viernes, 10 de mayo de 2013

Curso de Antropología Filosófica VII Por Alberto Espinosa



Verdad y Definición de la Filosofía


7.1.- La filosofía de la filosofía es: el desarrollo de la definición de filosofía. Hay tantas filosofías como definiciones se han dado de ella, por sendos filósofos, que consideran cada uno de ellos sus filosofías verdaderas, o cada filosofía es enteramente verdadera –para su autor.

7.2.- Sobre la verdad de la filosofía se dan las siguientes posibilidades:
Que sólo una sea verdadera y las demás falsas –una filosofía revelada a uno o unos cuantos elegidos;
Que todas sean falsas –la filosofía inaccesible al ser humano;
Que todas sean totalmente verdaderas –la verdad personal de las filosofías; 
O que sean en parte verdaderas y en parte falsas –en la parte que son ciencia, de verdad objetiva, intersubjetiva parcial o totalmente; y en la parte que son arte, confesión personal de su autor.

7.3.- La filosofía, si algo es, es ciencia –pero amalgamada inextricablemente con ingredientes artísticos, confesionales, expresión de la posición y la perspectiva en que le es dada la realidad en su totalidad a cada filósofo, a cada autor.
Así, asistimos en la filosofía al inusitado espectáculo de la verdad plural: a cada filosofía la perspectiva en que a cada filosofo le es dada la realidad, y a cada filósofo su verdad: al idealista la realidad de los arquetipos y esplendores; al materialista la pura materia, nuda, sin espíritu… y así sucesivamente.   

7.4.- De la filosofía, radical discrepancia, desacuerdo, de principio, por los principios, por principio –porque cada época, cada cultura, cada hombre tiene, en última instancia, su particular filosofía.
   Sin embargo hay acuerdos, coincidencias, formas de pensar hermanas, simpatías, atracciones, gregarismos Ello se debe fundamentalmente a dos factores: uno, a la cercanía o distancia ideológico y afectiva de una filosofía respecto de otra, de un filósofo respecto a otro; dos, a la distancia o cercanía histórica entre dos filosofías, las cuales explorarían temas comunes, y sobre todo pensarían con las mismas o cercanas categorías de la razón, cambiantes a lo largo y ancho… y profundo… de la historicidad.
   Todas las filosofías serían, en efecto, reflejo de su tiempo, de su cultura, de su nación de origen, aunque el factor determinante sería el personal, pues las filosofías no son el fondo otra cosa que metafísicas personales. Y todas ellas también ofrecen una respuesta, un diagnóstico, una posología y hasta una terapéutica, a los problemas de su época.
   Por su parte, falsas filosofías lo son todas aquellas que no son las personales, porque las filosofías no se pueden adquirir en un mercado y ajustárselas cada filósofo a discreción, ahorrándose con ello el trabajo filosófico de pensar o repensarlo todo por propia cuenta… y riesgo… Por lo contrario, las verdaderas filosofías están hechas por y a la medida de cada sujeto filosofante. No se pueden comprar ni se pueden vender, no se puede enajenar, volver propia, la filosofía ajena, sino que cada quien debe esforzase por tener, desarrollar y componer la suya propia, exclusiva, intransferible, personal –por más que se haga en el marco de una filosofía común. Filosofías falsas son aquellas que introducen en su sistema o visión un protón pseudos: un primer error, que minaría todo desde su misma base. Se ha dicho, por caso, que el primer error, pero grave, de Hegel es hablar siempre con categorías supraindividuales. Error o mentira que se desarrolla luego en Marx, en el culto a las masas, a las clases, con desprecio y a despecho del individuo, pues, a fin de cuentas toda sociedad es… sociedad de individuos. El error de las filosofías analíticas no es tanto el psicologismo, sino su desdén a la verdad personal, pro mor de la ciencia, pero sobre todo su falta de constitución sistemática, su desprecio a la tarea sistemática de la filosofía –quedando todo en una polvareda de datos sensoriales. El gran error de la primera fenomenología, su excesivo tecnicismo, también el de haber puesto entre paréntesis a Dios, en “epoje”, sin haberlo sacado nunca de ahí y que, como en los indiferentes en materia de religión, queda sine estudiar esa categoría de la razón práctica y de la ontología toda, por hacer referencia directa a la totalidad.

