viernes, 22 de febrero de 2013

Civilización o Barbarie: Cultura o Historia Por Alberto Espinosa


I
Todo lo que puede ser dicho, pude ser dicho claramente; lo que no puede ser dicho con claridad, mas vale callarlo - decía, poco o más o menos, el gran pensador austriaco del siglo pasado (no me refiero, perdón por la obviedad, Adolfo Hitler, tampoco Segismundo Freud, para mi gusto, sino el ingeniero, enfermero, jardinero y excéntrico millonario Ludwig Wittgenstein). Se trata en el fondo de la reformulación de la gran enseñanza del clasicismo, de la gran lección clásica: cumplir con la norma, con la obligación de entender y dar a entender al otro la forma de vida y de pensamiento que uno procura, que uno cultiva. Sóren Kierkegaard, el maestro sutilísimo, agregaba el requisito moderno de no sólo entender conscientemente lo que uno dice al decirlo, sino también entenderse a uno mismo en lo decible. 
En efecto, el misterio de la serenidad clásica difícilmente podría entenderse sin ese afán de transparencia, sin el valor de la claridad: único ámbito en el que pueden fundirse los espíritus en la moderadamente cálida y animada temperatura de la conversación, para así acogerse y comprenderse mutuamente. De acuerdo con esa augusta tradición todo lo que no puede ser formulado prístinamente queda excluido por pedestre y sin-sentido, por ajeno a la vida y su desarrollo - demeritado ya por ser un juego ocioso de trogloditas, ya por ser un interdicto, quedando excluido al caer fuera de la norma básica del arte de la conversación, de la sana convivencia inter-pares. 
La guía, empero, es rigurosa y estricta: quien no entiende la formulación, quien de plano no "comprende" de que se esta hablando, quedando excluido de las expresiones verbales por su impotencia de articular su voz en ellas, cae inmediatamente fuera de la civilización, de la cultura del ciudadano que comparte una constelación o un corpus orgánico de valores, siendo por ello considerado como un bárbaro: como un hombre que propiamente no habla, que tartamudea, que balbucea, que mascusa pobremente las palabras , como si fuera un extranjero, un turista recién llegado. Es el hombre cuya pauperización cultural lo ha llevado a no entender ni una coma de lo que se dice; es el hombre oscurecido por la ceguera positiva y su soberbio imperio de la noche abstracta que, por lo tanto, no puede ver la luz del espíritu.
Las expresiones verbales no son otra cosa, bien miradas, que órganos de la vida. Su característica sustantiva es la de articular situaciones de convivencia inter-vivos con objetos representados; la de convivir, pues, con figuras del mundo - que llevadas a su extremo filosófico pueden ser las figuras del mundo mismo en su totalidad. Así, por virtud de la expresión verbal podemos articular nuestra convivencia no solo con objetos distantes en el espacio y en el tiempo, sino incluso con personalidades históricas a tiempo ausentes; por ejemplo, aquella que actualiza el entretenido lector con el Timeo o el Simposio platónico, el cual por otra parte ondula un área del espacio de las significaciones hace dos mil cuatrocientos años. Conversamos con Platón, o mejor dicho volvemos a reverberar con su enseñanza.
Por el contrario, el bárbaro es quien se cierra a ese espacio de significaciones, quien decididamente no quiere navegar en las ondas de k tradición, pensando con redundante barbarie que el mundo empezó y terminará con él y que su acción histórica es el puro desenvolvimiento de un programa genético sin drama y sin libertad (Edipo). Capítulo de k antropología negativa, en el que el hombre contrae intencionalmente su órgano verbal, articulando mínimas situaciones de convivencia, cuyo mezquino radio alcanza apenas a cubrir las noticias de su achatada y roma aldea. Es el hombre que más bien decide no entender, el que prefiere ignorar al otro enturbiando la trasparencia que serviría de medio para comunicarlo con el otro y con lo otro. Esa falta de amor a la comunicación traslucida, cuyo madriguera es igual k chanza gratuita que el manido ninguneo, es falta de amor también a la tradición y por tanto a la cultura.
El ser humano para formarse plenamente requiere de una segunda "gestación". Es la gestación más compleja y lenta conocida por cualquier especie animada, pues tiene como propósito la sobrevivencia en el mundo sociocultural - el cual esta permeado por todas partes por el lenguaje y sus instancias simbólicas. En esa segunda matriz donde acaba de gestarse el animal racional no sólo requiere sobrevivir: radicalmente requiere hacerse humano - porque lo humano no esta ya dado, sino que es una tarea. El ser humano, en efecto, es el ser que se humaniza, que adquiere, que recobra su ser por el camino de los lenguajes y su cultivo: el ser humano es el ser que se forma en humano para ser el mismo, para llegar y coincidir consigo mismo. También esta segunda gestación conoce sus abortos.
Bárbaro es así no solo el hombre telegráfico o el que traspantoja el lenguaje hablando incorrectamente; sobre todo es el que e incapaz de hablar la “verdadera lengua", el que no pude seguir la cadena de oro, el que no sabe como navegar en el ancho río de la tradición y de la razón. El bárbaro habla una lengua - que duda cabe, siendo animal de razón, de palabra. Pero su lengua es vehículo tan solo de su minúscula vida ya no digamos sentimental, sino meramente instintiva: expresión de sus necesidades más apremiantes y demandantes, de sus rudimentarias y burdas emociones elementales. El bárbaro naufraga en conversaciones meramente relaciónales e inútiles o insustanciales, perdiéndose en diatribas de lavanderas, en proyectiles verduleros, o en su refinado extremo en el fino encaje consistente en tejer la telaraña, a vuelta y vuelta — como quien remacha maniáticamente un clavo ya clavado.
II
El lenguaje bárbaro, bajo sus innumerables manifestaciones, ha sido catalogado por algunos eruditos en el casillero de la cultura vernácula, debido a ser depositario de las emociones y de la circunstancia inmediata y más apremiante del hablante. Otros, en cambio, prefieren inventariarlo en el cajón de k cultura histórica por ser su contenido meramente situacional, o relacional, en cualquier caso inmediato. Quizás sería mejor subsumirlo, como hace Mircea Eliade, en el baúl de la cultura onírica, aquel arcón preferido por k gente dormida de k caverna platónica — a estas alturas de la marea histórica, saturada por la gente apesadillada y mortificante.
A tal cultura onírica (coloreada de tonos locales y de historia regional) se opone por naturaleza la verdadera cultura: la cultura universal. El rasgo definitorio de la verdadera cultura no es sólo ser una cultura de verdad (formadora del hombre) sino ser una cultura de la verdad: una cultura objetiva que participa de una misma realidad, de una misma jerarquía, ecuménica, única y universal.
Si la cultura onírica da como resultado seres oscuros e introvertidos, retorcidos o macilentos, cerrados y vocados al vacío del tedio y el aburrimiento, la cultura universal por lo contrario forma seres extrovertidos, de mirada abierta que observan la misma luz y por ello comparten los mismos valores, las mismas costumbres, que viven las mismas cosas y obedecen la misma ley.
En el espectro de la totalidad de la cultura, tanto la alta cultura como la cultura artesanal representan las puntas estabilizadoras de una campana de Gahus imaginaria, siendo ellas las constituyentes de las comunidades sapienciales por excelencia. La prueba de su continuidad está dada por la comunicación profunda y personal que se da entre los dos gremios: el poeta que se delecta oyendo la voz del pueblo; el artesano contemplando catedrales de roca o de vapores de agua.
En medio se encuentran las masas indiferenciadas de los hombres dormidos -que sin embargo van pugnando en el proceso educativo por despertar, por adecentarse, por civilizarse. Cuando no, estallan mirando oscuramente dentro de sí mismos para imponer por la fuerza su abigarrado e ininteligible mundo personal en ruinas y sus mezquinos intereses y tendencias particulares. Organismos aislados e impenetrables, en el fondo dominados por su vida orgánica y sus impulsos o instintos, por sus necesidades fisiológicas y angustias más apremiantes, los cuales juzgan la realidad de acuerdo a criterios oníricos, vernáculos o históricos. Vida embrionaria separada de la conciencia y de la escucha, donde la libertad y el pecado no existen y cuyo estado aparentemente paradisíaco de bestias edénicas, es el envés de un revez marcado por k imaginación pervertida y tos proyectos insensatos -en ambos casos por la esterilidad espiritual.
No el sueño de la nube aventurera, sino de k roca fuerte que, sin embargo, esta en su precipitación rodando muerta. No el recogimiento de sí que pide k autonomía para la creación de k gente despierta, sino k dispersión de quien ajeno a k verdad fríamente sueña la muerte. Porque el olvido de k tradición es también la desatención del peso de la realidad, de la gravedad del hombre. La cultura onírica quisiera así borrar el hilo que sutura a la historia -para inventar otra historia: su historia onírica. Pero esa historia estaría inevitablemente roída de olvido, queso gruyer donde quisieran rodear de espeso lácteo sus horas inconfesas.
Se trata de la aldea global, en el que cada uno de ellos es rey, genio, premio novel, gobernador ensoñado en su rincón -a costa de no contrastar su pobre embeleco con una imagen fiel del mundo, con la realidad ecuménica, con la cultura universal.
La humanidad a atravesado en otras horas periodos de oscuridad y de tiniebla por ese fenómeno de relativismo cultural, donde las cosas empiezan a dejar de valer por ser valiosas, preciosas, perfectas o finas y empiezan a valer por ser "mías": por ser mis poemas, mis cuentos, mis historias, mi tierra, mis “cuates”. Es decir, donde empieza a valer lo que no vale, donde se valora lo execrable, o lo puramente existencial: mis sentimientos, mi oficina, mi secretaria, mi shampoo, mi sopa.
La cultura onírica esta condenada a ser regional: a no trascender, a ser conformista. Amenazada de parkinsonismo o de alshaimer ese tipo de cultura, tan presta para olvidar lo, que no le conviene, es en el fondo la cultura de la convivencia- -tan inconveniente generalmente a la sana convivencia. El problema radical estriba en que sus convenientes convenciones deforman los símbolos, los enferman y pervierten para que encajen en a contrahechura de sus mentes. El bárbaro, en efecto, básicamente es el hombre incapacitado para entender la ley, impotente para armonizarse con el cosmos.
Solo resta una pregunta: ¿cómo es que la civilización moderna acabó por olvidar su proyecto universalista?; ¿cómo es que ahora el esperpéntico hermanóte, el cocodrilo metido a redentor, el meloso alacrán, el burro pedagogo tomaron el lugar occidental que habían llamado para ser ocupado por el padre de los pueblos?; ¿cómo fue que se penetró tan terrible disminución, tan repelente litote? O mejor ¿cómo volver a la cultura universal?




