A la distancia, en efecto, pueden
verse con prístina claridad las dos grandes causas de la tragedia de la
educación nacional, las cuales se cifran, cerrándose como una pinza de
oscurantismo sobre las testas magisteriales: I) en una concepción errónea y falsificada
del laicismo, y II) en el empeño irracional y dogmático de carácter
reaccionario por instaurar en la esfera pública una “educción socialista”.
El laicismo mexicano nace en la época de Benito Juárez como un
compromiso del estado mexicano a abstenerse de toda responsabilidad ideológica.
Tal postulado, al ser subsumido por el modelo positivista de la reforma
liberal, tendió a ser interpretado como una pura negación de las ideas
religiosas en la educación. La crítica al positivismo sustentado en el
psicologismo llevada cabo por el Ateneo de la Juventud, especialmente por
Vasconcelos y Antonio Caso, logró abolir la doctrina oficial, haciendo ver a la
vez que uno de los fines fundamentales de la revolución era el de renovar
completamente la enseñanza nacional. La energía creadora del Ateneo mostraba
así que el laicismo positivo no puede acabar con los ideales de la enseñanza
religiosa, simplemente porque ésta responde a una necesidad espiritual en el
hombre que la ciencia y la filosofía positiva por sí mismas no pueden
satisfacer. Como a señalado Samuel Ramos, la idea del laicismo produjo más humo
que llama, llegando incluso a respaldar la posición de Bassols de suspenderlo
como principio de la educación mexicana para darle un contenido doctrinal propio
y moderno –en el sentido, pues, de satisfacer la necesidad real de dotar a la
educación mexicana un contenido filosófico potente para dar cuerpo y expresión
a nuestras aspiraciones espirituales.[2] Tomando en serio la insinuación de
Bassols sobre la modernidad de la “educación socialista” se enarboló como
campaña demagógica, pues Calles vio en ello una oportunidad política para
intentar, mediante la escuela oficial, reformar ideológicamente al pueblo: it
est,. para adoctrinarlo políticamente. El problema de la reforma educativa,
cuya solución debió recaer en los espíritus de mayor experiencia y profundidad
de pensamiento, fue llevado empero a la arena política para ser resuelto sobre
las rodillas … sobreviniendo el desastre.
La tendencia positivista tomó con Calles un sesgo
decididamente antirreligioso, el cual, hiriendo profundamente los sentimientos
del pueblo mexicano, sostuvo la reforma en 1933 del articulo 3º constitucional,
fraguando al calor de la demagogia y la pasión sectaria la idea de una “educación
socialista”, que le sonó bien a los políticos, adquiriendo pronto un sesgo de
cuño marxista. Revolución por decreto de un jacobinismo terciario que olvidaba
que una de las conquistas más arduas de la historia de México ha sido la
de llevar hasta las clases populares la convicción de la soberanía de la
conciencia y de la libertad de pensamiento como inarrebatable cimiento de la
dignidad de la persona.
Empero, el materialismo dialéctico de Marx, que no es una
doctrina científica sino una interpretación filosófica que descansa en
supuestos metafísicos muy discutibles y sin repercusiones reales en la
sociología, la economía y la filosofía contemporánea, fue entonces adoptado
para llenar el hueco conceptual de la “educación socialista” -heredando sin embargo
el positivismo porfiriano, pues al pretender enseñar “una concepción científica
del universo” quedó sin contenido propio, tendiendo que llenar el vació
llevando la educación y su moral evolucionista… a los tiempos de Juárez.
Por otro parte, tal experimento educativo permitió establecer
una dictadura educativa cuyo sistema, inventado por la iglesia católica en la
Edad Media, permite ocultar todos aquellos conocimientos que considera herejía
-que es el sistema de todas las dictaduras, donde en nombre de una iglesia se
adora la momia de Lenin o la estatua de Hitler, Mussolini, Stalin o Franco.
Sistema dogmático también, cuya función sacerdotal se manifiesta en su objeto
metafísico: que sólo una conciencia exista, que sólo una voluntad actúe, que sólo
un director piense y manipule (ego cogitans).