7.5.- La razón de ser de la confesionalidad de las filosofías se debe a que los filósofos, al tener como objeto la totalidad del ser, no pueden en su teoría completa abstraer de sí mismos, del sujeto que ellos son, a la manera como hacer las otras ciencias. Efectivamente, la ciencia matemática abstrae de la totalidad del mundo en tormo –menos de lo cuantitativo o numérico de la realidad, en lo cual se abstrae. La economía se abstrae de la totalidad del mundo en torno, menos de lo económico de la realidad –no pudiendo abstraer del sujeto que es el científico, al menos del sujeto económico que él es, teniendo por tanto la economía un rango de variabilidad, de subjetividad en sus principios. La filosofía por su parte es el caso más singular dentro de las ciencias, pues abstrae de la realidad en su totalidad para… abstraerse en la totalidad de la realidad, ya no pudiendo descontar nada del sujeto filosofante, el cual entra por entero en todas sus dimensiones, económicas, afectivas y morales, para la composición y en el desarrollo de la obra. Por ello, la filosofía es también y esencialmente confesión personal de su autor, punto de vista, de verdad strictísismo sensu personal. Aunque también es cierto que sin algún tipo de universalidad, de verdad universal, no habría simplemente filosofía –no queda entones sino la aceptación de la finitud propia, de la propia y finita personalidad, de donde su subjetividad, y de atender a ella y a su circunstancia con toda la autenticidad posible, de donde su posible universalidad.
   Todo mundo tiene su filosofía, se dice, y con razón, por rudimentaria que sea –aunque no, tal vez no, porque parecería que estamos arribando a una época de pura exitenciariedad sin filosofía alguna, donde ya no se tiene idea del mundo… ni de nada… en la que no hay definiciones de las cosas en una pesada y absorbente ambigüedad de todo, de las formas y de los contenidos mismos de la cultura. Porque si durante siglos se fueron sucediendo las formas más relevantes de filosofías, con los tipos humanos por ellas representadas a la cabeza, en unas cuantas décadas, en un siglo también, hemos asistido en tanto humanidad a la extinción de toda filosofía, al dashein, al ser arrojado ahí, no determinado, no definido por su conciencia, o por su esencia,, sino por las meras, mezquinas, presionantes, angustiantes, estrechantes, condiciones materiales de su existencia, por su mera existencia misma, masivamente y sin sustancialidad, sin personalidad alguna –cuestión de la enajenación de la persona humana que es punto fundamental, radical, del curso analizar.
   Puede adelantarse, sin embargo, que si las filosofías discrepan es porque reflejan una terrible gigatomaquía, un choque, un enfrentamiento entre dos potencias del alma humana, que llega a darse en el interior mismo de las filosofías: entre Cronos, devorador de sus hijos por medio del recurso a la existencia nuda, y Logos, que es palabra, esencia, idea -pero también acción y verbo salvador.  

7.6.- La filosofía es: una historia de textos. La filosofía nos es dada como un horizonte de libros, constituidos históricamente, de acuerdo a una sociedad magistratorum et discipulorum generalmente -incluso en el caso del marxismo, que siendo teoría económica en su esencia está más bien bajo el cobijo de la política, siendo ella la más social… y a la vez la más antisocial de todas las escuelas, en razón de su cientificismo… y de su dogmatismo de cuño antiliberal.
   Como quiera que sea, la filosofía no es ajena a su circunstancia, a lo que se puede llamar incluso “espíritu de escuela, y el filósofos por tanto una especie de escolarca. La circunstancia filosófica tiene, en verdad, un peso definitivo, pues cada filósofo aprende de sus maestros no la filosofía, sino a filosofar, siendo en este respecto esenciales tanto las categorías de la razón examinadas por una época y modeladas por una cultura en particular, como el método que a fin de cuentas organiza el todo; es decir, resultando esencial a la filosofía la tradición de la que participa, pues la filosofía no se saca de la cabeza del filósofo como saca el ilusionista de su chistera un conejo, sino atendiendo a una trayectoria de pensamiento, a una historia, y hasta a un propósito nacional o continental, el cual a su vez no puede darse sino sobre la base del acmé de una cultura, sobre la base de una cresta o pico de desarrollo máximo de ésta. En este sentido puede decirse que la filosofía es el desarrollo y organización sistemática máxima posible de la experiencia de toda una cultura.
   En los países latinoamericanos se desarrolló así una filosofía de la persona, enraizada en una filosofía de la circunstancia y de la educación, siguiendo para ello y modificando el método fenomenológico de la descripción de esencias. Se trataba, efectivamente, del movimiento cultural hacia el establecimiento de una filosofía del hombre, de la persona, de horizontes educativos, consolidada en México por José Gaos como toda una filosofía de la filosofía: como una cabal teoría de la razón –que define al hombre en su esencia y de teoría y reflexión sobre esta esencia misma. 