Cultura, Utopía y Liberalismo Por Alberto Espinosa

   Lo fundamental en materia de cultura no es tanto un pensar o creer lo mismo sino en tener una misma voluntad. Me refiero a la superación del impulso primario de hostilidad en la convivencia humana, presente tanto en el mas rancio mundo tribal como en las utopías totalitarias y uniformadas de la postmodernidad, que se cierne sobre el extraño al grupo por el mero hecho de serlo o en cuanto extraño. No es extraño que tal impulso ahinque en los mundos periféricos o provincianos como una especie de vendetta contra la cultura central edulcorando de tal forma los más arcaicos atavismos del inconsciente colectivo. Es sólito entre los congéneres ver surgir tal complejo, tal impuso primitivo de hostilidad, inscrito en las capas más arcaicas y reptilianas de la neo corteza cerebral, contra cualquier otro hombre por el hecho de pensar, creer, sentir o querer de otra manera, de una forma diferente, es decir; por el simple hecho de ser distinto. Partidos políticos y filosofías enteras como el marxismo han hecho, bajo el rótulo de la militancia, festín de tal impulso guerrero –con funestas consecuencias para la humanidad. Impulso que tiende así a imponer por el evangelio del adoctrinamiento o directamente por la fuerza bruta al otro el propio penar, sentir, creer o querer. Valor sumo de la convivencia humana y de la evolución cultural e histórica es en cambio el valor no ya digamos de la tolerancia, sino del liberalismo, entendido este como la complacencia por la diversidad cultural, por la riqueza de la Humanidad y del Universo y la consecuente repugnancia ya no digamos por la práctica, sino por la simple idea de imponer a otro nada por la fuerza.




El Peligro del Hombre II Por Alberto Espinosa



Uno de los datos más sobresalientes de la época contemporánea es el de la pérdida sustantiva de la forma o de la figura humana, en cuyo vacío el hombre aparece bajo la forma del demonio o de la bestia, o degenera en ente de ser dado al pervertir su sentido moral en una retrogradación hacia la animalidad. Mundo donde el pecado no existe pero tampoco la libertad y mucho menos la gracia. Mundo esclavo de la pirotecnia de la cólera o de la sordomudez de seres profundamente desgraciados. 
Se trata, en el fondo, de una neurosis socialmente condicionada que se expresa en sólitos fenómenos de insatisfacción y en síntomas inequívocos de profunda decadencia moral de permisividad y raptos impulsivos en la conducta práctica. Se trata, en el fondo de la invención de la orfandad del hombre, la cual empieza con el proceso de la modernidad y desemboca en el inmanentismo contemporáneo y su ferviente huida de toda trascendencia metafísica.
El fondo del hombre moderno es revelado, en efecto, por el existencialismo al postular su existencia como mera facticidad irracional, como pura contingencia, pues al ser el hombre pura y simplemente de hecho resulta no ser nada esencialmente y, en última instancia, en la instancia religiosa, simplemente no ser (non esse). No solo el hombre, sino sus creaciones, la cultura, la historia, aparecen entonces como mero hecho bruto, sin razón de ser y sin sentido –no encontrando así ninguna mediación salvadora, ni en la filosóficas esencias, ni en su participación en las dignidades de nobleza y eternidad de Dios, ni en un posible destino de la Humanidad. 
Se trata de la caída en la propia y nuda facticidad, por razón de haber puesto en la cumbre de su imagen del mundo no a Dios, o a las esencias, o al destino Humano, sino a la existencia o a la técnica y sus progresos estupefacientes, o al monopolio capital; y de una caída abismal, al dejase llevar por el conformismo en la abyección de una existencia puramente fáctica y sin justificación o razón de ser –la cual finalmente termina por desnaturalizarlo al ser el hombre sin necesidad y sin naturaleza. Resultado: el hombre: el ser inesencialmente existente y opuesto esencialmente a Dios al definirse como el ente innecesario de innecesarios atributos que muestra en su conducta práctica la esencial inesencialidad de la existencia: es decir el no hombre. Se trata del hombre despersonalizado al grado de poderlo definir solo por su existencia, por su historia, por su vida contingente, individualizado absolutamente hasta del género y que por tanto haya su perfección y acabamiento cumplido en la muerte. El misterio de la individuación no obediente así a ningún destino o ideal trascendente en medio de la pura facticidad y de la contingencia no puede sino revelarse en la antipersona, la que ya no participa del alma humana, de la conciencia o del espíritu, de la naturaleza o esencia humana. Se trata del Dasein, del ser arrojado ahí, del accidente, cuya inconsciencia sólo puede refugiarse en una ambigua idea del naturalismo y cuya expresión no es otra que la del cínico al ser puramente de hecho y sin razón de ser –teniendo como horizonte el sin sentido: la muerte y el no ser. También angustia, radical, constitutiva, cuando se es pudiendo ser de otra manera, cuando se es pudiendo en realidad no ser. 
Ya se sabe: es la caída. Es la existencialidad entrañante íntimamente del no ser y abismada en la nada. Caída por el motivo de su negación de las esencias, de toda esencia, correlativa a la negación de la esencial necesidad de las existencias, de toda existencia; por razón de su nihilismo, de su afirmación del vacío y nihilidad y carencia de valor de todo (acosmicismo). Afirmación correlativa de la contingencia, pues, de la no esencial necesidad de la existencia o de la existencia nuda de toda existencia. Así, el ser de hecho, sin justificación, sin razón de ser, no puede optar por otra cosa que la inhumanidad o la abyección –ya que no hay principio de razón que valga pues empieza por no haber razones esenciales, donde no hay razones de ser, donde no hay razones que dar, existiendo sin porqué, irresponsablemente, y donde se afirma solamente la irracionalidad de todo, su facticidad pura, en la negación de la razón, del juicio, pudiendo ser irracionalmente, fácticamente, contingentemente, solamente hecho o sin razón de ser. Historicismo radical, pues, para el cual el hombre no tiene naturaleza sino… historia… yéndose la vida en su puro existir.
Se trata del hombre moderno, descreído de la razón, del espíritu, de las esencias, mortalmente hostil a las esencias, que ya no vive por principios racionales o fines espirituales –que simplemente vive, más que por tradiciones o por hábitos, o por tendencias sociales o por convenciones, prejuicios o intereses, por impulsos… y para el cual no hay hombres más esenciales que otros, más necesarios, más humanos –pues empieza por no reconocer la dignidad de las esencias. Parejos al positivismo de nuestros días y a su terrorismo antimetafísco, los hombres de hoy en día resultan así profundamente adversos a la filosofía, a la metafísica, siendo nuestros días también y en el fondo profundamente antifilosóficos –por más que los lideres de tales actitudes impulsivas se digan sabios: pobres diablos que se dicen portadores ni más menos que de la filosofía al concebirse a si mismos y a todos los demás entes como meros hechos sin razón de ser, urgidos, por decirlo así, de agarrar a las existencias por el rabo.
Se trata, pues, del problema fundamental, planteado por la existencia del hombre moderno, de la legitimidad del hombre. También de la histórica concesión filosófica al materialismo, de la explícita aceptación de que el espíritu es lo más valioso… pero lo más impotente, pues el impulso que es lo menos valioso y lo más ciego, resulta de hecho lo mas potente. Su primera gran expresión está en el materialismo histórico, que considera que la superestructura espiritual es mero epifenómeno de lo material o que está determinada por la infraestructura material y humana, por la conciencia social inconsciente, por la convención social, siendo lo material la infraestructura decisiva, básica, real. Parejamente a las doctrinas naturalistas que reducen todas las actividades del hombre a la acción instintiva –pues aún las funciones superiores que implican la conciencia son explicadas por móviles inconscientes: la conciencia así cree que actúa movida solicitada por valores morales, estéticos, lógicos, cuando en realidad actúa movida por motivos sexuales, económicos o de poderío, pues se concibe al hombre como siendo esencialmente un ser de instintos –con la correlativa precipitación de los valores humanos hacia abajo, que los convierte propiamente en infrahumanos. Idea pesimista del hombre, pues, de que los órdenes más elevados del ser pueden explicarse por los menos elevados, negando con ello autonomía ala vida consciente. 
Negación, pues, de la idea tradicional del valor supremo de la conciencia y del sumo poder de las ideas, del espíritu, de la razón, potencias a las que se juzga impotentes y desvalora con preferencia impulsiva por otra cosa. La consecuencia de tal filosofía paradójica, de tal razón, contradictoria, no puede ser sino el atropello de la inteligencia ante otros potencias -perseguida, desterrada, arrollada, escarnecida e impotente ante ellas. 
También orfandad, exilio del hombre, donde se llega al extremo último de perder la posibilidad de reconocerse; problema de identidad entrañado en vivir en la negación y en la mentira al convertir lo que nos en dado en lo que no queremos negando a la vez lo que tenemos en nombre de lo que nos falta –convirtiendo por tanto lo prometido en lo que no se cumple al negar lo que nos falta en nombre de lo que tenemos. Su extremo: no dar razones, no hablar, apertrecharse en la fuerza y seguridad del hablar solo dejando a los otros chiflando en a loma… o apertrechándose en la sordomudez y perdiendo así el sentido de la vida… que radica en hablar, en escuchar a los otros: en comulgar. Resistir a los otros, tener en uno mismo la fuerza, sin embargo, entraña un oculto dolor: ser arrojado a la contingencia y apartarse, ser abandonado de la gracia… en ser profundamente desgraciado como consecuencia de haber perdido el alma o de ser un alma indigna. 
Crisis de nuestro tiempo que se manifiesta en varios caracteres de la edad contemporánea. En lo político, donde se pretende realizar al hombre pero sin fundarlo, erigiendo lo político a la vez como algo irracional en principio de vida y que, por mediación del historicismo y sus depravado sistema del mundo, desemboca en los estados fascistas y totalitarios –los cuales no serían posibles si previamente no hubiese una absorción de la vida privada e íntima por la vida publica, en donde las personas intervienen cada vez menos en cuanto tales y en la que por tanto no pueden encontrar el individuo pleno desarrollo, desembocando en el patético cuadro de lo impersonal, incluso de lo despersonalizado, en un proceso de continua y creciente proletarización espiritual, característico de las masas, de las que se llega a no distinguir –abriendo con ello la puerta al goce y frenesí de la violencia social y política. En la técnica y sus progresos narcotizantes y en la tecnocracia, pues si la técnica se resuelve en el aparato, la tecnocracia, la cibernética, organiza la vida a imagen suya: el trabajo, la industria, la economía, la administración, en una creciente tecnificación y mecanización de la vida que sólo puede cumplirse plenamente en un mundo a la vez automatizado y de autómatas, teniendo como consecuencia un divorcio entre la política y la cultura. Peligro sustantivo de la aniquilación de la persona humana por el estado totalitario que se sustenta en un concepto puramente negativo y sin contenido de la libertad, meramente formal y sin contenido, entendido como un derecho de paso, arrojando al hombre a una búsqueda meramente instintiva por el poder –lo que más que otra cosa despersonaliza al ser humano, arrojándolo a la irresponsabilidad de la masa o de la ascidia. Consecuencia de todo ello: una creciente pero efectiva falta de sensibilidad para lo humano en cuanto tal, lo cual es vilipendiado con una preferencia impulsiva y hasta violenta y maquinal por otra cosa. 
Porque ante lo que nos enfrentamos es al peligro radical del hombre, que es dejar de ser, que des-ser-se, que es disolverse o deshacerse en otra cosa, en lo que no es él mismo y abomina de su esencia. Fenómeno de la vida contemporánea es, en efecto, el de hombres sacados de su centro, excéntricos, pero que a la vez adoptan los puntos tangenciales de manera extremosa –hasta convertirse en meros satélites en fuga y sin meta, pero también sin legitimidad y sin origen. Época extremista y extremosa es la nuestra que manifiesta el peligro radical y constitutivo de la humanidad: el de deshumanizarse, el despersonalizarse, el de dejar de ser. No ser hombre, pues, y devenir en ente de naturaleza dada, animalizándose en seres abortados de la educación, de la tradición, de la humanidad -por más que apelen cínicamente a los recursos calmantes del naturalismo. Si lo humano es radicalmente personal, dejar de ser propiamente humano no puede consistir así sino en dejar de ser persona, precisamente en despersonalizarse en la masa o el en vulgo, o en la gente de los sujetos directores o en el cualquiera, en el don nadie, en el ninguno que pasea sin rumbo, como hoja al viento, por la calle. 
La solución a tan aguda problemática no puede encontrarse sino en una filosofía de la persona que de una clara idea de la esencia del hombre, de sus exclusivas o propios derivables de su esencia (Antropología Filosófica) y que mediante una filosofía de la educación coherente se potente para restaurar a la metafísica –contrarrestando así el materialismo característico, típico, esencial a la modernidad, mostrando que tal posición desemboca inconcusa, irrefragable, indefectiblemente en el confinamiento de la persona dentro de los más estrechos límites de sí misma, en su pura facticidad y contingencia pura, o en una reclusión de la existencia en sí misma en el sentido más riguroso y reducido –al grado de poder ser el otro radical que es el no ser al ser hechizados por el bostezo idiota de la nada. 

