jueves, 27 de junio de 2013

Marx Adiós II La Tragedia de la Educación Socialista Por Alberto Espinosa



   A la distancia, en efecto, pueden verse con prístina claridad las dos grandes causas de la tragedia de la educación nacional, las cuales se cifran, cerrándose como una pinza de oscurantismo sobre las testas magisteriales: I) en una concepción errónea y falsificada  del laicismo, y II) en el empeño irracional y dogmático de carácter reaccionario por instaurar en la esfera pública una “educción socialista”.
   El laicismo mexicano nace en la época de Benito Juárez como un compromiso del estado mexicano a abstenerse de toda responsabilidad ideológica. Tal postulado, al ser subsumido por el modelo positivista de la reforma liberal, tendió a ser interpretado como una pura negación de las ideas religiosas en la educación. La crítica al positivismo sustentado en el psicologismo llevada cabo por el Ateneo de la Juventud, especialmente por Vasconcelos y Antonio Caso, logró abolir la doctrina oficial, haciendo ver a la vez que uno de los fines fundamentales de la revolución era el de renovar completamente la enseñanza nacional. La energía creadora del Ateneo mostraba así que el laicismo positivo no puede acabar con los ideales de la enseñanza religiosa, simplemente porque ésta responde a una necesidad espiritual en el hombre que la ciencia y la filosofía positiva por sí mismas no pueden satisfacer. Como a señalado Samuel Ramos, la idea del laicismo produjo más humo que llama, llegando incluso a respaldar la posición de Bassols de suspenderlo como principio de la educación mexicana para darle un contenido doctrinal propio y moderno –en el sentido, pues, de satisfacer la necesidad real de dotar a la educación mexicana un contenido filosófico potente para dar cuerpo y expresión a nuestras aspiraciones espirituales.[2] Tomando en serio la insinuación de Bassols sobre la modernidad de la “educación socialista” se enarboló como campaña demagógica, pues Calles vio en ello una oportunidad política para intentar, mediante la escuela oficial, reformar ideológicamente al pueblo: it est,. para adoctrinarlo políticamente. El problema de la reforma educativa, cuya solución debió recaer en los espíritus de mayor experiencia y profundidad de pensamiento, fue llevado empero a la arena política para ser resuelto sobre las rodillas … sobreviniendo el desastre.
     La tendencia positivista tomó con Calles un sesgo decididamente antirreligioso, el cual, hiriendo profundamente los sentimientos del pueblo mexicano, sostuvo la reforma en 1933 del articulo 3º constitucional, fraguando al calor de la demagogia y la pasión sectaria la idea de una “educación socialista”, que le sonó bien a los políticos, adquiriendo pronto un sesgo de cuño marxista. Revolución por decreto de un jacobinismo terciario que olvidaba que una de las conquistas más arduas  de la historia de México ha sido la de llevar hasta las clases populares la convicción de la soberanía de la conciencia y de la libertad de pensamiento como inarrebatable cimiento de la dignidad de la persona.
   Empero, el materialismo dialéctico de Marx, que no es una doctrina científica sino una interpretación filosófica que descansa en supuestos metafísicos muy discutibles y sin repercusiones reales en la sociología, la economía y la filosofía contemporánea, fue entonces adoptado para llenar el hueco conceptual de la “educación socialista” -heredando sin embargo el positivismo porfiriano, pues al pretender enseñar “una concepción científica del universo” quedó sin contenido propio, tendiendo que llenar el vació llevando la educación y su moral evolucionista… a los tiempos de Juárez.
   Por otro parte, tal experimento educativo permitió establecer una dictadura educativa cuyo sistema, inventado por la iglesia católica en la Edad Media, permite ocultar todos aquellos conocimientos que considera herejía -que es el sistema de todas las dictaduras, donde en nombre de una iglesia se adora la momia de Lenin o la estatua de Hitler, Mussolini, Stalin o Franco. Sistema dogmático también, cuya función sacerdotal se manifiesta en su objeto metafísico: que sólo una conciencia exista, que sólo una voluntad actúe, que sólo un director piense y manipule (ego cogitans).