Apéncie I.- Espíritu de Escuela. La Orientación Hispanoamericana

         I.- Escuela de Caso

   La evolución crítica del sistema del maestro Antonio Caso habría que rastrearlo en su lucha contra el positivismo (1941), pero también con el materialismo histórico (de 1935 a 1936), y el neokantismo de Marburgo (1937) -que en su horizonte sistemático postulaba ya la siguiente etapa por venir.[1] Caso, en efecto, fue diseñando una concepción personal del método fenomenológico, lo que le permitió, con los desajustes propios de toda contribución a una tarea espiritual, dar expresión a una metafísica de raigambre cristiana. Es notorio el paralelismo que hay en los pasos dados en las obras de José Gaos y Antonio Caso por importar y servirse del método descriptivo esencial de Husserl -el cual prometía ser un positivismo absoluto.
   Lo que le interesaba a Caso de la fenomenología era el rescate del mundo de los objetos ideales para al través de él rescatar la objetividad del reino de los valores -en los que Caso se interesaba sirviéndose de un intuicionismo de cuño bergsoniano, pero también del intuicionismo "esencial" sostenido por Husserl.
   Sin embargo, al faltar en Husserl un principio de dinamismo o evolución, Caso, y a su zaga Gaos, se vieron en la necesidad de completarlo con un recurso a la voluntad, de importancia radical en el conocimiento científico. Para Husserl el orden ideal está regido por su validez a-prioiri -con independencia de cualquier ley psicológica y por lo tanto con independencia de la voluntad. Pero hay un principio, que ha de considerarse a priori también, que rebasa las leyes de la lógica pura y su reino ideal, derivado de la voluntad de conocer -cuya a-prioridad de principio la da el ser condición necesaria de toda explicación científica. Tanto la voluntad como la razón son a-priori para todo conocimiento, pues sin la voluntad de conocer, en efecto, nada se conocería.
   El voluntarismo, en efecto, puede entenderse en Caso como el intento de hacer al valor descender del Orden Ideal (remota galaxia independiente de las leyes psicológicas y de la voluntad), hacia un mundo donde tenga un alcance empírico, personal -y por ello trascendente.
   En lo que toca al personismo y antropologísmo de Caso, es la derivación natural de su axiología en el sentido de un objetivismo social de los valores -negación de la sustativación del valor de las corrientes idealistas que lo hacían trascendente a la realidad empírica (objetivismo ideal del valor). El valor, en efecto, no es una creación meramente subjetiva. Lo que crea el sujeto es el bien, pero el valor se reconoce en el objeto; no es un producto de una operación subjetiva, sino el objeto inmediatamente dado en una intuición peculiar (ética, estética o religiosa). El bien es, en efecto, la realización del valor, pero justamente por ello la creación de bienes realizan los valores sintetizados o encarnados en la persona humana -que no es el individuo aislado, sino el sujeto de múltiples relaciones que sólo se realizan en sociedad, en comunidad o al vivir algo en compañía.
   La persona concreta se coloca así en el centro de la reflexión desde el escorzo axiológico, dando la primacía a la voluntad, al amor y a la esperanza -pues en la medida en que el sujeto realiza los valores, se trasciende como sujeto solitario y volviéndose depositario y partícipe de una cultura, siendo así los valores el vínculo concreto del individuo con la comunidad. Si la filosofía moderna tiene su punto de partida según el orden del conocer (no según el orden del ser como la filosofía antigua), no hay más que iniciar con un recurso a la voluntad, a la voluntad de conocer, y por tanto a la persona. La fenomenología de Caso desarrolla y completaba en su intuicionismo, voluntarismo y personismo un programa filosófico fenomenológico de corte realista, el cual alcanzo la autenticidad y la coherencia en la vida, corrigiendo así excresencias esqueléticas y derivaciones platonizantes que en su añublo idealista amenazaba parasitar de nuevo las aguas fontales de la filosofía.Imposible decir algo ahora sobre la crítica a La Crisis de la ciencia europea de Husserl hecha por Manuel Cabrera.


