Las
animales se equivocan, olvidan, pero no mienten. Exclusiva humana es la mentira
-que es la realidad que socava, que merma, que mina su esencia misma, que es la razón, para extraviarlo en los confines de su
ser irracional. El hombre es el animal que por la mentira socava su propia esencia,
la racionalidad, en una vuelta, forzada, hacia la animalidad -retrogradación
que en el hombre no puede ser sino simbólica y, justamente por ello,
monstruosa.
Pero quien miente acerca de algo, tiene
ya algo acerca de lo cual mentir, algo que usurpar. Así resulta que la mentira,
y el mentiroso mismo, son algo derivados, meramente apendicular, algo
secundario y perfectamente extirpable .como los solecismos para la retórica.
Ser segunda y ser sombra, esos son sus estigmas, y el tributo que rinde
la mentira a la verdad, al cuerpo, a lo principal.
La mentira no es otra cosa que la
negación misma, pero disfrazada del algo, de algo en apariencia positivo. Su
arte, en efecto, no es otro que el de la apariencia, el de la representación.
En sí misma es una nada, pues en su puesto subalterno, dependiente, tiene que
partir, necesariamente, de algo cierto a partir de lo cual mentir.
Sus mecanismos psicológicos son propiamente los de la envidia; los de
el deslumbramiento por algo que, en esencia, no puede o no se atreve a aceptar,
y que interiormente mina, corroe, porque le es inasimilable, porque le da
nausea, en una perfecta inversión de los valores. Primero, así, postula
su adhesión al principio que contradice, del cual duda, en el cual no
cree; luego, adopta para volverse acepto una especie de elaborado
formalismo estéril, profitando de dientes para afuera, clamando con la voz en
cuello el valor que envidia: actúa. Se acerca entonces a la luz, pero la luz la
hiere; es, sin embargo, el contenido a partir de lo cual tiene la mentira algo
a partir de lo cual falsea, aquello que mentir, que deformar, que
ocultar.
Negación u ocultación de la verdad,
contradicción franca, llana, o encubierta de la verdad, la mentira parte de la
verdad -sólo que en la dirección contraria, creando la tensión sin poder ya
proponer otro principio, con el avieso propósito atropellar a la verdad y así
romper el hilo, el cordón umbilical, de independizarse pues, para lo cual
afanosamente se agita, se desvela, se contrae, se retrae, se exalta, se alarga,
se hincha. Luego de pasar por arriba de la verdad, que en realidad es siempre
por debajo, la mentira se vista de apariencia de verdad para así sustituirla.
Su tercer estigma es la doblez, los
interminables repliegues y dobleces del psiquismo, que terminan siempre en un
recoveco, en un remolino de confusión, que es donde la corriente de su
psiquismo jalará las aguas siempre para su molino, siempre insatisfecho, de
muelas lisas y cascadas, insatisfactible pues. Psiquismo escindido, doble, de
doble moral, que aparentemente habita en la casa, en el mundo, con nosotros, el
mentiroso en realidad es un fantasma, que no está nunca del todo en el lugar
donde aparece, siempre en actitud de fuga, de huida, que nos da la espalda
cuando nos muestra la cara. Zorro, astuto prestidigitador que borra sus
pisadas, el mentiroso esfuma el valor del que pende, como de un hilo, apenas al
tocarlo, ya no está, o no lo vemos, porque se ha vuelto invisible,
inasible.
Su imagen es así la del espejo, la del
Narciso rebotando en el charco de agua: es pura ideología, un constructo,
infiel, por ser un reflejo invertido de la realidad. Primero calca, copia,
imita, para luego mudar el valor que adopta a manera de bandera, retorciéndolo
hasta convertirlo en otra cosa.
Porque todo en el mentiroso es reflejo
sus verbo es siempre cínico, reflexivo, meditado, ideológico, repito, y por
tanto cuando miente, se miente, se niega a sí mismo, y es su vida así un
barranco, un pozo plagado de vericuetos y contradicciones, asolado por la
esterilidad, pues el valor que postula y luego niega no puede sino
transformarse en cosa, en materia manejable, de volumen denso, en atmósfera pesada,
y sin embargo huecas, óseas, sin vida.
El mentiroso se ha vuelto así un
hombre-espejo, saturado de proyecciones de sus culpas, amortajado por de sus
contracciones, por sus faltas, por sus carencias. Reflejo y fantasma de sí
mismo, hombre que se persigue sin poder nunca llegar a sí mismo, fugitivo de su
propia mano que se vuelve contra él al señalar a otros, es el espíritu del
mentiroso donde se encuentra mayor horror y mayor oquedad -también y por lo
mismo, mayor poder, esa fuerza que luego es flácida, de descomposición y
disolución social.
Me ha gustado este comentario. Aún queda gente seria a la que puedo leer en serio. Gracias.
ResponderEliminarGracias tamnién Tomás Ferrer, un lector serio, reflexivo, atento, vale su peso en oro...
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