“Todo el que bebe de esta agua
volverá a
tener sed,
pero el que bebe del agua que les de
no tendrá sed jamás,
sino que el agua que yo les de
se convertirá en él en fuente
de agua viva que brota para
vida eterna.”
Juan, 4. 13
I
La leyenda de la Fuente de la Eterna
Juventud se relaciona con la mítica Atlántida, la isla del rey Atlas, dios de
la mar, bienaventurada por inmensas riquezas agrícolas y mineras donde los
sabios que la gobernaban hacían reinar la felicidad al distribuir metódicamente
el trabajo. La leyenda es tan antigua como a cultura griega, y es relatada por
Solón, uno de los siete sabios, peo también es descrita por Platón el su
diálogo Critias, quien la dibuja
irrigada por innúmeros canales que riegan sus distritos convergiendo de
forma circular a la capital. La ciudadela, igualmente circular, estaría
compuesta por anillos concéntricos de tierra y mar unidos por túneles y
puentes. Su acrópolis, dice la leyenda, albergaba templos, campos deportivos,
palacios y edificios con techos enchapados de oro y paredes recubiertas de pura
plata. Las bóvedas interiores eran de marfil con incrustaciones de oro, plata y
auricalco (probablemente una aleación de cobre y oro). En el templo sobresalía
la estatua de Poseidón, de pie sobre un carruaje de seis caballos alados,
tocando por su excelsa magnitud la bóveda del techo. La Atlántida es en verdad
la primera de las utopías, una alegoría de alcance político y moral, acaso
destinado a alabar alegóricamente los méritos e ideales del Imperio Griego, que
en la época del filósofo se encontraba en decadencia.
El mito, olvidado durante toda la Edad
Media, revivió con el descubrimiento de América, renaciendo el interés de la
isla tragada por el mar. El continente perdido de la Atlántida fue uno de los
motores anímicos en la exploración de Cristóbal Colón, quien atendió a la
legendaria tradición alimentando con su descubrimiento las esperanzas de dar
con ella. En la Edad Media se siguió siempre pensando que el Jardín del Edén
podía estar más allá de las tierras conocidas y para los conquistadores América
era la tierra de las maravillas. Todo parecía posible en aquel nuevo mundo
descubierto por Cristóbal Colón: ríos tan anchos que parecían conducir a las
puertas del paraíso, selvas exuberantes que escondían a bestias fantásticas,
hombres que vivían semidesnudos pero se adornaban con ricas piezas de oro
viviendo en grandes y sofisticados imperios. Así cuando llegan rumores a la
Nueva España sobre la existencia de un magnífico reino llamado Cíbola, a tan
solo 40 días de viaje, hacia el norte, los castellanos se ponen pronto en
marcha y sin dudar, dispuestos a adentrarse otra vez por tierras desconocidas.
Por su parte, la leyenda de la Fuente de la
Eterna Juventud corrió por toda la Edad
Media llenando de fantasía las mentes de los caballeros andantes para soñar con
maravillosas aventuras. Sus hilos más antiguos se remontan al relato bíblico
del Estanque de Betsaida, fuente situada ceca de Jerusalén en la que Jesús cura
a un hombre, referido por el apóstol Juan, pero también al pozo de Jacob,
situado en el monte Garizim, en la ciudad de Sicar, en Samaria, donde Jesús
haba a la samaritana de la fuente de agua viva que brota para la vida eterna
(Juan, 4. 13) Sin embargo, su principal
cause medieval hay que buscarlo en la ciencia de la Alquimia, en cuya filosofía
s habla insistentemente del elixir de la vida y de la inmortalidad relacionado
con l panacea universal y la piedra filosofal o lapis. Así, aparece la idea de
la fuente de eterna juventud que cura los estragos del tiempo y devuelve la
juventud a quien bebe en ella o se baña en sus milagrosas aguas. El símbolo,
que fue pintado por Lucas Carnach “El Viejo” en un enigmático lienzo, aparecía
profusamente en las narraciones extraordinarias llamadas Novelas de Alejandro,
que fueron muy populares durante la era de los descubrimientos de América,
reapareciendo la leyenda de la fuente de aguas curativas también en el Libro de
las Maravillas del Mundo de Juan de Madeville, todos ellos relatos que no eran
desconocidos de los exploradores.
