miércoles, 17 de julio de 2013

Las Siete Ciudades de Cíbola Juan Ponce de León: la Fuente de la Eterna Juventud I Por Alberto Espinosa






“Todo el que bebe de esta agua
 volverá a tener sed,
pero el que bebe del agua que les de
no tendrá sed jamás,
sino que el agua que yo les de
se convertirá en él en fuente
de agua viva que brota para
vida eterna.”
Juan, 4. 13


I
   La leyenda de la Fuente de la Eterna Juventud se relaciona con la mítica Atlántida, la isla del rey Atlas, dios de la mar, bienaventurada por inmensas riquezas agrícolas y mineras donde los sabios que la gobernaban hacían reinar la felicidad al distribuir metódicamente el trabajo. La leyenda es tan antigua como a cultura griega, y es relatada por Solón, uno de los siete sabios, peo también es descrita por Platón el su diálogo Critias, quien la dibuja  irrigada por innúmeros canales que riegan sus distritos convergiendo de forma circular a la capital. La ciudadela, igualmente circular, estaría compuesta por anillos concéntricos de tierra y mar unidos por túneles y puentes. Su acrópolis, dice la leyenda, albergaba templos, campos deportivos, palacios y edificios con techos enchapados de oro y paredes recubiertas de pura plata. Las bóvedas interiores eran de marfil con incrustaciones de oro, plata y auricalco (probablemente una aleación de cobre y oro). En el templo sobresalía la estatua de Poseidón, de pie sobre un carruaje de seis caballos alados, tocando por su excelsa magnitud la bóveda del techo. La Atlántida es en verdad la primera de las utopías, una alegoría de alcance político y moral, acaso destinado a alabar alegóricamente los méritos e ideales del Imperio Griego, que en la época del filósofo se encontraba en decadencia.
   El mito, olvidado durante toda la Edad Media, revivió con el descubrimiento de América, renaciendo el interés de la isla tragada por el mar. El continente perdido de la Atlántida fue uno de los motores anímicos en la exploración de Cristóbal Colón, quien atendió a la legendaria tradición alimentando con su descubrimiento las esperanzas de dar con ella. En la Edad Media se siguió siempre pensando que el Jardín del Edén podía estar más allá de las tierras conocidas y para los conquistadores América era la tierra de las maravillas. Todo parecía posible en aquel nuevo mundo descubierto por Cristóbal Colón: ríos tan anchos que parecían conducir a las puertas del paraíso, selvas exuberantes que escondían a bestias fantásticas, hombres que vivían semidesnudos pero se adornaban con ricas piezas de oro viviendo en grandes y sofisticados imperios. Así cuando llegan rumores a la Nueva España sobre la existencia de un magnífico reino llamado Cíbola, a tan solo 40 días de viaje, hacia el norte, los castellanos se ponen pronto en marcha y sin dudar, dispuestos a adentrarse otra vez por tierras desconocidas.
   Por su parte, la leyenda de la Fuente de la Eterna Juventud corrió por toda  la Edad Media llenando de fantasía las mentes de los caballeros andantes para soñar con maravillosas aventuras. Sus hilos más antiguos se remontan al relato bíblico del Estanque de Betsaida, fuente situada ceca de Jerusalén en la que Jesús cura a un hombre, referido por el apóstol Juan, pero también al pozo de Jacob, situado en el monte Garizim, en la ciudad de Sicar, en Samaria, donde Jesús haba a la samaritana de la fuente de agua viva que brota para la vida eterna (Juan, 4. 13)  Sin embargo, su principal cause medieval hay que buscarlo en la ciencia de la Alquimia, en cuya filosofía s habla insistentemente del elixir de la vida y de la inmortalidad relacionado con l panacea universal y la piedra filosofal o lapis. Así, aparece la idea de la fuente de eterna juventud que cura los estragos del tiempo y devuelve la juventud a quien bebe en ella o se baña en sus milagrosas aguas. El símbolo, que fue pintado por Lucas Carnach “El Viejo” en un enigmático lienzo, aparecía profusamente en las narraciones extraordinarias llamadas Novelas de Alejandro, que fueron muy populares durante la era de los descubrimientos de América, reapareciendo la leyenda de la fuente de aguas curativas también en el Libro de las Maravillas del Mundo de Juan de Madeville, todos ellos relatos que no eran desconocidos de los exploradores.  
   Por su parte la leyenda de Las Siete Ciudades de Cíbola y el mito de sus fantásticas riquezas nació en el año de 1153 cuando los moros conquistaron la ciudad española de Mérida y siete obispos salvaron sus vidas cargados de valiosas reliquias religiosas trasportándose más allá del mundo conocido, fundado las ciudades de Cíbola y Quiviria, donde llegaron a tener grandes riquezas de oro y piedras preciosas. El mito de las siete ciudades construidas de oro, cada una de ellas  fundada por un obispo, no sólo estaba vivo cuando se inició la conquista de los territorios americanos, sino que fueron efectivamente buscadas durante siglos por exploradores y gobernantes españoles en el Nuevo Mundo.





