jueves, 12 de septiembre de 2013

XX.- Curso de Antropología Filosófica Por Alberto Espinosa


 XX.- El Hombre Moderno-Contemporáneo: el Existencialismo Inmanentista

20.1.- Hijos de nuestro tiempo, no podemos sino tener los pecados, las debilidades, las defectos de nuestros siglo o mundo. La época moderno-contemporánea está caracterizada  por el fenómeno en verdad notable de su extremismo y excentricidad, que es el espectáculo sólito, cotidiano, de hombres sacados de su centro, por el afán extremista de nuestro tiempo de vivir esta vida de manera meramente inmanentista, en una vida que se agota a sí misma sin trascendencia posible –o como si Dios no existiera. Vida en ausencia de Dios, pues, que ha conducido a que cada quien, sirviéndose más que de los poderes de su razón de las inclinaciones de su subjetividad, persiga su propio camino, y en la que todos se han perdido, erosionando de tal manera el sentimiento de respeto y minando los ejes radiales del mundo moral o axiológico que, al carecer de centro se ha quedado también sin medida, adoptando las más caprichosas escalas o conjuntos de valores.
   Así, una de las características más sobresalientes del hombre contemporáneo es el de su desequilibrio moral, resuelto en la imposibilidad de alcanzar la felicidad o el armónico equilibrio de la naturaleza humana –lo cual se revela con síntomas cada vez más patéticos de insatisfacción, de evasión de la realidad e incluso de abierta negativa  de acceder al simple e ingenuo goce de vivir.
    En sus puntos más agudos tal desequilibrio se revela como todo un complejo de doble desequilibrio u oscilación onto-axiológica en el hombre, que es el fenómeno de la doblez de la naturaleza humana, del ánimo doble, dubitativo, irresoluto, en el que el sujeto experimenta tan pronto el ausentismo (el hoyo en la conciencia) como la franca enajenación o alienación –relacionándose tales experiencias directamente con el delirio o la posesión. Ser ajeno a uno mismo podría caracterizarse como una falta de reflexión… y como un experimentar en cabeza propia los caminos descendentes de la libertad e incluso como una completa pérdida de la libertad (ya se neumática, ya psicosomática), o como una esclavitud (asunto sobre el que reiteradamente habremos de volver).
20.2.- Puede afirmarse de manera un tanto hiperbólica que el hombre moderno-contemporáneo es el hombre de la excentricidad y del extremismo, que no es otro que el hombre del existencialismo: el hombre que al darse el ser axiológico a si mismo , al autolegislarse, acaba por ser simplemente de hecho y sin razón de ser, mortalmente hostil a toda naturaleza y a toda esencia, dominado por la hybris fáustica o desmesura y secularización desviada de nuestro tiempo (Habermas), que acaba por ser, por lo tanto también, el hombre rebelde.[1]
20.3.- Nada más sólito en nuestro tiempo que el universal concierto de los antiautoritarismos… que acaba por reclamar para sí toda la autoridad –ganado de tal forma lo declara desde un principio perder. Nada más común y corriente que ese mundo donde cada cual se declara oveja negra, jugándose así original, siendo al cabo su diferencia idéntica a la de todos los demás –generalmente una calca, una simulación, una mala copia de un modelo de la rebeldía.
   Mundo que ha hecho de las vanguardias un academicismo, de la ruptura de la tradición una tradición, de la revolución una institución, de la originalidad un gregarismo, de la singularidad una excentricidad, del socialismo un burocratismo que mina lo social en su raíz misma, de la disidencia un sistema de pensiones, de la rebeldía un abierto clamor para ser agasajado y hasta hacer del existencialismo una filosofía –donde el ataque a la buena conciencia se fabrica otra buena conciencia aún más inexpugnable, mediante los señalamientos denunciatorios y cada vez más autoritarios, acusando al otro de inhumano mediante otra inhumanidad cada vez más desalmada. Pensamiento rebelde también, que se da a la tarea de estar siempre desmarcado, cada vez más allá, más lejos de sí mismo, donde ya no puede ser hallado en falta, pero mordiendo el polvo al caer de bruces en las contradicciones explícitas de su propio “doble-pensar”, tan propio de la llamada postmodernidad y que acaba por paralizar al pensamiento mismo (“pathablar”). Verdadero paradojario que, como las modas estrambóticas de algunas épocas, ni vemos ni nos causa asombro a fuerza de su pertinaz repetición y reforzado por la rutina, la tétrica locura del convencionalismo, la presión histórica y la  propaganda.
2.4.- En el fono se trata de la consagración del hombre moderno, del hombre rebelde, no del todo ajeno al homo faber –tanto al fabricante de utensilios, herramientas, máquinas, artilugios, artefactos, métodos y procedimientos, como al hombre que usa y frecuentemente también abusa de ellos, en una espiral descendente de maquinización, de repetición en el uso y la automatización de procedimientos, hasta el grado de automatizarse, de llegar a ser él mismo un autómata dominado por el utensilio, por el artefacto, por la máquina o por el procedimiento (tecnocracia, pues, que se suma a los caracteres de excentricidad, extremismo, existencialismo e inmanentismo del hombre contemporáneo).
   Por su parte el uso y abuso de los artefactos tiene un claro sentido de aceleración de la velocidad, de recorrer mayores distancias cada vez en el menor tiempo posible, a lo que va ligado los imperativos técnicos de la eficacia y la eficiencia. Es de lo que se trata, en efecto, es de hacer más cosas en el menor tiempo posible –pues la metafísica del hombre moderno no es otra que la de la inmanencia, la de un tiempo que se consume, que se agota a sí mismo, que no va más allá de sus fronteras, que se desgasta, que se pierde sin poder ensancharse las fronteras del futuro, cayendo por tanto bajo la lógica del placer efímero, del egoísmo agresivo o de la ambición de poder.  Mundo por tanto donde nos falta el tiempo, donde no hay tiempo que perder y… donde al tiempo se va sin volver no se le echa ni una mirada de adiós o despedida, al estar sujetos los hombres a la presión de la aceleración del tiempo y de la historia –sujetos, pues, al poder de Cronos, devorador de sus hijos.
  20.5.- Filosofía de la historia, dialéctica de la temporalidad construida a base de negaciones y de negaciones de las negaciones que, sin embargo, no engendran una tradición, una continuidad reconocible en el tiempo, sino la discontinuidad del fragmento e inconexo, de lo particular o de lo meramente subjetivo. Todo lo cual conducente a un mundo donde reina la incomunicación, el capricho, el excentricismo, el confinamiento existencial y el secularismo desviado de la libertad descendente.
   Mundo también dominado por una universal sordera donde pululan los simuladores, los fingidos, los engañadores, los actores y los falsarios, que al evadir la reflexión sobre si y sobre los fundamentos de lo humano en realidad lo que evadan es el reconocimiento de sí mismos y del prójimo,  esquivando así toda responsabilidad, haciéndose los suecos o, colando alguna cosa que no se debe o a alguien en alguna jerarquía o en algún lugar que propiamente no le corresponde, haciendo así pasar gato por liebre.



[1] Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger, Entre Razón y Religión. FCE, Colección Centzontle. México, 1ª Ed. 2008.




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