Apéndice II.-  Escuela de Ortega

   Ya para los años treinta la conciencia explícita de la historisación creciente de la cultura y de la filosofía, así como las contradicciones en el seno de ella, había conducido por si misma a un replanteamiento radical del ser de la filosofía.[2]
   En lo que respecta a la influencia intelectual, hay que referirse a la más notoria y significativa de ellas: la de José Ortega y Gasset (Madrid, 1883-1955). José Gaos se reconoció hasta el final de sus días discípulo de Ortega. En gran parte debido a que la fuerza de la línea general de su argumentación siguió, en cierto modo potenciando el cauce del filósofo madrileño.[3] El trazo mayor de la argumentación gaosiana habría que buscarlo, pues, entre los temas del discurso de su maestro: la crítica del idealismo, consistente en el razonamiento de no poder ejercer la reflexión sobre los actos vividos simplemente, sino sólo desde otro acto que los tiene como presentes y vividos -indirectamente (o por medio del recuerdo); el circunstancialismo; el concepto de la insustituibilidad de la persona; la idea de la perspectiva personal (perspectivismo) como uno de los componentes de la realidad que, lejos de ser su deformación, es el suelo originario de su organización; la realidad radical, que es nuestra vida, como el foro donde aparecen las demás realidades (efectivas o presuntas) y donde la realidad misma toma sentido; la razón temporal de la vida humana y la vida como el órgano mismo de la comprensión que al poner una cosa en su contexto y hacerla funcionar en él la vuelve inteligible (razón histórica o razón vital); el problema de las generaciones y de las variaciones históricas; el de la teoría de la vida social en sus relaciones con la vida individual y la metafísica, etc. Como ha señalado Julián Marías, la influencia de Ortega en Gaos es el de una verdadera formación que llega a raíz misma de su pensamiento. Gaos recibió la influencia de Ortega a la manera del discípulo en el sentido mas riguroso de la expresión, convirtiéndose de ese modo en uno de los miembros más representativos, si no el que más, de la llamada Escuela de Madrid.[4]
   La obra de Gaos es comparable, como la de su maestro Ortega, a la de una gran composición musical. En ambas se da una procesión ininterrumpida de temas mayores o menores, que, al darse la mano en la momentaneidad y el relevo de sentido, van apareciendo en el primer plano de la voz, entrelazándose con el fondo propio de la armonía orquestal. Sin embargo, mientras Ortega no rehúye las disonancias enfrentándolas con una brillante instrumentación, Gaos prefiere tonos más finos e íntimos de la composición frente al piano y al papel en blanco. O mejor, acaso se pudiera decir que la obra sistemática de Gaos fue escrita, por sus temas absolutamente obsesivos, y relativamente escasa en número frente a los de Ortega, para ser ejecutada por un conjunto de cámara. Una obra, es cierto, para unos cuantos lectores.[5]
   La diferencia capital respecto de Ortega se encuentra en que la obra de Gaos es una gran preparación sistemática y un sistematización efectiva de su pensamiento. Verdadero pensamiento sinfónico en lo que tiene de sistemático -o rigurosamente filosófico.[6] Sólo que el sistema de Gaos no constituye en su caso una forma de congelación o de la petrificación, sino una filosofía personal, entrañante de un proyecto vital, expresamente abierta a su prosecución. En este sentido fue más un colonizador que el descubridor que fue Ortega quien, como recuerda Octavio Paz, solía regresar de sus expediciones por tierras desconocidas con hallazgos y trofeos fabulosos.[7] Si a Ortega le fue dado el don del descubrimiento y de la narración, a José Gaos tocó en cambio la tarea de levantar el mapa del nuevo territorio -a otros ha de tocarles colonizarlo.
