
social, presente en el sistema educativo mismo, se presenta sobre todo como una
filosofía del éxito y del triunfo, la eficacia técnica y la predación
competitiva, y sobre todo de la glorificación del poder –doctrinas avaladas
oscuramente por las teorías darwinistas de la lucha por la supervivencia y de la selección natural, las que no pueden
sino conllevar al pesimismo de la servidumbre o al servilismo de la adaptación
al medio.
La pseudofilosofía del éxito y del triunfo se ha postulado en las
sociedades occidentales, en efecto, como un principio rector, estableciéndose
como una lucha implacable por el predominio a expensas del prójimo, como algo
que nace a la vez del afán de popularidad, del miedo al rechazo grupal, y finalmente de la ambición personal. Sin
embargo, tras el disfraz de fuerza y poderío, tal visión del mundo social nace
en los espíritus débiles, arrastrados por la corriente de las aguas cenagosas
del derrotismo de la persona y del pesimismo sobre la especie –redundando en
una visión que avala y codifica las formas socialmente aplaudidas de agresión
al prójimo y que simultáneamente desdeña las doctrinas religiosas al
considerarlas como ideales meramente utópicos no aptos para regir y orientar
los asuntos humanos, destruyendo tal espíritu de competencia todos los
sentimientos de cooperación y fraternidad –aun el centro mismo de la cultura y
en sus órganos, revistas, escuelas universidades.
En contra, pues, de los ideales humanitarios, se ha puesto de moda el
pensamiento materialista de “los hechos”, fríos, duros, cuya orientación intelectual
se dirige solo a los valores práctico utilitarios de la eficacia, trayendo tras
de si una terrible helada en la consideración mutua entre los hombres. Ya no
más en las universidades y centros de cultura y enseñanza la tarea del
ennoblecmiento del individuo mediante la extensión de la educación, de la moral
y de la cultura tendientes a elevar al hombre de la esfera inmediata de su
existencia meramente físico-biológica a la esfera superior de la libertad de
espíritu –la cual renuncian por principio a todo uso de la fuerza bruta, tan
presente, sin embargo, en las corrientes políticas bárbaras del siglo XX, las
cuales debilitaron así tan severamente el sentimiento moral de los hombres
contemporáneos, dando pie a esa dictadura tan malamente disimulada del
relativismo moral, la cual se atrevido públicamente a afirmar que la moral
descansa en un convención, que la justicia es idéntica a la conviene a un
grupo, marchando a pasos contados a intoxicar con la mentira a la juventud, a
oprimir a individuos, a perseguir a comunidades enteras o a usar como arma
política actitudes intolerantes, causando en la población en general un
compromiso funesto, resuelto en una especie de parálisis, que se niega a luchar
contra las formas de la injustica y en pro de la justica, imponiéndose de tal
forma los estados tiránicos o totalitarios mediante la fuerza de la
organización y de la organización de la fuerza, en una especie de comunitarismo
apelmazador de masas forjado a la fuerza de la presión social y del prejuicio
convencional, fuerzas que efectivamente, de hecho, ensordecen los imperativos
de la conciencia y el sentido de la responsabilidad individual , que disminuyen
el espíritu independiente en la política y menguan el sentido de la justicia y
de la rectitud en el ciudadano, condicionadlo a su vez por una producción
anárquica y una no menos anárquica distribución de puestos y bienes.
Los excesos de las diversas formas del dogmatismo, del adoctrinamiento,
del autoritarismo y de la cerrazón tiene su raíz en considerar que la educción
es un proceso unilateral, siendo sus escuelas fallidas por definición, sin
coeducación posible, ya sea por los enquistamientos sociales que todo pasado
deja en el nuevo presente, ya sea por la enajenación en una tradición, la cual
deformando su carácter siempre abierto se transforma en un sistema de reglas y
de ideas monolíticas, en un caparazón o dermatoesqueleto cuyas aguas de vida no
fluyen, permaneciendo por tanto estancadas, venenosas y sin vida.
9.3.- La corrección a tales excesos y
deformaciones del socialismo debe buscarse en una actitud moral fundamental: en
el desarrollo del sentimiento de solidaridad con todos los seres vivos, muy
especialmente con los seres humanos –que es la formulación a la base de las más
fuertes demandas del socialismo rectamente entendido. Se trata, en efecto, de
una actitud afirmativa hacia toda la creación, cuyo significado en la vida del
individuo es el de cumplir con la tarea de ayudar a hacer más noble y más bella
la vida de los demás seres vivientes. De tal actitud se derivan actitudes
morales y educativas que despiertan y tocan las más altas esferas de lo
estético e incluso de la religiosidad: el sentimiento de alegría embriagadora y
de asombro ante la variedad y grandeza del mundo, y; el sentido de profunda reverencia por todo lo
espiritual –derivado del reconocimiento del carácter sagrado y supraindividual
de la vida, o simplemente del sentido de la unidad de la vida.
