jueves, 25 de julio de 2013

Los Centauros Por Alberto Espinosa

Los Centauros


Quirón: “¡Himnos! Las cosas tienen un ser vital; las cosas
tienen raros aspectos, miradas misteriosas;
toda forma es un gesto, una cifra, un estigma;
en cada átomo existe un incógnito enigma;
cada hoja de cada árbol canta su propio cantar
y hay un alma en cada una de las gotas del mar.”
 Félix María Sarmiento (1867-1916)

   Inmediatamente después, entre los parientes morfológicos del Unicornio, destacan sobre todo los Centauros, quienes merecen capítulo aparte. Los hipotonies (seres monstruosos mitad hombre mitad caballo) se dividen claramente en dos familias. Por un lado, los hijos de Cronos y de Filira, de los que el viejo Quirón reclama la mayor celebridad y sabiduría, representan la fuerza poderosa de la buena ley al servicio de los combates justos. Por el otro lado, los ixionidas biformes, hijos de la imagen engañadora de Hera metamorfoseada en nube y de Ixión (rey de Tesalia quien mató a su suegro para no entregarle los regalos que le había prometido por la boda), los cuales simbolizan la fuerza bruta, insensata y ciega. Porque en la salvaje sangre que corre por las venas de la potente bestia equina fluye, unida a la corriente de sabia divina, también la esencia humana – partida en dos desde el centro mismo de su raíz por las posibilidades antagónicas del bien y el mal.
   En efecto, por una parte los Centauros, seres de una raza primitiva y salvaje, representan la inversión del caballero andante o del jinete que doma y amaestra las fuerzas elementales: it est, la supremacía de lo inferior, el espíritu debilitado dominado por las fuerzas del instinto y del inconsciente, las cuales se adueñan de la persona y abolir la lucha espiritual interior -reduciendo su ser al desenfreno de las tendencias vulgares, del mero ser impulsivo o a la arrojadiza actividad de sus impulsos zoológicos. Amantes del vino, las mujeres y los placeres sensuales son emparentados por ello con los faunos, los silenos y el dios Pan griego. Simbolizan de tal suerte la bestialidad humana imantada por las bajas pasiones del adulterio, la venganza y la fuerza bruta, siendo propensos por ello al rapto, el robo y la violación. Se les solicita así, alegóricamente, como imágenes de herejes y concupiscentes. Demonios tempestuosos, los Centauros aparecen entonces como espíritus dominados por la carnalidad y sus brutales violencias que, sin la fuerza espiritual y su reino interior (intimidad), vuelven al hombre semejante a las bestias, apareciendo en rebaños, atados entre sí en el gregarismo a que conduce el hacer de su vientre una trampa. Acaso por ello su tramposo padre Ixión es representado castigado en el más allá atado a una rueda que gira por toda la eternidad.
   La fábula más popular en que hayan figurado los Centauros es el de su combate contra los Lapitas, quienes como huéspedes los invitan a una boda en que conocen el vino. Un Centauro borracho llamado Foló ultraja a la novia, hincando con ello la Centauromaquia –combate reproducido por Fidias o sus amanuenses en el Partenón y cantado por Ovidio en Libro XII de las Metamorfosis, pero también vislumbrado en la obra de Rubens. Se cuenta que, vencidos por los Lapitas, los Centauros huyeron de Tesalia y que Hércules a flechazos extermino su estirpe bárbara.
  Lucrecio en el Libro V de su De rerum natura muestra el desnivel de este engendro híbrido de la mitología o su imposibilidad con un argumento biológicamente impecable y del todo convincente. En efecto, la madurez equina lograda a los tres años haría convivir a un bebé balbuciente con un caballo plenamente adulto, cuyo cuerpo moriría cincuenta años antes que el del hombre. La imposible unidad somática de naturalezas tan alejadas en sus ciclos de madurez y en sus espectros totales de vida no son sino un ingrediente más a la reflexión sobre la naturaleza desequilibrada, entre infantiloide y violenta, del bruto monstruo equino. Por su parte Durante Aligieri los hace participar en el Canto XII del Infierno en su divina Comedia, que es el famoso capítulo conocido universalmente justamente con el nombre de “Canto de los Centauros”.
   Hay que recordar que la expresión “Caballo” en el sureste mexicano guarda en sus silabas un sustantivo monstruoso e innominado, perteneciente estéticamente y con propiedad a la categoría de lo maravilloso sombrío, pues el vocablo conserva la experiencia de los indios americanos precolombinos al ver, seguramente con horror sagrado, la llegada de los primeros conquistadores españoles cargados de arcos y flechas y montados en los equinos que ellos desconocían, fundiendo en la visión inocente al jinete con su cabalgadura.
   Para saber de la otra rama de los Centauros, la de los hipocentauros descendientes de Cronos (Saturno) y Filira, hay que ocuparse del más justo de los Centauros, de Quirón, pero también de sus hermanos. La leyenda lo hace maestro de Jasón, de Aquiles y de Esculapio, a quienes enseñó las artes de la guerra, de la medicina y de la cirugía, pero también de la música y la cinegética. Quirón, en efecto, fue iniciado en el arte médico por obra del divino Apolo (visión mítica de la medicina), haciéndolo así portaestandarte de la búsqueda primitiva de las causas orgánicas que liberan de las prácticas supersticiosas de la magia. Pero paradójicamente Quirón lleva una herida incurable en una de sus patas, inflingida por el arquero Heracles (Apolo en tanto símbolo solar). El crónida Quirón, hijo del tiempo y por tanto inmortal, renace a través de los siglos oponiendo su medicina a Zeus, padre de Apolo, pues su arte se obstina en sólo curar el cuerpo, pero revelando en su herida una incurable enfermedad del alma o, al menos, un desequilibro u oscilación o desnivel entre las fuerzas del cuerpo y de la vida psíquica, cuya armonía era buscada por la originaria medicina apolínea.
   Como inigualable fuente modernista sobre esta noble rama de la misteriosa estirpe híbrida hay que acercarse a Rubén Darío (1867-1916), quien abiertamente penetró en la memoria para encontrar en sus voces uno de los coloquios más sabios que de ellos se tenga alguna noticia. Me refiero, claro está, al Coloquio de los Centauros, que fuera publicado en su libro Prosas Profanas (1896).
   Preside Quirón, el arquero luminoso dibujado en el Zodiaco (Sagitario), el cual según cuenta la leyenda es herido por Hércules en un combate, mostrando todavía “la roja herida por do no pudo salir la esencia de la vida”, legando posteriormente su inmortalidad a Prometeo. Su discurso destila, además de serenidad y encanto, sabiduría profunda. Junto con Rubén Darío, Quirón va a exponer a sus huestes el delicado y complejo concepto de la “unidad de la vida”, intentando resolver el problema planteado por el pitagorismo y la filosofía posterior: que el uno en apariencia es muchos –la esencia, pues, de la “apariencia” o del fenómeno. En efecto, la “unidad de la vida” se da bajo aparente discordia –pero en el fondo la mujer es hermana del hombre, el intelecto padre del cuerpo y la muerte es hija de la vida. Empero, en lo profundo, el orden armónico del universo está controlado por el “ritmo”. Se trata, es verdad, del galope rítmico de los Centauros, de las huestes de Quirón, que cubren la llanura de la Isla de Oro –la isla del inmortal Ensueño en que detiene su esquife el Argonauta Orfeo, en que el Tritón elige su caracol sonoro y la Sirena Blanca va a ver el sol.
   Quirón aparece entonces como el portador del manjar salvaje: la fuente sana de la verdad que busca la triste raza humana –de la que bebieron Esculapio, Aquiles y el mismo Heracles. Crónida al fin, el Centauro empieza por advertir que la ciencia es flor del tiempo. Después de recordarle a Orneo que: “Ni es la torcaz benigna ni es el cuervo protervo:/ son formas del Enigma la paloma y el cuervo.”, va a contar algunos secretos de la verdadera historia de Afrodita Uránica: es Venus, la Anadiomena, la lírica sirena cuyo nombre es sonoro como un verso, y cuyo fuerte poder esta en hacer de la Amargura un vaso de mirra y miel: es la Hermosura. Es la señora de los besos y de los corazones, de las sabias y las atracciones, la princesa de los gérmenes y de las matrices que hace gemir a la tierra de amor, es la Sirena Blanca y es también la virgen pura.

