I
El marxismo ha cometido
una omisión imperdonable en su conteo, pues divide al mundo en dos mitades
paralelas, la clase obrera, pobre y desamparada, y la clase burguesa, ociosa,
rica, abusiva y decadente. Sobre este esquema más que simplista habría que
hacer algunas consideraciones: las del tercero en discordia. Porque si nos
fijamos hay también otra clase, la clase cristiana, educada en la moral del
cristianismo, pues la nueva religión es sobre todas las cosas una religión
moral. Sale sobrando; al hombre de la voluntad de poderío, al hombre de la
técnica, a sus devotos, sacerdotes académicos y demás creyentes, al homo faber,
adiestrado, instruido en la mecánica del trabajo como un perno perdido en el
proceso de la producción, al burgués decadente sobre todo, les interesa un
soberano pepino esa clase social... porque sobre todo les estorba, les molesta
su transcendentalismo, su alma inmortal, su futura bienaventuranza en el otro
mundo, en la otra si no en esta vida, su altitud de miras, su filantropía del
corazón, sus buenos propósitos y sus mejores pensamientos, su moralismo, sobre
todo, su diario moralismo, donde radica su muchas veces humilde grandeza.
No hayan hoy día que hacer con esa clase, no
cabe en sus estrechos marcos jurídicos, académicos, corporativos, clientelares,
populistas... les irritan también las reliquias, los hábitos de religiosidad
que en ellos pudieran haber quedado luego de la feroz socialización en la
escuela de Blas Coral... de agraristas trasnochados, de lombardotoledanistas,
de siqueirianos, de fidaklhoistas y diegoriverianos, o en su extremo
contemporáneo de … pejistas. Y por arriba de todas las cosas les molesta en el
alma de desalmados que tienen que hagan su trabajo humildemente y, que
barbaridad, con amor prójimo no fingido, con.. con... como decirlo, si...
caridad, o mejor con espíritu... impregnando con él todas sus obras... eso si
ya no lo soportan, les duele como una espina clavada en las entrañas... me
refiero a La Palabra, a la palabra sagrada, por eterna, que han declarado
prohibida en la academia con burla y befa... porque irrita a los hombres del
inmanentismo, a los hombres de la aceleración, de la máquina, a los hombres del
burdel, a los hombres inmorales modernos en una palabra, a los seres del aquí y
el ahora, a los hombres sin comunidad de fe trascendente, que son los hombres
sin iglesia, que están endémicamente sellados para no conocer ni ser iglesia,
templo, asamblea de los comunes, que se dejan llevar entonces por la corriente
de la degradación histórica... por los hombres del poder y sin espíritu.
II
Carácter de la edad contemporánea nuestra ha
sido y es la proletarización espiritual de la burguesía, de la academia e incluso de clero, por no hablar de la
burocracia -en justa sanción histórica por no haberse querido educar ni haber
querido educar espiritualmente y elevar a la plebe -lo que ha sido causa
también de su rampante subjetivismo, de su confinamiento existencial y de su
enclaustramiento en academias, iglesias y oficinas gubernamentales, siendo su
síntoma más acusado el de la esterilidad, en última ratio de su cerrazón moral,
que peregrinamente se resuelve con una frase de digna de una lonchería,
"Sin Culpa, o la más sólita: "No hay pecado", que es la fórmula
adoptada por ese tan repelente inmanentismo0 de provincia, tan llano que, de no
ser una expresión de cínicos ególatras redomados, lindaría en su extremo con lo conmovedor.
Su resultado final: el de la gente, la masa,
indistinta, sin clase, confundida ya no digamos con la gente, sino con la
gentuza, con el peladaje; y la lucha de los educadores, mal, pobremente
educados, sin clases, y, por último; la indistinción en las clases de seres, de
tipos humanos quiero decir, por la desnaturalización creciente de las
disciplinas: el arte de la pintura convertido en “involucramiento en la
plástica”, y de ahí en especulación mercantil o en circo, en comedia o en
herejía abierta, por más que se den el tinte de performanceros; la filosofía
degradada a el análisis de una minúscula porcíncula del universo o confundida
con el manifiesto proselitista a voz en cuello que, en ambos casos, termina en
la polvareda de sensaciones del fenomenalismo no fundacionista; la poesía, el
arte del verso, revuelto con el cuento, sin vuelta, sin regreso, sin retorno,
sin música por lo tanto ni mucho rima, sin prosodia, es decir: sin oficio de
versificador. Y todo ello confundió en una suerte de rastrojera donde se
desplaza alegremente el horror hasta hacerlo mesclar inextricablemente con la
belleza; donde la verdad es rebajada a estiércol junto con los sublimes
pensamientos portentosos; donde la bondad se traslapa otras latitudes para
hacerlo coincidir con el nirvana narcotizado, y todo ello en conjunto dando por
resultado una especie de vida irresponsable bajo una actitud dominante de manga
ancha, que pudiera solucionar un problema, pero que no lo soluciona, que
promete diez, cien, mil, un millón, pero que no sólo no cumple con un peso,
sino que no está dispuesta y de antemano a cumplir ninguna promesa; encadenado
el sujeto en la prisión de un querer mucho, y querer a muchas, pero que al cabo
termina por más bien no quiere a nadie, ni a nada, ni a sí mismo, lo que no
puede sino acabar en el nihilismo, otra vez,
del no querer al prójimo –por odio reconcentrado, por rabia, incluso,
hacia… hacia sí mismos.
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