   En efecto, la ambición de Marx y sus prosélitos en realidad era la de dominar el socialismo y la doctrina dialéctico-socialista sirvió entonces no sólo para fundar una concepción política y económica de la sociedad, sino para presentarse como el único socialismo capaz de fundar una educación socialista potente para regir la conducta y el pensamiento del hombre prescindiendo de toda otra interpretación del cosmos. Así, el imperialismo sentimental de la ”conciencia de Marx” es el único que puede originar una conciencia y una educación socialista, cuya ortodoxia y carácter religioso se manifiesta en su intención de ejercerse sobre la persona como una  expurgación de la conciencia -cuyo carácter subjetivista y religioso delata empero que en realidad es una doctrina moral carente de toda filosofía.
  Pero, por el otro costado, al carecer la “educación socialista” de filosofía y por tanto de capacidad para corresponder con la realidad y ser objetivamente una educación, adquirió un carácter reaccionario, cerrando a las conciencias toda las posibilidades de acción revolucionaria ofrecidas por el mundo exterior y llevando a una horrible confusión, cuya angustia intelectual se manifestó, al no tener otra manera de destacarse, haciendo alardes de radicalismo, terminando en el superlativo extremismo de hacer pasar la “educación socialista” por propaganda política abierta, sustentada sólo en el interés particular y trastocando la imagen del líder y del patriarca por la del maestro. Sus consecuencias más palpables fueron el abandono del rigor en la teoría, ciencia y práctica pedagógico y crear la confusión y el caos en los espíritus, abriendo así las puertas de la escuela y de la cultura a toda clase de impostores y charlatanes que al vivir en la simulación no dieron sino lecciones de inmoralidad, implicando todo ello el debilitamiento y la supresión de la educación misma, la cual sucumbió a la intervención de la política.
   El callismo intentó imponer una dictadura ideológica, contradictor del espíritu constitucional siendo su reforma educativa un movimiento irreflexivo sujeto a la pasión demagógica y a la pasión sectaria de un partido político. Así, la sustitución del laicismo por la “escuela socialista” entorpecida en un revoltijo de ideas positivitas y materialistas y elevada a frase mágica sin contenido creo un fantasma de ideología, abriendo el hueco para ser llenado por una nueva bandera política y ser pasto de la demagogia oficial.
   Tamañas confusiones de la escuela comunista tienen su eje en una concepción psicologista del socialismo y de la revolución, cuyo carácter oposicionista prendió en los estratos más bajos de la mentalidad magisterial como una inconformidad infundada, que no pretende algo diferente de lo que se rechaza, sino que consiste en un puro estar inconforme, en una pura oposición sin objeto –pero cuya tendencia final es hacer sentir un estado de cosas superior que no existe para erigir así a la escuela en iglesia del Estado y supeditarlo todo a la autoridad de su dogma y  los políticos a los sacerdotes titulares de la doctrina oficial.
   Nuevo clericalismo, pues, que encierra la voluntad de que la escuela tenga una función eclesiástica respecto de la política –comprometiendo así a la escuela en la adopción oficial de una fe político-religiosa abanderada por un falso prestigio filosófico, haciendo con ello de la revolución un bastión de la reacción y una sofisticada forma estética del agravio y de  la misantropía.
   Las consecuencias que de ello se derivaron han sido incalculablemente costosas para la historia de México, pues lejos de adoptar una armonía entre los fines de la enseñanza y los fines de la sociedad por razón misma de la universalidad de los estudios, la confusión socialita llevó a la corrupción de los estudios que desnaturalizados y defraudados aspiran no a la responsabilidad y el esfuerzo de la cultura por la finalidad superior que le es propia con un ánimo desinteresado, sino al usufructo del que se sirve de ella como instrumento de su beneficio personal y sin conciencia de su utilidad –siendo así nuestra cultura botín de la depravada política mundial. Ensayo, pues, que cambió la naturaleza de las cosas, quedando la cultura en manos de quienes no reconociendo la superioridad de su valor social respecto de los demás apetitos la utilizan como un instrumento de sus apetitos incultos o para dar satisfacción a sus ambiciones individuales. Confundiendo también la revolución con aquello que niega la realidad de la nación y de la educación con una regresión a las fantasías de la infancia, llevando a negar el carácter libre de las profesiones liberales y a considerar reaccionaria cualquier nueva tendencia liberal que abriera un horizonte al espíritu, llenando así los corredores burocráticos de jóvenes ambiciosos e incultos en cuyas manos esta  la cultura a la que aspira la nación sin esperanzas.