7-IV-2012



Egoísmo: el Grado Cero de la Voluntad Por Alberto Espinosa



    El equilibrio de la compleja naturaleza humana (natural y sobrenatural, intelectual y emocional, egoísta y altruista) solo se encuentra en la virtud, que es la conducta que procura la perfección equilibrada – que se individualiza personalmente, pero que sólo puede lograrse políticamente, de acuerdo a valores intersubjetivos totales como la felicidad, hasta subjetivos (como puede serlo la satisfacción en el cultivo de alguna afición o disciplina: para uno tocar el tololoche, para otro escribir poesía, para uno más cantar), lo cual se explica por ser los sujetos históricos no sólo individualmente distintos, sino diferentes. El egoísmo alcanza su límite de expansión equilibrada en la afirmación de la propia voluntad, sin imponerla a los demás. Alcanza su perfección cuando antes de avanzar sobre la voluntad ajena se acerca a los demás con espíritu de identificarse con ellos, dejándolos libremente ser ellos mismos y experimentando la simpatía de la identificación intelectual o emocional de tal manera que la propia personalidad se enriquece con la experiencia de la convivencia en la identificación emocional o intelectual, expandiéndose, dilatándose, esponjándose la propia libertad con el espectáculo de la variada riqueza de la realidad. El valor del liberalismo es la corona de la virtud equilibrada del egoísmo; el respeto e incuso la complacencia en la individual personalidad del ser humano –que es anejo al respeto por las libertades de creencia y expresión y que se postula como máximo valor del humanismo. Más que unanimidad uniformada, complacencia, pues, por la pluranimidad y maravillosa riqueza de lo humano y del Universo todo.

   Sin embargo, el egoísmo empieza a acusar una tendencia desequilibrante cuando recae en el atávico impulso de hostilidad contra el extraño simplemente por serlo, por pensar, creer o sentir de otra manera –impulso de hostilidad que se expresa primariamente mediante la indiferencia, dejando al otro por decirlo así chiflando en la loma. Las formas socialmente codificadas de agresión al prójimo empiezan incoándose con el olvido del otro –subiendo de grado por medio de la intimidación, el chantaje y la provocación. Como ha visto Schopenhauer el grado cero de la voluntad, el grado en que el corazón se congela y endurece, empieza con la indiferencia, pero puede bajar de grado hasta el punto de imponer a otro por la fuerza, a como de lugar, el propio pensar, sentir o creer –hallando sus formas más refinadas en el adoctrinamiento y más descaradas en la convención de la uniformidad institucionalizada. Se trata entonces de la afirmación egoísta de la propia voluntad pero que va más allá de sí misma avalada socialmente, invadiendo así la esfera de autonomía de la voluntad del otro y en este sentido oprimiéndolo. Se trata de hecho de una contracción de la voluntad y de su endurecimiento concomitante, de tal manera que la propia voluntad se convierte en negación de la ajena. Su forma más tenue de expresión es la falsa promesa, la cual crea una esperanza en la voluntad del otro cuya expectativa queda defraudada. La voluntad propia que niega la ajena se expresa así con alguna energía negativa e impositiva, cometiéndose por tanto alguna injusticia –haciendo nacer una ofensa en el paciente, quiero decir el surgimiento de un dolor interior al ver negada su voluntad y un remordimiento de conciencia en el agente de la imposición al llevar a cabo una invasión negativa y no consentida en la voluntad ajena. Así, lo que propiamente se llama egoísmo es el punto de vista unilateral que se desapega de los intereses del otro en provecho del propio bienestar, llevando acabo así una acción inmoral al infringir al otro un dolor interior al tener que soportar una injusticia. El hombre egoísta es aquel que considerándose el centro del mundo se siente a la vez empequeñecido hasta la nada como la gota de agua en el mar, preocupándose así en tal contrariedad sentimental solamente por su propio bienestar, dispuesto a sacrificar todo lo que no es él para afirmar su propia persona –adoptando por tanto la figura estética de la vanidad o de la presunción y exponiéndose por ello mismo al ridículo –actitudes que se vuelven funestas cuando son adoptadas por la masa desatada emancipada de toda ley. Por lo contrario, la acción altruista es aquella que sacrifica el propio bien en provecho del bien colectivo.



