viernes, 11 de octubre de 2013

Cultura, Religión o Champurrado Por Alberto Espinosa Orozco



   Si algo es la religión, vista en su máxima generalidad de actitud social, eso es limitación del placer y limitación del poder. Sus contrarios, la religión del placer, el jardín de Epícuro, y la religión del poder, que va de ciertas formas agudas de neurosis al existencialismo más degradante, resultan en lo social profundamente disolventes –por más que se embadurnen el rostro de vocabulario socialista. La pasión por dominar y la pasión por consumir, es cierto, frecuentemente van de la mano. Las filosofías que postulan tales actitudes impías, refugiadas durante mucho tiempo en un positivismo tan anárquico como antimetafísico, se han visto en los últimos tiempos inquietadas por un prurito metafísico, cayendo de bruces en un verdadero abanico de místicas inferiores que avaladas vagamente por las escrituras sagradas, particularmente por la Biblia, se dan a todo tipo de distorsiones simbólicas y extraños ritos, pensamiento mágico que bajo el disfraz de antiguas creencias prehispánicas (en Europa se revistieron en el nazismo en la búsqueda de los lenguajes secretos del Antiguo Egipto, en el espiritismo y la quiromancia) ni superan la escala de lo pagano ni puede conducir a una verdadera participación con los espíritus superiores.
  En nuestras tierras es particularmente común ver como esa vuelta de reprimido asume formas cada vez mas peligrosas, pues al adoptar creencias misceláneas y de todo tipo, muchas veces acuñadas en las cabezas calenturientas de de timadores y engañadores, de farsantes y merolicos, se disfraza lo que hay en el fondo de esas apuestas simbólicas: el amor a los placeres, para la que nuestro cuerpo esta tan bien diseñado, y la ambición de poder y de dominio, con lo que hay en el de incito abuso de la autoridad y de los privilegios logrados –adoptando las formas sólitas del egoísmo feroz, la obnubilación mental, la licuefacción de significados mas abrumadora, la ligereza de cascos, la sexualidad no tradicional y más permisiva, hasta desembocar en la regresión a la animalidad y el cinismo. Tal degradación conduce a la vulgaridad del pendenciero y, ya entregados al espíritu del error y a las novedades de la herejía, a todo tipo de odios, discordias y celos, a fáciles enojos y exabruptos, a rivalidades y divisiones, siendo su signo el ser retadores, envidiosos, groseros, promiscuos y frecuentemente borrachos.
   Pero si algún símbolo de luz tuvo la antigua cultura prehispánica ese fue el de Quetzlcoatl, sacerdote y héroe cultural quien abolió los sacrificios para instaurar la cultura del Toltecayotl, de cultura las flores y las fiestas, cuyo sentido profundo era el de una constante acción de gracias al Creador. Doctrina no ajena a la evangélica, al grado de que Fray Servando Teresa de Mier declaró en su momento la identidad de esa figura autóctona sacerdotal con el mismísimo apóstol Santo Tomás, quien habría llegado a nuestro continente en el siglo X para difundir la verdad del evangelio. El pueblo de los gentiles, conservando sus ceremonias de carácter iniciático, que manteniendo viva la experiencia de la participación amalgama al grupo dándole identidad y sentido de pertenencia, celebra conjuntamente con ello a la Virgen de Guadalupe, trasmutación simbólica de María madre de Dios. Porque si hemos de buscar nuevas formas de religión basta con el ejemplo de los santos de todos los tiempos y de los héroes culturales, tan sólitos, por otra parte, en nuestras adoloridas regiones geográficas.




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