   Tales posturas convirtieron a la doctrina socialista de la distribución de la riqueza en un acto de fe, en un puro fenómeno psíquico que la profesa como creencia pero no la practica como acto, convirtiéndola en una cosa puramente contemplativa, en una mística, en una magia, en un culto al milagro, que piensa que el socialismo se realiza por imaginarlo, haciendo de él un objeto sobrenatural. También  una creencia religiosa que hace de la revolución una creencia psicológica estéril y del socialismo una superstición astral y tenebrosa ansiosa de absoluto. Creencia religiosa, pues, que al comprometer la escuela oficial en la enseñanza del comunismo la entrega a la adoración de una fe político religiosa. Así, la escuela imanta el carácter dogmático de las iglesias, siendo su oposicionismo a la vez institucional e intolerante, pues por un lado su protesta no tiene objeto real, puesto que su objeto es metafísico, pero por la otra usurpa completamente el sentido de la protesta al no permitir ningún otro tipo de oposición –pues su tendencia es la absorción sin residuos de los espacios culturales para la intervención discrecional de la vida política.
   Empero, darle a la escuela una finalidad política es darle una finalidad que no tiene, una finalidad eclesiástica, cuya voluntad es la de apoderarse de la conciencia pública por medio de la escuela. Por último, al hacer del socialismo un psicologismo mas adquiere la función de una droga y la textura fantasmal e imaginaria de los sueños, lo que no dice mucho sobre la reforma o la transformación del mundo y si mucho del gusto de las mentes vagas por la embriaguez.
   Así, la “educación socialista” al ejercer una enseñanza que no corresponde a la realidad se vuelve conformista, abismada y caprichosa, adquiriendo el libérrimo carácter interior de las fantasías nocturnas. Doctrina, pues, que se obliga por su inferioridad intelectual  a la adopción de una actitud dogmática y suficiente, derivándose de ello la repugnancia por la libertad y su temor a que el futuro ponga de manifiesto la incapacidad de sus acciones falsas, fatuas y vanidosas –que a la vez conducen a la esterilización del socialismo y a fracaso de la acción revolucionaria, haciendo retroceder a la política a formas irreflexivas y primitivas del gregarismo. Total confusión que termina por hacer a todos los gatos pardos y que no puede ser sino obra de la noche, porque sólo ella es absoluta e ilimitada, confinando totalmente al hombre al rodearlo por todas partes –mientras que en cambio el día es limitado, sujetando al hombre a porciones parciales de la realidad y a su contexto y finitud, pero que a la vez permite entrar en un espacio real para habitarlo y para en libertad moverse rectamente y  seguir un horizonte.
   En concreto,  la resultante del sistema educativo fue incorporar lo que en el accidente revolucionario había de confusión del pensamiento y oportunismo, los cuales frustraron sus ideales al confundir los planos: el de la pedagogía con el adoctrinamiento, el sindicalismo con la organización académica y la libertad con la uniformidad oposicionista. Sin embargo, si rescatamos la esencia de la educación, resulta claro que no puede haber educación socialista, pues la ciencia es un valor objetivo que es el mismo para todas las escuelas y sistemas de educación. El hombre es un ser social… pero toda sociedad es una sociedad de individuos. La educación es así tan social como individual, pues está destinada tanto al fortalecimiento de la personalidad individual cuanto de las personalidades colectivas, teniendo por tanto que atender tanto a las predisposiciones de carácter de una cultura como responder a las aptitudes nativas del individuo. Filosofía de la educación que requiere desarrollarse, porque su objetivo es permitir que la conciencia humana se realice en la mayor plenitud que pueda alcanzar.[3]
   Lo cierto es que la idea de una “educación socialista”, producto resentido de una inversión de conceptos, ha desembocado en un malestar que ahora manifiesta sus efectos más regresivos y perturbadores –los cuales han llevado a los maestros de la irresponsabilidad a la simulación, expresándose finalmente tal fachada bajo la forma de la angustia existencial y de pensamiento, dando con ello ejemplo de confusión, inferioridad intelectual y  lecciones de inmoralidad y de violencia –porque lo cierto es que la educación no puede fundarse en el socialismo, sino solamente el socialismo en la educación.[4]
   En efecto, no hay educación socialista, pero en cambio lo que si puede haber es una política social de la educación, en el sentido de responder libremente a los requerimientos de la realidad social y cuya única reforma estriba en el conocimiento profundo del espíritu mexicano para corregir sus vicios y desarrollar sus predisposiciones y aptitudes de carácter decantándolas en realidades cumplidas –simplemente porque la tarea educativa es la de formar hombres según las miras de un tipo superior de existencia.