 

El Caduceo de Hermes Por Alberto Espinosa



   El caduceo de Hermes es un emblema o símbolo del rejuvenecimiento cíclico de la vida situada entre los cuatro puntos del universo. Indica también el movimiento de las almas, los espíritus y los genios en la creación y expansión del mundo. Es también la serpiente que se muerde la cola, al ser doble y bisexuado o gemelo de sí mismo, que contiene a los dos en uno enrollados en espiral alrededor de la tierra para preservar de los peligros de la desintegración. De tal dragón puede decirse que: “Por sí mismo no hace nada, pero sin él nada puede ser hecho”. Integra pues la doble significación de la dialéctica involución-evolución, que es también uno de los simbolismos de la rueda, la cual sugiere la perfección del círculo pero con cierta valencia de imperfección, pues se refiere al mundo del devenir, de la creación continua sujeta a la contingencia y a lo perecedero. Nicolás de Cusa expresaba esta intuición diciendo que el mundo es una rueda dentro de una rueda o una esfera dentro de otra esfera. Se trata, pues, de la rotación que es renovación y regeneración, del movimiento que va del remolino incesante de la manifestación al retorno al centro del ser. Paralelamente al tantrismo, el bastón representa a la serpiente kundalini como eje del mundo. Es también el motor inmóvil, el cubo vacío en el centro del movimiento del que es eje y del cual no participa, siéndole sin embargo indispensable. Se trata del solve et coagula, de los movimientos alternativos de involución e involución. Como el ala es también un símbolo de desplazamiento, de la superación de las condiciones del lugar – y del estado mental que le es correlativo..
   El simbolismo del caduceo se extiende así de la astrología a la cerámica, la ornamentación, la metalurgia, la numismática, hasta llegar al viaje del alma después de la muerte por caminos desconocidos, conducida por rodeos concéntricos al foco central del ser eterno. Pero la vara mágica del caduceo es también símbolo de fecundidad y de medicina. Las dos serpientes se enroscan entonces en un falo en erección, indicando la penetración del mundo conocido en el desconocido en busca del mensaje espiritual de creación y liberación. Coronada por dos alas indica la síntesis ctónico-uránica que igual evoca a los dragones alados chinos que al mexicano Quetzalcóhuatl. La dualidad serpiente-alas indica el supremo estado de fuerza y de dominio de sí, tanto en el plano de los instintos (serpientes) como en el mental (alas).
   El bastón es así el ecuador, las alas el tiempo, mientras que las dos serpientes representan al sol y a la luna rodeando la elíptica o juntos o separados. La varita de oro rodeada por dos serpientes alude también a los dos principios que deben unificarse: el azufre y el mercurio, lo frío y lo volátil, lo húmedo y lo seco o el calor y el frío, conciliados en el oro del tallo del caduceo –que es, pues, la dualidad fundamental de todo el pensamiento hermético, la cual debe ser reabsorbida en la unidad de la piedra filosofal. El caduceo reúne, en efecto, a los cuatro elementos de la naturaleza: la vara corresponde a la torre; las alas al aire, y; las dos serpientes al fuego y al agua, en sus dos naturalezas: ardiente, por la mordedura venenosa de la serpiente, y casi líquida por su fluidez, convirtiéndose en fuente de vida o de muerte.
   El caduceo es pues una narración iconográfica y simbólica del equilibrio a través de la integración de dos fuerzas contrarias. El combate entre las dos serpientes es arbitrado por Hermes. Se trata de una liza que simboliza el combate interior entre fuerzas opuestas, biológicas o mentales, del equilibrio moral o de la conducta, que comprometen la salud y la honestidad de un ser.
   La varita mágica se convierte entonces en el Caduceo de Esculapio, en el símbolo de la divinidad o de su morada relacionado con la eficacia divina del árbol cuyos poderes son la adivinación y la curación. Se trata del caduceo de Asclepios que posteriormente fuera el caduceo de Esculapio, en el cual las dos serpientes recuerdan un principio médico mediante una historia legendaria: se cuenta que la sangre de Medusa que emanaba de su costado fue recogida por el centauro Quirón, quien enseñó las artes médicas a Esculapio, la sangre que fluía del costado derecho de la feroz Gorgona era benéfica, mientras que la emergía del costado izquierdo era veneno violento. Esculapio, el padre de los médicos, efectivamente usaba venenos para curar a los enfermos y para resucitar a los enfermos. Cuenta el mito que el hombre se sintió dueño de la vida por tal motivo e intentó suplantar al dios, por lo que Zeus envió un rayo que lo fulminó al instante. Lo que en su carrera olvido el gran Esculapio fue que la verdadera curación y la verdadera resurrección son los del alma. La acción prudente del buen medico esta en clavar el arma contra la trivialidad, en erguir el bastón-cetro, símbolo del reino espiritual, sobre el cuerpo. La serpiente enrollada alrededor del bastón como árbol de la vida, significa la vanidad domada y sumisa, donde el veneno se torna remedio y la fuerza vital pervertida haya otra vez la vía recta. La salud estriba en un justo medio virtuoso: en la justa medida donde se armonizan los deseos, se ordena la afectividad, y se desarrolla la exigencia de espiritualidad y de sublimación, las cuales presiden la salud del alma y el vigor del cuerpo, logrando con ello el equilibrio psicosomático.
   Con su vara mágica tiene así la capacidad de adormecer a los despiertos, pero también de despertar a los dormidos. Así, tiene en su poder la posibilidad de rasgar el velo de las apariencias, condicionadas por los intereses mezquinos o meramente particulares, para hacer acceder al iniciado al mundo de lo real y verdaderamente significativo para enderezar su camino , o bien el de cubrir con velos y espejismos, con falsas ilusiones al hombre que se yergue con pretensiones injustificadas o insustanciales
   Tales poderes los simboliza la milagrosa vara mágica de la felicidad y la riqueza. Esta adornada con tres hojas áureas, que sirven como protección contra cualquier perjuicio. De ella provienen los poderes que las ganancias, tanto las encontradas como las que se calculan con prudencia. Quien encontraba algo precioso en el camino o heredaba algo solía dar las gracias a Hermes. De su vara también depende la rica abundancia para la explotación minera al excavar nuevos posos. Así, no solo la riqueza de lo hallado o trabajado, sino también la encerrada en las entrañas de la tierra son asociadas al dios.

   El caduceo de Hermes resulta un el emblema de su misión celeste, la cual es básicamente la de conciliar reinos o territorios en disputa, por lo que es un símbolo de paz. El bastón es un emblema del poder, las serpientes de la prudencia, las alas de la diligencia y el casco de los pensamientos elevados. En su función de buen guía que conduce al elegido secreta y misteriosamente al lugar de la revelación o que igualmente lleva con cuidado a aquellos que quieren separarse. Hermes es así el dios que guía a los seres en sus cambios de estado o trasformaciones.



miércoles, 24 de julio de 2013

IV.- Las Siete Ciudades de Cíbola Vásquez de Coronado: los Castillos de Cinabrio Por Alberto Espinosa





 “Como una pintura
nos iremos borrando.
Como una flor
nos iremos secando,
aquí sobre la tierra.”
Netzahualcóyotl