El objetivo de toda educación es así un objetivo moral, el cual puede formularse
así: el desarrollo libre y responsable del individuo de acuerdo a sus aptitudes
y predisposiciones de carácter, de tal manera que pueda poner sus fuerzas y
cualidades tan libre como alegremente al servicio de todo el género humano.
Ello debido a que por la naturaleza humana misma, el individuo, la persona
humana, tiene como fin superior en la vida servir –más que regir, mandar, o
imponer su voluntad de cualquier otro modo. Ideal que, en sustancia, expresa
también la actitud democrática fundamental, cuyo esencial liberalismo considera
ente los más grandes bienes el fomento el fomento de las diferencias en el
campo del espíritu (de cada hombre su filosofía) y del gusto (de cada hombre su
belleza), siendo éste uno de los valores más altos de la humanidad.
9.4.-
Es así la educación por su esencia
misma, en su núcleo más solido, la que con mayor fuerza debe rechazar el culto
injustificado al individuo, insistiendo a la vez en que la vida feliz y
satisfactoria es la vida de provecho a los semejantes, para lo cual no es
necesario poseer grandes riquezas, sino por lo contrario más bien recomendable
ajustarse a la medida propiamente humana llevando una vida tranquila y modesta,
sin ataduras al ídolo, abstracto y petrificante, del dinero. Porque al amor excesivo
al dinero apela inmediatamente al feroz egoísmo e invita irresistiblemente al
abuso. Las filosofías del éxito fomentan efectivamente en el joven el deseo de
triunfar a toda costa; empero, el hombre exitoso, el triunfador que proponen
tales modelos educativos, suelen ser aquellos que reciben muchos de la
sociedad, incomparablemente y desmedidamente mucho más al servicio que prestan
a sus semejantes. Tales individuos,
rendidos al a los llamados de sus instintos más elementales, huyendo
sistemáticamente de todo sufrimiento y buscando con exclusividad la propia
satisfacción, ceden con demasiada facilidad de llevar una feliz y sin ataduras
–perspectiva de la vida ranciamente individualista, egoísta, cuyo resultado
social es tarde o temprano el de une estado de inseguridad, de miedo y de
miseria común.
Todo lo cual implica que las diferencias económicas de clase son
generalmente basadas en la fuerza e injustificadas, siendo el ideal de las
grandes posesiones, del éxito público y del lujo, más bien un inconsciente
perseguir la felicidad y la comodidad personal que deja al individuo ayuno de
mayores horizontes espirituales –siendo todo ello para Albert Einstein un flaco
objetivo ético al que llama “ideal de la pocilga”, pues subsume al individuo a
una vida más bien inmediata y meramente apetitiva, caprichosa por tanto y
contingente, siendo lastimoso ver que, en vez de vivir en las altas bóvedas
cristalinas de los magníficos palacios del espíritu, se regodee en medrar entre
las sórdidas mezquindades particulares de sus covachas o en las triviales
ilusiones despreciables de sus más ínfimos y paupérrimos sótanos. Experiencia
emocional también de la futilidad de los deseos humanos, demasiado humanos,
donde más bien se sufre la existencia individual como una especie de cárcel,
aisladora de los demás y de sí misma, cuya emoción negativa debe servir de
contraejemplo para catapulta al individuo a la emoción positiva frente al orden
plural, sublime y maravilloso, que se revela en los reinos de la naturaleza y
en el reino de las ideas, cuando se percibe tal conjunto desde una altura tal
que permita contemplar y vivirlos en lo que tienen de universo: de un todo
único y significativo, el cual en lo inmediato debería despertar en el
individuo los sentimientos de compasión ante toda criatura viva y de
reforzamiento de los lazos sociales destinados a relajar tensiones, a abolir
las opresiones y atender sus más apremiantes necesidades.
9.5.- La educación así, como la moral
misma, debe verse no tanto como el aprendizaje de una conducta que renuncia
ásperamente a los multivariados y variopintos goces de la vida, sino como una
especie de social interés activo que trabaja por un destino más feliz para
todos los seres humanos.
El requisito para el logro moral de tal ideal en el comportamiento
individual y colectivo radica muy justa y precisamente en la educación
concienzuda de sus miembros: en la libertad ascendente y en la oportunidad real
de desarrollar sus dotes latentes.
Porque si en conjunto el proceso de la educación puede verse como: todas
aquellas expresiones que articulan situaciones de convivencia formativa
(afectando su radio de acción más allá de la escuela a todas las actividades de
la vida humana a lo largo de toda la duración de ésta); en lo particular tiene la
educación su propio núcleo de activad en la atención de las predisposiciones y
aptitudes de carácter del individuo, que siendo desarrolladas lo esencializan,
lo definen, lo determinan, facultándolo entonces para cumplir con su propio
destino, o dando plena existencia a las singulares exclusivas derivadas de la
esencia humana que la naturaleza lo dotó al venir al mundo, y realizando así
por tanto su esencia particular.
