jueves, 10 de octubre de 2013

Positivismo y Barbarie Por Alberto Espionosa




 Uno de los rasgos más características de nuestra época es el desdén por los lenguajes analógicos, prelógicos, mágicos... y participatorios, en favor de una mentalidad orientadas casi con exclusividad hacia la razón instrumental y su dominio del entorno y consecuente criterio económico en su relación don el mundo, lo cual a desembocado en una patética regresión del hombre hacia las formas más instintivas de la animalidad, guiada sobre todo por las tendencias e impulsos neurofisiológicos primarios, destacándose entre ellos, la territorialidad y la apremiante compensación de la vida sexual. Sin embargo, tal carácter de nuestra edad ha dejado en la sombra, en las tinieblas del inconsciente la vida íntima, la cual queda latente y sin desarrollar en ese antro de fieras que disputa la primacía sobre los otros elementos del ganado. Tal carácter se expresa sobre todo en los Word alcohólicos, entendido este rasgo como el embeberse de la vida personal en la sola vida publica. El hombre publico, como la mujer publica, apenas una vida interior, una vida intima, rasgo por el que se distingue el humano de los demás miembros del reino animal. Un hombre sin vida privada, intima, intensa, apenas si se distingue del orangután o del bovino, pues constituye ese rasgo la exclusiva humana acaso por excelencia. No el hablar, pues los pericos hablan, repiten las palabras, sino el que las palabras se refieran a un mundo vivo, que parte de la interioridad de la persona. No la pura razón, sino su aplicación práctica para unos contenidos que nacen en el centro radial del ser, que hacen al humano y habitable, con experiencias de la vida valiosas y a la vez profundas, lo que solo puede dar una vida equilibrada entre lo publico y lo privado, entre lo social y lo intimo y personal. La articulación de ese mundo interior es llevado a cabo ya no por el mito en la edad contemporánea, sino por el órgano de la poesía, donde se acuñan los símbolos que encienden el interior de la persona. Una vida así sin símbolos, sin poesía, sin mitos, cuya función es reintegrarnos y abrirnos de nuevo al cosmos desde la posición jerárquica superior que nos corresponde como seres con una vida, con un alma consciente, por mas que se oriente hacia la eficiencia, el éxito competitivo y la dominación, habrá perdido lo exclusivo de nuestra especie: el poder comunicar nuestra persona y ser receptora de todas las fuerzas del cosmos, desde la arena suelta por el agua que cae detenida entre las aguas del mar hasta el gigante astro sideral y su música distante. Sin aquello, la vida humana misma aparece no sólo en todo lo que tiene de fiera lucha por el poder sobre los otros, y de abyecto ejercicio para conseguir la elevación en los peldaños consecuente, sino lo que es más grave aun: en lo que hay en ella de mecanismo hueco, de pose que pasa al arcón de los gestos vaciados de contenido, la maniquí desalmado movido por fuerzas extrínsecas a la persona, en una palabra, en autómata sin vida interior y sin contenido propio.



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