En efecto, la ambición de Marx y sus prosélitos en realidad
era la de dominar el socialismo y la doctrina dialéctico-socialista sirvió
entonces no sólo para fundar una concepción política y económica de la sociedad,
sino para presentarse como el único socialismo capaz de fundar una educación
socialista potente para regir la conducta y el pensamiento del hombre
prescindiendo de toda otra interpretación del cosmos. Así, el imperialismo
sentimental de la ”conciencia de Marx” es el único que puede originar una
conciencia y una educación socialista, cuya ortodoxia y carácter religioso se
manifiesta en su intención de ejercerse sobre la persona como una
expurgación de la conciencia -cuyo carácter subjetivista y religioso delata
empero que en realidad es una doctrina moral carente de toda filosofía.
Pero, por el otro costado, al carecer la “educación socialista” de
filosofía y por tanto de capacidad para corresponder con la realidad y ser
objetivamente una educación, adquirió un carácter reaccionario, cerrando a las
conciencias toda las posibilidades de acción revolucionaria ofrecidas por el
mundo exterior y llevando a una horrible confusión, cuya angustia intelectual
se manifestó, al no tener otra manera de destacarse, haciendo alardes de
radicalismo, terminando en el superlativo extremismo de hacer pasar la
“educación socialista” por propaganda política abierta, sustentada sólo en el
interés particular y trastocando la imagen del líder y del patriarca por la del
maestro. Sus consecuencias más palpables fueron el abandono del rigor en la
teoría, ciencia y práctica pedagógico y crear la confusión y el caos en los
espíritus, abriendo así las puertas de la escuela y de la cultura a toda clase
de impostores y charlatanes que al vivir en la simulación no dieron sino
lecciones de inmoralidad, implicando todo ello el debilitamiento y la supresión
de la educación misma, la cual sucumbió a la intervención de la política.
El callismo intentó imponer una dictadura ideológica,
contradictor del espíritu constitucional siendo su reforma educativa un
movimiento irreflexivo sujeto a la pasión demagógica y a la pasión sectaria de
un partido político. Así, la sustitución del laicismo por la “escuela
socialista” entorpecida en un revoltijo de ideas positivitas y materialistas y
elevada a frase mágica sin contenido creo un fantasma de ideología, abriendo el
hueco para ser llenado por una nueva bandera política y ser pasto de la
demagogia oficial.
Tamañas confusiones de la escuela comunista tienen su eje en
una concepción psicologista del socialismo y de la revolución, cuyo carácter
oposicionista prendió en los estratos más bajos de la mentalidad magisterial
como una inconformidad infundada, que no pretende algo diferente de lo que se
rechaza, sino que consiste en un puro estar inconforme, en una pura oposición
sin objeto –pero cuya tendencia final es hacer sentir un estado de cosas
superior que no existe para erigir así a la escuela en iglesia del Estado y
supeditarlo todo a la autoridad de su dogma y los políticos a los
sacerdotes titulares de la doctrina oficial.
Nuevo clericalismo, pues, que encierra la voluntad de que la
escuela tenga una función eclesiástica respecto de la política –comprometiendo
así a la escuela en la adopción oficial de una fe político-religiosa abanderada
por un falso prestigio filosófico, haciendo con ello de la revolución un
bastión de la reacción y una sofisticada forma estética del agravio y de
la misantropía.
Las consecuencias que de ello se derivaron han sido
incalculablemente costosas para la historia de México, pues lejos de adoptar
una armonía entre los fines de la enseñanza y los fines de la sociedad por
razón misma de la universalidad de los estudios, la confusión socialita llevó a
la corrupción de los estudios que desnaturalizados y defraudados aspiran no a
la responsabilidad y el esfuerzo de la cultura por la finalidad superior que le
es propia con un ánimo desinteresado, sino al usufructo del que se sirve de
ella como instrumento de su beneficio personal y sin conciencia de su utilidad
–siendo así nuestra cultura botín de la depravada política mundial. Ensayo,
pues, que cambió la naturaleza de las cosas, quedando la cultura en manos de
quienes no reconociendo la superioridad de su valor social respecto de los
demás apetitos la utilizan como un instrumento de sus apetitos incultos o para
dar satisfacción a sus ambiciones individuales. Confundiendo también la
revolución con aquello que niega la realidad de la nación y de la educación con
una regresión a las fantasías de la infancia, llevando a negar el carácter
libre de las profesiones liberales y a considerar reaccionaria cualquier nueva
tendencia liberal que abriera un horizonte al espíritu, llenando así los
corredores burocráticos de jóvenes ambiciosos e incultos en cuyas manos
esta la cultura a la que aspira la nación sin esperanzas.