II
   La fundación del imperio español en el Nuevo Mundo se debió en gran medida a la obra de individuos que en calidad de empresarios y de arreglos con la Corona Católica costearon los gastos de la conquista y colonización a cambio de privilegios económicos extensivos y de títulos de capitanes generales y adelantados. Así fue a principios del siglo XVI con Diego de Velásquez, Hernando de Soto, Pedro de Mendoza y luego con Juan de Oñate y Francisco de Ibarra, el fundador de la ciudad de Durango. También fue el caso de Juan Ponce de León, a quien se debe el descubrimiento de la península de la Florida en el año de 1513, tropezando con ella en su afán por encontrar la mítica la Fuente de la Eterna Juventud.
    En efecto, cuando Ponce de León conquista los territorios de Puerto Rico escuchó variadas historias narradas por los nativos arahuacos, que eran los naturales de La Española, Cuba y Puerto Rico, sobre la fuente curativa, situada en la fabulosa ciudad de Bimini, situada en un país de riqueza y prosperidad extraordinaria localizada en algún lugar del norte del nuevo continente, indicaciones que posiblemente hacían referencia a las islas Bahamas. Contaban que el jefe arahuaco de Cuba de nombre Sequene había sido incapaz de resistir la tentación de Bimini y su fuente de aguas mágicas y reuniendo a un grupo de súbditos leales y aventureros navegó al norte, para no volver jamás. Sus antiguos súbditos decían que Sequene y sus seguidores había encontrado la fuente de la juventud y vivían lujosamente en Bimini. Sobre la leyenda del caribe de la fuente de aguas restauradoras había dado noticia el cronista italiano Pietro Martiré d´Anghiera en una carta dirigida al Papa en el año de 1513. En ese mismo año Juan Ponce de León emprende una expedición al norte de América para localizarla, resultando su aventura infructuosa aunque en su búsqueda descubre el actual estado de Florida.
   Ponce de León realizó así una expedición por vía marítima, tomando tierra en lo que hoy es la ciudad ed San Agustín. La historia de la búsqueda de la fuente por Ponce de León la documentó  Hernando de Escalante Fontaneda en  el año de 1575 en su libro titulado Memoria. Escalante Fontaneda había pasado 17 años como cautivo de los indios tras naufragar en Florida de niño y en su "memoria" habla sobre las aguas curativas de un río perdido que él llama «Jordán» y sobre Juan Ponce de León buscándolas por la región cuando llegó a Florida.
   En la historia de España en el Nuevo Mundo de Antonio de Herrera y Tordesillas hace la relación definitiva. En su idealizada versión inspirada en la historia de Fontaneda, incluida en su magna obra Historia General de los Hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, Herrera y Tordesillas afirma que los caciques nativos hacían visitas regulares a la fuente, constatando como un frágil anciano se volvía tan completamente restaurado que podía reanudar “todos los ejercicios del hombre... tomar una nueva esposa y engendrar más hijos”. Antonio Herrera y Tordesillas añade que los exploradores españoles bajo el mando de Juan Ponce de León habían examinado acuciosamente y sin éxito alguno “cada río, arroyo, laguna o estanque» de la costa” de Florida buscando la legendaria fuente. 
   Aunque ni Ponce de León ni sus adelantados pudieron dar con el maravilloso manantial, en la actualidad en la ciudad de San Agustín, en Florida, puede contemplarse el  “Fountain of Youth National Archaeological Park”, monumento creado como un tributo a la ilustre historia de la ciudad y como el punto en el que se dice tradicionalmente que tomó tierra Ponce de León, quien fue uno de los primeros europeos en llegar al continente americano. Aunque la fuente allí ubicada no es obviamente la de la leyenda, los turistas beben de sus aguas. En el parque de San Agustín se exhiben objetos nativos y coloniales para celebrar el doble patrimonio, el de los indios autóctonos de la región, llamados  timucuanos, y el legado español de la ciudad.