I.- La Expedición de Pánfilo de Narváez
   La historia depararía un triste capítulo para el conquistador Pánfilo de Narváez, un negro recuerdo y un destino oscuro. Diego Velásquez, en gobernador de Cuba, envió a Pánfilo de Narváez con once naos y siete bergantines con novecientos españoles y ochenta caballos al Nuevo Mundo para prender a Hernán Cortés y destruyese. Llegando a las costas de San Juan de Ulua en mayo de 1520. Nevares pensó que Cortés acataría sus órdenes pues decía: “téngolo por hijo, respetarme ha como a padre, y cuando no hiciere el deber, no serían tan necios los pocos que allá estén que querrán tomarse con los muchos que vamos”. Para entonces el fabuloso hidalgo de Extremadura ya había penetrado en la capital del imperio mexica, y en las entrañas mismas de México-Tenochtitlan había hecho prisionero al monarca Moctecuhzoma. Narváez y sus fuerzas desembarcaron en un sitio cercano al campamento de la Villa Rica en la que se encontraba Gonzalo de Sandoval al mando de setenta soldados, fundando un pueblo que después se llamó San Salvador
   Pánfilo de Narváez, aliándose con los indios totonacas de Cempollan y su señor Chicomecóatl se fortificó en aquella ciudad. Hernán Cortés, dejando una buena guarnición de cien hombres en México al mando de Pedro de Alvarado, salió con ochenta o cien de los suyos reuniéndose en Cholula los contingentes de Velásquez de León y Rodrigo Rangel, avanzando con ellos hacia Cempoallan donde se reunieron con las fuerzas de Sandoval, siendo ya doscientos sesenta y seis y cinco caballos sin sumar a los guerreros indígenas, los cuales eran superados cuatro a a uno por los de Narváez. Cuando penetraron a Cempoallan los de Cortés  encontrando a su llegada al enemigo tan desorganizado que pronto se apoderaron de sus cañones, desactivando también a la caballería de Narváez cuyos jinetes cayeron al suelo pues simpatizantes del extremeño habían cortado los cinchos. Las huestes Sandoval lograron llegar hasta los aposentos de Narváez haciendo frente a cien fieros enemigos y prendiendo fuego a los techos de paja y siendo reforzado por la retaguardia prendieron a Pánfilo de Narváez herido en el ojo por una lanza, rindiendo al resto sus fuerzas.
   La llegada de Narváez a Cempoallan dejó una secuela trágica e inesperada. Entre sus hombres iba un negro con viruelas que contagia a los totonacas de Cempoallan los cuales, careciendo de anticuerpos para resistirla por su inexistencia en el continente americano, pronto la extendieron en todas direcciones, causando una terrible mortandad. Dice Bernal Díaz del Castillo refiriéndose a la infausta compañía de conquistador que: “harto fue para la Nueva España.., por manera que la negra ventura de Narváez y más prieta la muerte de tanta gente sin ser cristianos”.
   Lo cierto es que la epidemia de viruela llevada por los españoles y trasmitida sin darse cuenta, llamada por los indios tos, fiebre ardiente o “gran lepra”, acabó a la postre con la cuarta parte de la gente de indios que había en toda esa tierra, lo cual mucho les ayudó a los españoles para hacer la guerra y fue causa de que más pronto acabase.   
   Pánfilo de Narváez permanecería preso en la Villa Rica hasta que en febrero de 1522 fue puesto en libertad presentándose en España para reclamar sus derechos al Emperador Carlos V, quien lo compensó nombrándolo adelantado de Florida. Llegó en febrero de 1528 a la bahía de Tampa con cinco navíos y cuatrocientos hombres. Luego de luchar en el interior con los nativos vestidos con pieles de venado tuvieron que regresar a la costa y sus navíos habían desaparecido. Tuvieron que construir cinco naves, zarpando 245 hombres en ellas hacia México, pero la embarcaciones fueron destruyéndose en el camino y hacia noviembre Narváez desapareció cuando la suya fue repentinamente llevada por el viento hacia alta mar y no se volvió saber nunca más de él.
   De la fracasada expedición de Pánfilo de Narváez que partió del puerto de San Lucas de Barramedia  el 17 de junio de 1527 y encallada en las costas de la Florida en 1528 quedaron para contarlo sólo cuatro sobrevivientes de los 300 hombres que se adelantaron en la expedición. Ocho años habían transcurrido en su viaje a pie por el sureste de Estados Unidos y en noroeste de México en los que convivieron con distintas tribus de indios y en cuya aventura no faltó ni el secuestro, ni el comercio, ni la realización de curaciones milagrosas, hasta llegar en 1536 al río Petatlán, hoy río Sinaloa, donde encontraron a exploradores que los llevaron al asentamiento español de Culiacán. Llegaron por fin a la capital de la Nueva España los náufragos  Alvar Núñez Cabeza de Vaca y sus compañeros: Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes de Carranza y su esclavo Estebanico (siendo el primer africano en pisar territorio de EU, pues era un “negro árabe” bereber, y moro, mercenario natural de Azamor, en la costa atlántica de Marruecos). Regresaron de su prodigiosa caminata medio muertos, harapientos y miserables, pero con una gran noticia: de su peregrinar, pues se habían enterado por medio de los naturales de que al norte existía un país muy rico, el cual no podía ser otro que el mítico reino de Cíbola.
II.- La Expedición de Vázquez de Coronado
   Don Antonio de Mendoza y Pacheco, primer Virrey y Capitán General de la Nueva España (1535-1550),  fascinado con el relato de Cabeza de Baca encarga entonces el asunto a Francisco Vázquez de Coronado, buen amigo y hombre con fama de cabal por haber sofocado una rebelión en Culiacán y haber dado esplendor a la ciudad de Guadalajara. Coronado decidió enviar antes una avanzadilla que le informase de las características del terreno, las posibilidades de aprovisionamiento y la veracidad de los rumores de la riqueza de aquel ignoto territorio. El responsable de aquella misión sería el monje franciscano Fray Marcos de Niza, reputado de docto en teología, sino en cosmografía y en el arte de la mar, y hombre famoso no sólo por inventar la leyenda de las siete doradas ciudades de Cibola, sino también por ser uno de los más grandes mentirosos de la Historia.
   En el año de 1539, Fray Marcos parte de San Miguel de Culiacán en una primera expedición acompañado de otro fraile, un nutrido grupo de indios y, por disposición del Virrey, del intrépido Estebanico, el esclavo de Dorantes, como supuesto guía. El fraile Marcos de Niza regresó a la ciudad de México narrando que había continuado la exploración después de la muerte de Estebanico y con reporte de que los nativos de las lejanas tierras usaban vajillas de plata y oro, decoraban sus casas con turquesas y usaban perlas gigantescas, esmeraldas y otras joyas más. y que a lo lejos había avistado una ciudad más grande que la gran Tenochtitlan
   Hechizado por aquellas noticias, el Virrey Don Antonio de Mendoza organizó de inmediato una segunda expedición militar de gran magnitud para tomar posesión de las riquísimas tierras que el fraile le había descrito con alucinada profusión de detalles. Al mando de la misma quedó un amigo del Virrey, el hidalgo Francisco Vázquez de Coronado (Salamanca, 1510- Ciudad de México, 1554), quien lleva como guía al fraile Marcos de Niza. La expedición al mando de Francisco Vázquez de Coronado estaba formada por 340 españoles, cientos de indios nativos aliados además de ganado vacuno.-haciéndose acompañar por navíos que les seguían por mar para abastecerlos al mando de Fernando de Alarcón y de otra expedición más pequeña por tierra organizada por García López de Cárdenas.. Francisco Vázquez de Coronado, quien a la sazón era desde 1538 gobernador de la Audiencia de la Nueva Galicia en sustitución del primer gobernador de la provincia Nuño de Guzmán, para el año de 1539 llega por vía marítima a lo que hoy es el estado de Nayarit, desembarcado en un litoral del Pacífico llamado Compostela.
