El choncho chancho del astroso rancho de lo
que vive es de ensancharse -mientras se dedica a la innoble tarea de
ensuciarse, revolcándose alegremente entre el lodo, el barro pestilente y los
chancros de sus propios detritus. Asimismo, uno de los dobleces más
característicos de la conciencia socialista es querer ocupar toda la marquesina
sacando, como si dijéramos de pasadita, a todos sus compañeros de escena.
Tentación de lo protagónico, que duda cabe, que al tener que cantar por tanto a
pelada capela, y descubrirse afónico, no tiene otra salida que apelar atónito
al recurso externo de abrir los brazos de par en par, para llenar con un enorme
abrazo y entre suspiros de resignación, todo el escenario, ocultando de tal
manera su vacío interior -o, en el peor de los casos, abrazándose a sí mismo,
como el perro aquel de las tiras cómicas que volaba al cielo por el éxtasis
producido en su exquisito gozo al mascuzar su sazonada galleta. Tentación
socialista, decía, que rinde culto a la personalidad única (la suya), y que
como una droga, como un culto al milagro, revela su paganismo hiriente al
postrarse de hinojos ante su propia efigie para venerarla, en una actitud que,
sin embargo, va minando la instancia de lo social en su raíz misma. Error
consistente, pues, en -al seguir una única vía, un único camino, un único
partido, una utopía, un sueño único, una personal fantasía de la infancia-,
querer tomar toda la palabra para inundar la palestra –dejando por tanto sin
voz a sus hermanos, los cuales, como el Leviatán del relato bíblico, se
apelmazan sin remedio unos contra otros, mudos, no dejando resquicio alguno
entre la imbricación de sus impenetrables y apretadas escamas.
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