Uno de los rasgos más características de
nuestra época es el desdén por los lenguajes analógicos, prelógicos, mágicos...
y participatorios, en favor de una mentalidad orientadas casi con exclusividad
hacia la razón instrumental y su dominio del entorno y consecuente criterio
económico en su relación don el mundo, lo cual a desembocado en una patética
regresión del hombre hacia las formas más instintivas de la animalidad, guiada
sobre todo por las tendencias e impulsos neurofisiológicos primarios,
destacándose entre ellos, la territorialidad y la apremiante compensación de la
vida sexual. Sin embargo, tal carácter de nuestra edad ha dejado en la sombra,
en las tinieblas del inconsciente la vida íntima, la cual queda latente y sin desarrollar
en ese antro de fieras que disputa la primacía sobre los otros elementos del
ganado. Tal carácter se expresa sobre todo en los Word alcohólicos, entendido
este rasgo como el embeberse de la vida personal en la sola vida publica. El
hombre publico, como la mujer publica, apenas una vida interior, una vida
intima, rasgo por el que se distingue el humano de los demás miembros del reino
animal. Un hombre sin vida privada, intima, intensa, apenas si se distingue del
orangután o del bovino, pues constituye ese rasgo la exclusiva humana acaso por
excelencia. No el hablar, pues los pericos hablan, repiten las palabras, sino
el que las palabras se refieran a un mundo vivo, que parte de la interioridad
de la persona. No la pura razón, sino su aplicación práctica para unos
contenidos que nacen en el centro radial del ser, que hacen al humano y
habitable, con experiencias de la vida valiosas y a la vez profundas, lo que
solo puede dar una vida equilibrada entre lo publico y lo privado, entre lo
social y lo intimo y personal. La articulación de ese mundo interior es llevado
a cabo ya no por el mito en la edad contemporánea, sino por el órgano de la
poesía, donde se acuñan los símbolos que encienden el interior de la persona.
Una vida así sin símbolos, sin poesía, sin mitos, cuya función es reintegrarnos y abrirnos de nuevo al cosmos desde la posición jerárquica superior que nos
corresponde como seres con una vida, con un alma consciente, por mas que se
oriente hacia la eficiencia, el éxito competitivo y la dominación, habrá
perdido lo exclusivo de nuestra especie: el poder comunicar nuestra persona y
ser receptora de todas las fuerzas del cosmos, desde la arena suelta por el
agua que cae detenida entre las aguas del mar hasta el gigante astro sideral y
su música distante. Sin aquello, la vida humana misma aparece no sólo en todo
lo que tiene de fiera lucha por el poder sobre los otros, y de abyecto
ejercicio para conseguir la elevación en los peldaños consecuente, sino lo que
es más grave aun: en lo que hay en ella de mecanismo hueco, de pose que pasa al
arcón de los gestos vaciados de contenido, la maniquí desalmado movido por
fuerzas extrínsecas a la persona, en una palabra, en autómata sin vida interior
y sin contenido propio.
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