La educación, en efecto, tiene como propósito desenajenar al individuo
de los enquistamientos ideológicos, bárbaros o inmorales, pero también tanto de
las esencias caducas de lo social como del demonio y de la bestia que nos
habitan y que le impiden llegar a ser sí mismo, o ser sí mismo. Ardua labor
que, acompañada por una serie indeterminada de consejos prácticos en la vida
cotidiana y promovidos por el ejemplo (mediante las conductas coherentes o
ejemplares), conducen al individuo a las fuentes originarias de su vocación, a
la expresión de su singularidad originaria en el desarrollo de sus propias
predisposiciones y aptitudes de carácter –es decir, a la formación de su
carácter, el cual a su vez se expresa en la especialización creciente, pero a
la vez no tecnificada, de un corpus particular de exclusivas humanas donde se
realizan toda una constelación de valores (son ejemplos o casos ejemplares el
del músico o el del artista del pincel, que al esencializar y especializar, por
la constancia y el amor individual en su disciplina, sus aptitudes nativas de
carácter, realizan en la el valor social y la participación comunitaria de la belleza,
en la poesía; otro caso sería el valor de la verdad, realizado socialmente por
aquellas comunidades de individuos que desarrollan en sus disciplinas intelectuales
sus predisposiciones nativas al conocimiento de la verdad; otro tanto sucedería
en las comunidades vocadas a la realización del valor del bien, cuyo valor es
esencialmente participado por individuos de temperamento moral, especialmente
en la vida educativa, singularmente en la vida religiosa –sin dejar de tomar en
cuenta que tanto en la vida pedagógica como en el pedagogo suele más bien
dominar la actitud, en cierto modo contraria, del hombre voluntarioso, crático,
preocupado por realizar el contra valor, egoísta, imperativo, del poder).
9.6.- Para el compromiso moral,
esencial, de la educación, no basta enseñarle al hombre una capacidad
(instrucción, adiestramiento), convirtiéndolo así en una especie de máquina
útil, un eslabón más en la cadena del proceso administrativo o productivo,
porque sin la clara comprensión y la afinidad sentimental con los valores
fundamentales de la moral, de la educación, de la religión incluso, no
alcanzará dicho sujeto en modo alguna una personalidad ni bien desarrollada ni
mucho menos armoniosa. Lo mismo puede decirse del conocimiento especializado,
cada vez más tecnificado, en las diversas disciplinas, ya sea la historia, la
filosofía las letras o la física, o en la especialización técnica que mira en
dirección de la utilidad inmediata. Tal clase de especialización, promovida por
el sistema competitivo de las filosofías del éxito, en el fondo lo que hacen es
paralizar y extinguir la libertad de pensamiento crítico y el sentimiento de
cooperación, en los que se basa la totalidad de la vida cultural También el
terreno epistemológico el verdadero espíritu de investigación queda mermado por
la creciente especialización sin remedio, volviendo imposible captar la
estructura de la ciencia y sus objetivos en conjunto, construyéndose la ciencia
entonces a la manera de la mítica torre de Babel, presentándose entonces las
doctrinas tecnológicas con un carácter peligrosísimamente ambiguo: por un lado
como meros instrumentos o artefactos neutrales, desprovistos por tanto de todo
aspecto moral o ideológico; por el otro, aptas para influir en las decisiones
morales fundamentales del ser humano, al presentarse sus resultados tecnológicos
como fines deseables para la humanidad.
9.7.- Todo ello constituye así un
terrible complejo educativo, fuente amarga de desequilibro u oscilación
onto-axiológica en el hombre, que lo hace zozobrar en una ciclotímia,
arrojándolo por un lado a los caprichos de la existencia, ya de la labilidad y
la accidentalidad historicista, ya en la jaula y el confinamiento del
subjetivismo estéril –con frecuentes recaídas compensatorias en los extremos
del gregarismo o de masificación, de sexualidad equívoca o vergonzante o de
francachela perpetua, impulsiva y vertiginosa. Poniendo así en el centro mismo
del ininterrumpido proceso educativo el desarrollo, la realización y la
dignificación misma de la humanidad como conciencia y cumbre de la
Naturaleza.
30-V-2013
[1] Ver:
Alberto Espinosa, La ética de Alberto Einstein. Universidad Juárez del Estado
de Durango e Instituto de Estudios Filosóficos de Durango A.C. Colección: Diálogos.
Número 8. Ed. UJED e ICED. 72 pp. Durango, México, 2007.