  Hay que recordar que el conquistador Nuño de Guzmán, el primer gobernador de Nueva Galicia,  penetró los territorios bajo su jurisdicción en 1530, siendo con el tiempo calificado por Fray Bartolomé de las Casas de "gran tirano" por su extrema crueldad. Nuño de Guzmán impuso el nombre de "Conquista del Espíritu Santo de la Mayor España" a los territorios por él explorados y conquistados. Sin embargo la Reina de España Juana I de Castilla (madre del emperador Carlos V de Alemania y Carlos I de España), no estuvo conforme con el nombre que le había otorgado Nuño de Guzmán, por lo que por Real Cédula dada en Ocaña España el 25 de enero de 1531 ordenó que se nombrara al territorio conquistado como Reino de la Nueva Galicia (que comprendía los hoy estados de Nayarit, Jalisco, Colima, Aguascalientes y parte de Sinaloa, Zacatecas y San Luís Potosí).y se fundase una ciudad con el nombre de "Santiago de Galicia de Compostela" como capital. Una vez que recibió Nuño de Guzmán la Real Cédula procedió a renombrar la "Villa del Espíritu Santo de la Mayor España" con el nombre de "Santiago de Galicia de Compostela", población que actualmente es la ciudad de Tepic, capital del estado de Nayarit. Así la Villa de Santiago de Nueva Galicia adoptó el nombre de Compostela de Indias en el año de1539, en memoria de la ciudad gallega de Santiago de Compostela -que proviene del latín Campus Stellaen que en castellano significa Campo de Estrellas. El valle de Cactlán, donde se encontraba la ciudad de Compostela de Indias, estaba habitado antes de la llegada de los españoles, por indios cacnos y tepehuanos, y debían el nombre autóctono de Cactlān a la lengua nahuatl, pues Cactli significa “zapato” y el sufijo de tlān, “cerca de”, es decir, "lugar de zapatos".
   A principios de 1540 Vázquez de Coronado parte de Compostela en busca de las siete ciudades de Cíbola y Quivira, prestó oídos junto con el Virrey Mendoza a una vieja leyenda europea, mitad cuento de caballería, mitad cuento recompuesto y edulcorado por las visiones fantásticas de Fray Marcos de Niza. Esa expedición trajo como resultado el descubrimiento para España de las tierras del oeste de Estados Unidos y la constatación de la existencia de una serie de pueblos en aquella región desértica sumidos en la miseria.
   En efecto, para el día 22 de abril de 1540 Vázquez Coronado llega a Culiacán al mando del grueso de la expedición, en tanto que un grupo más pequeño que iría a la zaga más lentamente quedó a las órdenes de Tristán de Luna y Arellano, pues en cada villa española se reorganizaba la expedición terrestre a la vez que partía otra expedición por mar al mando de Fernando de Alarcón para abastecer a la expedición de tierra.  La fuerza más pequeña, al mando de Tristán de Luna, continuó aún más al norte y tomó los pueblos de los Zuñi en julio de 1540, lugar que les habían dicho era el emplazamiento de las siete ciudades doradas de Cibola.
   Sería el mismo Fernando de Alarcón el primer europeo en tocar y navegar las aguas del Río Colorado, aunque su descubrimiento se debe a Francisco de Ulloa, quien el 28 de septiembre de 1539 tomó posesión de la desembocadura del río y lo nombra “Ancón de San Andrés”, en beneficio de la corona española, aunque sin navegar aguas arriba como lo hizo Fernando de Alarcón.
III.- La Cabalgata de Francisco Vázquez Coronado
   Por su parte Francisco Vázquez de Coronado atravesó Sonora y entró en los territorios de la actual Arizona. Después de 75 días de camino empezó a sospechar la falsía de  las historias de Marcos de Niza, al no encontrar por ninguna parte las riquezas de las que el fraile había hablado, pues resultó una mentira la aseveración del fantasioso fraile que desde aquellas tierras se podía ver el mar, ya que como le dijeron los nativos a Coronado el mar se encontraba a muchos días de camino. Así, se instala con sus hombres a orillas del Río Bravo o Río Grande en un poblado de nombre Tiguex. Entonces el grupo de exploradores se dividió en dos grupos. Una de ellas queda al mando de Pedro de Tovar, quien regresa con la noticia de haber encontrado siete ciudades populosas que acaso sean las de la legendaria fábula. El segundo grupo se adentró en tierra para descubrir el Gran Cañón y la boca del río Colorado, legando hasta el Golfo de California.
   En el emplazamiento de Tiguex, cerca de la actual ciudad de Santa Fe, se reunieron los dos grupos y pasan los inviernos de 1540 y 1541. Insistiendo en encontrar la dorada ciudad de Quiviria, Vázquez de Coronado se deja engañar por un indio, al que llamaban “el Turco” y emprende con 30 de los suyos en 1541 una última exploración dejando al grueso de sus hombres en el Cañón de Palo Duro, hoy Texas. Buscando el rico país de Quiviria se remontó a caballo atravesando la pradera, hasta caer en cuenta del engaño y hacer ejecutar a “el Turco”. Sin embargo, era tan fuerte la idea fabulosa de las ciudades de Cíbola que aún a pesar del desánimo, la expedición de Coronado continuará su viaje, adentrándose cada vez más en el corazón de lo que algún día serían los Estados Unidos.
    Así siguió adelante, recorriendo las llanuras del Mississipi y las montañas Rokayosas, atravesando los actuales estados de Nuevo México, Texas, Oklahoma y Kansas. Finalmente dio con un pueblo cerca de la actual Linsburg, en el estado de Kansas, donde encuentra a los indios de Wichita habitando en un poblado de cabañas con techos de paja, a los que no sin ironía llamó indios Quiviria.
   En la primavera del año de 1542 regresa Vásquez de Coronado a la Ciudad de México por la misma ruta con sólo cien de sus hombres. El Virrey de la Nueva España Antonio de Mendoza lo recibe con frialdad dado lo paupérrimo de los resultados, abriéndole incluso un proceso en contra por el abandono de la empresa. Cuando los sucedidos se aclararon regresó Francisco Vázquez de Coronado como Gobernador de la Nueva Galicia, puesto que desempeño hasta el año de 1544, cuando se retiró a la Ciudad de México donde murió en 1554.
IV.- Los Castillos de Cinabrio
     La expedición de Francisco Vázquez de Coronado constituyó el primer grupo europeo que contempló el Gran Cañón del Colorado. Fue entonces cuando García López de Cárdenas quien, en 1540 al mando de un puñado de hombres partió desde la población indígena que los españoles habían llamado Quivira, pueblo habitado por los indios Zuñi cuya ubicación se desconoce hoy día.
   En Quivira se encontraba parte de la expedición comandada por Vázquez de Coronado con treinta hombres y se comisionó a García López de Cárdenas junto con un puñado de voluntarios para encontrar un río del cual los indios Hopi les habían hablado, para lo cual se le concedieron 80 días para que fuera y regresara. Después de 20 días de viaje exploratorio encontraron el Gran Cañón del Colorado. A la distancia García López y sus hombres pensaron que aquel monumental cañón no era otra cosa  que los magníficos Castillos de Cinabrio que coronaban a una de las míticas ciudades de Cíbola.  Cuando llegaron a su límite se encontraron con que  no podían bajar hasta el río para abastecerse de agua y después de varios intentos para descender empezaron a tener problemas de agua para beber, por lo cual decidieron regresar. Para cuando llegó García López al Gran Cañón formado por el río Colorado ya Fernando de Alarcón lo había navegado 80 leguas río arriba y bautizado con el nombre de “Río de Nuestra Señora del Buen Guía” en agosto de 1540. García López no pudo encontrar una senda o atajo para bajar desde lo alto del Gran Cañón hasta el río Colorado, no obstante se considera que fue el primer europeo en visitarlo.
   Al comprender que se trataba de una construcción natural los exploradores tomaron aquello como una señal de buen augurio y siguieron buscando las ciudades maravillosas, traspasando entonces el río Arkansas, convirtiéndose en los primeros europeos en ver las inmensas manadas de bisontes y sin encontrar otra cosa que una aldehuela mísera –por lo que la palabra “Cíbola” se asoció irónicamente a la voz “cíbolo”, nombre español hoy desusado que se daba al bisonte, ya que el territorio del mítico reino en donde se suponía la existencia de las siete ciudades se extendía hasta las praderas en donde existían millones de estos animales (arrasados por los colonizadores norteamericanos hasta su extinción para mediados del siglo XIX).
   En 1542 regresa la expedición a la Nueva España con una salada sensación de frustración y de amargo fracaso. Fray Marcos de Niza moriría en 1558, debilitado por las penurias pasadas durante la expedición, vencido por la tristeza y sumido en un absoluto descrédito. Con respecto a La Gran Quivira (antes Pueblo de Las Humanas) quedó sólo en el nombre y en las actuales ruinas de un asentamiento indígena en Nuevo México.