El Peligro del Hombre I Por Alberto Espinosa



I
Fenómeno de la edad contemporánea, consecuencia de los extremos que revelan y dan razón del fondo último de la modernidad, es el desconocimiento de la persona humana en cuanto tal. El hecho más hondo y decisivo del mundo actual es, en efecto, el desconocimiento de la persona –no sólo en el sentido de la ignorancia acerca de ella, sino en el sentido de sufrir la persona menosprecio, de que se le desprecie abiertamente o se haga caso omiso de ella, que incluso se pase por arriba de ella atropellándola con preferencia impulsiva y hasta violenta por otra cosa a la que se le supedita(el procedimiento burocrático, el dinero, la instancia institucional, el grupo social, la lucha de clases, la Idea). No se trata sólo de una ignorancia teórica respecto de la persona y sus valores, sino de un abierto desconocimiento estimativo y práctico, de un tuteo y codeo público que resulta de una fundamental pérdida de sensibilidad para la persona humana, par su valor, su ser y su existencia misma –provocando consecuentemente una reacción de la persona expresada en profundos síntomas de perturbación e insatisfacción (cuando no de franca alienación). 
Tal conspiración contra la persona tiene su génesis en una alianza de fuerzas y potencias del mundo actual contra la persona humana reducido en mero cliente o consumidor mercadotécnico y en número administrativo, todo lo cual se concentra en la llamada postmodernidad –la cual no es en el fondo de una metafísica personal profundamente antifilosófica, hora de ideas y hostil a las esencias. Una de sus expresiones más cabales es la formula existencialista, según la cual el hombre no tiene naturaleza o esencia, que no existe una naturaleza humana, una esencia humana, sino solo historia, reduciendo al hombre al tiempo y dejándolo sin justificación cabal al postularlo sólo de hecho y sin razón de ser. A diferencia del hombre ningún otro ente puede dejar de ser lo que es, ser lo contrario de lo que es y volverse contra si mismo. Pero el peligro del hombre estriba en que puede dejar de ser el animal racional que es, puede dejar de razonar, de reflexionar, de pensar para actuar comandado por el espíritu del mero impulso siendo sin justificación, meramente de hecho y sin razón de ser. 
Hay en la naturaleza humana la dualidad de espíritu y materia. A la filosofía antigua correspondió la exaltación del espíritu y el menosprecio de la materia. Sin embargo nuestros días se caracterizan por una exaltación de la materia y menosprecio de las potencias espirituales del hombre. Presión histórica y generacional que gravita sobre el hombre moderno que nos ha llevado a un extremo de la crisis de nuestro tiempo donde la filosofía misma declara que el espíritu es lo mas deseable y lo mas valioso –pero lo mas impotente; mientras que reconoce que la materia es lo menos valioso –pero lo más potente. Extremo que al dar la preeminencia a los instintos sobre la razón, ínsito al materialismo histórico, lleva a cabo un maleamiento de la conciencia social al intentar negar de hecho el efectivo poder de las ideas, del espíritu, de la razón y al que son anejos los fenómenos de la inversión en la lógica de las preferencias; el asalto de cultura por las masas; una excitación nerviosa e incontinencia corporal en el individuo aparejado con un descenso en la temperatura de su voluntad que llega alcanzar el grado cero del que hablaba Schopenhauer, y; la síntesis de los impulsos enemigos –fenómeno éste ultimo de gran dramatismo al ser magnificado por demagogos e intelectuales al ser derramado sobre las masas mismas. 
Ante ese panorama desolador es tarea de la cultura nacional alzar de nuevo los valores humanos y el Humanismo que la reacción materialista ha bajado al grado cero al que lo ha bajado, para primero valorar y luego volver a poner en la cima de la condición humana. Para ello hay que reconocer el objetivismo social de los valores y de las ideas, dando cuenta de la efectiva encarnación de lo universal en lo individual (contra la ficticia trascendencia de de lo universal a lo humano y a lo real en general). Reconocer pues en la ontología de la existencia humana que el hombre es un ser que vive en sociedad y en cuanto tal es un ser moral (incluido aquí su carácter político) sujeto a exigencias y deberes de carácter ideal; conciencia, pues, que lleva al hombre de realidad meramente material (ser) al reconocimiento de los valores (deber ser).
II.- Personismo
El problema de los sistemas académicos en boga (Hegel-Marx) es el uso de categorías supraindividuales que no llegan nunca a la persona, deteniéndose profusamente en categorías abstractas de lo real y por ello relativamente irreales. La solución a ello, la cual debe tener una base pedagógica, es la convicción de que no hay que llegar a la persona en la filosofía…. Sino partir de ella en la constitución de una metafísica cabal, acabada, completa –pues sólo partiendo de la persona y teniendo de ella una calara noción se puede llegar a una concepción adeudada de la existencia. El conocimiento del hombre, en efecto, es la perfección –y el conocimiento de Dios es la perfección completa. 
. En efecto, la realidad humana es la única realidad absolutamente dada y concreta y absolutamente real –todas las demás realidades son abstracciones menores o mayores de ella y por tanto relativamente irreales. Lo dado a cada uno de nosotros es básicamente, en efecto, cada uno mismo y los demás de nosotros, donde cada uno es primero para si pero referido a los demás de nosotros, siendo la realidad plural al ser para cada uno y a la vez habiendo una unidad de esa pluralidad, la realidad, al ser de nosotros –y tal la estructura de la realidad sui generis tal y como nos es dada (José Gaos. Tomo VII, Pág. 65-66). La estructura de la realidad se da efectivamente como realidad de sujetos para sujetos, en una relación de referencia de los sujetos a la realidad, por ser la realidad distinta de ellos. El error a sido considerar tal relación como inherencia de la realidad a los sujetos, ya como realidad de sujetos exclusivamente, ya como realidad de un sujeto exclusivamente que hace a los demás inherente a cada uno –la plural realidad de sujetos dada como de sujetos distintos en realidad prohíbe considerar así la realidad como inherentes una u otro y menos aún todos a uno. O dicho de otra manera: en la naturaleza del sujeto entra la convivencia con los demás y esta naturaleza afecta al pensamiento –siendo todo pensamiento por personal que sea pensamiento dirigido a los demás. Todo lo humano, en efecto, tiene tal naturaleza social, de la que no escapa el pensamiento –siendo fundamental en filosofía actuar por motivos más de compenetración efusiva que de imposición dominadora. 


Lo humano es efectivamente radicalmente personal y lo más propiamente humano es la personalidad cultivada, el hombre culto. 
La filosofía debe así enmarcar su sistema en una antropología filosófica que de cuenta de todas las exclusivas del hombre: de las categorías autóctonas de la existencia humana, privativas de lo humano o exclusivas del hombre. Las exclusivas del hombre no pueden ser sino los propios o propiedades humanas derivables de su esencia –antropología filosófica que da las armazones para la filosofía de la persona y es la base sobre la que tiene que descansar una filosofía de la educación coherente. 
La filosofía de la persona es aquella, pues, que concibe la realidad constituida principalmente por seres personales, por personas, reconociendo en los valores de la persona los más altos y en el valor de la Persona el más alto valor o Sumo Bien (Leibniz). Tal filosofía sería potente para resolver los problemas de la realidad inmediata, que son los de las personas entre sí, por lo que el reconocimiento de la persona y de los valores personales debe ocupar en la educación o formación humana y en la vida misma el primer plano: en primer lugar el reconocimiento de la persona humana en cuanto tal, del que se deriva el reconocimiento de los derechos humanos tanto de primera como de segunda generación: me refiero no solo al respeto a la libertad de pensamiento y expresión (principio liberal), sino el derecho de llevar a cabo el propio proyecto de vida socialmente, por modesto que sea, dentro de las condiciones materiales de existencia, abundancia o escases, de una sociedad, de acuerdo todo ello a las aptitudes y predisposiciones de carácter de la persona, para que esta alcance así su pleno desarrollo y formación humana (principio social de los valores humanos). 
El principal escollo para logar tales objetivos humanistas ha sido la idea enclaustrada de la conciencia humana, la idea de que la humanidad se realiza en individualidades encerradas en sí mismas. Estigma individualista de la modernidad que se expresa lo mismo en el solipsismo cartesiano que en la egología del sujeto director o en el confinamiento del hombre existencialista, planteando el problema de la compunción del hombre y sus relaciones con otros semejantes. Porque si bien es cierto es cierto que la persona es una mónada, un alma indivisible, no lo es menos que sus actos son intencionales: dirigidos esencialmente y desde un principio ya a los demás. El hombre, ser que habla y entiende, esta desde el nacimiento hasta la muerte en relación con los demás, educándose y coeducándose con los otros en un proceso eminentemente social. 
Se requiere pues una idea positiva del ser humano como un ente constitutivamente abierto y primariamente ya en relación con los demás. Porque lo dado es la realidad humana, lo absolutamente real, pero esta sólo se da como convivencia de entes distintos, donde la comunicación y la distinción personal se requieren mutuamente. Por lo contrario, lo individual en si y lo social en si resultan parejas abstracciones relativamente irreales –siendo el “yo pienso” cartesiano tanto como la “conciencia de clase” del socialismo marxista entelequias, las cuales muestran su desequilibrio al rebotar hacia el extremo opuesto, resultando los socialistas los más individualistas en sus alardes de radicalismo para diferenciarse del adocenamiento del grupo o del rebaño de la masa, y siendo los individualistas los que más rabiosamente se dan al principio socializador del cuerpo, de la materia, coincidiendo desde ese extremo con aquellos. Porque, en efecto, hay que reconocer que si el principio individualizador del hombre está en el tiempo, en la historia, donde la persona despliega tanto sus capacidades y predisposiciones como sus habilidades adquiridas, no es menos cierto que el principio socializador radica en la materia, pues es todo el cuerpo humano órgano de convivencia, el cual posibilita no permanezcan los hombres como mónadas herméticas e incomunicables, sino que se abran a la comunicación y a la socialización, siendo el fenómeno de su encarnación o incorporación de carácter fuertemente social. 
La personalidad filosófica resulta, por lo contrario, la más independiente de todas las categorías y en la que todas las demás vienen a unirse –al grado que es el factor personal el que realmente constituye la variación de las categorías a lo largo de su desarrollo histórico, siendo secundario el factor histórico que más bien resulta lo constante entre ellas. Es decir, la filosofía se especifica en filosofías históricamente constituidas por la existencia humana, por la personalidad filosófica –pues, expresado con el dictum fichteano, dependiendo de la clase de hombre que se es la filosofía que se escribe o que se adopta. La filosofía es, en efecto, un fenómeno de metafísica personal y nuestra vida práctica, pues, de acuerdo al principio intelectualista, la idea que nos hacemos del mundo determina nuestro comportamiento en la vida. La filosofía realista puede intentar una restauración del idealismo siempre y cuando conceda que la realidad fundamental no es la materia, natural o física, sino la persona humana en cuanto tal. 
Por su parte la metafísica sólo puede restaurarse si se concede que no cae dentro de la religión del estado, realidad moral dentro de sus propios límites, sino que el espíritu en cuanto tal se encuentra en la naturaleza humana una semejanza debido a que en ella hay un factor sobrenatural al que esta ligada de raíz, o que es ella de naturaleza religiosa –lo que hace al hombre a la vez natural y sobrenatural, huésped de dos mundos, aunque no sobrehumano.
Lo que se requiere es pues alzar de nuevo los valores humanos y del humanismo que la reacción materialista ha bajado hasta tocar el grado cero de la voluntad, para poder poner nuevamente en la cima de la convivencia humana al espíritu. Poner por principio en primer lugar el mito de la libertad positiva y de contenidos como garante de la acción moral, caracterizada efectivamente por su autonomía y universalidad. Libertad responsable, pues, de la que se derivan los conceptos de cumplimiento o falta, imputabilidad y merito, culpa y gracia. Superación de la crisis moderno-materialista que por ser global a escala planetaria requiere que varias fuerzas cooperen en su diagnóstico y resolución. 
III.- Esquema de una Teoría del Valor
La doctrina de la naturaleza humana señala y con razón que el hombre esta constituido por una oscilación entre pares de opuestos antagónicos, siendo la historia misma de la humanidad la marcha hacia los opuestos extremos que al topar con el límite tiende otra vez al equilibrio, en una especie de regulación autocontroladora del hombre en su humanidad, en su ser. Dos de esos polares extremos son el esencialismo de la filosofía y el existencialismo de los actuales materialismos cada vez más irracionales, excéntricos y extremosos. 
IV.- Coda
El hombre, en efecto, ha pasado así de razonar en las esencias, en la filosofía, en el humanismo, encontrándose próximo a dejar de razonar en el existencialismo inmanentista de nuestros días, en un proceso de secularización desviado del centro estable de la naturaleza humana. Porque el hombre ha pasando de razonar el espíritu religioso, la religión, en la metafísica, como cifra y soporte final de toda su visión del mundo, de razonar sobre su propia naturaleza y sobre las esencias, a sin razonar la religión y aun a la irreligiosidad irracionalista –estando en trance de pasar con el existencialismo y positivismo materialista ambiente, y ya sin pensar, a una religión irracionalista. La moderna irreligiosidad y el desprecio de la persona humana junto con una general falta de distinción en todo lo tocante a los asuntos del espíritu pareciera así el preámbulo para el encumbramiento de un mundo regido por la técnica elevada a religión de estado dentro de una vida puramente maquinal sin filosofía ni reflexión posible: es el proyecto de la transmodernidad, la cual continúa con los motivos ocultos de dominación de la materia y de lo humano material de la modernidad pero elevándolos al cuadrado y a escala global o planetaria en el llamado pensamiento único.





