Lección
XIX.- La Crisis: Decadencia de la Conciencia Moral
(La Educación sin Calidad)
19.1.- Vivimos una
época caracterizada por su decadencia moral, la cual se deriva de la pérdida
del sentimiento religioso profundo y de la corrupción del sentimiento de la
vida (una vida más vida). Por el abstracto principio rector de la
pseudofilosofía del triunfo, del éxito personal a toda costa y de la eficacia
competitiva, concebidos como una lucha implacable a costa del prójimo y como
algo que nace íntimamente ya de la ambición personal ya del temor al rechazo o
a ser excluidos.
19.1.1.- El predominio
del egoísmo, la predación de la agresión, la competencia innoble, la
manipulación de las conciencias y la cosificación del otro en directo
detrimento de la dignidad de la persona se postulan así como situaciones
derivadas a la naturaleza inherente a los seres humanos (psicología evolutiva) –sosteniendo
por tanto indirectamente que la religión y sus constantes principios morales no
son más que una serie de ideales utópicos no aptos para orientar el destino
humano y desechando por tanto la formación y el desarrollo de los sentimientos
de cooperación y fraternidad (sirviéndose muchas para ello de las bárbaras
doctrinas políticas contemporáneas, en boga desde hace un siglo, que exaltan la
violencia entre los hombres).
Así, lo que se busca, es lograr imponerse por
la fuerza, ya sea mediante la manipulación del individuo (mediante la presión
social y los prejuicios convencionales), ya sea de las masas (mediante el adoctrinamiento
y el falso comunitarismo apelmasador de masas). Su primer objetivo: ensordecer
los imperativos de la conciencia moral y el sentido de la responsabilidad del
individuo, de independencia en materia política, menguando así el sentido de
justicia del ciudadano (a quien cualquier atropello de pronto le parece “bien”,
siempre y cuando o fortaleza o no debilite sus muy particulares intereses egoístas,
adoptando por tanto la riesgosísima posición subjetivista del el relativismo
moral, que tácitamente declara; “sólo es justo aquello que me conviene”). Actitudes
todas ellas reforzadas por el temor del ciudadano de ser eliminado del ciclo
económico, teniendo que sobrevivir así con la carencia de todo (exclusión), y
condicionadas por la anárquica producción y distribución de bienes de consumo
material. Actitudes que también apuntar a matar el espíritu de libertad y del
pensamiento crítico; también la el sentimiento de solidaridad y cooperación en
que se basa toda la vida de la cultura; minando por tanto el ennoblecimiento
del individuo por medio de la extensión de la moral, del arte y la cultura; el
imperativo de renunciar al uso de la fuerza bruta para conseguir un objetivo
(principio democrático del diálogo); y finalmente socavando el ideal religioso
de liberar al hombre de las cadenas meramente existenciales físico-biológicas
para guiarle hacia la esfera de la libertad.
19.1.2.- Error garrafal
de la educación ha sido dirigir las potencias intelectuales solamente hacia la
eficacia de la técnica y hacia lo práctico utilitario, creando con ello una
serie de hábitos, propios del pensamiento materialista, que forman una
atmósfera asfixiante, extendiéndose como una terrible helada sobre la
consideración mutua entre los hombres, por erosionar profundamente el
sentimiento moral entre los hombres.[1]
Hay
que destacar aquí lo que se ha llamado la “barbarie del especialista”, Se trata
del producto propio de una educación orientada hacia la especialización, ya en
materia técnica, ya en materia filosófica, psicológica o literaria, etc. Consiste
básicamente en enseñar al hombre una sola capacidad mediante la instrucción o
el adiestramiento. Pero instruir o adiestrar no son propiamente educar. Bajo tales
condiciones el producto humano resultante no puede diferenciarse de una máquina
útil –carente por tanto del sentimiento de intimidad de la persona, sin la
menor compresión por tanto y sin la menor afinidad con los valores
fundamentales de la persona, dando por tanto a colación personalidad o desequilibradas
e inarmónicas o bien no desarrolladas.
Es aquí donde resultan más dañinas las “doctrinas
tecnológicas”, con su venenoso carácter ambiguo, pues apelan: por un lado, a la
neutralidad y objetividad de la ciencia, que estudia al mundo sin valorarlo, de
manera asentimental, presentándose así como doctrinas desprovistas de todo
aspecto moral o ideológico; pero, por el otro, están prestas a influir en las
decisiones morales.
19.1.3.- El
desequilibrio o la falta de desarrollo en la personalidad de hombre contemporáneo
se debe básicamente al predominio de los impulsos egoístas sobre los
sentimientos y valores sociales –de por sí más débiles, más delicados en
proceso de constante deterioro, que dejan la impresión de espíritus cada vez
más vacíos y enfermos. En formula de Max Scheler: el instinto es lo menos
valioso, pero lo más fuerte (strum und drang); mientras que el espíritu es lo
más valioso, pero lo de menor poder.