Por su parte la leyenda de Las Siete
Ciudades de Cíbola y el mito de sus fantásticas riquezas nació en el año de
1153 cuando los moros conquistaron la ciudad española de Mérida y siete obispos
salvaron sus vidas cargados de valiosas reliquias religiosas trasportándose más
allá del mundo conocido, fundado las ciudades de Cíbola y Quiviria, donde
llegaron a tener grandes riquezas de oro y piedras preciosas. El mito de las
siete ciudades construidas de oro, cada una de ellas fundada por un obispo, no sólo estaba vivo
cuando se inició la conquista de los territorios americanos, sino que fueron
efectivamente buscadas durante siglos por exploradores y gobernantes españoles
en el Nuevo Mundo.
II
La fundación del imperio español en el Nuevo
Mundo se debió en gran medida a la obra de individuos que en calidad de
empresarios y de arreglos con la Corona Católica costearon los gastos de la
conquista y colonización a cambio de privilegios económicos extensivos y de
títulos de capitanes generales y adelantados. Así fue a principios del siglo
XVI con Diego de Velásquez, Hernando de Soto, Pedro de Mendoza y luego con Juan
de Oñate y Francisco de Ibarra, el fundador de la ciudad de Durango. También
fue el caso de Juan Ponce de León, a quien se debe el descubrimiento de la
península de la Florida en el año de 1513, tropezando con ella en su afán por
encontrar la mítica la Fuente de la Eterna Juventud.
En efecto, cuando Ponce de León conquista
los territorios de Puerto Rico escuchó variadas historias narradas por los
nativos arahuacos, que eran los naturales de La Española, Cuba y Puerto Rico,
sobre la fuente curativa, situada en la fabulosa ciudad de Bimini, situada en
un país de riqueza y prosperidad extraordinaria localizada en algún lugar del
norte del nuevo continente, indicaciones que posiblemente hacían referencia a
las islas Bahamas. Contaban que el jefe arahuaco de Cuba de nombre Sequene
había sido incapaz de resistir la tentación de Bimini y su fuente de aguas
mágicas y reuniendo a un grupo de súbditos leales y aventureros navegó al
norte, para no volver jamás. Sus antiguos súbditos decían que Sequene y sus
seguidores había encontrado la fuente de la juventud y vivían lujosamente en
Bimini. Sobre la leyenda del caribe de la fuente de aguas restauradoras había
dado noticia el cronista italiano Pietro Martiré d´Anghiera en una carta
dirigida al Papa en el año de 1513. En ese mismo año Juan Ponce de León
emprende una expedición al norte de América para localizarla, resultando su
aventura infructuosa aunque en su búsqueda descubre el actual estado de
Florida.
Ponce de León realizó así una expedición por
vía marítima, tomando tierra en lo que hoy es la ciudad ed San Agustín. La
historia de la búsqueda de la fuente por Ponce de León la documentó Hernando de Escalante Fontaneda en el año de 1575 en su libro titulado Memoria.
Escalante Fontaneda había pasado 17 años como cautivo de los indios tras
naufragar en Florida de niño y en su "memoria" habla sobre las aguas
curativas de un río perdido que él llama «Jordán» y sobre Juan Ponce de León
buscándolas por la región cuando llegó a Florida.
En la historia de España en el Nuevo Mundo
de Antonio de Herrera y Tordesillas hace la relación definitiva. En su
idealizada versión inspirada en la historia de Fontaneda, incluida en su magna
obra Historia General de los Hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra
Firme del Mar Océano, Herrera y Tordesillas afirma que los caciques nativos
hacían visitas regulares a la fuente, constatando como un frágil anciano se
volvía tan completamente restaurado que podía reanudar “todos los ejercicios
del hombre... tomar una nueva esposa y engendrar más hijos”. Antonio Herrera y
Tordesillas añade que los exploradores españoles bajo el mando de Juan Ponce de
León habían examinado acuciosamente y sin éxito alguno “cada río, arroyo,
laguna o estanque» de la costa” de Florida buscando la legendaria fuente.
Aunque ni Ponce de León ni sus adelantados
pudieron dar con el maravilloso manantial, en la actualidad en la ciudad de San
Agustín, en Florida, puede contemplarse el
“Fountain of Youth National Archaeological Park”, monumento creado como
un tributo a la ilustre historia de la ciudad y como el punto en el que se dice
tradicionalmente que tomó tierra Ponce de León, quien fue uno de los primeros
europeos en llegar al continente americano. Aunque la fuente allí ubicada no es
obviamente la de la leyenda, los turistas beben de sus aguas. En el parque de
San Agustín se exhiben objetos nativos y coloniales para celebrar el doble
patrimonio, el de los indios autóctonos de la región, llamados timucuanos, y el legado español de la ciudad.