Cultura o Chantaje Por Alberto Espinosa




   Quisiera despejar un lamentable equívoco sobra la idea de "cultura". La palabra cultura, que en su origen se aplicaba al cultivo de plantas y animales. al cultivo del agro, pronto se convirtió en la voz idónea para referirse al cultivo de la cosas del espíritu, al cultivo del jardín interior. Así a terminado por significar las obras de la actividad espiritual pura, pero también otras formas de acción inspiradas por el espíritu -señaladamente la obra educación, a la acción de  trasmisión de la tradición espiritual de un pueblo a través de una generación a otra, pues exclusiva de la naturaleza humana es esa trasmisión del espíritu llevada a cabo por la acción educativa, formadora de hombres al ayudarlos a entrar a ese mundo espiritual, en un doble proceso de familiarización, asimilación y recreación de sus contenidos por medio de la estructura imbricada de la sucesión de generaciones, donde los mayores inician al los más jóvenes en ese universo de sentido, en ese mundo de valores trascendentes que por su importancia para la vida humana, para la persona y la comunidad, tienen la marca de la universalidad.  Sin embargo la palabra "cultura" puede sufrir de usos laxos, abusivos, que superan con mucho la extensión propia de su concepto, o es empleado con intenciones aviesas. Así, fuera de todo derecho, se habla de la cultura de la impunidad, del compadrazgo, de la trácala, o hablar de una cultura de la exclusión, del chantaje y la provocación, o de una cultura del pelado, refiriéndose con ello a usos y costumbres de un conglomerado humano, es emplear la expresión de forma tan laxa cuan confundente, lo cual no puede sino tener como resultado un vago humanismo que pasa ante una comunidad por cultura. Hablar de  cultura vanguardista, designando con ello lo que no es más que moda pasajera y subjetiva, es evidentemente un exceso, el cual puede y efectivamente ha llegado al extremo de  aceptar que la cultura coincide con la conveniencia social del statu quo o con la degeneración de costumbres e incluso de la misma esencia humana, llegando con ello a intentar avalar socialmente el primitivismo intelectual, el rampante permisionismo individualista de todo genero o la corrupción generalizada. No.
   La cultura por si misma, por el contrario, crea por su misma constitución lo que bien puede llaméese "esferas de autonomía" -en nuestro medio lamentablemente hoyadas muchas veces por la dependencia que hay entre sus instituciones propias (institutos y casas de la cultura, escuelas de arte, universidades, etc.) y la política. Punzante problemática a la que hay sumar las presiones que desde varios ángulos imprime a la cultura moderna y contemporánea nuestra la civilización tecnocrática, progresiva, positivista y dominante, de la actualidad. Una cultura sana no pude ser heterónoma respecto de esas potencias, so pena de quedar completamente despersonalizada y reducida a escombros. La acción política que viene de afuera de su seno para torcer su sentido propio, para llevar agua a su molino como vernáculamente se dice, empobrece la acción conjunta de sus miembros, volviendo a sus elementos frecuentemente autómatas de una técnica pero completamente desorientados respecto del sentido humano de la vida -cuya misión debería justamente ser la contraria: la de humanizar la realidad toda, toda, desde el grano de arena hasta el astro.
   Criticar vicios y ficciones de nuestro medio cultural, intelectual y artístico, tan propenso a la ficción, al individualismo sordo, a la imitación descarada, al mexicanismo de disfraz, de cohete y de alarido, y sobre todo al equívoco delirante respecto de la magnitud de la propia valía, criticar tales actitudes, decía, ha sido tarea de la filosofía de la cultura mexicana, ya explícitamente en el psicoanálisis del mexicano emprendido por Samuel Ramos desde 1934 -pero continuado sin solución por un puñado de hombres preocupados por la autenticidad de nuestra singular forma de ser y de nuestro destino histórico como nación. Sus antecedentes y consecuencias también hay que buscarlas en José Vasconcelos y Antonio Caso, sus desarrollos más plenos en la obra del mismo Vasconcelos en los 4 tomos de su impresionante biografía así como otras suyas, como en Qué es Revolución? (editado por la UJED), obras a las que han seguido libros claves sobre nuestra idiosincrasia e historia como El Laberinto de la Soledad de Octavio Paz o la última obra ensayística de Tomás Segovia (Cartas Cabales, Resistencia, etc.). En su centro se encuentra el movimiento espiritual de la Filosofía de lo Mexicano, emprendido por José Gaos entre 1940 y 1950 con varios libros y antologías en su haber.
   Los extremos y extremismos de nuestro tiempo jalonan por decirlo el núcleo de la cultura mexicana propia, occidental, derivada, criolla y mestiza, en proceso de consolidación, hacia fronteras que se antojan ya abismales: por un lado el abstraccionismo de contenidos del espíritu ajenos a toda realidad efectiva humana, el cual imita las grandes construcciones decimonónicas de la germanía, por el otro un falso mexicanismo que se conforma con disfrazarse de enchilada colgándose el metate al cogote e invocar la luz de los astros superiores en una especie de astroloísmo supersticioso. Una corriente más, que sin ser ni de derechas ni de izquierdas, apela desenfrenadamente a la masa y a la violencia para lograr sus objetivos, sin trascendencia cultural alguna, humanos demasiado humanos, que apela a la razón histórica (???) para satisfacer sus caprichos o atenuar sus complejos de inferioridad y que termina cayendo de bruces en el más leso pragmatismo y utilitarismo al comprobar por experiencia propia que no consisten sus movimientos en otra cosa que en una generalizada invocación al caos.
   La cultura mexicana, además del cultivo de sus más preciadas gemas y flores, del trabajo de labranza de su huerto más esmerado y del cuidado a la urna del pensamiento a donde se dirigen nuestras mas caras plegarias, tiene desde hace varias décadas como misión sustantiva la de reformar moralmente nuestras costumbres de convivencia elementales, la de formar hombres autónomos y en posibilidades, ya no digamos de recrear los contenidos de la alta cultura, pero siquiera de ordenarlos para poder hacer de ellos un organismo vivo. Naturalmente esa tarea no puede resuelta por un individuo, acaso ni siquiera por una sola generación de mexicanos, sino por una tarea conjunta que involucre a varios sectores de la sociedad esa magna obra del espíritu colectivo nacional - tarea no susceptible de ser entendida por hombres motivados por sus pasiones desviadas, por su sordo egoísmo, por su "cultura" de la familia burrón o por su extremo subjetivismo y narcisismo individual, es decir, por hombres que padecen una anemia crónica en la materia de  educación. 


Durango
14 de septiembre de 2011 






Jesús B. González “Buffalmaco”: un Periodista del Viejo Zacatecas Alberto Espinosa

Jesús B. González “Buffalmaco”: un Periodista del Viejo Zacatecas
Alberto Espinosa




