miércoles, 26 de junio de 2013

Sobre el Respeto Por Alberto Espinosa



Ante la montaña, detenerse. Esa es la actitud propia del respeto. La Weltanschaung del hombre educado se corona, como la nieve que corona los volcanes, como la cereza que remata el pastel con una colorida nota de dulce ornamento, con la noción del respeto.
Sin embargo, no es lo mismo el respeto que la precaución. Tampoco es el respeto una virtud unidimensional que aplana y empareja a todo el mundo al nivel en que todos sean igualmente respetados; falla de conceptuación muy común en la demagogia oficial, que dice respetar a todo el mundo mientras alegremente pasa por arriba, y hasta pisoteando, las cabezas de medio mundo. No.
Existe un uso derivado de la voz “respeto” aplicada a los principios, como por ejemplo a la libertad de expresión, digamos a los derechos fundamentales de la persona. Porque si bien es cierto que se deben de respetar (preservar) los derechos fundamentales de las personas, la virtud del respeto es propiamente otra cosa: es diferenciación, discernimiento, valoración, y por tanto reconocimiento de la jerarquía y autoridad de la persona, o dicho en otros términos: es valor reconocido, no secretamente y en privado, ni de dientes para afuera, sino socialmente, orgánica, vitalmente compartido: reverencia (no meramente formal, sino de suma corpore: inclinación: reconocimiento de la superioridad ajena y, declinación, secesión de los máximos derechos a ella). De tal suerte, las actitudes irreverentes de forajidos y pseudorevolucionarios, son más propias de rebeldes crónicos que de hombres educados. Porque se trata del nicho del respeto, efectivamente, del templo del respeto. Cosa imposible para esos calenturientos iconoclastas que quisieran ponerse en el nicho de lo que antes, minuciosamente o de tajo, han derribado.
Respetar a un poeta por su valor incomparable, por su especificidad como dicen los atomistas, significa que se ha elevando ante nuestros ojos, por su sentido de la belleza, por trasmitir ese contenido en las formas a su vez mas bellas, por su genio, por su carácter. Se ha elevado ante nuestros ojos, es decir, se ha convertido en una figura digna de respeto -cosa, por supuesto, que será motivo de envidia para los envidiosos, de aquellos que queriéndose elevar ante los ojos del respetable (del público, se entiende) no has sabido como o han sido impotentes para hacerse respetar -sirviéndose entonces para ello de modos desviados, volteados, amañados, invertidos del respeto -ya sea comprando directamente conciencias (a los inconscientes), ya infundiendo temor, tanto por vías directas como indirectas.
Como sucede con el público, con los espectadores, que por principio son respetables, que están por decirlo así en potencia de ser respetados, pero que realmente no lo son, así sucede en esa repelente demagogia del “todas las opiniones son respetables” –que equivale justamente a disolver el concepto, a la manera vanguardista del dadaísmo, que al estrellar las sillas sobre las testas del “respetable” les mostraban fehacientemente hasta que punto pueden de hecho no ser respetados.



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