jueves, 9 de mayo de 2013

La Guerra Sin Clases II Por Alberto Espinosa







   Carácter de la edad contemporánea nuestra ha sido y es la proletarización espiritual de la burguesía, de la academia  e incluso de clero, por no hablar de la burocracia -en justa sanción histórica por no haberse querido educar ni haber querido educar espiritualmente y elevar a la plebe -lo que ha sido causa también de su rampante subjetivismo, de su confinamiento existencial y de su enclaustramiento en academias, iglesias y oficinas gubernamentales, siendo su síntoma más acusado el de la esterilidad, en última ratio de su cerrazón moral, que peregrinamente se resuelve con una frase de digna de una lonchería, "Sin Culpa, o la más sólita: "No hay pecado", que es la fórmula adoptada por ese tan repelente inmanentismo0 de provincia, tan llano que, de no ser una expresión de cínicos ególatras redomados,  lindaría en su extremo con lo conmovedor.
   Su resultado final: el de la gente, la masa, indistinta, sin clase; la lucha de los educadores, mal educados, sin clases, y, por último; la indistinción en las clases por la desnaturalización creciente de las disciplinas: el arte de la pintura convertido en plástico y de ahí circo, comedia, herejía performancera; la filosofía degradada a el análisis de una minúscula porcíncula del universo o confundida con el manifiesto proselitista a voz en cuello; la poesía, el arte del verso, revuelto con el cuento, sin vuelta, ni mucho rima, sin prosodia, todo en una suerte de rastrojera donde se confunde alegremente el horror con la belleza, la verdad rebajada con los sublimes pensamientos portentosos, la bondad con el nirvana narcotizado en una especie de vida irresponsable todo ello, que pudiera solucionar un problema, pero que no lo soluciona, encadenados en la prisión de un querer mucho pero que al cabo más bien no quiere.





   

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