Segunda Vuelta
El estigma de la
mentira es la doblez: de ahí su máscara, de ahí también su persistente
desequilibrio ciclotimia, su enajenación, su constante desacuerdo, su ínsita
anarquía, su rebeldía. Por ello su figura más acabada es la del fariseo, la del
hipócrita, la de burlador, la del volteado –pues suelen ser lo que no dicen y
no dicen lo que son, no pudiendo así ser tampoco vienen a bien quienes dicen
ser.
Porque la mentira
frecuentemente comienza como un ocultamiento de los hechos, en mentirlos, lo
que trae como consecuencia un desajuste de todo el tejido de hechos objetivos
en que descansa la verdad, siendo en este sentido también cometer una
injusticia, un desarreglo, un desacomodo, lo cual lleva por necesidad a reducir
extraordinariamente los horizontes de experiencia y aun vital del mentiroso.
Así, lo que suele
comenzar como un juego bobo de egoísmo y conveniencias pronto se transforma en
una cadena que lleva al mentiroso a mentir-se a sí mismo y caer, más pronto que
tarde, en el autoengaño: al fingimiento, falta o carencia de verdad a la que
entonces se suma la actuación de una postura, de una posición, que ya no se
tiene, que se ha perdido. El falsario tiene entonces que subir a escena,
sobreactuando frecuentemente su papel por... por ... por desesperación:
desesperación de no poder sí mismo o por haberse falseado a sí mismo. Juego
premiado, es verdad en este mundo mundo matraca, pero que es en el fondo
prisión, penitencia y castigo.
Lo que entonces
persigue el mentiroso, más que nada, es ser respetado: lo que traducido en
términos contemporáneos equivale a una condición mínima: que se le otorgue una
especie de licencia de libre circulación, es decir, a que no se pidan cuentas
ni transparencia -o dicho en otra fórmula, que se le permita seguir sin responder
de los hechos, en la la irresponsabilidad (donde hay por ello tal vez algo de
clandestino). Nada peor hay para el mentiroso que pedirle cuentas, o moverlo al
sitio de la luz pública o de la transparencia -pues requiere de la opacidad
para seguir ejerciendo, desde las sombras, en una especie de subjetivismo
rampante donde se mezcla la falta de personalidad con la burla al prójimo que,
de tener que salir a la palestra, vuelve a ser con el fingimiento de una
respetabilidad que en verdad ya no tiene, que ha perdido.(fenómeno sólito en el
mundo de la pedagogía, de la educación, en todo el mundo, pues, de las
relaciones sociales).
Falla avalada
socialmente es frecuente la mentira, a la que por último hay que sumar, junto a
su dobles, confinamiento, actuación la entrada en la casa de los espejos, donde
se desarrolla una imagen falseada tanto de la persona como del mundo mismo, con
una recaída lamentable en la petrificación, muchas veces narcisista, de los
sentimientos, den donde la mirada queda oscurecida por el velo brumoso del
olvido y la insistencia, maniática, en un perpetuo ahora, donde el mentiroso
llega a creer su mentira: exhibiendo así, por último, una especie de
austosuficiencia de sí mismo, de dar razones (de ahí su vuelco y revuelco en el
racionalismo), pero que desemboca, más pronto o más tarde, en la caída hacia
adelante del existencialismo: en ser puramente hecho, irresponsablemente, no
importándole que razones dar, no importándole ni tener ni dar razón, sin importarle ser
simplemente de hecho, pues, y ya sin razón de ser.
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