miércoles, 1 de mayo de 2013

El Chanate, el Camaleón y la Carpa: el Grabado Mexicano Moderno Por Alberto Espinosa



I
   El grabado humilde encuentra su grandeza en ser claramente a la vez arte técnico y artesanía, mostrándonos así las dos caras opuestas y complementarias del trabajo, porque si por un lado es producción, operación que transforma la materia de nuestra herencia natural  en bienes económicos despegados de su raíz natal (lo que permite no sólo crear nuevos circuitos, propiamente económicos, sino incuso cerrarse sobre si misma para erigir el orden de la explotación y la injusticia social); por el otro es claramente hechura: lucha amorosa con la materia grave, contacto corporal y manual con las cosas y las  sustancias del mundo y su dúctil o escarpada resistencia. Es por ello que el arte del grabado nos pone de frente a ese oscuro y nebuloso amor de la carne que al intelecto no le es dado conocer; labor de oficio y de cocina y a la vez laboratorio de las formas que se vacían y espejean en otras formas – tarea de purificación por medio de una escala de procesos en donde las sombras de lo superfluo y sus velos se diluyen para que aparezcan las condiciones de la nueva vida: el sentido germinal y vivo que nos alienta con sus señales de claridad o con su luz a seguir por la subida en que consiste el camino.
II
   Las obras de Ramón Eguira Ramón realizadas al aguafuerte (“El Chanate”, “Corona”, “Mundo Interior”) destacan en este renglón, añadiendo a su búsqueda de un renovado simbolismo el gusto por la tipografía y por la cita culta, también por la ornamentación cuyo sentido de frugalidad apunta a la pureza de las formas y a la claridad de las imágenes. Imaginación ceñida a los contenidos y controlada por los sentimientos temperados que por ello ni se desborda en el subjetivismo de la fantasía ni se desparrama en los vértigos del sensualismo.
   Así, el chanate o quiscal mexicano (frecuente desde E.U. hasta Perú) aparece en lo que tiene de graciosa dignidad –pues sus instintos de nidificación y verdaderos ritos de apareamiento (el macho salta y baila frente a la hembra), así como su canto fuerte y estridente, nos hablan de un bello capítulo ejemplar de la naturaleza. Ave que al igual que el cuervo esta relacionada con la clarividencia, ave de Apolo y mensajera de los dioses, el chanate es también un símbolo del amor y gratitud filial (las crías al llegar a la edad adulta alimentan a los padres) y por extensión un emblema de la organización del mundo, que a la vez que previene a los hombres de los peligros que los amenazan (conjurando la mala suerte).organiza el mundo, difunde la civilización y la cultura. Asociado al viento y al relámpago, el perspicaz chanate se encuentra así al principio de la creación como una estampa del espíritu y de la memoria –siendo a la vez una imagen de la soledad, del aislamiento voluntario del ser alado que decide vivir en un plano supramundano.-pero también de la esperanza, pues el “cras, cras” de su canto puede ser oído significando: “mañana, mañana”, “si no hoy será mañana”.
   Las obras de Ramón Eguira Ramón realizadas al aguafuerte (“El Chanate”, “Corona”, “Mundo Interior”) destacan en este renglón, añadiendo a su búsqueda de un renovado simbolismo el gusto por la tipografía y por la cita culta, también por la ornamentación cuyo sentido de frugalidad apunta a la pureza de las formas y a la claridad de las imágenes. Imaginación ceñida a los contenidos y controlada por los sentimientos temperados que por ello ni se desborda en el subjetivismo de la fantasía ni se desparrama en los vértigos del sensualismo. Así, el chanate o quiscal mexicano (frecuente desde E.U. hasta Perú) aparece en lo que tiene de graciosa dignidad –pues sus instintos de nidificación y verdaderos ritos de apareamiento (el macho salta y baila frente a la hembra), así como su canto fuerte y estridente, nos hablan de un bello capítulo ejemplar de la naturaleza. Ave que al igual que el cuervo esta relacionada con la clarividencia, ave de Apolo y mensajera de los dioses, el chanate es también un símbolo del amor y gratitud filial (las crías al llegar a la edad adulta alimentan a los padres) y por extensión un emblema de la organización del mundo, que a la vez que previene a los hombres de los peligros que los amenazan (conjurando la mala suerte).organiza el mundo, difunde la civilización y la cultura. Asociado al viento y al relámpago, el perspicaz chanate se encuentra así al principio de la creación como una estampa del espíritu y de la memoria –siendo a la vez una imagen de la soledad, del aislamiento voluntario del ser alado que decide vivir en un plano supramundano.-pero también de la esperanza, pues el “cras, cras” de su canto puede ser oído significando: “mañana, mañana”, “si no hoy será mañana”.





