“Nada habrá que antes no haya
habido;
nada se hará que antes no se
haya hecho.
¡Nada hay nuevo en este mundo!”
Eclesiastés 1: 9
“No hay nada nuevo bajo el sol”
Aristóteles
“Bajo el sol no hay nada nuevo.”
Baruch Spinoza
I.- Desconocimiento y Restitución de San
Jorge
Durante años la creencia en el mito de San Jorge ha intentado ser
conmovida por el espíritu materialista y escéptico de la modernidad,
recurriendo para ello, si es necesario, incluso a la calumnia y al disparate
histórico. El historiador inglés del siglo XVIII Edward Gibbon especializado en
el estudio del imperio romano, por ejemplo, cuenta que en el breve reinado del
sucesor de Constancio II, el emperador y filósofo Juliano (361-363), llamado el
Apóstata por su filiación a la religión clásica, Jorge de Capadocia se hizo
famoso al morir por manos paganas.
Sin embargo, a partir de esa matriz común Gibbon añade un relato del todo
desconcertante: que en ese periodo un ciudadano de nombre Jorge había amasado
una gran fortuna como proveedor de tocino del ejército antes de descubrir una
fidelidad repentina a la causa arriana y ocupar la cede eclesiástica del obispo
Atanasio, desterrado de Alejandría por el emperador. Al poco tiempo, sigue
fabulando el historiador, ese hipotético Jorge de Capadocia oprimía con mano
dura a todas las facciones adversas a su credo, adquiriendo los monopolios de
la sal, el papel y los ritos funerarios, y con frecuencia saqueando los ricos
templos paganos de la ciudad. Cuando Juliano ascendió al trono imperial el
Jorge fabulado por el ocurrente narrador fue enviado a prisión para más
tarde ser asesinó por una ultrajada turba de paganos. El
historiador británico quiere confundir en éste capítulo a las figuras, intentando
hacer pasar a un comerciante de chuletas por la figura del mártir.
Cabe agregar que a la muerte de Constantino I el Grande, el imperio quedó
dividido entre cinco herederos. Además de sus sobrinos Dalmacio y Anibelino,
quedaron al frente del poder imperial sus tres hijos Constantino II el Joven
(337 a 340), dominando las Galias y Britania y muerto por su
hermano Constante (337 a 350) quien reinaba en Italia y África; y
Constancio II (317 a 361), dominador en Asia Menor, Siria y Egipto, el cual
favoreciendo el arrianismo confirió a su primo Juliano el título de César.
Educado en Atenas con filósofos neoplatónicos, al subir al trono Juliano
intentó restablecer el culto pagano movido por su aspecto estético, por la
belleza de sus templos, tolerando de buena gana la saña del populacho pagano
contra los cristianos debido al profundo odio que sentía por la nueva fe,
llegando incluso a prohibir que se enseñara en las escuelas, rompiendo con ello
la tradición romana de libertad de enseñanza. Tremendamente supersticioso el
emperador y filósofo adoraba al sol por las mañanas y hacía sacrificar reses
continuamente para apaciguar a los espíritus nocturnos, reflejando con ello
todo un periodo en el cual el imperio se vio sacudido por la enfermedad de la
magia y envuelto por la superstición y las prácticas adivinatorias. Muere
Juliano el Apóstata finalmente en la frontera con Persia en una batalla en la
que fungió por delante como simple soldado.
No fue sino hasta el reinado del emperador de origen hispánico Flavio Teodocio
(379-395) que el cristianismo ortodoxo se aceptó como única religión de estado.
En efecto, Teodocio, nombrado Augusto de Oriente en el año 379, tiene que
luchar contra la restauración del paganismo propuesta por emperador Eugenio e
impuesta por Arbogasto, el matador del emperador Valentiniano II, y Nicómaco,
quienes habían devuelto la estatua de la Victoria al Senado, reiniciado los
misterios de Isis y levantado la estatua de Júpiter en la Magna
Mater. Son derrotados definitivamente en la batalla de Aquilea en 392
por Teodocio, con lo que los cristianos recuperan su supremacía en Roma
definitivamente. El emperador entonces, a diferencia de sus antecesores
cristianizados, atacó directamente al paganismo e hizo purificar los templos y
santuarios de los antiguos dioses con el signo de la religión cristiana o
fueron destruidos, anulando asimismo los privilegios del estado a los
sacerdotes paganos. También reconoció la jerarquía católica con el papa Dámaso
a la cabeza, reconociendo a la iglesia el derecho a decidir sobre cuestiones
morales y religiosas.