III
El mito de la fuente de la eterna juventud
entraña la vasta y vertiginosa idea de la posibilidad humana de la regresión
temporal -puesto hoy día de moda por la
película El Extraño Caso de Benjamín Button. La vigencia de tal creencia modula
una inquietud humana perenne, la cual fue tornasolada por el milenarismo propio
del profetismo medieval mediante la idea de que los reyes y emperadores
“durmientes” se despertaran en el final de los tiempos, ya para arrasarlo todo,
ora para restablecer la armonía del mundo -para recibir en el día del juicio
final la bienaventuranza o el castigo eterno como recompensa a su piedad o
castigo a sus fechorías. En sus extremos ambas ideas, el anhelo por el pasado y
la fruición por el futuro, se unirían en el margen de eternidad que hay entre
dos líneas paralelas y asintóticas. Porque en el volver a ser lo que un día se
fue y en el seguir siendo lo que se es hay un atisbo de eternidad, un hito del
“más allá” inscrito en la naturaleza humana, cuya alma pertenece a la inmortalidad.
Así, retornarían a la vida el temido rey de Babilonia, Julio César, Constantino
el Grande, el rey Arturo con los caballeros de su tabla redonda, Carlomagno,
Carlos V y Federico II. Acaso para multiplicar circularmente sus desdichas, tal
vez para alcanzar la salvación y absolución final por la culpa entrañada en
venir al mundo. Revuelta, pues, transmutación, y a la vez fin de los tiempos
que corren a su cumplimiento y acabamiento definitivo.
Por lo que toca a Cristóbal Colón hay que
decir que el profetismo influyó poderosamente en su expedición y final
descubrimiento del Nuevo Mundo. El continente americano vino, en efecto, a
cumplir con toda una serie de profecías que versaban sobre la restauración de
la antigua Edad de Oro de la Humanidad, dando así satisfacción a una inquietud
humanista común de los tiempos. También
es verdad que los nuevos descubrimientos geográficos pronto fueron incorporados
para encuadrar con nuevos y mejores argumentos los sistemas proféticos de la
época y para reinterpretar con los nuevos mapas a la mano las Sagradas
Escrituras.
Sólo cabe agregar que de la fracasada
expedición posterior de Pánfilo de Narváez a la Florida de 1527 sobrevivieron
cuatro náufragos: Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes, Alonso del Castillo y el
indio Estebanico. Fue Álbar Núñez Cabeza de Vaca, quien en su libro Naufragios
describe la larga marcha de la costa de Florida hasta las costas de la actual
Sinaloa en el año de 1535, quién da fe que escuchó en su trayecto las historias
contadas por los indios de ciudades de riquezas sin límite ubicadas al norte de
la Nueva España. Al llegar a la Nueva España en 1536 tanto a Núñez Cabeza de
Vaca como a Dorantes se les ofreció ir al mando de una primera partida
exploratoria para confirmar las harto fantásticas noticias de las siete
ciudades áureas, quienes declinaron la comisión, aceptando en cambio el cuatro
integrante de la prodigiosa marcha, Estebanico, apodado “El Negro”, autorizando
el virrey la expedición el 20 de noviembre de 1538 por conducto del capitán Francisco
Vásquez de Coronado, a quien se debe también el primer intento de
conquista de los lejanos territorios
norteamericanos. Por su parte Hernando de Soto, en el año de 1540 penetró en la
Florida llegando hasta el río Mississippi, al que siguió la exploración de
Tristán de Luna en 1559 y la de Pedro Menéndez de Avilés, quien en 1565 fundó
la ciudad de San Agustín, la más antigua de los Estados Unidos. Con el tiempo
las posesiones territoriales españolas en la Florida fueron cedidas a
Inglaterra en el año de 1763 por el Tratado de París, aunque fueron devueltas a
España para 1783, hasta que finalmente en 1819 fueron vendidas en su totalidad
a Estados Unidos, convirtiéndose la Florida para el año de 1849 en un estado constituido de la unión
norteamericana.
IV
Valgan estas líneas para conmemorar el
encuentro de dos mundos que tuvo lugar en la Florida cuando el adelantado Juan
Ponce de León llamó así a la soleada península por suceder su descubrimiento en
el Domingo de Ramos, en la Pascua
Florida, el 2 de abril de 1513, cuando vio la tierra nueva situada a 30 grados
8 minutos de latitud norte, tomando posesión de ella a nombre de Fernando II,
rey de Castilla y de León –aunque suponiendo erróneamente que se trataba de
otra isla caribeña- y hallando posteriormente, de manera virtual, la tan
buscada por siglos la mítica fuente de la eterna juventud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario