Por Alberto Espinosa
19.1.- Vivimos una
época caracterizada por su decadencia moral, la cual se deriva de la pérdida
del sentimiento religioso profundo y de la corrupción del sentimiento de la
vida (una vida más vida). Por el abstracto principio rector de la
pseudofilosofía del triunfo, del éxito personal a toda costa y de la eficacia
competitiva, concebidos como una lucha implacable a costa del prójimo y como
algo que nace íntimamente ya de la ambición personal ya del temor al rechazo o
a ser excluidos.
19.1.1.- El predominio
del egoísmo, la predación de la agresión, la competencia innoble, la
manipulación de las conciencias y la cosificación del otro en directo
detrimento de la dignidad de la persona se postulan así como situaciones
derivadas a la naturaleza inherente a los seres humanos (psicología evolutiva)
–sosteniendo por tanto indirectamente que la religión y sus constantes
principios morales no son más que una serie de ideales utópicos no aptos para
orientar el destino humano y desechando por tanto la formación y el desarrollo
de los sentimientos de cooperación y fraternidad (sirviéndose muchas para ello
de las bárbaras doctrinas políticas contemporáneas, en boga desde hace un
siglo, que exaltan la violencia entre los hombres).
Así, lo que se busca, es lograr imponerse
por la fuerza, ya sea mediante la manipulación del individuo (mediante la
presión social y los prejuicios convencionales), ya sea de las masas (mediante
el adoctrinamiento y el falso comunitarismo apelmasador de masas). Su primer
objetivo: ensordecer los imperativos de la conciencia moral y el sentido de la
responsabilidad del individuo, de independencia en materia política, menguando
así el sentido de justicia del ciudadano (a quien cualquier atropello de pronto
le parece “bien”, siempre y cuando o fortaleza o no debilite sus muy
particulares intereses egoístas, adoptando por tanto la riesgosísima posición
subjetivista del el relativismo moral, que tácitamente declara; “sólo es justo
aquello que me conviene”). Actitudes todas ellas reforzadas por el temor del
ciudadano de ser eliminado del ciclo económico, teniendo que sobrevivir así con
la carencia de todo (exclusión), y condicionadas por la anárquica producción y
distribución de bienes de consumo material. Actitudes que también apuntar a
matar el espíritu de libertad y del pensamiento crítico; también la el
sentimiento de solidaridad y cooperación en que se basa toda la vida de la
cultura; minando por tanto el ennoblecimiento del individuo por medio de la
extensión de la moral, del arte y la cultura; el imperativo de renunciar al uso
de la fuerza bruta para conseguir un objetivo (principio democrático del
diálogo); y finalmente socavando el ideal religioso de liberar al hombre de las
cadenas meramente existenciales físico-biológicas para guiarle hacia la esfera
de la libertad.
19.1.2.- Error garrafal
de la educación ha sido dirigir las potencias intelectuales solamente hacia la
eficacia de la técnica y hacia lo práctico utilitario, creando con ello una
serie de hábitos, propios del pensamiento materialista, que forman una
atmósfera asfixiante, extendiéndose como una terrible helada sobre la
consideración mutua entre los hombres, por erosionar profundamente el
sentimiento moral entre los hombres.[1]
Hay que destacar aquí lo que se ha llamado
la “barbarie del especialista”, Se trata del producto propio de una educación
orientada hacia la especialización, ya en materia técnica, ya en materia
filosófica, psicológica o literaria, etc. Consiste básicamente en enseñar al
hombre una sola capacidad mediante la instrucción o el adiestramiento. Pero
instruir o adiestrar no son propiamente educar. Bajo tales condiciones el
producto humano resultante no puede diferenciarse de una máquina útil –carente
por tanto del sentimiento de intimidad de la persona, sin la menor compresión
por tanto y sin la menor afinidad con los valores fundamentales de la persona,
dando por tanto a colación personalidad o desequilibradas e inarmónicas o bien
no desarrolladas.
Es aquí donde resultan más dañinas las “doctrinas
tecnológicas”, con su venenoso carácter ambiguo, pues apelan: por un lado, a la
neutralidad y objetividad de la ciencia, que estudia al mundo sin valorarlo, de
manera asentimental, presentándose así como doctrinas desprovistas de todo
aspecto moral o ideológico; pero, por el otro, están prestas a influir en las
decisiones morales.
19.1.3.- El
desequilibrio o la falta de desarrollo en la personalidad de hombre
contemporáneo se debe básicamente al predominio de los impulsos egoístas sobre
los sentimientos y valores sociales –de por sí más débiles, más delicados en
proceso de constante deterioro, que dejan la impresión de espíritus cada vez
más vacíos y enfermos. En formula de Max Scheler: el instinto es lo menos
valioso, pero lo más fuerte (strum und drang); mientras que el espíritu es lo
más valioso, pero lo de menor poder.
Así, el deterioro de la naturaleza moral del
hombre, desbalanceada hacia el predominio de las tendencias e impulsos egoístas
e individualistas sobre los sentimientos sociales, es promovido día con día por
la publicidad, que crean el embeleco, la ilusión, de que es posible llevar una
vida feliz y sin ataduras, huyendo del dolor y buscando la sola satisfacción
personal –quedando el hombre finalmente confinado en los caprichos egoístas de
sus deseos inconscientes o de su egoísmo, indiferente e incluso hostil al grupo
del que forma parte. Sin embargo, puede replicarse, invitar abiertamente al
egoísmo es también invitar al abuso social, es decir, la maleamiento de la
conciencia social, pues el éxito y el triunfo a toda costa no tiene otro
objetivo que el recibir mucho de la sociedad, incomparablemente más de lo que
le corresponde por el servicio prestado a la comunidad –cuando la medi9da que
debería imperar ería el ser medido por lo que se es capaz de dar, no de
recibir. Espíritu del egoísmo ciego, pues, que va rindiendo finalmente los
individuos al llamado de los impulsos más elementales, vencidos por el alma
inferior, para hacerlos luego solidarios de los niveles más bajos de la creación.
[1] Albert Einstein,
“Decadencia moral”, en Mi Vida y mi Pensamiento. Ed. Dante, Mérida, Yucatán.
México, 1987. Pág. 14. Ver también la nota “Ciencia y Religión”.
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