Sin embargo, en el siglo IV la decadencia de la administración romana se
tradujo en la inaplicación de sus leyes, sumándose a ella la dispersión de las
grandes bibliotecas y la pérdida de interés por la ciencia antigua que, al no
proporcionar la paz del alma que encontraban los cristianos en las sagradas
escrituras, movió a la deformación de la Historiografía misma –presionada por
el imperativo de adquirir una conciencia universal de la Humanidad, sin
distinción de razas o fronteras. Es en ese clima que Orosio escribe sus Historias
contra los Paganos y San Agustín, la mente más poderosa de
la época, la Ciudad de Dios, libros en los que se vislumbra
como los acontecimientos de la Historia se guían por el plan trazado por la
providencia, anunciado ya por los profetas.
Para el siglo XX, historiadores positivistas como Edward Gibbon fueron
socavando la fe en San Jorge, influyendo con ello en el Concilio
Vaticano II, presa por ese tiempo de terribles dudas sobre
los acertijos simbólicos de la historia, en donde finalmente se lo declarara un
mito inexistente debido a los “excesos acumulados con el paso del tiempo”,
llegando incluso al extremo de borrarlo del Martirologio Romano.
En efecto, en 1969, el papa Paulo VI decretó eliminar a San Jorge del santoral
de la Iglesia Católica, aunque no totalmente, ya que lo mantuvo en la
hagiografía oficial a nivel facultativo (opcional). Insostenible posición, sin
duda, debido no tanto a las reliquias muchas veces multiplicadas del santo,
cuanto a su validez como figura religiosa, adoptada por cristianos, ortodoxos y
aún musulmanes como santo y héroe, extendiendo su fama por toda Europa en el
tiempo de las Cruzadas, siendo famoso por sus innúmeras apariciones e
intervenciones milagrosas, convirtiéndose con el paso de los siglos en el
patrón de la corona de Aragón y Cataluña, Gran Bretaña, Lituana, Georgia
y desde el año de 1746 también de Durango, en México. Así, a pesar de una parte
influyente del clero romano que le era adverso, el Santo Jorge fue finalmente
restituido en su honor y devuelto a los altares en el año de 2001, por el
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el
futuro papa Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, movido por las evidencias
documentales y científicas sociales.
II.- Responsabilidad Moral
El conflicto entre el paganismo y el cristianismo ha revivido en nuestra época
bajo la especie del virulento antagonismo entre el pensamiento postmetafísco de
la modernidad tardía y la defensa de la tradición. Por un lado, la tradición
religiosa cristiana ha preservado durante milenios los remedios para una vida
desesperada, abriendo la posibilidad de la salvación al articular, para la
culpa y la redención, un rico entramado normativo de gran peso. Como ha
subrayado Jùrgen Habermas en tal entramado se despliega, como en un magnífico
tapiz, las nociones básicas de las que mana la fuerza de las razones del
corazón, tales como: responsabilidad, autonomía, justificación, pero también la
de historia y memoria; reinicio, innovación y retorno; emancipación y cumplimiento;
individuo y comunidad; desprendimiento e interiorización, donde la absoluta
dignidad de todas las personas está en correlación con la idea del hombre hecho
a imagen y semejanza d Dios.[1] Por el otro, el relativismo ético del pensamiento postmetafísico
se caracteriza, más que por su moderación, por la franca ausencia de cualquier
figura o concepto generalizable de lo que sea una vida buena y ejemplar.
Porque la sociedad liberal, que tiende a la secularización como programa
cultural y social y a centralizar sus balances por medio del mercado y el poder
administrativo, ha excluido el sentimiento de solidaridad social de cada vez
mayores ámbitos de la vida, transformado a los ciudadanos en mónadas aisladas,
guiadas cada una por su propio interés, las cuales utilizan sus derechos
subjetivos unos contra otros. El desmoronamiento de la solidaridad social tiene
su razón de ser en que cada vez más aspectos privados se orientan según
preferencias individuales y en beneficio propio, disminuyendo por tanto el
ámbito de lo que está sujeto a la legitimación colectiva pública en una especie
de privaticismo ciudadano –siendo todo ello resultado de un programa de
racionalización espiritual y social en sí mismo destructivo. Habermas no se
equivoca cuando señala que el desgaste de tal modernidad sólo puede encontrar
una base sólida para salir del atolladero si la comunidad vuelve a una
orientación religiosa de referencia trascendental, aunado a una vuelta de la
filosofía a sus orígenes religiosos y metafísicos; es decir, a una
comunidad de fe trascendente.
