Del Café a la Eternidad Por Alberto Espinosa
Hay en Durango una
mesa de café donde día con día se reúnen las víboras locales, por lo que se le
conoce en los corrillos como el "serpentario". Hombres, algunos de
ellos de vocación democrática, que invitan a su cotidiana tertulia de diatribas
a algún bicho rastrero que haga alardes de orfandad, dando sitio
esporádicamente también a los animales ponzoñosos desbalagados, los cuales son
sobreabundantes en la región. Uno de los asiduos participantes recuerda vivamente
a un ángel, caído naturalmente, el cual aparece, no sin desdicha, en el Libro
Eterno, pues tiene como oficio acusar todo el tiempo y delate de todos a todos
sus hermanos: anhelo de absoluto resulto en oficina de Satanás. Prueba
contundente, en un juicio sumario, de la omnipresencia de lo Eterno –que se
encuentra siempre ahí, rodeándonos, en medio de nosotros, aunque le demos la
espalda, tomando a sorbos nuestro café entre las risas nerviosas, la vulgaridad
profunda, las puyas innobles y las miradas esquivas.
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