Tenemos que volver al
camino del centro, que es la metafísica. El camino de la metafísica, en efecto,
no es otro que aquel que se guiar por la certeza, avalada por la experiencia y
la tradición, de la autonomía absoluta del alma humana –para lo cual hay que
poner toda la atención en la verdadera libertad del espíritu. El desastre, el
sufrimiento, el drama de la condición humana estriba en el olvido de que su
alma es libre –pero el hombre no se da cuenta por distracción y por ignorancia,
por una absurda amnesia que lo hace desconocer el valor y la situación real de
de su alma, presada entre las redes del barro, del deseo, del las ilusiones y el
olvido. Cuando se está en un estado de conciencia o de apertura, sin embargo,
se revela prístinamente esa verdad: que el alma es libre, y que es el centro de
la propia persona. La tarea de la mística como del arte auténtico es la de
mostrarnos, la de hacernos descubrir, a través de concentración, de la
contemplación o de la belleza, el centro del hombre, para así poder desarrollar
a la vez la conciencia y la realidad original (la esencia).
La condena de la condición humana es no
acordarse de esa verdad, que es ignorar el propio centro, es no reconocer la
propia alma –no me refiero al alma entendida en un sentido moderno, como la
psique o la vida meramente psico-mental (a la manera de una sutil manifestación
de la materia reductible a la mera sensibilidad), sino a lo que en realidad es:
una entidad ontológica relaciona con el espíritu y, por consecuencia, autónoma
respecto a todo lo demás. De ahí la capacidad de todo hombre de acordarse de la
verdad, de reconocer su propia alma (puesta de manifiesto tanto en la técnica
socrática de la mayéutica, como en los ejercicios de respiración en el
taoísmo). Porque la verdad reside en el hombre, forma parte integral central de
su ser, es esencial a su naturaleza. Porque el centro del hombre es su alma,
ligada a su vez esencialmente a la realidad absoluta del espíritu. Es por ello
que todos los caminos de la sabiduría confluyen en ser caminos de la libertad:
llegar al centro del propio ser.
Si para la religión y la vida religiosa el
acto central es salir de una zona profana para entrar a una zona sagrada, salir
del devenir, de lo transitorio, de lo temporal, de la historia, para entrar en
un templo, en un altar (centro del mundo); para la mística y la metafísica,
pero también para el arte, el acto fundamental es reconocer que el hombre tiene
en su cuerpo un templo, y en el centro del templo un alma, que también es
sagrada –y recordar que no nos pertenece, sino que somos más bien nosotros los
que pertenecemos a ella. Así, el hombre tiene que reconocer lo sagrado fuera de
sí, que es lo opuesto a lo profano, al devenir (non esse); pero simultáneamente tiene que descubrir y reconocer lo
sagrado dentro de sí mismo: su alma, ligada esencialmente a un principio que
nos precede y nos trasciende donde radica el espíritu y la realidad absoluta (esse).
Por el
contrario, los caminos excéntricos y además extremosos, desequilibrados por
necesidad, son los que llevan lejos de la propia alma, pero también de la
verdad. Son los que nos ocultan a nosotros mismos, que nos hacen ajenos y ponen
partes de la naturaleza humana en contra de sí misma, que escinden la propia
naturaleza, ocultando de tal manera la vedad que reside en el centro de
nosotros mismos, rompiendo por tanto también las relaciones sagradas del alma
con la realidad absoluta o, si se prefiere, rompiendo el diálogo con lo santo,
con los sagrado, e incluso trabando una enemistad abierta con Dios por la
terquedad en que incurre la rebeldía, por la transgresión constante de una
norma o de un mandato de la divinidad
(existencialismo).
EXCELENTE ALBERTO…GRACIAS
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