   Sin embargo habría que moderar la inexactitud de algunas opiniones según las cuales Gaos no llegó a sintetizar las enseñanzas de "la escuela de Madrid" (es decir, fundamentalmente, de Ortega), así como marcar los límites respecto de sus relaciones con el racioviltalismo de Ortega. Así, sostiene Alain Guy, que al final de su vida:
    "Gaos se emancipó ampliamente del raciovitalismo de Ortega, pero sin remplazarlo jamás por ningún otro sistema...[] nunca llegó a mantenerse fijo en una posición doctrinal definitiva". (Alain Guy, Historie de la Philosophie Espagnole. Publications de l'Universidad de Touluse-Le Mirail, Touluse, 1983. pág. 253. Citado por F. Salmerón "Introducción a la Filosofía de Gaos" pág. 3)[8]
   Como afirma el mismo Gaos, de la misma manera que Ortega había pasado diez años en la prisión de la filosofía kantiana, él prolongó por veinte su estancia en el reclusorio de Heidegger (1933-1953) -aunque radicado el la sala de conferencias de Ortega, y con frecuentes visitas a la sala histórica de Dilthey. Desde su llegada a México, había ya en Gaos una incorporación tal de las ideas de Ortega a su pensamiento que marcaba una imposibilidad de discriminar lo propio de lo aprendido a su maestro.
   "Precisar en todos los puntos hasta donde lo que pienso es    mera reproducción de esta filosofía [de Ortega] o    prolongación, reacción, ocurrencia mía, fuera interesante...[]    Pero tal puntualización me es imposible. Durante años he    vivido en convivencia frecuentemente diaria con él....[] Así,    ya no se si tal idea que pienso, si tal razonamiento que hago,    si tal ejemplo o expresión de que me sirvo, lo he recibido de    él, o se me ocurrió parte y después de la convivencia con él".    (Dos ideas de la Filosofía, de J. Gaos y F. Larroyo, La Casa    de España en México, México, 1940, pág. 192)
   Empero, habría que intentar precisar el tema de la inspiración común. Si por la expresión "tema" se entiende el objeto de un discurso de pensamiento, los temas de Gaos, los objetos obscedentes de los discursos de su pensamiento parecen coincidir con Ortega en un punto: el imperativo reemplazo de la razón pura por la razón vital. Así, de alguna manera se trataría de dos modos de variar, desde dos diferentes perspectivas, lo que Ortega llamó el tema de nuestro tiempo. Título sin duda equívoco, porque más que el tema fáctico de (o hecho por) nuestro tiempo, era el tema imperativo del sujeto Ortega, no sólo por obscedente en él como objeto de su discurso, sino porque pensaba que debía generalizarse en el pensamiento de la mayoría y hasta realizarse fuera del pensamiento.
   El tema imperativo de Ortega fue justamente el del reemplazo de la razón pura por la razón vital, compartido por Gaos -no siendo, aunque sólo en apariencia, el tema fáctico de nuestro tiempo; o siendo tema imperativo por causas, motivos y razones que entrañarían o entrarían en relación con temas fácticos y actuales.[9]
   La razón vital de Ortega en El tema de nuestro tiempo era la de una razón con dos vertientes -una de las cuales era la felicidad (ética y de las satisfacciones normales).[10] Lo que Ortega vio entonces es que la vida no podía reducirse a las satisfacciones de la razón pura, represora y descuidada del gran resto de la vida. La razón vital daba cuenta, así, de un extremo insufrible de sacrificio de la vida a (y por) la razón pura -la que se debía, por tanto, reivindicar y procurar, por la que se debía de preocupar y cuidar, sometiendo más bien a la vida la razón pura. Pero entre la razón y la vida no se trata de una mera oposición -cosa que conduciría a un irracionalismo inteligible. No se trata, pues, de oponer la vida a la razón -en el sentido de la mera satisfacción de lo irracional. O, en dado caso, se trata de una oposición, pero de una oposición inclusiva, que ingiere a la razón en la vida. La razón es sólo una especialización de una función vital, y la razón vital es una serie de categorías rigurosas capaces de aprehender teóricamente la realidad histórica, temporal de la vida. Razón de curioso tipo por ser, más que genérico-esencial, narrativa, pero que a la vez supone una analítica o teoría abstracta de la vida humana, universal y válida para toda vida -pero que a la vez se llena de la concreción circunstancial en cada caso.