A Enrique Salinas

“Porque ustedes son la sal de la tierra”
Evangelio según San Mateo 5.13

I.- Las Raíces
   El escritor y periodista Jesús B. González, mejor conocido en el mundo zacatecano con el nombre de “Buffalmaco”, nació en la ciudad de Guadalupe, estado de Zacatecas, el día 16 de julio de año 1887, nació en Guadalupe, Zac., en la casa que está a un lado del Hotel Guadalupe, junto a la Presidencia Municipal, siendo hijo del matrimonio formado por Don Epigmenio González Sánchez y Doña María Josefa de la Concepción Cecilia  Flores Maciel, quienes tuvieron otros tres hijos, su hermana mayor Mercedes (Guadalupe, 1883- México, DF, 1942) quien casó con un hijo del afamado artista e impresor Nazario Espinosa, Enrique Espinosa Dávila, su hermano mayor Epigmenio, llamado familiarmente Don Epis (Guadalupe, 1885- México, DF, 1957), casado con la zacatecana Refugio de las Piedras, y un hermano menor de nombre Victoriano, conocido en el medio familiar como “el tío Tolano”, quien tuviera un trágico fin. Su padre, Don Epigmenio González Sánchez ejerció durante el porfiriato una especie de benévolo patriarcado en Guadalupe, de 1874 a 1894, muriendo tras caerse de un caballo. Su madre, conocida familiarmente como Mamá Quica, hermana del letrado periodista Ignacio Flores Maciel, fue pionera de los voluntariados municipales y primera dama de alcurnia, que organizaba colectas con las mujeres de la alta sociedad, recaudando fondos para acciones de caridad. El futuro escritor se desarrolló de niño en una familia de políticos, benefactores, artistas y literatos. 
   En la Ciudad de México contrajo matrimonio con una estudiante de la canto de la “Alondra Durangueña”, Fanny Anitúa, la soprano María Trinidad Martínez de González, con quien tuvo dos hijas, María y Trinidad, a las que por una razón ignota se les conoce familiarmente y en Zacatecas como “Las Chinacas”. De entre los personajes del viejo Zacatecas sin lugar a dudas Buffalmaco tiene reservado un sitial de honor, pues es una da las figuras que más huellas felices dejaron entre sus contemporáneos y amigos, por su singular talento y las prendas de caballero que adornaban su distinguida y recta personalidad. El apodo de “Buffalmaco” hace alusión al pintor gótico en Florencia y en toda la Toscana para la primera mitad del siglo XIV, Buffalmacco o Buonamico di Martino, (Floreótio, ncia, 1290 – 1340), de quien habla Boccaccio en su célebre novela Decamerón cuando narra cómo los simpáticos pintores Calandrino, Bruno y Buffalmaco van por el río Mugnone buscando la piedra mágica heliotropo, concediéndole Vasari las dotes del agrado y del humor, y con bastante buen juicio en el arte de la pintura, y dice de él en su Vida de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos: “He aquí un pintor bromista que debemos de tenemos muy en serio. He aquí un pintor que utiliza el disfraz de burlador para burlar la solemnidad. En una palabra, se trata del primer pintor con actitud de moderno.” Así era Jesús González: un burlador serio, que hacia cosas estúpidas con total seriedad, y las cosas más serias con burla completa, pues la vida es una comedia de equivocaciones. 
   Fue sobre todo un gran conversador. Su plática hipnótica, a veces francamente delirante y de éxtasis verbales, en frecuentes ocasiones hilarante, estaba poblada de felices y pertinentes ocurrencias, salpicada de dichos vernáculos y trufados con anécdotas de la vida cotidiana, rematados con juicios certeros y definitivos sobre la condición humana. Así, apegándose a derecho, sabía que toda explicación no pedida es una confesión manifiesta. lo mismo que recordaba los misterios de la atracción entre los géneros, como quien al para sobre una escena de la vida real despierta un filamento de memoria, evocando la sibilina sentencia inapelable de que “dos tetas jalan más que un par de carretas”.  Una de las bancas del Jardín de Guadalupe en Zacatecas lo recordó con la lacónica leyenda: “Jesús B. González, de aquí de Guadalupe”, haciendo honor a su cautivador ingenio y al amor que siempre profesó por su solar nativo.
II.-Las Ramas y los Brotes
   Al quedar huérfano de padre a los ocho años de edad, junto con su familia fueron apoyados por un tío abuelo, lo que les permitió seguir viviendo en la ciudad de Guadalupe, inmediata a Zacatecas, en una casa espaciosa y de comodidades pueblerinas, en la calle de Tránsito. La casa y mesón anexo eran propiedad de don Mateo López Velarde, hermano del honrado licenciado don José Guadalupe López Velarde, padre del bardo inmortal. Don Mateo y otro hermano suyo, don Pascual López Velarde eran mineros laboriosos que habían sido varias veces ricos y varias veces pobres, pues los beneficios de una mina los dejaban en otra, pues para tener una mina hay que invertir una mina. Don Mateo murió accidentalmente en el Mineral de Catorce, en el estado de San Luís Potosí.[1] Los vaivenes de la fortuna subterránea los conocía Jesús González directamente, pues su propio hermano Epigmenio González, don Epis, también fue minero y encontró una riquísima veta de plata en un mineral, pero quedo totalmente arruinado cuando uno de sus capataces envenenó una muestra, obligándole aquel lance de confianza malentendida a vender muestra, mineral y mina, volviendo  resignado a la pobreza regular y a cambiar definitivamente de oficio.
  Jesús B. González estudió en algunos colegios de Zacatecas, destacando sus estudios en el Seminario Conciliar de la Purísima, en la ciudad de Zacatecas, entre 1902 y 1904, hasta alcanzar luego los primeros ciclos de la preparatoria. Mientras tanto se iba desempeñando como dependiente en varios comercios y como aprendiz en los talleres de impresión de Nazario Espinosa, habiendo entre ellos una relación familiar ya que a principios de siglo una hermana suya, Mercedes González, casó con un hijo del editor y artista litográfico, Enrique Espinosa, por lo que casi automáticamente se incorporó a la empresa donde tomó amor al oficio de impresor y editor, al grado de convertirse en las pasiones de su vida.  .
   Durante toda su vida fue infatigable fundador de revistas. En el año de 1905, cuando trabajaba como empleado en el Banco Nacional, que era de la familia Descose, situado en lo que hoy es la calle de Juárez y el único de bizarra capital, fundó y editó la revista El Cañonazo, donde hacía ingeniosos ataques a todo lo atacable, defendiendo la democracia y las posiciones antirreleccionistas. Cuando el asesinato del presidente Ignacio Madero y Pino Suárez en 1911 a manos de chacal y usurpador Victoriano Huerta, Jesús atendía un local llamado “El Trébol” en los bajos de una espléndida casona de la familia Flores Legen ubicada al norte de la Plaza de Armas, vendiendo artículos de importación, paños de la lana y lencería fina a la elegante sociedad zacatecana porfirista. Fue en “El Trébol” que alguien le advirtió de las oscuras intenciones del gobierno por sus comentarios críticos en el pasquín, pues una voz en tercera persona le mandó decir “”Por favor, dile a Jesús que se vaya, porque quieren matarlo”. Jesús González decidió irse entonces a la Ciudad de México. La tienda “El Trébol” sobrevivió hasta el año de 1914 cuando la Toma de Zacatecas, año fatídico para la entidad, pues muchos comercios que le daban prosperidad y un inigualable aire de modernidad a Zacatecas, entre los que tristemente se incluía la imprenta de Nazario Espinosa, menguaron o desaparecieron para siempre debido a los saqueos y contoneos revolucionarios.
   Jesús B. González con una pistola suya fajada al cinto y el rezo de la bendición materna gradada en la mente como un disco salió de Zacatecas santiguado tomando la ruta de Jerez, Huejúcar, Colotlán, Momáx, hasta llegar a aquel río anchuroso que llega a Tlaltenango. Un lívido gas neón parpadeante lo acompañó en forma de un signo de interrogación  en medio de la oscuridad en las posadas que habitó en Tlaltenango, hasta hacerle saltar el ritmo de las sienes y apretarle el insomnio contra la frente. El grito madrugador de los mesones, “¡Huéspere!”, lo hacía despertar para escuchar el ruido de arneses en el empedrado y el rugir maternal de la res que lamía a su becerro para peinarle la seda de su pelo bermejo y los torrentes de orines de las bestias despatarragadas olorosos a rastrojo verde.
   Se quedó a vivir en Tlaltenango por algunos años a donde llegó  con un nombramiento de cajero y contador de una empresa bancaria. Fue arropado por la fortuna, pues pronto llegó a vivir al pueblo don Víctor Berástegui, un vasco que abandonó el comercio en Zacatecas para rentar la hacienda de la “Cofradía” que pertenecía a don Aureliano Castañeda. Acompañado de su esposa, doña Ana Morfín Chávez, el industrioso hombre de Elibar hizo pronto prosperar las tierras, adoptando prácticamente a Jesús González, quien se dedicó gustoso a la agricultura, cultivando el maíz y obteniendo de ello gran fruto. Regateando a los peones en la oscuridad de la primera luz conoció la yunta que unce a los bueyes del arado primitivo, la recta impecable en la tierra húmeda, la mano del niño que arroja el maíz pepita e el hondo surco de la tierra, el beso del sol y la caricia vertical de la lluvia campesina. El pueblo del Tlaltenango prósperamente, pues la cizaña del agrarismo absurdo y del liderazgo sis sentido no logró echar raíces en aquel pueblo honrado.
.  El pueblo, a primera vista triste y sin interés, contaba con toda una sociedad en la que el periodista pronto logró acomodo: con el tendero Pancho Delgado y sus hermanos Aureliano y Salvador, con Rubén Rodríguez Real, el Apolo del pueblo, dinámico y mentiroso; con sus compañeros banqueros Silvestre Pérez y el “Chuma” Haro. Trabó relaciones también con Ramón W. Ortega, el capital más fuerte de leguas a la redonda y con Inés y Rodrigo Ortega, con José y Salvador González y Clemente Godina, con Manuel Magallanes y Jesús Velásquez. Con los ricachos Luís y Samuel Dávila tomaba coñac en “El Mundo de Colón”, siendo acompañados por don Manuel Pérez Lete, que era igualito a Alfonso XIII. Don José María Caballero, Julián Horendo y don Zenonito Robles también fueron sus amigos. Con ellos organizaban paseos campestres, tamaladas, cacerías de venado en la sierra, bailes n ocasión de santos y bautizos y las fiestas de aniversario en Tocatic.
   Se pusieron así a inventar mil diversiones para atraer a las muchachas recatadas, sencillas y de buen humor del pueblo. Allí fue que descubrió su gran talento como organizador cultural, pues armó oncenas de fut bol, carreras de relevos, carreras de caballos y corridas de toros. Para mantener la algarabía del pueblo organizó también funciones teatrales en donde para cerrar la fiesta recitaba emocionado el monólogo en verso “En Presidio” del bate zacatecano José Vásquez, al que declaraban para ellos inmortal, y “La Huelga de los Herreros” de Francisco Copel. Jesús B González fue de todo: torero, cazador, deportista, cómico, jinete, enamorado y también agricultor, haciendo todo el bien y todo el mal que pudo, incursionando así con inusitado éxito en el arte de la “todología” o de la “mundanidad”, en el cual fue un verdadero maestro, por todo lo cual acepto y sin rubor el cargo honorario de Presidente de la Junta Patriótica de Tlaltenango del Valle del Estado de Zacatecas.
III.- El Brazo de Ramón
   El previsible resultado de todo ello fue la huída de Jesús B. González a la Ciudad de México, a la que llegó de Tlaltenango sin recursos y sin amistades. El poeta Ramón López Velarde lo salvó del naufragio, invitándolo a trabajar a su lado en la Secretaría de Educación cuando era jefe del Departamento Universitario –tiempo que ambos aprovecharon sabiamente para hacer las correcciones de La Sangre Devota. A finales de 1915 López Velarde es nombrado profesor interino de literatura en la escuela Nacional Preparatoria y en 1915 cubre la ausencia de Enrique González Martínez y conoce a una mujer culta maestra de la normal, diez años mayor que él a quien corteja: Margarita Quijano y cuyo noviazgo durará hasta 1918. A la vez, que durante la confusión del breve gobierno de seis meses de Roque González Garza, nombran al poeta titular de la Secretaría de Instrucción Pública por ausencia del Ministro del ramo, siendo sustituido inmediatamente por el Jefe de Sección Administrativa Joaquín Ramos Roa, conservando Ramón la jefatura de la Sección Universitaria de Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Junto con Jesús B. Gonzalo traba amistad con José Juan Tablada, Julio Torri, Alejandro Quijano y  Enrique González Martínez y publica en 1916 en Revista de Revistas su primer libro de poesías, La Sangre Devota con elegante portada de Saturnino Herrán, llamando a Jesús B. González con justicia “tío carnal” del libro y dedicándole uno de los poemas más celebrados del libro: “A la Bizarra Capital de mi Estado”.
   Al poco tiempo de su llegada Jesús González fundó una imprenta en el centro histórico de la Ciudad de México, en las calles de Regina, donde editaba las revistas culturales Pegaso y Multicolor. La revista semanal  Pegaso, que duró de marzo a julio de 1917, era dirigida por Enrique González Martínez y Ramón López Velarde, encargándose Jesús B. González de la información de espectáculos. Pedro de Alba y Ramón López Velarde publicaron en ella algunos poemas del lagunense Francisco González de León. La imprenta pasó luego a instalarse en las calles de San Fernando, contando sus revistas para entonces con brillantes colaboradores, entre los que se contaban las de Enrique González Martínez y José Vasconcelos. Es por ese entones cuando entra a formar parte del círculo literario y artístico de Antonio Caso, Carlos González Peña, José Vasconcelos, Saturnino Herrán, Roberto Montenegro, el “Chango” Ernesto García Cabral, Manuel M. Ponce, José Juan Tablada, Rafael López, Manuel Horta y Enrique Fernández Ledesma.
  Jesús B. González y Ramón López Velarde reforzaron sus lazos de amistad cuando el poeta se encargó de ayudar a su amigo periodista poniendo su influencia y generosidad a su servicio, logrando que ocupara primero un puesto fugaz en la Secretaría de Comunicaciones y luego otro en Gobernación. En efecto, en el año de 1919, durante el gobierno del presidente Venusiano Carranza, nombran a Manuel Aguirre Berlanga, antiguo compañero de leyes de Ramón López Velarde en San Luís Potosí, Secretario de Gobernación, quien designa al poeta como su secretario personal y al periodista zacatecano como auxiliar. Ramón publica su segundo libro de poemas Zozobra en la distinguida revista literaria México Moderno, cuenta con treinta y un años de edad y su amigo Jesús con treinta y dos.