III
   El mito de la fuente de la eterna juventud entraña la vasta y vertiginosa idea de la posibilidad humana de la regresión temporal -puesto hoy día  de moda por la película El Extraño Caso de Benjamín Button. La vigencia de tal creencia modula una inquietud humana perenne, la cual fue tornasolada por el milenarismo propio del profetismo medieval mediante la idea de que los reyes y emperadores “durmientes” se despertaran en el final de los tiempos, ya para arrasarlo todo, ora para restablecer la armonía del mundo -para recibir en el día del juicio final la bienaventuranza o el castigo eterno como recompensa a su piedad o castigo a sus fechorías. En sus extremos ambas ideas, el anhelo por el pasado y la fruición por el futuro, se unirían en el margen de eternidad que hay entre dos líneas paralelas y asintóticas. Porque en el volver a ser lo que un día se fue y en el seguir siendo lo que se es hay un atisbo de eternidad, un hito del “más allá” inscrito en la naturaleza humana, cuya alma pertenece a la inmortalidad. Así, retornarían a la vida el temido rey de Babilonia, Julio César, Constantino el Grande, el rey Arturo con los caballeros de su tabla redonda, Carlomagno, Carlos V y Federico II. Acaso para multiplicar circularmente sus desdichas, tal vez para alcanzar la salvación y absolución final por la culpa entrañada en venir al mundo. Revuelta, pues, transmutación, y a la vez fin de los tiempos que corren a su cumplimiento y acabamiento definitivo.
   Por lo que toca a Cristóbal Colón hay que decir que el profetismo influyó poderosamente en su expedición y final descubrimiento del Nuevo Mundo. El continente americano vino, en efecto, a cumplir con toda una serie de profecías que versaban sobre la restauración de la antigua Edad de Oro de la Humanidad, dando así satisfacción a una inquietud humanista común de los tiempos.  También es verdad que los nuevos descubrimientos geográficos pronto fueron incorporados para encuadrar con nuevos y mejores argumentos los sistemas proféticos de la época y para reinterpretar con los nuevos mapas a la mano las Sagradas Escrituras.
   Sólo cabe agregar que de la fracasada expedición posterior de Pánfilo de Narváez a la Florida de 1527 sobrevivieron cuatro náufragos: Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes, Alonso del Castillo y el indio Estebanico. Fue Álbar Núñez Cabeza de Vaca, quien en su libro Naufragios describe la larga marcha de la costa de Florida hasta las costas de la actual Sinaloa en el año de 1535, quién da fe que escuchó en su trayecto las historias contadas por los indios de ciudades de riquezas sin límite ubicadas al norte de la Nueva España. Al llegar a la Nueva España en 1536 tanto a Núñez Cabeza de Vaca como a Dorantes se les ofreció ir al mando de una primera partida exploratoria para confirmar las harto fantásticas noticias de las siete ciudades áureas, quienes declinaron la comisión, aceptando en cambio el cuatro integrante de la prodigiosa marcha, Estebanico, apodado “El Negro”, autorizando el virrey la expedición el 20 de noviembre de 1538 por conducto del capitán Francisco Vásquez de Coronado, a quien se debe también el primer intento de conquista  de los lejanos territorios norteamericanos. Por su parte Hernando de Soto, en el año de 1540 penetró en la Florida llegando hasta el río Mississippi, al que siguió la exploración de Tristán de Luna en 1559 y la de Pedro Menéndez de Avilés, quien en 1565 fundó la ciudad de San Agustín, la más antigua de los Estados Unidos. Con el tiempo las posesiones territoriales españolas en la Florida fueron cedidas a Inglaterra en el año de 1763 por el Tratado de París, aunque fueron devueltas a España para 1783, hasta que finalmente en 1819 fueron vendidas en su totalidad a Estados Unidos, convirtiéndose la Florida para el año de 1849  en un estado constituido de la unión norteamericana.






IV

   Valgan estas líneas para conmemorar el encuentro de dos mundos que tuvo lugar en la Florida cuando el adelantado Juan Ponce de León llamó así a la soleada península por suceder su descubrimiento en el  Domingo de Ramos, en la Pascua Florida, el 2 de abril de 1513, cuando vio la tierra nueva situada a 30 grados 8 minutos de latitud norte, tomando posesión de ella a nombre de Fernando II, rey de Castilla y de León –aunque suponiendo erróneamente que se trataba de otra isla caribeña- y hallando posteriormente, de manera virtual, la tan buscada por siglos la mítica fuente de la eterna juventud.  




No hay comentarios:

Publicar un comentario