   Gaos, al igual que Ortega pensó completar la razón pura (teórica y práctica) con una razón vital (teórica y práctica). Se trataría, pues, del proyecto de hacer entrar en la vida a la razón pura bajo la forma de la razón vital -más nunca de oponer la razón a la vida entendida como mera potencia irracional menesterosa de satisfacción. Pero lo que Ortega no vio o no precisó fue la relación del tema de la razón vital con el tema de Dios (en relación con la felicidad) -tema que a Gaos no podía escapársele por no ser un indiferente ni en materia de religión ni en materia de metafísica, pero conservando del irreligioso Ortega el interés que lo religioso y lo metafísico tienen en cuanto objetos del conocimiento humano o antropológicos en general.[11]
   Se trata, en efecto, de un proyecto de restauración de la vida privada e íntima como arma humanística para responder a la primacía violenta de las cuestiones sociales y políticas actuales, manifestación de un hecho más general:
   "la absorción de la vida privada e íntima de las personas por    la vida pública, y por una vida pública en que las personas    intervienen cada vez menos en cuanto tales". ("La Filosofía    actual y el personismo" Vol. VII de O.C. pág. 195)
   Las personas se desarrollan más en la vida privada e íntima que en la pública -aun cuando intervengan en ella en cuanto personas. Con ello se pone al descubierto el hecho más hondo y decisivo del mundo actual:
   "un desconocimiento de la persona humana, en un sentido más    básico y determinado que el del mero sufrir ignorancia acerca    de ella, aunque tampoco falte precisamente ésta; en el    sentido, anejo también al término "desconocimiento", del    menosprecio por algo, aún bien sabido, con el consecuente    hacer caso omiso y atropello de lo menospreciado y la    correlativa preferencia impulsiva y hasta violenta por otra    cosa. No una ignorancia teórica, sino un desconocimiento    estimativo y práctico. Una falta, una pérdida de la    fundamental sensibilidad para la persona humana, para su    valor, su ser, su existencia misma -[sensibilidad] fundamental    para reconocerla, en el sentido de estimarla y respetarla, y    no proceder brutalmente con ella, y para conocerla, en el    sentido de poseer ideas exactas y suficientes acerca de ella,    o de esforzarse por llegar a poseerlas". (op. cit. pág. 195    s/m)
   En el desconocimiento de la persona, en la conspiración del mundo actual contra la persona humana, ésta ha reaccionado denunciando su realidad con fenómenos de perturbación e insatisfacción. Así, los fenómenos del mundo actual le parecieron a Gaos fenómenos de una meta-física personal.
   "La filosofía que ha menester el mundo actual es, en suma, una     filosofía de la persona humana." (op. cit. pág. 196)
   Así, el conocimiento de las soluciones a las cuestiones actuales, al radicar éstas en un desconocimiento de la persona humana, serían las de un conocimiento de la persona -su conocimiento filosófico.
   "La filosofía contemporánea ha aportado ya nuevos e
    importantes conocimientos a ella y en su campo tiende a
    extenderse y alzarse dominante tal filosofía. Lo que se
    necesita es, en conclusión, que este doble movimiento se
    propague del campo de la filosofía al ámbito de la vida y del
    mundo actual." (op. cit. pág. 196)
   Pero ¿acaso se alza ahora dominante esa filosofía? La respuesta que hay que dar hoy es, desafortundamente, negativa. Porque lo que ahora se alza dominante es otra filosofía, en el mejor de los casos amnésica. Pero, veamos con un poco de detalle dos rutas posibles de esa dirección históricamente recurrente en pos de lo absoluto.