   En el año de 1920, al ocurrir la derrota del presidente Carranza, tanto Jesús B. González como Ramón López Velarde, acompañados de otro escritor zacatecano, Manuel de la Parra, van en uno de los trenes que acompañan al gobierno a Veracruz,  dispuesto a seguir al Barón de Cuatrociénegas hasta Tlaxcalantongo… o hasta la eternidad. Por alguna razón abandonan en tren en la villa de Guadalupe. Carranza es asesinado en Tlasxcalantongo el 21 de mayo de 1920, perdiendo en el acto don Ramón y don Jesús sus puestos en Gobernación.[2] A partir de ese momento López Velarde se niega a colaborar en ningún puesto público del gobierno de la República, en cambio  a manera de confesión de parte sabemos que a la muerte del cuadillo del norte Jesús González aceptó ser comandante del estado Mayor del general Enrique Estrada, quien lo tomó a su servicio en lugar de mandarlo al patíbulo. .Para proteger su vida se protegió con el vellocino de la cabra de Amaltea y adornado con la cabeza de Medusa a manera de escudo. No mucho más sabemos de aquella aventura en que se embarcó cual Jasón al Hiperbóreo, integrando su grupo con otros dos argonautas zacatecanos más, el escritor Manuel de la Parra, nuevo Ulises de la aventura, y el poeta Ramón López Velarde, quien volvía a ser por vez segunda el divinal Orfeo.[3]
   Corría el año de 1921 cuando López Velarde es designado profesor de literatura mexicana e hispanoamericana en la Facultad de Altos estudios de la Universidad y vuelve a dar clases de literatura castellana en la Escuela Nacional Preparatoria (de las que había sido suspendido en 916), mientras que Jesús B. González fue llamado por José Vasconcelos como asesor de la Secretaría de Educación, siendo compañero de la poeta chilena Gabriela Mistral quien trabo amistad con su esposa Trinidad, a quien alguna vez le envió un retrato cuya dedicatoria reza: “Dios le dio a Usted por esposo a    un hombre de cabeza sutil para librarla del tedio y de la muerte”.
   Una mala noche, cuando Jesús y Ramón se encontraban en un bar, dejaron que se les acercara una gitana que pregonaba: “¡Tu suerte; Tu pasado; Tu porvenir!”. Tomó la larga mano espatulada del poeta, la leyó con atención y le dijo: “¡Amas mucho a las mujeres, pero les temes! ¡También tienes miedo de ser padre! ¡Esta línea me dice que morirás de asfixia!”[4] En un artículo publicado en Revista de Revistas  el crítico de espectáculos escribió: “Algunas ocasiones caminábamos por las calles de Capuchinas, a altas horas, yo envuelto en un grueso gabán y con bufanda, él sin abrigo, cuando el agua s estaba volviendo cristales al beso de la brisa del sur. Montaigne era su leitmotiv y no le importaba la línea de mercurio de los termómetros. En aquella noche de “La Mallorquina” fue traicionado por su organismo tantas y tantas veces fiel. Día a día fue empeorando, hasta que dejó de concurrir a su oficina. Primero el diagnóstico no arrojaba deducciones de alarma. Ramón recluido en sus habitaciones de la avenida Jalisco 71, sin hacer cama, recibía a sus amigos y charlaba de sus temas favoritos. Apenas  podíamos percibir su estado anhelante… La mañana del 18 de julio llegue a visitarlo y lo encontré profundamente decaído. Su respiración era violenta y angustiosa. Sentado en su sillón, con la mirada triste, a mis palabras de sincero optimismo contestó mostrándome su mano larga y expresiva. “¿No recuerdas aquello que me auguró la gitana? ¡Mírame como estoy!””[5]
   “Fue su último amanecer. A su madre y a sus hermanos acompañamos en aquella jornada fatal, Rafael López, Pedro de Alba, Enrique Fernández Ledesma y yo. Ramón, reclinado sobre varios cojines colocados en la cabecera de la cama controlaba con heroísmo casi incomprensible el ahogo fatal de la asfixia. La ciencia no podía acudir en su auxilio: todos los recursos estaban agotados. Hubo un momento dramático: la madre de Ramón, de hinojos al borde de la cama, dejó caer desconsolada la cabeza sobre las manos abiertas del hijo moribundo y lloró silenciosamente. Al incorporarse, Ramón llevó sus manos a la boca y e bebió las lágrimas amargas como el último y más precioso don, al acabar una egregia vida.”[6] 
   Cuatro días después de cumplir treinta y tres años, el 19 de junio de 1921, murió Ramón López Velarde asfixiado por una bronconeumonía mal atendida en su departamento de Avenida Jalisco número 71, departamento 9 -luego de recibir los santos oleos por mano del padre jesuita Pascual Díaz, por entonces presbítero de la Sagrada Familia y más tarde arzobispo de México. Luego de llorar junto con su madre y rodeado por sus más fieles amigos Jesús González, Enrique Fernández Ledesma y Rafael López y su hermano el médico Jesús, Ramón cerró los ojos a este mundo y entregó su alma al Señor  Por órdenes de José Vasconcelos su féretro fue conducido a la entrada del Paraninfo Universitario, donde estaba la rectoría de la Universidad, en un edificio porfiriano en las calles Licenciado Verdad, donde su cuerpo fue velado. Al día siguiente en el Panteón Francés pronunciaron oraciones fúnebres Alfonso Cravioto, Alejandro Quijano y su amigo Enrique Fernández Ledesma.
   José Vasconcelos, rector de la Universidad dispuso, por instrucciones del presidente Álvaro Obregón, los funerales del poeta por cuenta del gobierno y a iniciativa de Jesús B. González, Pedro de Alba y Juan de Dios Bojórquez, la Cámara de Diputados se enlutó por tres días en homenaje al bardo jerezano. Recuerda Jesús B. Gonzáles que además de él y de Saturnino Herrán, estuvieron cerca del inusitado lírico mexicano en los últimos tiempos el poeta preclaro Rafael López y Pedro de Alba, el médico e investigador de los Archivos de Indias en Madrid.   El mismo mes de julio la revista de Vasconcelos El Maestro publica el último poema que corrigió para la imprenta: “La Sueva Patria”.
    Poco después Jesús González promovió una colecta tanto en México como en Jerez para hacer un busto al poeta, encabezando la colecta para el busto en Jerez Isidro de Santiago, el cual fue colocado en la Plaza de Armas de aquella ciudad y es el que todavía existe. Buffalmaco conservó durante años otro busto realizado en yeso por el “Chamaco” Urbina y poco antes de morir le pidió a su esposa Trinidad M. de González que lo enviara al Instituto de Ciencias de Zacatecas y así se hizo.
   En 1924, en uno de los primeros aniversarios de su muerte el gobernador de Zacatecas Fernando Rodare, quien había sido linotipista de Excelsior por muchos años, invitó a un grupo de artistas, periodistas, poetas e historiadores a develar en el Cerro de la Bufa una placa en honor y memoria del bate jerezano, entre los que estaban Jesús B. González, Jesús López Velarde, José G. Frías, Ernesto García Cabral, Juan de Dios Bojóquez y Manuel Horta entre muchos otros. Rafael López tomó la palabra y al hacer referencia al poema La Suave Patria y elevar con la vos los versos:
   ”tu casa todavía es tan grande,
    que el tren va por la vía
   como aguinaldo de juguetería”
… el tren pasó cerca del cerro paralizando con su triste silbato a sus amigos y al pueblo en masa que estaba presente.
IV.- Las Raíces Jerezanas
     El padre de Ramón Modesto López Velarde Berumen fue el licenciado don José Guadalupe, quien gozaba en Zacatecas de gran prestigio por su talento y comprobada honradez. Su hermano, el padre Inocencio, era conocido como don “Chencho” y servía en el curato de Ojocaliente. Fue un sacerdote culto y caritativo, de voz potente de orador de púlpito, cuyas cariñosas manos largas, finas y aristocráticas recordaban a las de su sobrino. Don Chencho encontró la muerte en Ojocaliente por no haber querido casar a un feroz cabecilla de rebeles con una bella joven de la localidad. Cuando Pancho Villa ocupó la capital el estado en 1914, el forajido valiéndose del desorden localizó al sacerdote que se ocultaba en una casa humilde de Ojocaliente y vilmente lo asesinó. Más tarde cuando el general Villa fue informado del atropello el bandolero fue fusilado por los revolucionarios de su partido.
   Don José Guadalupe casó en Jerez de la Frontera con la virtuosa dama doña María Trinidad Berumen, hermana de Silesio, Salvador, Modesto y Néstor, y de María Luisa Berumen, a quien por un arcano el bate llamaba “La Parienta” y que familiarmente fue sobradamente conocida como la “Tía Bichi”, pues vivió muchos años. Don José Guadalupe vivió en Aguascalientes, donde murió en 1910. Sus cuñados Silesio y Salvador, agricultores y comerciantes de carecer sencillo, se encargaron de la manutención de la familia López Velarde Berumen desde que enviudó María Trinidad, cuidando de la educación de los huérfanos con meritoria solicitud en la ciudad de Jerez, en especial Sinesio, que tenía una farmacia.[7]
   La Real Villa de Jerez de la Frontera gozaba por aquellos años de finales de siglo XIX de una situación económica privilegiada, gracias a la distribución adecuada de la tierra hecha en 1830 por el gobernador Francisco García Salinas, “Tata Pachito”, quien hizo de aquel rincón de México un ejemplo de justicia social. Al cobijo de la fértil economía jerezana floreció el comercio y la pequeña industria destacando, además de la farmacia de don Silesio Berumen, toda una aristocracia regional, entre cuyos apellidos resonaban los Inguanzo, Borrego, Castellanos, Zulueta y los Del Hoyo. Por los acontecimientos de la revuelta armada se fueron a vivir a Ciudad de México, fundando los hermanos Berumen una farmacia en las calles de Orizaba. Conjetura Jesús B. González que lo más probable es que Fuensanta, Josefa Dolores de los Ríos, la musa provinciana del poeta, fuera hermana política de don Salvador Berumen.
   Los hermanos de Ramón fueron el doctor Jesús, espíritu fino y de gran sensibilidad artística quien radicó en la ciudad de Torreón, Trinidad quien se encargó en México de la farmacia de su tío Sinesio, Lupe, compañera inseparable de su madre, Pascual, que sirvió en los ferrocarriles y radicó en Aguascalientes, el abogado Guillermo que trabajó para la Secretaría de Hacienda, Leopoldo quien trabajó junto a su hermano en la misma Secretaría, y las gemelas Aurora, que era profesora normalista, y Esperanza, que falleció siendo muy chica. Pasados los años vivieron junto con Jesús en la región de la laguna Aurora, Lupe y su mamá María Trinidad.
V.- La Copa y la Mesa
   Jesús González se establece como crítico de espectáculos colaborando en varias revistas y diarios, como Revista de Revistas y Excelsior.. Recuerda don Francisco Monterde que se encontraba con frecuencia a Ramón López Velarde casi siempre acompañado por el crítico teatral Jesús  González, que firmaba sus colaboraciones con el pseudónimo de “Buffalmaco”, en el teatro Iris y en el teatro Colón, en conciertos y funciones de Ana Pavlova y Andrés Segovia o de la bailarina española Antonia Mercé “La Argentina” y Tórtola Valencia. 
   Como escritor y periodista, pero también como pensador y conversador, Buffalmaco fue apreciado por su singularidad, participando a su manera de esa estética caballeresca, garigoleada y de buen gusto que Ramón López Velarde supo coronar en su libro El Minutero y que todavía al día de hoy se cultiva en su solar nativo.
   Uno de los signos que caracterizan al periodista se encuentra en su columna semanal La Semana Dentro de 50 Años”, donde su talento visionario corona la copa de su obra con fino humor y acertado profetismo. La columna nació al proyectar las manecillas del reloj, no hacia el pasado, como hiera desde 1916 Nicolás Rangel en su columna “La Semana Hace 50 Años” en Revista de Revistas, sino al caminar conjuntamente a los tres bazos cronológicos para remontarse hacia el futuro. La columna de Buffalmaco resultó un gran éxito editorial y luego de pasar por Revista de Revista se publicó durante décadas en el diario ExcelsiorEl mismo José Vasconcelos, quien por natural poseía las dotes de la síntesis y la visión adelantada de la profecía, fue amigo del periodista, y escribió un notable artículo en 1937 titulado “México en 1950”, donde quintaesencia el estilo de su antiguo colaborador, anticipándose su visión, por lo demás en casi medio siglo, a la revelación plena de los babilónicos acontecimientos, también descritos por el filósofo cósmico en su utopía de la raza cósmica y mestiza.[8]
   Jesús González fue animador y fundador de la Revista de Revistas, en la que participó también Rafael López y el vate Frías en la crónica teatral. Su mayor logro editorial fue la revista Chicomostoc editada de forma perfectamente independiente de 1943 a 1944,
   Sus géneros fueron el retrato de circunstancias, cuento, narración, crítica de arte y de espectáculos, dándoles un sitio prominente a las figuras populares, a las artesanías y a las tradiciones vernáculas. Adelantado a su tiempo, descubrió antes que nadie la idea de la salvación de las circunstancias culturales por la reflexión de esa cultura misma, las “salvaciones” de Ortega y Gasset, quien al igual que Buffalmaco tomaba un dolor, un temor o un color local para llevarlo mediante el pensamiento y la literatura al máximo de su significación. .
IV.- Coda: Las Hojas  Mexicanas
   Epitome de la modernidad y resumen de la mexicanidad bien entendida o en lo que conlleva de tesis universalista. Jesús B. González supo entender lo que en nuestra altura se revela como una vida plural y superpuesta a otras, rescatando lo mejor del pasado para actualizarlo en el presente, para ser un verdadero socialista cristiano.
   Evocar el nombre de los mayores es volver al polvo de la tierra con que estamos hechos, también es humectar con el agua viva de la fuente de memoria nuestras raíces más profundas para irrigar de nuevo con  la esmeralda sabia de la vida las hojas del árbol que crece hacia dentro de la frente haciendo de sus frutos pensamientos. El libro inédito de Jesús B. González, Las Barcas de Papel, espera pacientemente su turno para que honor de la tipografía lo conduzca finalmente al panteón de la memoria zacatecana y nacional de las letras mexicanas.