  Por su parte, el laicismo es una actitud de espíritu que toma distancia frente a los intereses eclesiásticos y frente a los intereses económico-políticos, tendiente a fundar una política libre, exterior a los intereses de iglesias y grupos económicos para consolidar su autonomía. Así, el laicismo implica la conciencia concreta de que la cultura y sus contenidos (tanto científicos, técnicos como humanísticos, artísticos y artesanales) pertenecen de modo radical a la sociedad –y no de modo histórico o tradicional a una clase social privilegiada, clerical, capitalista o socialista, ni al predominio de una iglesia o partido. La nación se identifica así con la sociedad laica, fundada en la luz pública o radicalmente, por ser la facultad natural de la nación para edificarse radicalmente y dictarse su propio destino –porque la revolución no es un conjunto de creencias individuales elevadas a forma de aplicabilidad universal de un dogma infalible y sagrado, sino la experiencia republicana de la sociedad misma como libre.
   Lejos de la teoría peregrina de estar el socialismo contenido analíticamente en la idea de la escuela laica como algo que le imprime una servidumbre política, el laicismo implica por lo contrario la concepción sintética de que la escuela tenga un contenido propio, que al serle exclusivo debe dejársele en libertad para cumplir la función que la escuela tiene como tal, pues tanto ciencias, artes como humanidades tienen un contenido por sí mismo, que sin ser supeditado a intereses extrínsecos pueda ejercer su actividad transformadora.
     Al ser la esencia de la educación es la de articular un corpus  de expresiones de convivencia formativa de la persona, el modelo estético es quizá insuperable, pues la educación artística consiste en articular situaciones sociales de convivencia formativa mediante expresiones bellas e incluso críticas de la realidad. La iniciación artística así permite el aprendizaje de técnicas prácticas para la articulación de tales expresiones mediante el aplicado oficio, logrando el fortalecimiento las aptitudes y predisposiciones del aprendiz; pero que a la vez requiere en la convivencia formativa de un caldo de cultura y tradición situacional que le de cuerpo para insertarse en la vida social y brillar a la luz pública, logrando con ello el robustecimiento de los grupos sociales mediante expresiones colectivas que expandan y saneen el tejido social –respondiendo así a la vida colectiva más como una orquesta que como un guerrilla.
   Porque la acción armónica y estética del muralismo es también la de una crítica de la realidad que permita pensar directa y objetivamente los problemas del país sin distorsionarlos por las pasiones e intereses económicos o políticos personales. Madurez de pensamiento, que sobre la experiencia de los fracasos enseña lo que no debemos hacer, fortaleciendo nuestro carácter y lección estética y moral también, que muestra los horizontes abiertos a la responsabilidad de la persona en el mundo de la formación y de la libertad ascendente

[1]   Los ideales educativos, fruto de la brillante oportunidad de renovar al nación llevada a cavo por José Vasconcelos, quedaron inscritos en su (des)conocido libro De Robinson a Odisea. Pedagogía Estructurativa,  .(1ª Ed. España, 1935) Ed. Constancia, México 1952.
[2] Samuel Ramos, 20 años de la Educación en México (1941), UNAM. Nueva Biblioteca Mexicana #46, Tomo II de O.C.  México, 1990. Pág. 88.
[3] Hay que recordar aquí que la gesta del Ateneo, a su manera los filósofos de Contemporáneos, pero también la iniciación filosófica de José Gaos, coinciden en su lucha contra el psicologismo –teniendo todos ellos su antecedente en la obra fenomenológica de Husserl. El tema de la educación es el desarrollo del hombre y éste no puede lograrse sino con fundamentos filosóficos ad hoc, esto es mediante una filosofía de la persona y de la historia –propugnada por Ortega y Gasset y constituida como programa y sistema educativo con José Gaos en tierra mexicana.
[4] Jorge Cuesta, No hay Ecuación Socialista (1935). Poesía y Crítica, Tercera serie de Lecturas Mexicanas #31. CNCA. México, 1991.





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