miércoles, 5 de junio de 2013

Marx Ayer IX La Guerra sin Clases: Que Clase de Guerra? Por Alberto Espinosa

I
El marxismo ha cometido una omisión imperdonable en su conteo, pues divide al mundo en dos mitades paralelas, la clase obrera, pobre y desamparada, y la clase burguesa, ociosa, rica, abusiva y decadente. Sobre este esquema más que simplista habría que hacer algunas consideraciones: las del tercero en discordia. Porque si nos fijamos hay también otra clase, la clase cristiana, educada en la moral del cristianismo, pues la nueva religión es sobre todas las cosas una religión moral. Sale sobrando; al hombre de la voluntad de poderío, al hombre de la técnica, a sus devotos, sacerdotes académicos y demás creyentes, al homo faber, adiestrado, instruido en la mecánica del trabajo como un perno perdido en el proceso de la producción, al burgués decadente sobre todo, les interesa un soberano pepino esa clase social... porque sobre todo les estorba, les molesta su transcendentalismo, su alma inmortal, su futura bienaventuranza en el otro mundo, en la otra si no en esta vida, su altitud de miras, su filantropía del corazón, sus buenos propósitos y sus mejores pensamientos, su moralismo, sobre todo, su diario moralismo, donde radica su muchas veces humilde grandeza.
   No hayan hoy día que hacer con esa clase, no cabe en sus estrechos marcos jurídicos, académicos, corporativos, clientelares, populistas... les irritan también las reliquias, los hábitos de religiosidad que en ellos pudieran haber quedado luego de la feroz socialización en la escuela de Blas Coral... de agraristas trasnochados, de lombardotoledanistas, de siqueirianos, de fidaklhoistas y diegoriverianos, o en su extremo contemporáneo de … pejistas. Y por arriba de todas las cosas les molesta en el alma de desalmados que tienen que hagan su trabajo humildemente y, que barbaridad, con amor prójimo no fingido, con.. con... como decirlo, si... caridad, o mejor con espíritu... impregnando con él todas sus obras... eso si ya no lo soportan, les duele como una espina clavada en las entrañas... me refiero a La Palabra, a la palabra sagrada, por eterna, que han declarado prohibida en la academia con burla y befa... porque irrita a los hombres del inmanentismo, a los hombres de la aceleración, de la máquina, a los hombres del burdel, a los hombres inmorales modernos en una palabra, a los seres del aquí y el ahora, a los hombres sin comunidad de fe trascendente, que son los hombres sin iglesia, que están endémicamente sellados para no conocer ni ser iglesia, templo, asamblea de los comunes, que se dejan llevar entonces por la corriente de la degradación histórica... por los hombres del poder y sin espíritu.
II
   Carácter de la edad contemporánea nuestra ha sido y es la proletarización espiritual de la burguesía, de la academia  e incluso de clero, por no hablar de la burocracia -en justa sanción histórica por no haberse querido educar ni haber querido educar espiritualmente y elevar a la plebe -lo que ha sido causa también de su rampante subjetivismo, de su confinamiento existencial y de su enclaustramiento en academias, iglesias y oficinas gubernamentales, siendo su síntoma más acusado el de la esterilidad, en última ratio de su cerrazón moral, que peregrinamente se resuelve con una frase de digna de una lonchería, "Sin Culpa, o la más sólita: "No hay pecado", que es la fórmula adoptada por ese tan repelente inmanentismo0 de provincia, tan llano que, de no ser una expresión de cínicos ególatras redomados,  lindaría en su extremo con lo conmovedor.
   Su resultado final: el de la gente, la masa, indistinta, sin clase, confundida ya no digamos con la gente, sino con la gentuza, con el peladaje; y la lucha de los educadores, mal, pobremente educados, sin clases, y, por último; la indistinción en las clases de seres, de tipos humanos quiero decir, por la desnaturalización creciente de las disciplinas: el arte de la pintura convertido en “involucramiento en la plástica”, y de ahí en especulación mercantil o en circo, en comedia o en herejía abierta, por más que se den el tinte de performanceros; la filosofía degradada a el análisis de una minúscula porcíncula del universo o confundida con el manifiesto proselitista a voz en cuello que, en ambos casos, termina en la polvareda de sensaciones del fenomenalismo no fundacionista; la poesía, el arte del verso, revuelto con el cuento, sin vuelta, sin regreso, sin retorno, sin música por lo tanto ni mucho rima, sin prosodia, es decir: sin oficio de versificador. Y todo ello confundió en una suerte de rastrojera donde se desplaza alegremente el horror hasta hacerlo mesclar inextricablemente con la belleza; donde la verdad es rebajada a estiércol junto con los sublimes pensamientos portentosos; donde la bondad se traslapa otras latitudes para hacerlo coincidir con el nirvana narcotizado, y todo ello en conjunto dando por resultado una especie de vida irresponsable bajo una actitud dominante de manga ancha, que pudiera solucionar un problema, pero que no lo soluciona, que promete diez, cien, mil, un millón, pero que no sólo no cumple con un peso, sino que no está dispuesta y de antemano a cumplir ninguna promesa; encadenado el sujeto en la prisión de un querer mucho, y querer a muchas, pero que al cabo termina por más bien no quiere a nadie, ni a nada, ni a sí mismo, lo que no puede sino acabar en el nihilismo, otra vez,  del no querer al prójimo –por odio reconcentrado, por rabia, incluso, hacia… hacia sí mismos.





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