[1] Jesús B. González, “La Familia de Ramón López Velarde”. Revista Chicomostoc, 1943.
[2] Con Venustiano Carranza se cierra el proceso político de la revolución mexicana para ser sucedida por el “caudillismo revolucionario” de Obregón, Calles y 70 años de  “revolución institucionalizada”. La revolución de Carranza se inicia cuando siendo gobernador de Coahuila en 1911 es asesinado el presidente demócrata Francisco Ignacio Madero a manos de chacal Victoriano Huerta y se levanta al frente del ejército constitucionalista que en 1914 toma la ciudad de México. Se enemista con Pancho Villa en la convención de Aguascalientes y se nombra a Gutiérrez presidente provisional. Carranza instala su gobierno en Veracruz y luego de la derrota de Villa en Celaya en 1916 se ocupa de inspirar la Constitución de 1917, año en es designado presidente. Luego de la muerte de Zapata en el año de 1919, el general Obregón se subleva y Carranza tiene en 1920 que abandonar la capital, siendo asesinado en una miserable choza del pueblo de Tlaxcalaltongo por su amigo el general Rodolfo Herrero a las órdenes de Álvaro Obregón. Con ello Carranza pagaba la deuda de haber mandado asesinar a los generales revolucionarios Emiliano Zapata, Felipe Ángeles, Leopoldo Díaz Ceballos y algunos más. José Vasconcelos, quien regresa a México ese año y es nombrado por presidente interino Adolfo de la Huerta rector de la Universidad Nacional, destiló años después amargas líneas sobre don Venustiano, sus generales y caterva de carranclanes, juzgándolo en definitiva un falso ídolo de la revolución. Con Carranza, en efecto, la revolución cambia de signo y al perder contenido ideológico se militariza, apoyándose por tanto en el grado militar y la fuerza, olvidándose del derecho y la razón. Soldado, gran propietario y terrateniente hicieron de Carranza un simple reaccionario que abandonó el carácter democrático, liberal y civilista de la verdadera revolución maderista para dar pie a la era del caudillismo, del señor que está por arriba de la ley y al amparo de la impunidad. Ver José Vasconcelos, Que es la Revolución, “Las vicisitudes del adjetivo “reaccionario””. UJED, México, Durango, 1ª Ed. 2009.
[3] Francisco Villa es asesinado el 20 de julio de 1920 y el 5 de diciembre se produce en Veracruz la insurrección de Adolfo de la Huerta, financia por las compañías petroleras,  en contra la imposición d Plutarco Elías Calles como Presidente por parte de Álvaro Obregón. El general Enrique Estrada siendo Jefe de Operaciones de Jalisco secunda la rebelión y el general Guadalupe Sánchez proclama a Adolfo de la Huerta presidente provisional. Ver “Es con Voz de Biblia: la Muerte de Enrique Estrada” de Jesús B. González, Revista Presente, 1 de diciembre de 1942.
[4] Guadalupe Appendini, Ramón López Velarde: Sus Rostros Desconocidos. FCE, Colección Tezontle. 1ª reimpresión, México,  1998. Pág. 133.
[5] Jesús B. González, “La Última Hora de Ramón López Velarde”, Revista Chiconostoc, 1936.  
[6] Op. Cit. Pág. 134. También en Revista de Revistas, Núm. 1362, 21 de Junio de 1936. 
[7] El libro de Federico del Real Retrato de Familia (Ed. del autor, México, 1991),  cuenta con un capítulo sobre Jesús B. González y una valiosa colección de artículos de Buffalmaco. Ver “La Familia de Ramón López velarde”, Pág. 93.  
[8] Artículo incluido en el libro de José Vasconcelos ¿Qué es la Revolución?. UJED, México, Durango, 1ª Ed. 2009.  Sobre el tema de las proyecciones y adivinación del futuro nacional destacan sobre todo las profecías de José Gaos y de Octavio Paz dispersas en su obra y las asombrosas imágenes noveladas del poeta michoacano Homero Aridjis.