Tales posturas convirtieron a la doctrina socialista de la
distribución de la riqueza en un acto de fe, en un puro fenómeno psíquico que
la profesa como creencia pero no la practica como acto, convirtiéndola en una
cosa puramente contemplativa, en una mística, en una magia, en un culto al
milagro, que piensa que el socialismo se realiza por imaginarlo, haciendo de él
un objeto sobrenatural. También una creencia religiosa que hace de la
revolución una creencia psicológica estéril y del socialismo una superstición
astral y tenebrosa ansiosa de absoluto. Creencia religiosa, pues, que al
comprometer la escuela oficial en la enseñanza del comunismo la entrega a la adoración
de una fe político religiosa. Así, la escuela imanta el carácter dogmático de
las iglesias, siendo su oposicionismo a la vez institucional e intolerante,
pues por un lado su protesta no tiene objeto real, puesto que su objeto es
metafísico, pero por la otra usurpa completamente el sentido de la protesta al
no permitir ningún otro tipo de oposición –pues su tendencia es la absorción
sin residuos de los espacios culturales para la intervención discrecional de la
vida política.
Empero, darle a la escuela una finalidad política es darle una
finalidad que no tiene, una finalidad eclesiástica, cuya voluntad es la de
apoderarse de la conciencia pública por medio de la escuela. Por último, al
hacer del socialismo un psicologismo mas adquiere la función de una droga y la
textura fantasmal e imaginaria de los sueños, lo que no dice mucho sobre la
reforma o la transformación del mundo y si mucho del gusto de las mentes vagas
por la embriaguez.
Así, la “educación socialista” al ejercer una enseñanza que no
corresponde a la realidad se vuelve conformista, abismada y caprichosa,
adquiriendo el libérrimo carácter interior de las fantasías nocturnas.
Doctrina, pues, que se obliga por su inferioridad intelectual a la
adopción de una actitud dogmática y suficiente, derivándose de ello la
repugnancia por la libertad y su temor a que el futuro ponga de manifiesto la
incapacidad de sus acciones falsas, fatuas y vanidosas –que a la vez conducen a
la esterilización del socialismo y a fracaso de la acción revolucionaria,
haciendo retroceder a la política a formas irreflexivas y primitivas del
gregarismo. Total confusión que termina por hacer a todos los gatos pardos y
que no puede ser sino obra de la noche, porque sólo ella es absoluta e
ilimitada, confinando totalmente al hombre al rodearlo por todas partes
–mientras que en cambio el día es limitado, sujetando al hombre a porciones
parciales de la realidad y a su contexto y finitud, pero que a la vez permite
entrar en un espacio real para habitarlo y para en libertad moverse rectamente
y seguir un horizonte.
En concreto, la resultante del sistema educativo fue
incorporar lo que en el accidente revolucionario había de confusión del
pensamiento y oportunismo, los cuales frustraron sus ideales al confundir los
planos: el de la pedagogía con el adoctrinamiento, el sindicalismo con la
organización académica y la libertad con la uniformidad oposicionista. Sin
embargo, si rescatamos la esencia de la educación, resulta claro que no puede
haber educación socialista, pues la ciencia es un valor objetivo que es el
mismo para todas las escuelas y sistemas de educación. El hombre es un ser
social… pero toda sociedad es una sociedad de individuos. La educación es así
tan social como individual, pues está destinada tanto al fortalecimiento de la
personalidad individual cuanto de las personalidades colectivas, teniendo por
tanto que atender tanto a las predisposiciones de carácter de una cultura como
responder a las aptitudes nativas del individuo. Filosofía de la educación que
requiere desarrollarse, porque su objetivo es permitir que la conciencia humana
se realice en la mayor plenitud que pueda alcanzar.[3]
Lo cierto es que la idea de una “educación socialista”,
producto resentido de una inversión de conceptos, ha desembocado en un malestar
que ahora manifiesta sus efectos más regresivos y perturbadores –los cuales han
llevado a los maestros de la irresponsabilidad a la simulación, expresándose
finalmente tal fachada bajo la forma de la angustia existencial y de
pensamiento, dando con ello ejemplo de confusión, inferioridad intelectual
y lecciones de inmoralidad y de violencia –porque lo cierto es que la
educación no puede fundarse en el socialismo, sino solamente el socialismo en
la educación.[4]
En efecto, no hay educación socialista, pero en cambio lo que si
puede haber es una política social de la educación, en el sentido de responder
libremente a los requerimientos de la realidad social y cuya única reforma
estriba en el conocimiento profundo del espíritu mexicano para corregir sus
vicios y desarrollar sus predisposiciones y aptitudes de carácter decantándolas
en realidades cumplidas –simplemente porque la tarea educativa es la de formar
hombres según las miras de un tipo superior de existencia.
