Los Sueños del Hombre (y sus Pesadillas)
El hombre es un ser finito. Ello es parte de su naturaleza, de su humanidad: el reconocimiento de su humildad -que es donde puede radicar su autenticidad. Más la universalidad de lo infinito, de algunos cuantos valores, que es de lo que también se trata, a lo que aspira toda filosofía, todo saber, todo arte, toda religión, hay que buscarla justo en la encarnación de tales ideales y en los ideales: en los sueños y epopeyas de una cultura, de una comunidad concreta, en una épica determinada de la historia, justamente.
Invertir los términos es el error. Pensar que el hombre es infinito, que tiene un poder ilimitado que puede usar arbitrariamente, para desecar los pozos de la tradición o en el saqueo de bibliotecas, para violentar las relaciones sociales o enriquecerse a fuerza de retóricas guajiras, para despojar de su trabajo al prójimo, para hacerse valer a la mala e imponerse, lo mismo que para codiciar la mujer ajena, o para llevar una vida loca, tan fornicariamente secreta como infiel e irresponsable (creyendo imbécilmente hacer de ello una política); inmenso error de perspectiva, cuya pobre teología de socialistas ateos y trasnochados, cuya chatos modelos de siniestros artistas simiescos, cuya parca tecnología de periodistas del establecimiento y sus dictados, confunde la divinidad con la tarea soterrada de los forajidos.
Invertir los términos es el error. Pensar que el hombre es infinito, que tiene un poder ilimitado que puede usar arbitrariamente, para desecar los pozos de la tradición o en el saqueo de bibliotecas, para violentar las relaciones sociales o enriquecerse a fuerza de retóricas guajiras, para despojar de su trabajo al prójimo, para hacerse valer a la mala e imponerse, lo mismo que para codiciar la mujer ajena, o para llevar una vida loca, tan fornicariamente secreta como infiel e irresponsable (creyendo imbécilmente hacer de ello una política); inmenso error de perspectiva, cuya pobre teología de socialistas ateos y trasnochados, cuya chatos modelos de siniestros artistas simiescos, cuya parca tecnología de periodistas del establecimiento y sus dictados, confunde la divinidad con la tarea soterrada de los forajidos.
Pensar que la cultura es mi cultura, que es relativa a mi
persona, que es finita en una palabra, que es lo que los faculta y da licencia
para creer que se puede usar o desechar al antojo, es la parte del subjetivismo
rampante que completa el error -porque el hombre no tiene la humanidad como su propiedad desde un principio y para siempre, sino que
vive en ella, como una tarea de familiarización y asimilación de sus contenidos y de su espíritu, aprendiendo de la tradición de una cultura, poco a poco, en un
dilatado proceso social de educación. Quien no quiere entrar en ese mundo simbólico,
terminará mal, en el confinamiento del egoísmo hinchado o encerrado en la jaula
amordazada de los espejos rotos -siendo rechazado finalmente de la raíz de lo
social, por haber cortado el cordón umbilical de la cultura, que es lo que da vida a cada una de nuestras expresiones –por más que no
sea insólito en el rico mundo de la cultura y de la educación que haya los dormidos, los fingidores de las formas, los
ciegos, los aprovechados, resultando empero finalmente expulsados de su seno: los tales, los abortos
de la cultura, la leña seca...!!!
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