martes, 9 de julio de 2013

En la Génesis de Durango: Empresa de Conquista Por Héctor Palencia Alonso


   Cuando se fundó la Villa de Durango, en sitio inmediato a ésta, al sur, ya existía la Misión de San Juan Bautistas llamada Analco por los indígenas, nombre de origen nahua -que significa "más allá del agua". Y bueno es dejar establecido que la palabra Durango es de raíces vascuences y quiere decir: "Vega bañada por un río (en este caso, El Tunal) y rodeada de elevaciones montañosas". El nombre originalmente era "Urango", "Ur" significa agua y "Ango", lugar.
   La Misión de San Juan Bautista de Analco fue el principio en la -, inmensidad del norte de la Nueva España, de la obra inconmensurable de los heroicos caminantes que difundieron el mensaje de amor de aquel San Francisco que hizo montón menospreciable de todas sus riquezas y fue por los caminos cantando la luz del sol y la armónica fraternidad de las cosas. Un año antes de la llegada al Valle de Guadiana del capitán vasco Francisco de Ibarra, ya se escuchaba en la llanura inhóspita a los misioneros franciscanos, que envueltos en su sayal de color ceniza y polvo semejante a la pluma de la alondra, predicaban el más alto ideal que no puede, ser olvidado.
San Juan Bautista fue el nombre de la Misión de Analco, porque los franciscanos llegaron a ese lugar un veinticinco de junio, y esa Misión albergó al capitán Alonso de Pacheco comisionado por el gobernador de la Provincia de la Nueva Vizcaya, Francisco de Ibarra para hacer la traza de nuestra ciudad, tres meses antes de su fundación como Villa. Es el templo de Analco un monumento de la historia, cansado de años, de baldosas que un día besaron las humildes sandalias franciscanas y evocador atrio arrinconado. Un atrio siempre en mi memoria. Ahí se encuentran los restos mortales del Padre José Chávez quien bendijo mi matrimonio hace años, con Martha Isabel Núñez Manzanera (Q.D.D.G.).
   El día de la primera dedicación del Templo de Analco, se celebró también ahí el primer bautismo, que fue de un indio apache de nombre cristiano Vicente Simón, que habiendo sido hecho prisionero fue instruido en la nueva religión. Los conquistadores que venían con el joven capitán vascongado Francisco de Ibarra no formaban parte de un ejército, tal como lo conocemos ahora. De acuerdo a las normas establecidas para la conquista, los expedicionarios invertían por iniciativa propia, ciertos bienes y comprometían sus servicios a cambio de metales preciosos o tierras, si la empresa tenía-éxito. Aquí se encuentra el origen de la iniciativa privada en Durango y en el Norte de México.
   Era de hecho, la expedición de conquista, como la de Ibarra, una empresa en el sentido moderno de la palabra, pues adoptaba una forma similar a la de una sociedad en comandita, en la que cada uno era retribuido de acuerdo con su aportación a la empresa y las hazañas que llevaba al cabo. En las "Capitulaciones" se establecía que los propios expedicionarios pondrían el costo de la empresa, estas capitulaciones eran concesiones a los diferentes individuos particulares que organizaban expediciones de descubrimiento y conquista. Este contrato era de Derecho Público, celebrado entre el otorgante –el Rey o las autoridades competentes como en Virrey- y el beneficiario o vasallo, para la realización de un fin concreto. 
   En las '"Capitulaciones" se especificaba que la quinta parte del oro, la plata y otras riquezas adquiridas correspondían al Rey de España, y del resto, la parte que les tocaba al capitán de la empresa y la de sus compañeros. La Villa de Durango, antecedente de nuestra muy amada ciudad, se fundó el ocho de julio de 1563 por el joven y esforzado capitán Francisco de Ibarra. De la génesis dé Durango, recuerdo ahora que el gran orador, David G. Ramírez, en discurso memorable, como todos los suyos, dijo en una velada conmemorativa del aniversario de la fundación de Durango, que en la génesis de nuestra tierra, "se fundieron en un mismo sol todos los brillos de nuestra historia: La espada virtuosa del joven capitán don Francisco de Ibarra y el raído tornasol de los sayales franciscanos, el ágata empolvado de los soldados españoles y el ocre glorioso de los indios expectantes"... Y en el mismo canto memorable a nuestra cuna, el orador y poeta, sacerdote y novelista, imagina a la ciudad de Durango como gentil princesa encantada, que acaricia el ensueño de rutilante destino recostada en la mitad de su "Valle de Luz".



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