“La culpa que no se sabe culpa fue nuestra
culpa mayor.”
Octavio Paz
La maldita desgracia de nuestro tiempo, de
un tiempo trágico, estriba, en el fondo del fondo de la crisis contemporánea,
en que los viejos valores no han logrado renovarse, volviéndose imposible
recrearlos por los órganos correspondientes de la cultura; mientras que los
llamados a tomarles el relevo real en el tiempo carecen de la una gravedad
espiritual efectiva y de toda trascendencia –surgiendo por todas partes una
serie de creaciones y de productos de la cultura mutilados, o que alteran o
adulteran las notas constitutivas de los sectores de la cultura, alterando de
tal manera su misma esencia (la filosofía existencial; el verso libre; la
libertad irresponsable; la religión laica del socialismo, etc., etc., etc.),
revelando con ello una pérdida decidida de conciencia y de energía positiva
(principio entropía), volviendo nuestro tiempo exageradamente confuso e incluso
extremadamente degenerado.
Degeneración de la utopía también (entropía
de la utopía), que ya sin horizontes efectivos se refugia en la razón
dogmatica, intentando avalar con ella el totalitarismo del estado internacional
donde, so pretexto de una moral más atrevida, se reúnen el libertino con el
vividor, el anarquista y la burócrata, trabando alegremente relaciones
literalmente delictuosas, y todo ello bajo la consigna contestataria según la
cual: “El rebelde no puede mentir” –ocultando con ello no sólo los hechos, sino
el mismo sentido de la realidad, porque el rebelde, a fin de cuentas, también
es el esclavo (agasajado, aplaudido y todo, pero esclavo). Justicia fingida,
evidentemente, que en su simulacro plagado de incoherencias y en su iniquidad
pagada de sí misma hace de la supuesta solución el peor de todos los problemas.
Consecuencia: caer de la gracia de Dios,
perder su visto bueno, por el terrible peso de los yerros del hombre. Ser mal
visto por los ojos de Dios y, por tanto, estar maldito por Dios, alejados de
Dios, caer de su Gracia, es algo que los rebeldes, que los malhechores, se
niegan por completo a entender, prefiriendo en cambio rechazar la idea de Dios,
aunque con ello se nieguen paralelamente a aceptar el verdadero camino de la
vida. Porque el rechazo, por principio
dogmático, estructural, de sus caminos no es en el fondo sino la expresión de
un oculto temor –el oculto temor del desesperado, de quien ha perdido ya toda
esperanza y así, pues, se infecta de odio a la vida, a la justicia y a la
verdad, y por tanto se vuelve también un desgraciado y con ello se condena.
Lo que entonces queda entre las manos es
sólo un residuo, un sustrato, apenas una pose de los antiguos valores que no
logran ser vivificados, convirtiéndose muchas veces, ya no digamos en meros
hábitos o en costumbres muertas, sino en sus contrarios, introduciendo con ello
en el sistema del saber (la enciclopedia) una nueva jerarquía axiológica, muy fechada,
muy vanguardista y novedosa, muy atada a una cultura histórica e inmanentista
carente en absoluto de universalidad, que soterradamente pacta también con la
magia y las místicas inferiores (negadoras de los valores eternos y del ideal),
dando con ello foro temporal y escenografía concreta a la terrible trasmutación
de todos los valores de la que hablaba Nietzsche. Trasmutación, por otra parte,
que bien puede ser vista como la ruptura con la tradición, pero ¿no es
precisamente la carencia de una tradición lo que define la barbarie, lo que
hace que el bárbaro no pueda entender la "verdadera lengua", lo que
lo hace un incircunciso del corazón y del espíritu?
No hay comentarios:
Publicar un comentario