Por su parte, el laicismo es una actitud de espíritu que toma
distancia frente a los intereses eclesiásticos y frente a los intereses
económico-políticos, tendiente a fundar una política libre, exterior a los
intereses de iglesias y grupos económicos para consolidar su autonomía. Así, el
laicismo implica la conciencia concreta de que la cultura y sus contenidos
(tanto científicos, técnicos como humanísticos, artísticos y artesanales)
pertenecen de modo radical a la sociedad –y no de modo histórico o tradicional
a una clase social privilegiada, clerical, capitalista o socialista, ni al
predominio de una iglesia o partido. La nación se identifica así con la
sociedad laica, fundada en la luz pública o radicalmente, por ser la facultad
natural de la nación para edificarse radicalmente y dictarse su propio destino
–porque la revolución no es un conjunto de creencias individuales elevadas a
forma de aplicabilidad universal de un dogma infalible y sagrado, sino la
experiencia republicana de la sociedad misma como libre.
Lejos de la teoría peregrina de estar el socialismo contenido
analíticamente en la idea de la escuela laica como algo que le imprime una
servidumbre política, el laicismo implica por lo contrario la concepción
sintética de que la escuela tenga un contenido propio, que al serle exclusivo
debe dejársele en libertad para cumplir la función que la escuela tiene como
tal, pues tanto ciencias, artes como humanidades tienen un contenido por sí
mismo, que sin ser supeditado a intereses extrínsecos pueda ejercer su
actividad transformadora.
Al ser la esencia de
la educación es la de articular un corpus de expresiones de convivencia
formativa de la persona, el modelo estético es quizá insuperable, pues la
educación artística consiste en articular situaciones sociales de convivencia
formativa mediante expresiones bellas e incluso críticas de la realidad. La
iniciación artística así permite el aprendizaje de técnicas prácticas para la
articulación de tales expresiones mediante el aplicado oficio, logrando el
fortalecimiento las aptitudes y predisposiciones del aprendiz; pero que a la
vez requiere en la convivencia formativa de un caldo de cultura y tradición
situacional que le de cuerpo para insertarse en la vida social y brillar a la
luz pública, logrando con ello el robustecimiento de los grupos sociales
mediante expresiones colectivas que expandan y saneen el tejido social
–respondiendo así a la vida colectiva más como una orquesta que como un
guerrilla.
Porque la acción armónica y estética del muralismo es también
la de una crítica de la realidad que permita pensar directa y objetivamente los
problemas del país sin distorsionarlos por las pasiones e intereses económicos
o políticos personales. Madurez de pensamiento, que sobre la experiencia de los
fracasos enseña lo que no debemos hacer, fortaleciendo nuestro carácter y
lección estética y moral también, que muestra los horizontes abiertos a la
responsabilidad de la persona en el mundo de la formación y de la libertad
ascendente
[1] Los
ideales educativos, fruto de la brillante oportunidad de renovar al nación
llevada a cavo por José Vasconcelos, quedaron inscritos en su (des)conocido
libro De Robinson a Odisea. Pedagogía Estructurativa, .(1ª
Ed. España, 1935) Ed. Constancia, México 1952.
[2] Samuel Ramos, 20
años de la Educación en México (1941), UNAM. Nueva Biblioteca Mexicana
#46, Tomo II de O.C. México, 1990. Pág. 88.
[3] Hay que recordar
aquí que la gesta del Ateneo, a su manera los filósofos de
Contemporáneos, pero también la iniciación filosófica de José Gaos,
coinciden en su lucha contra el psicologismo –teniendo todos ellos su
antecedente en la obra fenomenológica de Husserl. El tema de la educación es el
desarrollo del hombre y éste no puede lograrse sino con fundamentos filosóficos
ad hoc, esto es mediante una filosofía de la persona y de la
historia –propugnada por Ortega y Gasset y constituida como programa y sistema
educativo con José Gaos en tierra mexicana.
[4] Jorge Cuesta, No
hay Ecuación Socialista (1935). Poesía y Crítica, Tercera
serie de Lecturas Mexicanas #31. CNCA. México, 1991.
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