V.- La Expedición de Francisco de Ulloa
   Por lo que toca a Francisco de Ulloa hay que decir que fue el primer europeo que exploró todo el golfo de California y descubrió la desembocadura del río Colorado, recorriendo ambos litorales del golfo en 1539. En efecto, fue Hernán Cortés, quien ya había patrocinado tres viajes de exploración de la “Mar del Sur” (como se conocía  en ese tiempo al océano Pacífico) y los cuales habían terminado en fracasos, el que decidió enviar un cuarto viaje de exploración al mando de Francisco de Ulloa. Partió la expedición del puerto de Acapulco el día 8 de Julio del año 1539 a bordo de los buques Santo Tomás, Santa Águeda y Trinidad, pero a la altura de las Islas Marías se vieron obligados a abandonar el navío Santo Tomás, por lo cual continuaron el viaje de exploración en los dos buques restantes. Ingresaron al golfo de California, en el viaje de ida o aguas arriba, llegaron al extremo norte del golfo el 28 de septiembre, sitio que se conoce en la actualidad como desembocadura del río Colorado, ellos llamaron a la boca del río "Ancón de San Andrés”.
   Después de haber desembarcado y tomado posesión de las tierras del extremo Norte del Mar Bermejo, nombre que le dieron al golfo de California  por la coloración rojiza de las aguas que se teñían con las aguas procedentes del río Colorado, iniciaron el viaje de regreso y pasaron por el poblado de la Santa Cruz, conocida actualmente como La Paz (Baja California Sur), doblaron el cabo San Lucas e ingresaron en el océano Pacífico, por la actual bahía Magdalena pasó el día 5 de diciembre sin haber ingresado por estar herido Francisco de Ulloa a causa de una escaramuza que sostuvo con los nativos. Con fecha de 5 de Abril de 1540 dirigió a Cortés desde la Isla de Cedros una relación de los sucesos de la exploración en uno de los dos barcos, en el otro continuó con la exploración, pero nunca más se supo de la suerte de Francisco de Ulloa y de sus compañeros de navegación.
VI.-Nuevo Mundo, Utopía  y Durangueñeidad
   En su libro Rendición de Espíritu (Cuadernos Americanos, 1943) el pensador Juan Larrea, al  dar una interpretación apocalíptica y grandiosa de la guerra civil española de 1936-39 señaló además algunas cábalas realmente sorprendentes respecto de la expedición de Vásquez de Coronado, las cuales, por ser el germen de toda una edad por venir y de toda una filosofía de la historia, vale la pena recordar ahora.
   Coronado salió de un pequeño puerto del litoral Pacífico llamado Compostela, justamente cuando ce celebraba el cuarto centenario de la ciudad española de Compostela –pero al revés del Orbe. Santiago de Compostela es la ciudad donde se sitúa la “finisterre” Occidental, la cual encontraría su punto final cuatrocientos años después con la Guerra Civil Española, el cual derivó en el exilio republicano a México en 1939. Por su parte la expedición de Coronado abría en 1539 un capítulo en la historia bajo la especie de un principio nuevo de la tierra y cultura hispánica, el del Nuevo Mundo que inauguraba la exploración de la cuarta parte de la tierra, cuya historia comenzaba por entonces a escribirse y que se continuaría cuatro siglos después con reforzados argumentos por obra ya no de los temerarios conquistadores, sino de la inteligencia española llegada a tierras mexicanas por las dramáticas razones del exilio de la Guerra Civil en 1939, y que renovaron y reforzaron, a la zaga de la magna obra vasconcelista, el ideal del “totecayotl”, de la cultura de las flores y de los himnos que desde hace siglos se ampara en México bajo la divina advocación de Quetzalcóatl.
   El significado de aquellas abigarradas cábalas es para Larrea prístino. El hermeneuta español ve en ello, ni más ni menos, que el fin de todo un ciclo histórico marcado por la guerra y el uso de la fuerza, abriéndose así el principio de otro tiempo, signado por Santiago de Compostela y la implementación de la cultura. Así, la edad pasada habría sido la Edad de Hércules o de la Fuerza y de Babel o de la Confusión de las Lenguas –de Roma, pues, cuya etimología significa fuerza, marcada por un doloroso subjetivismo de cuño tanto individualista como colectivista. La nueva era abierta en 1939 no sería así sino la del árbol plantado cuatrocientos años antes precisamente por la semilla civilizadora de Vázquez de Coronado, teniendo como divisa Compostela precisamente,  que significa “campo de estrellas”, ciudad donde la Virgen  se le apareció a Santiago sobre un pilar a las orillas del Ebro. Se trataría de una época, la nuestra, que es el reverso de la era anterior : Roma al revés o del Amor, el potente reverso de la fuerza.. Es la edad de la Nueva Jerusalén o de la visión de la paz, la edad también del curto evangelio o de San Juan o del Tetragrámaton. Edad del plus ultra de la fuerza y también edad de la América Española, que tiene por divisa a la Virgen María de pie sobre los cuernos de la luna, y como emblemas a la Lira, ideograma de la Poesía y al Verbo, que es la constelación hacia la cual se dirige el universo. Así, de la tesis del individualismo y su antítesis en el colectivismo, dominados ambos por el subjetivismo pragmático de creencias y actitudes, se llegaría a una síntesis de objetivismo universalista, coincidente con el reino de Dios para  aquellos que han sabido guardar su palabra.
   Así, Larrea vislumbró en el territorio mexicano, que no ha acabado de nacer por lo tortuoso de su gestación, al futuro pueblo prometido de la síntesis universal. En efecto, a la tesis del espiritualismo del cercano oriente se impuso el materialismo de Europa, teniendo que encontrar su síntesis y equilibrio final en la realidad unitaria de espíritu y materia aportado por América, exponente de la universalidad y de la sociedad universal.
   Arcanos del español que vivamente recuerdan los vaticinios de José Vasconcelos, los cuales se enmarcan también en una filosofía de la historia cuya visión megaperiódica destaca tanto la vocación utópica y estética de América como su carácter pacifista y universalista. Ambos autores, pero no sólo ellos, se hermanan al coincidir en señalar que tal universalismo no puede provenir sino de una filosofía de la persona, de carácter armónico o estético universal, cuyas profundas raíces antropológicas, nadie lo ignora, son las mismas de la tradición judeo-cristiana. Tal es también la tesis atisbada en el punto de partida del nuestro maestro regional Don Héctor Palencia Alonso en su doctrina de la Durangueñeidad, la cual supo elevar en justas dimensiones prácticas los ideales de la raza cósmica atisbados por Vasconcelos -cuya eficacia ha sido difícilmente apreciada por nuestro romo provincialismo.
   Por lo contrario, para cobrar conciencia de nosotros mismos se requiere una profundización tanto de la realidad íntima de la persona cuanto de los efectos de realidad histórica nacional en cada uno de nosotros. El sentido de la filosofía de la historia mexicana no puede sino instrumentarse a partir de un programa de estudios de la realidad patria,  para aclarar y potenciar la situacionalidad de esa realidad misma. La inquietud por la historia de las ideas de México y por la esencia de lo mexicano, de nuestra realidad como cultura, se aúna así a la idea de la salvación de una comunidad de fe trascendente por medio de la cultura misma, que si bien se mira  es la obra medular de la reflexión artística propiamente nacional. La doctrina de la durangueñeidad aparece así como un árbol que sabe de su sabia y que siente que sube desde sus raíces hasta irrigar sus ramas, que son los poderosos brazos de las obras regionales modélicas henchidas de dulces frutos. Porque el crecimiento del árbol de la historia mexicana se ha ido irrigando con la sabia moderna del estudio de nuestra realidad local y regional vista a la luz de la cultura universal. Árbol de la cultura cuyo poderoso brazo durangueño a dado en sazón algunos de sus más opimos y redondos frutos. Árbol ideal de exuberante verdura cuyos verdaderos frutos aroman el ambiente de dulzura al estar hermanados por un mismo corazón, siendo su raíz una misma voluntad de concordancia –invitando con ello a arrimarnos bajo su fresca sombra para con ella y el constante sol que con sus rayos nos deja cobijarnos.