    [1] En Antonio Caso: fenomenología y metafísica (1972), Luis Villoro, En México, entre libros (Pensadores del siglo XX). Mex. 1995
    [2] Raúl Cardiél Reyes ha señalado como la inquietud de la reflexión de la filosofía sobre sí misma había sido planteada en 1933 por el ingles Colinwood en su Ensayo sobre el método filosófico, pero también recuerda, en palabras de Luwig Landgrebe (La Filosofía Actual, Monte Avila, Venezuala, 1969), cómo el clima cultural que apuntaba en aquella dirección alcanzó en el Congreso Filosófico Internacional, celebrado en el París de 1937 un momento apical. La reflexión especulativa cedía su paso a una reflexión filosófica sobre su propia justificación, sobre su esencia, obligaciones y funciones. Pero lo que no menciona Crdiel es que el mismo Gaos había participado en ese congreso con un texto titulado "El Discurso del Método de Descartes" (recogido como apéndice al libro de Vera Yamuni, José Gaos el hombre y su pensamiento, págs. 147 a 155).

    [3] Octavio Paz ha visto con agudeza cómo la prosa de Ortega, por su misma viveza, nunca fue una línea recta, que se encontraba en un punto medio de esas dos formas de la congelación que son el aforismo o el tratado.
    [4] La Escuela de Madrid coronó, en el campo de la Filosofía, lo que Julián Marías, refiriéndose a Unamuno, detectó como un Nuevo Siglo de Oro Español, pero sin poder precisar si se trataba de sólo medio siglo o de un siglo entero. La verdad es que el fenómeno republicano, al entrar en contacto con México, en buena parte ayudó a constituir y consolidar lo que puede llamarse el Tostón de Plata Mexicano (1910-1960), en parte prolongando aquel, en parte completándolo y enriqueciéndolo con espléndidos y insólitos minerales -pienso no sólo en lo que dio la poesía mexicana a la lengua española en esos años bajo el grupo de Contemporáneos o en la tradición pictórica, sino también en el importante movimiento hispano-americano de "Filosofía de lo Mexicano". Conf. Luis Villoro "La cultura mexicana de 1910 1960" (1960) en En México, entre libros. (Pensadores del siglo XX). FCE, 1995.
    [5] El escritor catalán Josep Plá ha señalado que los escritores castellanos tienden al solo de clarinete y que, por lo contrario, el instrumento de Ortega es el violoncelo: "un voloncel de bona fusta, molt ben ajustat, explícitament ben tocat." (Citado por Alejandro Rossi op. cit. pág. 23)
    [6] Ver. "Obras inéditas de Ortegga: ¿Qué es filosofía?" Diánioa 1962.
    [7] Octavio Paz "José Ortega y Gasset: el cómo y el para qué", en Hombres en su siglo y otros ensayos, 1984, pag. 98.
    [8] Ante esas interpretaciones a la distancia, Fernando Salmerón hace bien en corregir cuando dice: "La verdad es que Gaos no solamente terminó emancipándose del raciovitalismo de Ortega, como del historicismo de Dilthey y de la Filosofía de Heidegger -aunque conservando elementos de todos ellos-, sino que construyó un sistema filosófico propio, rigurosamente trabado en todos sus conceptos fundamentales." (Op. cit. pág. 3 s/m)
    [9] El tema fáctico periodístico del momento de Gaos era el del comunismo, probablemente como el de hoy es el la democracia; pero el tema de nuestro tiempo parece seguir siendo el de los movimientos internacionales de mejora social. Ver: "Borrador de una conversación" en De Antropología e Historiografía pág. 124
    [10] "El tema de nuestro tiempo no es el del reemplazo de la razón pura por la razón vital; es el de la felicidad, el individualismo y el comunismo." 29-I-1962 (Aforística pág. 245)
    [11] Por su interés en la metafísica Gaos se concibió a sí mismo como un hombre rezagado, anacrónico, como un superviviente sin futuro y sin remedio, por desinteresado de lo realmente actual y con porvenir, por interesado en cosas caducas, pasadas irrevocablemente, pero con todo satisfecho y feliz -asegurándose con ello un porvenir. Dedicación, pues, a la causa de la Humanidad pasada. Su justificación biográfica: vástago de la familia arruinada, y por fiel a ella que no toma partido por las causas que la arruinaron y acabaron con ella...(De Antropología e Historiografía pág. 139. y sobre todo pág. 140) O dicho de otra forma, Gaos se concibió como un romántico, pergeñando por ello una filosofía del amor -la deuda orteguiana persiste en este punto, pues el amor ha de preceder al conocimiento.





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