III
   Por su parte Antonio Ruiz Ibarra, siguiendo la escuela mexicanista, presenta una magnifica imagen de “El Camaleón” tallada en linoleum e impresa en papel de amate, motivando con ello el resonar en la leyenda de la antigua canción del cuento relatado otra vez por la Naturaleza. En esta ocasión se trata del la narración de la secreta alianza entre el camaleón y la libélula que intercambian señales milenarias sobre un fondo ornamental urdido por la tela de la araña, Diseño de reminiscencias huicholes donde leerse la necesidad teórica del hombre de integrarse en el Cosmos que le rodea mediante una profunda solidarisación frente a la naturaleza.
   Así, sobre un fondo de ornamentación floral urdido sobre el trasfondo de la tela de araña, aparece el camaleón que clava uno de sus ojos rotatorios sobre la ligera libélula para indicar con ello una especie de secreta complicidad en base a la cual intercambian señales milenarias. Imagen, pues, que nos recuerda que el camaleón, demiurgo del trueno, del relámpago y de la lluvia y que comunica al sol con los hombres al poseer todos los colores del arco iris, es un símbolo poderoso de la fecundidad de la tierra.  Imagen que nos recuerda que el camaleón, demiurgo del trueno, del relámpago y de la lluvia y que comunica al sol con los hombres al poseer todos los colores del arco iris, es un símbolo poderoso de la fecundidad de la tierra, pues el animal extraño del exuberante jardín es, junto con el escarabajo egipcio, uno de los primeros seres vivos de andadura perezosa.
   La obra de Antonio Ruiz Ibarra tiene un elemento dinámico que lo convierte en una especie de cuento o narración, casi en una fábula en donde podemos contemplar los resortes y mecanismos del inconsciente humano y la solidaridad simbólica frente a la naturaleza. Porque el camaleón, por su manera perezosa de andar, emparienta con la indolencia, y al cambiar de color a voluntad enseña en su aspecto diurno a adaptarse a toda circunstancia y a adoptar las costumbres ajenas; sin embargo, de noche adopta los atributos contrarios: los de la hipocresía y de los intereses sórdidos e inconfesables –resultando por ello falto de personalidad y originalidad, asimilable a un cortesano espiando en el vestíbulo de los poderosos. Su lengua viscosa, signo de su avidez cuidadosamente disimulada, indica el verbo persuasivo de quienes engañan con palabras melosas, advirtiendo sobre sus malas intenciones.
   La imagen añade empero la complicidad con la ligera y elegante libélula (llamada también  espía-demos, caballito del diablo e incluso señorita) cuya rapidez en el vuelo habla de una liberación traposa, equivalente a una evasión –estableciendo con sus ojos facetados en treinta mil retículas y con su pata debajo de la boca para coger a sus presas un singular paralelismo y afinidad con el exorbitado camaleón. Imagen que nos recuerda también una antigua tradición, según la cual el primer hombre, de nombre Uculcunculú, oyó decir que en el jardín se le ordenó al camaleón decirles a los hombres que no mueren, pero que estando enfadado se retrasó intencionalmente, mientras tanto el lagarto se adelantó y llegó primero, diciéndolos a los hombres que mueren, todo ello debido a la pereza y oscilación del camaleón. Cambiante como los siete días de la semana el camaleón se caracteriza por tener también siete propiedades.
   El camaleón exhibe una compleja bipolaridad: por un lado debido a tener los colores del arco iris comunica con el sol, pero también con el relámpago, la lluvia siendo símbolo de fertilidad. Por otro lado su manera perezosa de andar lo emparienta con la indolencia. El camaleón, en efecto, cambia de color a voluntad, enseñando con ello en su aspecto diurno a adaptarse a toda circunstancia y a adoptar las costumbres ajenas; sin embargo, de noche adopta los atributos contrarios: los de la hipocresía y de los intereses sórdidos e inconfesables –resultando por ello falto de personalidad y originalidad, asimilable a un cortesano espiando en el vestíbulo de los poderosos. Su lengua viscosa, signo de su avidez cuidadosamente disimulada, indica el verbo persuasivo de quienes engañan con palabras melosas, advirtiendo sobre su capacidad de mentir, de sorprender o emboscar.
   Ser precavido exento de aventura o de generosidad, el paso lerdo del camaleón combina con los ojos que mueve en todos sentidos dentro de la órbita, recogiendo todas las informaciones como observador desconfiado y disimulado. Su lomo arqueado en una cresta pronunciada nos habla de un ser tan precavido cuanto fatuo y vanidoso; su cuerpo comprimido de su susceptibilidad y su cola prensil de un ser traposo que hipócritamente o por detrás se apodera de los bienes ajenos –combinando todo ello en un ser extraño, en cuyo orden ético se combinan tanto poderes como fracasos. Animal extraño del exuberante jardín que, junto con el escarabajo egipcio, es uno de los primeros seres vivos de andadura perezosa que lo alía analógicamente con el hábito de la indolencia.
   La imagen añade empero la complicidad con la ligera y elegante libélula (llamada también  espía-demos, caballito del diablo e incluso señorita) cuya rapidez en el vuelo habla de una liberación traposa, equivalente a una evasión –estableciendo con sus ojos facetados en treinta mil retículas y con su pata debajo de la boca para coger a sus presas un singular paralelismo y afinidad con el exorbitado camaleón. Imagen que nos recuerda también una antigua tradición, según la cual el primer hombre, de nombre Uculcunculú, oyó decir que en el jardín se le ordenó al camaleón decirles a los hombres que no mueren, pero que estando enfadado se retrasó intencionalmente, mientras tanto el lagarto se adelantó y llegó primero, diciéndolos a los hombres que mueren, todo ello debido a la pereza y oscilación del camaleón.