martes, 23 de julio de 2013

Filosofía por Radio XXI Historia de la Filosofía II Por José Gaos



Historia de la Filosofía

20.- Postkantianos y Filosofía Contemporánea

   Los grandes postkantianos, sobre la base de la negación de la cosa en sí causantes de las sensaciones, desarrollaron  la filosofía de Kant en el sentido del idealismo trascendental absoluto, culminante en el sistema de Hegel.
   No hay tal mundo de fenómenos conocidos e integrados por las categorías, el espacio y el tiempo y las sensaciones causadas por las cosas en sí del mundo de los noúmenos postulados por la moralidad. No hay más que el mundo de los fenómenos constituido hasta en las sensaciones mismas dialécticamente por las categorías -y este mundo es Dios mismo, que se concibe a sí mismo en los conceptos categoriales, en el doble sentido de concebir: con conceptos y generándose real.
   La reacción schopenhaueriana consistió en contraponer a tal fenomenismo racionalista, panteísta y optimista un dualismo del mundo como representación o fenómeno y como voluntad irracionalmente insistente en vivir a pesar de ser su vida un querer o desear imposible de satisfacer o dolor.
   La reacción existencialista consistió en contraponer el vivir la propia existencia como individualmente enfrentada a Dios.
   La reacción del materialismo histórico consistió en contraponer una determinación de las ideas por la vida material del hombre.
   Nietzsche señaló cómo las ideas metafísicas tenían su origen en la vitalidad decadente de ciertos hombres, que al no poder afirmar esta vida, la negaron, inventando otro mundo negador de éste y consolador para ellos.
   El positivismo sentó una ley de los tres estados de la evolución histórica de la humanidad: el religioso, en que los hombres se explican los fenómenos por la acción de dioses más allá de los fenómenos; el metafísico, en que los hombres se explican los fenómenos por medio de causas más allá de los fenómenos, especie de secularización de los dioses; y el positivo, en que los hombres renuncian a la explicación de los fenómenos por medio de nada más allá de ellos e incognoscible, reduciéndose a investigar las leyes de los fenómenos mismos que hacen posible prever el curso de ellos e intervenir en este curso a los fines humanos.
   El positivismo motivó una reacción de restauración de la metafísica, en la que se destacó singularmente la filosofía de Bergson. Según éste es la inteligencia, hecha para  conocer y manejar la materia la que no puede conocer lo metafísico; pero de esto, que sería un élan vital universal, que habría generado el instinto, culminante en los insectos, la materia y la inteligencia de ella, culminante en el hombre, tendría éste una intuición que sería en él lo que el instinto.
   Husserl intentó renovar la fundamentación de la filosofía como ciencia rigurosa, frente a la pluralidad de las filosofías, rehaciendo con más rigor los pasos iniciales de las meditaciones cartesianas: habría que abstenerse de todo juzgar de los fenómenos como existentes reales independientemente del sujeto y de éste como un sujeto existente en el mundo de los fenómenos, juzgar en donde cabe el error, para quedarse con los fenómenos y su sujeto puro -de tales juicios y por lo mismo ciertos apodícticamente.
    Como Kant había explicado las matemáticas, los principios de la física y la metafísica por la constitución del sujeto de la ciencia, la metafísica y la moralidad, Heidegger intentó explicar la ontología por la constitución del sujeto de ella; pero si Kant había concebido la constitución de su sujeto como integrada por el espacio y el tiempo, las categorías, las ideas y la moralidad, Heidegger la concibió como la existencia que a cada instante le va al individuo humano.
   El pragmatismo sentó como criterio de la verdad de las concepciones sus efectos benéficos para la vida, aplicándolo a las metafísicas.
   El neopositivismo sentó como criterio de el sentido de las proposiciones la verificabilidad empírica de éstas y concluyó que las proposiciones de la metafísica no tienen sentido.
   La situación de la filosofía es ésta:
   vigencia de la filosofía de la filosofía en
   el positivismo, el neopositivismo y el pragmatismo,
   la fenomenología y el existencialismo,
   el materialismo histórico y la genealogía nietzscheana.

                                                 17/12/61

 FIN



domingo, 21 de julio de 2013

Tomás Segovia: La Permanencia del Sentido Por Alberto Espinosa



“Este cuerpo que Dios me dio
para enseñarme a andar por el olvido
no se ni de quien es.”
Emilio Prados

"En último término nadie saca de las cosas,
los libros incluidos, más de lo que él ya sabe.
Para aquello a que por propia experiencia
no se tiene acceso, tampoco se tiene oído."
F. Nietzsche

