De
Confusiones V
Una de las formas de ver ese inmenso problema social e individual contemporáneo de la caída en lo demoníaco es bajo la luz de la confusión de los órdenes (y de las órdenes): se trata de un proceso, casi insensible, de degradación de las creencias y de los valores. Lo diré con un ejemplo: alguien comenta en un café que Cristo partió la historia en dos mitades, ya no digamos por su santidad, su sabiduría, sus milagros, sino por su resurrección y por su mensaje moral difundido entonces por todo el orbe. Otro más dice que sí, que en efecto, que fue un revolucionario, si, un revolucionario..; y pues bueno, llega un tercero que dice que nada, que ese revolucionario fue una leyenda de Asia menor, que fue un simple profeta reconocido hasta por las caballos de Mahoma, pero que su programa reformista fue insuficiente, ante lo cual Barrabás comienza ya a frotarse las manos con fruición; un última afirma entonces categórico que nada de nada, que no existió, que ya lo dijo el mono blanco de Marx en su concepción materialista de la historia y del espíritu absoluto. Aquellas serpientes, culebras, gusanillos, salen tan satisfechos por el momento de palabras cuan desazonados al pasar de los días en sus expectativas filosóficas, con ese bagazo de mala metafísica que les ha quedado infectando los oídos, odiando al prójimo como a sí mismos, con la oscura idea que si, un dios que fue revolucionario y profeta desmentido por el diablo del mundo y las mujeres con la ayuda de empecinados afeminados que luego se convirtió en mito, luego en leyenda, luego en una sombra y luego en una mentira que ahora es nada... y entonces se van con su concubina, con su amiguita en turno, con su cuate, y siguen así haciendo de las suyas, sin remordimiento de conciencia, apelando a las masas, frotando con ellas para agarrar valor, y con un imponente agujero histórico, teórico-metafísico y religioso en la renegrida conciencia.
Y así, el hombre moderno marcha en su aventura histórica de mercenario del cosmos llevando a cuestas una pequeña carga a las espaldas de la que se quisiera a toda costa de deshacer: las reliquias, los rescoldos de la fe, de la fe en Cristo, como rey, juez y doctor, de una fe que antes fue ardiente; ahora convertida en simple habito, en cascara, en ánfora sin agua, vacía, en fuente seca: en último esfuerzo, que el descreído, que en indiferente en materia de religión expresa, como un resuello, como un final hálito de vida cristiana, el hombre moderno hace gala de piedad, para lo cual sale en defensa del diablo mismo si es preciso, se convierte en abogado del diablo, para tapar o intentar justificar sus fornicaciones, sus tropelías, calumniando, deformando, ocultando, mintiendo llanamente si es preciso ... alegando que nadie está libre de culpa, que no juzguen al diablo, que no le echen, por piedad, piedras en el lomo, haciendo de tal manera, piadosamente, como repito, el bien -sin mirar a quien...!!!
Una de las formas de ver ese inmenso problema social e individual contemporáneo de la caída en lo demoníaco es bajo la luz de la confusión de los órdenes (y de las órdenes): se trata de un proceso, casi insensible, de degradación de las creencias y de los valores. Lo diré con un ejemplo: alguien comenta en un café que Cristo partió la historia en dos mitades, ya no digamos por su santidad, su sabiduría, sus milagros, sino por su resurrección y por su mensaje moral difundido entonces por todo el orbe. Otro más dice que sí, que en efecto, que fue un revolucionario, si, un revolucionario..; y pues bueno, llega un tercero que dice que nada, que ese revolucionario fue una leyenda de Asia menor, que fue un simple profeta reconocido hasta por las caballos de Mahoma, pero que su programa reformista fue insuficiente, ante lo cual Barrabás comienza ya a frotarse las manos con fruición; un última afirma entonces categórico que nada de nada, que no existió, que ya lo dijo el mono blanco de Marx en su concepción materialista de la historia y del espíritu absoluto. Aquellas serpientes, culebras, gusanillos, salen tan satisfechos por el momento de palabras cuan desazonados al pasar de los días en sus expectativas filosóficas, con ese bagazo de mala metafísica que les ha quedado infectando los oídos, odiando al prójimo como a sí mismos, con la oscura idea que si, un dios que fue revolucionario y profeta desmentido por el diablo del mundo y las mujeres con la ayuda de empecinados afeminados que luego se convirtió en mito, luego en leyenda, luego en una sombra y luego en una mentira que ahora es nada... y entonces se van con su concubina, con su amiguita en turno, con su cuate, y siguen así haciendo de las suyas, sin remordimiento de conciencia, apelando a las masas, frotando con ellas para agarrar valor, y con un imponente agujero histórico, teórico-metafísico y religioso en la renegrida conciencia.
Y así, el hombre moderno marcha en su aventura histórica de mercenario del cosmos llevando a cuestas una pequeña carga a las espaldas de la que se quisiera a toda costa de deshacer: las reliquias, los rescoldos de la fe, de la fe en Cristo, como rey, juez y doctor, de una fe que antes fue ardiente; ahora convertida en simple habito, en cascara, en ánfora sin agua, vacía, en fuente seca: en último esfuerzo, que el descreído, que en indiferente en materia de religión expresa, como un resuello, como un final hálito de vida cristiana, el hombre moderno hace gala de piedad, para lo cual sale en defensa del diablo mismo si es preciso, se convierte en abogado del diablo, para tapar o intentar justificar sus fornicaciones, sus tropelías, calumniando, deformando, ocultando, mintiendo llanamente si es preciso ... alegando que nadie está libre de culpa, que no juzguen al diablo, que no le echen, por piedad, piedras en el lomo, haciendo de tal manera, piadosamente, como repito, el bien -sin mirar a quien...!!!
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