Así,
el deterioro de la naturaleza moral del hombre, desbalanceada hacia el
predominio de las tendencias e impulsos egoístas e individualistas sobre los
sentimientos sociales, es promovido día con día por la publicidad, que crean el
embeleco, la ilusión, de que es posible llevar una vida feliz y sin ataduras,
huyendo del dolor y buscando la sola satisfacción personal –quedando el hombre
finalmente confinado en los caprichos egoístas de sus deseos inconscientes o de
su egoísmo, indiferente e incluso hostil al grupo del que forma parte. Sin
embargo, puede replicarse, invitar abiertamente al egoísmo es también invitar
al abuso social, es decir, la maleamiento de la conciencia social, pues el
éxito y el triunfo a toda costa no tiene otro objetivo que el recibir mucho de
la sociedad, incomparablemente más de lo que le corresponde por el servicio
prestado a la comunidad –cuando la medi9da que debería imperar ería el ser medido
por lo que se es capaz de dar, no de recibir. Espíritu del egoísmo ciego, pues,
que va rindiendo finalmente los individuos al llamado de los impulsos más
elementales, vencidos por el alma inferior, para hacerlos luego solidarios de
los niveles más bajos de la creación.
19.2.- Nos encontramos así,
efectivamente, ante el agotamiento de la época actual, expresado en términos no
sólo de desconocimiento de la persona en cuanto tal (en el sentido no sólo de
tener pocas nociones sobre la persona, sino sobre todo en un desconocimiento
práctico activo, estimativo, del aprecio que se deben las personas entre sí
unas a otras), sino también en los fenómenos de excentricidad y extremismo, .en
el sólito espectáculo de personas sacadas de su centro, motivadas más que por
sentimientos por impulsos y tendencias, llevadas éstas al extremo de
solidarizárselas con las formas más bajas de la creación y donde, por tanto,
hay un claro declinar de las nobles tradiciones del espíritu y del espíritu
mismo o de las humanidades.
La época actual resulta por lo tanto
extremadamente confusa y extremadamente degenerada. Tiempos de río revuelto
donde florece la semilla del mal: la rebeldía, volviéndose más fuertes las
cadenas de esclavitud y confinamiento a las que conducen sus misceláneas
actitudes. Tiempos sobre todo de invencible sordera –porque sordera es lo que
hay y sordera es desamor.
19.3.- Cuando a su vez se alcanza tal extremo
suele producirse cíclicamente una inversión: una vuelta a los valores, un
regreso a la tradición, un retorno a un centro más estable de la persona que
trae a su vez aparejada la liberación.
19.4.- Toca ahora marchar por los vericuetos
del camino, por la senda que lleva al país quebrado y de los lugares ásperos,
estudiando al contemplar su panorama las figuras de la rebeldía, buscando en
ellas las notas esenciales de los actos vergonzosos y reprobables del rebelde o
que tienen desde un punto de vista moral justificación.
19.5.- Vergüenza es
palabra derivada de “verecundia”, y tiene el sentido de reserva, pudor, pero
también de respeto. Se trata así de un sentimiento que mueve al hombre a no
trasgredir los límites, a no ir más allá de las normas, a contenerse
modestamente, a cumplir con el deber en una palabra, en todo y del todo.
Aspiración a la perfección y a la grandeza, la vergüenza se relaciona entonces
con el sentido de la reverencia, a inclinarse, pues, en símbolo de lealtad ante
las figuras más altas o dignas de respeto, que por proteger un valor o una
causa se encuentra precisamente al frente, presidiendo en su sede a un agrupo o estando sentado al
frente –cosa que implica cierta liturgia y cierta solemnidad que nacen
espontáneamente del sentimiento mismo de deber, las cuales puede por supuesto
falsificarse y vaciarse en el mero ritualismo inane o en el formalismo de la
palabra huera.
19.6.- Nuestro tiempo
puede caracterizarse por la angustia de la inmanencia. Tiempos inmanentistas
son los nuestros, que se agotan en si mismos sin trascendencia posible y que
así se angostan, se estrechan, presionando y de deprimiendo a las personas, las
cuales reaccionan muchas veces con movimientos de fuga o de embotamiento, en
una marcha hacia los extremos y excéntricos de la propia personalidad.
El moderno inmanentismo es, en efecto uno de
los grandes caracteres de la edad contemporánea. Su manifestación a su vez más
característica es la llamada “Tradición de la Ruptura”, que halla su expresión más
aplaudida en las vanguardias estéticas contemporáneas, pero no sólo en ellas,
sino que es un rasgo sobresaliente y acaso predominante del pensamiento
contemporáneo.
Excentricidad y extremismo propios a la
extremosidad de nuestro tiempo cuya presión no sólo histórica sino también
generacional lleva inevitablemente al
abuso y a la trasgresión de límites, desechando así o desoyendo los consejos de
la moralidad tradicional –llevando por tanto pues o a la apostasía o la
indiferencia total en materia de religión, postura que se presenta como un
terreno fértil para abonar las semillas inconscientes de un oscuro paganismo.
19.7.- La rebeldía
aplaudida y agasajada de ambiciosos, oportunistas de toda laya, de los agitadores
agitados y de los adelantados de la modernidad conduce, sin embargo, a la
enajenación, a la alienación del hombre –que es precisamente el extravío de la
persona: perder la oportunidad de reconocerse. Así, si el imperativo filosófico
prescribe conocerse a uno mismo, encontrar el propio límite para alcanzar
nuestras potencialidades de universalidad, implica también respetar el valor y
a uno mismo. Por el contrario, el desconocimiento, el extravío de la propia
personalidad implican perder el respeto a lo valor, el haber sido derrotados en
la batalla por preservarlo, impotentes de resistir a las fuerzas que intentan
erosionarlo o minarlo, y por tanto una
cierta cobardía, donde se pierde el respeto debido a uno mismo.
Todo
ello da a colación el doloroso extravío del ser humano. Por más que sea humano
revolcarse el propio error ello no constituye sino un callejón sin salida, del
que no cabe salir sino echando marcha atrás.
19.8.- El rebelde
contemporáneo da la impresión de querer tomar el cielo por asalto –ya sea para
tomar un lugar, usurpar el poder o imponer jerarquías o falsas o arbitrarias,
corrompiendo por tanto o anulando de alguna manera el sentimiento de respeto.
Pues se encuentra siempre latente el intento de la rebelión de los abajo, de
los moralmente inferiores, de los subnormales e infradotados –cuyo espacio
topológico es precisamente el infierno, es decir, lo que se haya más abajo.
Mundo, pues, donde el infierno sube pero el cielo no baja, cuya manifestación
más notable es el autoritarismo y la prohibición –por un lado, el abuso de
autoridad debido a la usurpación del comando, por el otro el miedo que
inmediatamente engendra reglas para lograr un espacio protector cerrado y
amurallado.
Su figura es la del dictador, y
paralelamente la del adoctrinador, que por un mandato meramente formal obliga,
si no al respeto de su figura (cosa muchas veces imposible) al menos si a su
obediencia, es decir, o al servilismo de la abyección o la manipulación técnica
de los automatismos psicológicos. Porque si bien es cierto no puede haber mando
sin obediencia, puede sin embargo haberlo sin sentimiento de respeto
19.9.- La rebeldía
puede caracterizarse por principio como una especie de subjetivismo extremo,
donde se confunde la autonomía de la voluntad (consistente en la no cohersión
exterior de nuestros actos, que han de ser voluntarios y libres), con el
capricho personal, con el hacer la “gana”, la propia conveniencia, que es una especie
de anarquía de la conducta moral.
Voluntad al garete, el rebelde niega una tradición,
guiada sólo o por la conformidad de la convención social y sus lugares comunes
asociados de cómoda complicidad (presiones históricas y generacionales) o por la
conveniencia personal dictada por el egoísmo. En ambos casos dando como
resultado almas esquivas, evasivas de la realidad objetiva, en un subjetivismo
tendiente a escabullirse de la propia responsabilidad moral –sumiéndose ya en
la mas de lo subpersonal, ya en el aislamiento del confinamiento existencial.
Mundo de automatizados robots, de existencialistas anárquicos, de enajenados,
de excéntricos vanguardistas o de cabezas… de ganado en los que se delata un
hoyo en la conciencia moral: vivir en ausencia del sentimiento de respeto –dado
también por ello mismo el cuadro tanto del hombre de doble ánimo o dubitativo,
como del inconstante o del franco ausentismo.
19.10.- Nada más característico del rebelde que el
intento de abolir una jerarquía para inmediatamente reclamar a todas luces la
autoridad y tomar su lugar, diciendo perder lo que ha todas luces intentan
ganar o confiscar –ejemplos, la vanguardia que se alza contra la tradición y la
academia para acabar siendo un academicismo más, reclamando incluso un lugar en
la tradición; otro, el del rebelde agasajado que termina por no hacer sino una
carrera política; finalmente, el del hereje metido a redentor.
Sin embargo, vale la pena recordar la
estructura del infierno, ese lugar destinado a los rebeldes, donde cada demonio
le dice al otro: “Non serviam” –es
decir, no seré siervo.
[1] Albert
Einstein, “Decadencia moral”, en Mi Vida y mi Pensamiento. Ed. Dante,
Mérida, Yucatán. México, 1987. Pág. 14. Ver también la nota “Ciencia y Religión”.
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