I
   Muy pocos escritores mexicanos tienen tamaños para ser considerados merecedores del premio Nobel de literatura -reconocimiento de intersubjetividad (universalidad del valor) sobre el mérito literario de un autor, otorgado por la  académica comunidad sapiencial sueca. Ello no implica ni que se lo otorguen a quien más lo vale ni que nadie sepa a voces quien -como poeta, crítico, traductor, filósofo, lingüista y narrador, como cúspide insuperable pues de toda la saga cultural española-mexicana, preservada bajo su seductor comando-, más representa la figura de universalidad y rigor y la mejor tradición del humanismo ilustrado en toda la lengua castellana contemporánea.
   La improbabilidad de tal reconocimiento a Tomás Segovia puede atribuirse al desorden imperante en nuestras propias letras mexicanas, que ha hecho por ejemplo de Gilberto Owen “un poeta desconocido”, de Octavio Paz un poeta “que no les gusta” y del mismo Segovia un escritor “demasiado inteligente”, autorizando subrepticiamente así la desidia para sumergirnos en ellos y colmar su laguna achacando todo ello a la “mala suerte” que esa desidia implica. Confabulación literaria y rendición de espíritu que ha actualizado en México una instancia de la mítica “Bagdad olvidadiza” –donde un gaviero colombiano constata la realidad de sus “ídolos a nado” y un “diputado de la juventud del pueblo” purifica con agua y jabón las crudas huellas de sus resbalones y deslices para acaparar con ello en medio de la revolución sexual todo el “sollozar de sus mitologías”.
   En la obra del pensador, poeta y traductor Tomás Segovia se siente inmediatamente una desproporción entre su escasa resonancia y sus claros merecimientos –como traductor ha vertido a nuestra lengua más de un centenar de obras fundamentales, en especial de los intelectuales de la se­gunda mitad del siglo XX, tales como Jakes Lacan, Paul Auster y Mircea Eliade, así como de poetas como Víctor Hugo, Gerard de Nerval,  José María Rilke, Ungaretti, Cesar Pavese y André Bretón por lo que ha sido reconocido en España con el premio de traducción Alfonso X en tres ocasiones; director de la Re­vista Mexicana de Literatura (1958-1963), secretario de redacción de Plural de Octavio Paz y miembro del consejo de redacción de Vuelta, por ser artífice de una obra excepcional en los campos de la narrativa (Trizadero, Personajes mirando una nube, Otro Invierno), el ensayo (Actitudes, Contracorrientes, Cuaderno Inoportuno, Páginas de Ida y Vuelta y señaladamente Poética y Profética)  y la poesía (Anagnóriosis, Cantata a Solas) también ha sido galardonado con los premios Xavier Villaurrutia (1972), Octavio Paz (2000) y recientemente Juan Rulfo (2005). A todo ello habría que sumar su labor de conferencista genial y maestro de generaciones en la UNAM, UAM, el Colegio de México y la Fundación Octavio Paz, siendo el primer ocupante en 2005 de la Cátedra “México, país de asilo” de la Facultad de Derecho de la UNAM.
II
   El desdibujamiento de su figura puede verse así no sólo con un coeficiente de anormalidad, propio de los mecanismos cronológicos bradicardicos de la cultura, sino también, lo que es más doloroso, como el retraso de su epifanía. Porque en Segovia ha encarnado, como en ningún otro poeta de su generación, ese arquetipo de hombre al que llamamos “el poeta” Porque en él se muestran, en desarmante evidencia, las condiciones extremas y últimas del verdadero artista y del esencial amor lírico, del doloroso sentir estético del hombre desgarrado entre el amor a la mujer (Eurídice) y el amor a la lira (la confesión musical de la comunicación amorosa). La poesía de Tomás Segovia, en efecto, no es para cualquiera. Su distinción estriba en ser una poesía filosófica en el más riguroso sentido de la palabra, por cultivar el amor a las esencias.
   En efecto, la persistencia y honradez que caracteriza la obra de Segovia, y que a veces, es cierto, se antoja casi angélica, se debe a que vivimos un tiempo revuelto, donde  nadie quie­re continuar la tarea de construir al hombre y donde por tanto está de moda el antihhumanismo, en donde los dragones del edén se han despertado  para hechizar al hombre y reducir sus intereses al goce del cuerpo y a la sensualidad hedonista del consumismo, fines a los que se accede por medio de dedicar toda energía en hacer dinero o dejándose coptar por los poderes de nuestro tiempo, enmascarándose de disidente aplaudido o sometiéndose a las más crudas formas pragmáticas de servilismo. No sin ingenuidad Segovia ha optado por ir a contracifra, pues siempre ha pensado que  si estamos en este mundo es para construir al hombre -construir por tanto la justicia, la hermandad, la verdad y revelar la belleza del mundo. Así, al cultivar el amor a las esencias y penetrar en la naturaleza de los seres y las cosas, el poeta a la vez se ha sumergido –¡y  a que altura!-  en las profundidades del ser humano, destacando lo que hay inscrito en  él de semilla universal y de relevo espiritual.
   Así, su obra no es sino el resultado de la morosa tarea de amarrar las cosas en un as de espigas luminosas bajo la luz distinta de la tradición y del espíritu, a veces empañado por la escarcha oscura de la melancolía, y que por lo mismo tiene la fuerza de poner en evidencia a sus fantasmas y de situarse más acá del lector por situarse más cerca de la vida. Así, para Segovia la poesía es una forma de resistencia y de dignidad, de resistir incluso a eso que llaman progreso. Pues el peligro radical de nuestra época es que se detenga la humanidad y entremos en la boca sin fondo del caos y la barbarie.
   Por todo ello la última etapa pública por la que atraviesa la obra de Tomás Segovia es, sin duda, la más dura, pero también la más importante de todas. En la hora afortunada de la clarividencia Octavio Paz escribió alguna vez que Tomás Segovia había nacido dos veces, una en España donde lo parieron (1927), otra en México donde llegó a vivir a los trece años  y donde escribió de joven sus primeros poemas –añadiendo estar seguro de que le esperaba un nuevo nacimiento. Última etapa de plena madurez en que tras el vértigo y los dolorosos trabajos de parto espiritual asumidos por la intimidad y los desvelos del poeta –quien con ello ha consolidado una matria inarrebatable-, ha tocado el tiempo de imponerse en la luz pública para por fin nacer al reconocimiento de lo otros, constituyendo así una patria ideal insobornable.
   Después de su éxito inicial y su correlativa suma de malentendidos, después de la negación cuya tarea es deshacer lo efímero, después de la valoración indirecta -pero progresiva y silenciosa. Se trata de la etapa donde a la crítica vocacional toca apaisar los frutos de las épocas recorridas por el poeta, detenerse en los innúmeros caminos que ha abierto oxigenándolos, respirar hondamente, para luego pensar en sus opciones antinómicas y empezar a construir los mapas de su vastísima orografía, asentando lo que tienen de relevo tradicional y de semilla universal.
III
   Podría decirse que la obra de Tomás Segovia como poeta, crítico, dramaturgo, cuentista y traductor, es una obra orgullosa. Empero, se trata de una obra orgullosa de sí misma.: interesada y valiosa no por ser un bien empotrado en el mausoleo de la cultura, sino por abrirse como una fruta y germinar como una planta. Quiero decir que se trata, ante todo, de un cuerpo de pensamiento vivo, cuyo orgullo es en el fondo una enorme humildad: el humilde orgullo que, como la bondad, es un surtidor de paradojas, una fuente de oximorons y contrasentidos -porque estamos hablando de un hombre, de una personalidad que ha existido para esa obra, para esa tarea, convirtiéndose así en su propio hijo. Porque el padre de la obra, el artista creador, se convierte así en su amanuense, en su aprendiz -que es todo lo contrario a ser su tirano o estar sometido, subyugado u oprimido por la ansiedad de la obra. Es entonces cuando la relación que le da unidad al creador y a lo creado, como la que conjunta al amor filial entre el padre y el hijo, radica en una idéntica voluntad: en que ambos quieren lo mismo. Y ¿como llamar si no al hombre que ha salido tan fuera de sí como para poner todo su orgullo en una obra, hasta poder sentirse y ser su hijo? Pudiera haber otra expresión equiparable de ese movimiento dialéctico: su nombre es heroísmo. Porque esa obra es también la obra de la lengua española y frente a lo que nos encontramos es ante uno de los cimientos de la lengua contemporánea española.
   La primera noción que surge de su lectura, que se levanta y emerge a la vista de sus textos, es la presencia de la "diafanidad". Quiero decir, de la lucidez. Porque lo que se cuela por entre las rendijas de sus líneas es la sensación física de una atmósfera a la vez grave y respirable, viva y real como la carne y el aire, pero también como la aventura y el despliegue de la historicidad -sensación que acaso pueda convocarse técnicamente con otra expresión: la de "tener-sentido". El mundo que habitan sus palabras, coincide así con una fuente, con  un surtidor lumínico de fluidez, arrebatado en un centro que pareciera girar más allá de la historia, por estar más acá de la memoria: en el mismo borbotón natal del tiempo.
   Así, lo que más me asombra es la apertura de la geografía -más aún todavía que estar dispuesto a cantar. Eso que me gustaría llamar el paisaje de la voz. La punta seca de ese compás hundido en el camino del tiempo, sólo para transportar el sueño y la vida; ese saber que se está parado en un puesto de vigía para vislumbrar la curva de la eternidad (quizás lo santo), y a la vez conocer por familiaridad que errar no es sino andar perpetuamente por lo transitorio: buscar, o mejor dicho, estar en ese difícil equilibro entre la esencia y la existencia. Y ello se debe a que, lo mismo en su poesía que en su prosa, se encuentra un sentimiento diáfano que es a la vez un pensamiento.
   Pero ese sentimiento-pensamiento se orienta en Segovia hacia una región que generalmente se acepta ya como algo extraviado definitivamente, como una pérdida irrestituible: como el lugar insituable de la realidad. Ese sentimiento, objeto ya de la curiosidad del relicario, del museógrafo o del historiador, es rescatado por Segovia desde una posición en que la verdad del lenguaje no es diferente de la verdad moral. Se trata, en efecto, de una sentimentalidad ante la que nos quedamos literalmente perplejos, justamente por tratarse de una cordialidad pensante -quiero decir: de una razón poética. Palabra práctico-estética que es un ámbito en el que aún en medio de la delgadez del aire es posible respirar. Su ley poética es así también una segunda ética, un arte de la vida que implica el rescate de la realidad. Ese "hablar en sano", es en Segovia esencialmente un "hablar con ganas" de un mundo de claridad, de una esfera del ser en el que se da la constitución estética, poética del hombre.
