XX.- El Hombre Moderno-Contemporáneo: el
Existencialismo Inmanentista
20.1.- Hijos de nuestro
tiempo, no podemos sino tener los pecados, las debilidades, las defectos de
nuestros siglo o mundo. La época moderno-contemporánea está caracterizada por el fenómeno en verdad notable de su
extremismo y excentricidad, que es el espectáculo sólito, cotidiano, de hombres
sacados de su centro, por el afán extremista de nuestro tiempo de vivir esta
vida de manera meramente inmanentista, en una vida que se agota a sí misma sin
trascendencia posible –o como si Dios no existiera. Vida en ausencia de Dios,
pues, que ha conducido a que cada quien, sirviéndose más que de los poderes de
su razón de las inclinaciones de su subjetividad, persiga su propio camino, y en
la que todos se han perdido, erosionando de tal manera el sentimiento de
respeto y minando los ejes radiales del mundo moral o axiológico que, al
carecer de centro se ha quedado también sin medida, adoptando las más
caprichosas escalas o conjuntos de valores.
Así,
una de las características más sobresalientes del hombre contemporáneo es el de
su desequilibrio moral, resuelto en la imposibilidad de alcanzar la felicidad o
el armónico equilibrio de la naturaleza humana –lo cual se revela con síntomas
cada vez más patéticos de insatisfacción, de evasión de la realidad e incluso
de abierta negativa de acceder al simple
e ingenuo goce de vivir.
En
sus puntos más agudos tal desequilibrio se revela como todo un complejo de doble
desequilibrio u oscilación onto-axiológica en el hombre, que es el fenómeno de
la doblez de la naturaleza humana, del ánimo doble, dubitativo, irresoluto, en
el que el sujeto experimenta tan pronto el ausentismo (el hoyo en la conciencia)
como la franca enajenación o alienación –relacionándose tales experiencias
directamente con el delirio o la posesión. Ser ajeno a uno mismo podría
caracterizarse como una falta de reflexión… y como un experimentar en cabeza
propia los caminos descendentes de la libertad e incluso como una completa pérdida
de la libertad (ya se neumática, ya psicosomática), o como una esclavitud
(asunto sobre el que reiteradamente habremos de volver).
20.2.- Puede afirmarse
de manera un tanto hiperbólica que el hombre moderno-contemporáneo es el hombre
de la excentricidad y del extremismo, que no es otro que el hombre del
existencialismo: el hombre que al darse el ser axiológico a si mismo , al autolegislarse,
acaba por ser simplemente de hecho y sin razón de ser, mortalmente hostil a
toda naturaleza y a toda esencia, dominado por la hybris fáustica o desmesura y
secularización desviada de nuestro tiempo (Habermas), que acaba por ser, por lo
tanto también, el hombre rebelde.[1]
20.3.- Nada más sólito
en nuestro tiempo que el universal concierto de los antiautoritarismos… que
acaba por reclamar para sí toda la autoridad –ganado de tal forma lo declara
desde un principio perder. Nada más común y corriente que ese mundo donde cada
cual se declara oveja negra, jugándose así original, siendo al cabo su diferencia
idéntica a la de todos los demás –generalmente una calca, una simulación, una
mala copia de un modelo de la rebeldía.
Mundo que ha hecho de las vanguardias un
academicismo, de la ruptura de la tradición una tradición, de la revolución una
institución, de la originalidad un gregarismo, de la singularidad una
excentricidad, del socialismo un burocratismo que mina lo social en su raíz
misma, de la disidencia un sistema de pensiones, de la rebeldía un abierto clamor
para ser agasajado y hasta hacer del existencialismo una filosofía –donde el
ataque a la buena conciencia se fabrica otra buena conciencia aún más
inexpugnable, mediante los señalamientos denunciatorios y cada vez más
autoritarios, acusando al otro de inhumano mediante otra inhumanidad cada vez
más desalmada. Pensamiento rebelde también, que se da a la tarea de estar
siempre desmarcado, cada vez más allá, más lejos de sí mismo, donde ya no puede
ser hallado en falta, pero mordiendo el polvo al caer de bruces en las contradicciones
explícitas de su propio “doble-pensar”, tan propio de la llamada postmodernidad
y que acaba por paralizar al pensamiento mismo (“pathablar”). Verdadero
paradojario que, como las modas estrambóticas de algunas épocas, ni vemos ni
nos causa asombro a fuerza de su pertinaz repetición y reforzado por la rutina,
la tétrica locura del convencionalismo, la presión histórica y la propaganda.
2.4.- En el fono se
trata de la consagración del hombre moderno, del hombre rebelde, no del todo ajeno
al homo faber –tanto al fabricante de
utensilios, herramientas, máquinas, artilugios, artefactos, métodos y
procedimientos, como al hombre que usa y frecuentemente también abusa de ellos,
en una espiral descendente de maquinización, de repetición en el uso y la
automatización de procedimientos, hasta el grado de automatizarse, de llegar a
ser él mismo un autómata dominado por el utensilio, por el artefacto, por la
máquina o por el procedimiento (tecnocracia, pues, que se suma a los caracteres
de excentricidad, extremismo, existencialismo e inmanentismo del hombre contemporáneo).
Por su parte el uso y abuso de los
artefactos tiene un claro sentido de aceleración de la velocidad, de recorrer
mayores distancias cada vez en el menor tiempo posible, a lo que va ligado los
imperativos técnicos de la eficacia y la eficiencia. Es de lo que se trata, en
efecto, es de hacer más cosas en el menor tiempo posible –pues la metafísica
del hombre moderno no es otra que la de la inmanencia, la de un tiempo que se
consume, que se agota a sí mismo, que no va más allá de sus fronteras, que se desgasta,
que se pierde sin poder ensancharse las fronteras del futuro, cayendo por tanto
bajo la lógica del placer efímero, del egoísmo agresivo o de la ambición de poder.
Mundo por tanto donde nos falta el
tiempo, donde no hay tiempo que perder y… donde al tiempo se va sin volver no
se le echa ni una mirada de adiós o despedida, al estar sujetos los hombres a
la presión de la aceleración del tiempo y de la historia –sujetos, pues, al
poder de Cronos, devorador de sus hijos.
20.5.- Filosofía
de la historia, dialéctica de la temporalidad construida a base de negaciones y
de negaciones de las negaciones que, sin embargo, no engendran una tradición, una
continuidad reconocible en el tiempo, sino la discontinuidad del fragmento e inconexo,
de lo particular o de lo meramente subjetivo. Todo lo cual conducente a un
mundo donde reina la incomunicación, el capricho, el excentricismo, el
confinamiento existencial y el secularismo desviado de la libertad descendente.
Mundo también dominado por una universal
sordera donde pululan los simuladores, los fingidos, los engañadores, los
actores y los falsarios, que al evadir la reflexión sobre si y sobre los fundamentos
de lo humano en realidad lo que evadan es el reconocimiento de sí mismos y del
prójimo, esquivando así toda
responsabilidad, haciéndose los suecos o, colando alguna cosa que no se debe o
a alguien en alguna jerarquía o en algún lugar que propiamente no le
corresponde, haciendo así pasar gato por liebre.
[1] Jürgen
Habermas y Joseph Ratzinger, Entre Razón y Religión. FCE,
Colección Centzontle. México, 1ª Ed. 2008.
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