IV
   La magnífica xilografía impresa en color titulada “Folklore mental” de Gracia Doré Lévano Rodríguez  nos presenta una imagen que siendo consciente de ser una obra artesanal se presenta es a la vez como una vía de sabiduría. Arte humilde que es sin embargo simultáneamente una meditación sobre los elementos y los segundos planos de la realidad, apuntando claramente al sentido de lo sagrado o “divino” en el mundo y a la sobresignificación de la vida. Un arte libre, es verdad, que no se petrifica en si mismo y  que conjuntamente es vía de sabiduría sin estar encadenado por dogmas y que por ello precisamente puede flotar ingrávido en una especie de tercera dimensión.
   Así, la mano del primer plano más que señalar ordinariamente el cristal traslúcido del agua con el dedo índice, hace más bien un ademán de arrobo, en cuya de ingravidez y vuelo hay una especie de comunión con las dos carpas aladas que flotan entre los velos de las algas como si de un aire cristalizado se tratara. La mano pareciera así simbolizar la tierra de la atención, mientras que las carpas aparecen como representaciones simbólicas de los elementos primordiales, de los principios Yin –Yang, que a la vez son el agua de vitalidad y el fuego del espíritu.
   Desciframiento simbólico también de las figuras, que ve en la carpa un animal de buen augurio por ser montura y mensajero de los inmortales y un emblema de la longevidad, de la fecundidad espiritual y la fertilidad material no menos que de la superioridad intelectual. Porque la carpa por su coraje y perseverancia logra remontar las corrientes río arriba, siendo por ello también una estampa de la audacia y del vigor de la juventud, y al saberse moverse entre las algas acuáticas emblema de la discreción.
  Imagen que da la sensación de una ligereza alada, pues, de vuelo e ingravidez, en cuya  gracia se perfila la idea de arte sonriente y caluroso donde se reencuentra una alegría primordial anterior al lujo de la riqueza o a la tristeza de la marginación. Arte que busca la gracia, es verdad, y que por ello encuentra la belleza encarnada en la frugalidad, la elegancia simple de la naturaleza y en el “soplo” del espíritu. Belleza que es también la de la dulzura femenina, en la que no hay sensualidad pero si desnudez, presencia fresca, viva y modesta, limpia y luminosa que patentemente se encuentra cerca de la idea de un Dios de amor y personal. Así, dentro de un estilo japonesista y en cierto modo vangoghiano, la disciplina estética cultivada por la grabadora pareciera hace de la belleza y la humildad artesanal una norma de vida.
V
   El arte del grabado, oriundo de antiguas tradiciones y viejos legados del simbolismo universal, heredera por vía directa de sabios herreros y magos alquimistas, al renovarse al través de la enseñanza y la experimentación contemporánea, al herir con renovados bríos la plancha de metal o abrir el surco en la dura carne de la madera, ha ido descubriendo al través de la práctica del oficio antiguas técnicas largamente olvidadas y, con ello, el tono anímico y los signos más caros de toda una tradición de reflexión simbólica, amalgamando así al oro escondido en el cobre o que corre por las vetas de la caoba el mercurio filosófico fecundante de la vida, haciendo con ello despertar de su reposo somnoliento a la semilla para abrirse al desarrollo de la vida y de la floración, para multiplicarse en la tierra húmeda que la acoge para dar, como los panes pródigos, por una sola semilla más de un ciento de cosecha. Despertar, en efecto, del arcaico letargo de la materia grave, sumida en la herrumbre anquilosada, que mediante las herramientas de finas gubias y afilados buriles logra rescatar una verdad escondida hace cien o hace mil años.






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