   Probablemente esto se deba a que el poeta continuamente esta "pensando" en el lector -pero "pensando" en él justamente como su prójimo, acogiéndolo, acercándose, presintiendole. De ello se deriva el contacto casi palpaple que logran sus textos y esa sensación propia a todo verdadero arte, de toda real experiencia estética de ser escuchado, tomado en cuenta por el creador. La palabra, en efecto, se adapta a quien va dirigida (alucución). Lo que distingue a la poesía de Segovia es, por una parte, no es sólo la manera en que cuenta o describe las emociones, ciñéndose fielmente al contenido de lo dado, sino la forma en que nos las da, en que las va creando delante de nosotros: por el otro, la manera en que el pensamiento que las acompaña no se entrega como añadido o hipostasiado a la imagen, sino como un pensamiento que es poético él mismo. Así, por ejemplo,  cuando el poeta exclama:
“Sólo con el tiempo de la carne
se le da carne al tiempo”
o cuando clama:
“Porque migajas de amor no son amor
porque el pan de amor no da migajas”
e incluso cuando reclama:
“Hoy no se mata se denuncia
nuestro imperio se erige a fuerza
de dejar sitios vacantes”
  ¿Y no es la posición del que se dirige al otro como a un prójimo irreductible, al que a la vez va encontrando y reconociendo con la singularidad de una persona, donde la poesía encarna –no como la forma plástica en que subsume a las ideas, supo bajo la especie de la poesía de las ideas mismas-, el mismo lugar de lo sagrado-poético, el tiempo mismo de la epifaía poetico-religiosa?
IV
   Quizá sea esa "modernidad" de los antiguos, eso que por desacostumbrado ya no sabemos reconocer (la forma más auténtica del pensamiento: el momento en que de la carne nace el espíritu articulado en voz), lo que hace que su obra provoque un gesto que es a la vez cómplice del silencio, pero también de la escucha  -¿para qué, en tiempos tan poco justificados ellos mismos, en tiempos de miseria, hablar de la fragilidad de la memoria? Lo que importa, y de eso estoy seguro, es la belleza. Por supuesto que me refiero a la belleza del mundo transparentado por el poeta en esa encarnación del valor que es la conciencia.
   La expresión de la personalidad de Segovia, se sitúa en un punto de vista privilegiado, en donde a pesar de ser tan moderno y actual, resulta de una hondura clásica. Su lenguaje, como todo lenguaje, como toda comunicación que articula una situación de convivencia, se vale de una retórica. Pero su retórica "purista" no es de la especie de lo perfecto, sino de lo completo. Se trata, en efecto, de un lenguaje poético que tiene la suprema cualidad de lo íntegro -es decir, de la "descripción completa" del mundo. Del mundo del hombre, se entiende -no hay otro para el hombre. Eso sólo lo puede lograr una poesía rigurosa. Por un lado, rigurosa por hacer que en su forma hable un contenido; por el otro, por hacer que ese contenido esté vivo.
   El problema de la forma, ¿quién no lo sabe?, es complicadísimo. Porque a las formas les sucede lo que a todo: ser desvencijadas por el tiempo, volverse vehículos fatigados de la trasmisión, dermatoesqueletos, clasificaciones espumosas de la ideal, polbo de fórmulas vacías carentes del tiempo de la vida. Frecuentemente las formas ahogan la poesía con el pretexto de salvarla -como el rito de la universalidad en la moral o la regla de la libertad en religión. Para que la poesía hable no del regusto de sí misma (tradicionalismo), sino con un auténtico contenido, tiene que hacerse nueva: tiene que hacerse moderna. A la vez, para que ese contenido hable como una respiración tiene que hacerse un organismo completo, vivo: tiene que volverse clásica.
   De ahí que la poesía de Segovia sea tan modernamente clásica, o, si se prefiere, tan clásicamente moderna. Poesía, en efecto, oriunda del rigor y de la perfección. Pero no de una perfección meramente "formal", "retórica". Porque aquí no se trata de un perfeccionismo, ni de un purismo formalista -de ese esteticismo que, en materia sociológica, resulta tan profundamente disolvente. Eso sería, precisamente, clasicismo. No se trata, pues, de un arte abstracto, desencajado de la realidad -del arte de la belleza fría que labra no cosas sino objetos fragmentados, identificables pero inimaginables, o representantes de sí mismos y meramente tautológicos. Por el contario, se trata de una poesía enemiga de los barroquismos formales, pero en modo alguno indisciplinada. La perfección de la forma, como en Juan Ramón Jiménez, es asumida como un tipo de exactitud sui generis: la que es sólo para desaparecer, para dejar existir en el contenido, para ser algo indirecto, meramente latente, como una nostalgia que acomoda su pérdida deteniendola un momento en el rocío y que entre las sombras de la aurora el contenido heche raíces. Probablemente porque la forma va indisolublemente unida al tiempo. Pero no a un tiempo abstracto, supraindividual, sino al tiempo concreto de la carne, de la vivencia: de la aventura del espíritu. Así, su retórica, su perfección, es de la materia de lo completo -que es la materia de la carne. Exacta como la carne de la historia; exacta como el tiempo de la vida.
V
   La obra de Tomás Segovia es la de una creación en cierto sentido marcada con el signo de la filosofía: con la flecha de orientación hacia a una verdadera visión e idea del mundo en su totalidad -que, en mucho, corre paralela a las aguas todavía fértiles de la corriente fenomenológica. No me refiero a los sistemas cerrados, ni al metafísico animal kantiano que sólo puede crecer desde adentro. Por lo contrario, apunto a un espíritu de escuela, a una tradición mexicana de auténtico pensamiento vital y de raigambre personista, constituida en una continuidad espiritual, en una hermandad -cuyos vórtices salientes habría que buscarlos en Ramón Gaya, Juan Larrea, José Gaos, Juan Ramón Jiménez, Gilberto Owen, Jorge Cuesta y, sin duda, en Octavio Paz. Es cierto que más que de influencias habría que hablar de ecos, de reverberaciones, de coincidencias. No lo es menos que habría también que ver ese conjunto de creaciones bajo la especie de la familiaridad, del parentesco -y, acaso, de la más alta comunión que hay entre los hombres: la pertenencia a una misma misión, a un mismo destino.
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   Mostrar de qué lado cae el espíritu es, en muchos casos, un asunto de la duración. Se trata, en efecto, del "momento" detenido que limita la contingencia, para que en su terreno desbrozado vuelva a esplender la imagen de lo ideal, de lo esencial... y el suelo de la posibilidad. También a Octavio Paz le llevó lo que, en la medida de la biografía individual, habría que medir con la taza de un tiempo enorme.
   El ritmo de la cultura es, como el de los imperios, otra cosa. Semejante al tempo de la conformación de las nacionalidades o de las gestas históricas, la transindividualidad de la cultura pareciera tener la medida cronológica de las catedrales o de los siglos: de la música de roca. Ese cuerpo lento, que vive de la mineralogía de la montaña y que como ella se arquitectura como una catedral labrada por el tallar escultórico del viento, participa también de la Memoria -pues tiene como su función más propia el ir articulando el sentido auténticamente social del hombre. En efecto, si el hombre está hecho de memoria es porque está constituido de cultura, de sociedad tradicional, de relevos de sentido.
   Así, lo que habría que empezar a comprender un poco y en su seno es la clase de sociedad pergeñada por la cultura y su condición de posibilidad, la evidencia de su suelo nutricio. La circunstancia moldeada en el diálogo entre generaciones, hecha necesariamente de asimilaciones y reacciones entre juventud y madurez -y entre soledad y comunión-, sólo puede partir de la evidencia que constituye la voz de la poesía. Pero ello equivale, en los momentos de crisis profunda de una cultura, a un viraje radical de la reflexión hacia la constitución misma de lo humano: a la re-invención radical de la memoria cultural y al trabajo de situarla objetivamente en la íntima distancia de la "luz pública" y del coloquio articulador de una comunidad. Se trata, en efecto, del punto copernicano en que la atmósfera cultural de un mundo da un vuelco para retornar, para volver a sí misma limpiando sus entumecimientos.
   Esa labor sintética es llevada a cabo en nuestra época, en donde las potencias metafísicas de la filosofía occidental se han desecado, por el órgano social de la poesía. El poeta es así el destinado a encarnar uno de los estados ideales de la existencia: aquél de la extrema cultura, en donde, gracias a la organización que es capaz de darse a sí mismo, el hombre vuelve a relacionarse consigo y con su entorno para germinar las potencias infinitas. Tarea de relacionar nuevamente las necesidades y energías del hombre aglutinando su experiencia en una nueva imagen del mundo -inextricablemente ligada al cuerpo idiomático de una lengua. Acaso por ello, el genio poético de Tomás Segovia coincide en su querer decir, no con una pretendida voluntad nacional, sino con la profunda voluntad del espíritu colectivo de una lengua, al revelar sus aspiraciones y sentimientos más elevados, al ser portadora de un mensaje en donde adquiere conciencia una cultura. Lugar hospitalario que no puede sino abrirse con un desarmamiento y una herida, pero que es también el sitio desbordado de la evidencia en donde celebrar la comunión del espíritu: ese frotamiento de inhalación inspirada y exhalación eléctrica, esa atmósfera de pertenencia humana -que está más cerca de la voz de los dioses que del conocimiento.
   Quizá no sea casual que Segovia esté emparentado con un buen número de grandes poetas contemporáneos de la Europa latina, en un rasgo al parecer fortuito. Me refiero a la aventura del viaje geográfico, que si lo ha hecho ser medio extranjero en su propia lengua, también la ha permitido visitar ese círculo, nuclearmente filosófico, en donde se cierra y conjuga el viaje con la esperanza. En el caso de Segovia habría que agregar otra circunstancia "española-mexicana" peculiarísima: la del transtierro republicano. Podría pensarse así en dos arquetipos del "extranjero" en la mismidad de una patria que no es idéntica, en dos figuras de la aventura esperanzada: el viaje de la adolescencia en la etapa de la entrada de la vida a la plenitud (Tomás Segovia, poeta de la poesía) y el recorrido de la lenta salida de la vida a la madurez y a la vejes o a la muerte (José Gaos filósofo de la filosofía): poesía y filosofía, otra vez, en esencial correlación.
   Pero lo que interesa destacar aquí es la distancia peculiar con la propia lengua. No me refiero a quien regresa a la lengua poética de la metrópoli para conquistarla, sino al que sale en su búsqueda para reencontrala como algo a la vez fresco y arisco -en la originaria virginidad de lo primario, con la primitividad lírica de una desnudez que no queda sino reinventar, sino rearticular. Entre esas coordenadas habría que situar el lugar de compenetración, la relación exclusiva y razón suficiente que da a un hombre un puesto singular, hasta el extremo de la individualización excepcional, en un orden que trasciende lo particular. Ver, pues, el infiltrarse de una voz en el sentido de algo que, a falta de otra palabra mejor, igualmente me gustaría llamar "cosmos" que "morada".
  Es sobre todo desde la región de ese contraste entre el poeta y su mundo (sitio del puro diálogo), donde se siente más caldeado el ánimo, más dispuesto para el coloquio, para ese extranjero lugar que es el poeta.