Como ha señalado Mircea Eliade, el gran producto de la revolución francesa, el
derecho a ser libre, tomó inevitablemente la forma de la libertad contractual,
meramente externa. Los derechos de la libertad del de individuo, de libertad de
conciencia y religiosa, se convirtieron así en un permiso para explorar los
instintos individuales, para pensar lo que sea, para creer o no en Dios, en una
especie de permiso de circulación que no comprometen ni moral ni socialmente,
ni implican para nada la libertad interior del individuo. El miedo a la
libertad ha llevado al hombre moderno a refugiarse infantilmente en los
derechos abstractos, renunciado con ello a la responsabilidad. Pero cumplir
actos que no pueden ser sancionados, hacer lo que a uno le venga en gana,
claramente no significa ser libre. Imposible enumerar las trampas con las que
el hombre moderno quisiera escapar de la ley moral: son innumerables. Ser
libre, por lo contrario, significa ser responsable para
con uno mismo y estar comprometido con cada acto que
uno realiza. Tal actitud moral de humanización permanente polariza la vida en
dos extremos: volver la vida fértil, creando, o fallar en la propia vida
fracasando en la fachada de las apariencias. Grave responsabilidad por tratarse
de la propia vida. La libertad cristiana conoce, en efecto, una vivencia de la
libertad más grande y solemne que la abstracta y meramente contractual, pues
cada acto de la vida es visto como un compromiso de humanidad que puede llevar
a la perdición o a la salvación.
Así, las patologías de la sociedad moderna, cuya secularización se manifiesta
“descarrilada” al erigirse la envidia como una virtud, y el orgullo y la avidez
como norma niveladora, se manifiesta como fracaso de la concepción
individual de la existencia al dar por resultado formas de vida no creativas o
estériles. Frente a ello la tradición ofrece bajo la especie de sus figuras
heráldicas formas modélicas de libertad, al ser su expresión y sensibilidad
claras y bien definidas –si exceptuamos de sus contenidos el cortante
dogmatismo petrificante y la gazmoñería de la moralina.
Un buen ejemplo de tradiciones autóctonas de raigambre ética, arraigadas en
potentes cosmovisiones metafísicas y que han vinculado estrechamente a la
comunidad, es el culto a la figura de San Jorge, que representado en diversas
manifestaciones a lo largo y ancho del orbe nos hablan de un mismo ideal y de
un orientación social bien definida que brota de una misma fuente de vida.
III.- Las Fuentes Literarias
La primera aparición del ángel bueno como caballero guerrero de la que se
tenga registro es narrada en la Biblia en los libros de de 1
Macabeos y 2 Macabeos: ocurrió en el año
165 a de C., cuando el rey griego Antiíoco, asentado en Antioquia, marchó a
Persia a cobrar los impuestos en Babilonia, dejando a Lisias encargado de los
negocios del reino, que iban desde el río Eúfrates hasta Egipto. Deseaba
ardientemente aniquilar la resistencia de Israel y lo que aún quedaba de
Jerusalén para borrar de aquella tierra incluso su recuerdo. Entonces Lisias
escogió a los generales Tolomeo, Nicanor y Gorgias y los puso al mando de 40
mil soldados de infantería y 7 mil de caballería. Para invadir Judea y
arrasarla el ejército fue reforzado con tropas mercenarias sirias y filisteas
para exterminar al pueblo de Dios (1 Macabeos 3.38, 4. 28 a 52 y
5.18, y; 2 Macabeos 10.29 y 11.18).
Fueron primero los idumeos los que hostilizaron a los judíos alzando una gran
fortaleza con dos torres, mismas en las que Judas Macabeo mató a 20 mil
enemigos. Timoteo reorganizó entonces el ejército que había formado Gorgias
reforzándolo con la caballería traída de Asia para tomar Judea por las armas.
Se trataba de paganos que hacían de su furor la guía del combate, mientras que
los judíos ponían la garantía de su éxito y de la victoria en su valor y en el
recurso al Señor. En lo más recio de la batalla los enemigos vieron en el cielo
a 5 hombres majestuosos, montados en caballos con frenos de oro, los cuales se
colocaron alrededor de Judas Macabeo y lo protegían con sus armas y lo
defendían para que nadie o hiriera, lanzando también rayos y flechas sobre los
enemigos que ciegos y aturdidos se alejaban en gran desorden. Aquella tarde 20
mil soldados de infantería y 600 de caballería fueron degollados. Timoteo bajó
a la fortaleza de Gazer y fue degollado junto con su hermano Quereas (2
Macabeos 10. 29).
Muy poco tiempo después el griego Lisias reunió un temible ejército compuesto
por 80 mil soldados de infantería y con toda su caballería avanzó contra los
judíos para tomar Jerusalén. Llevando al frente 80 elefantes atacó la fortaleza
de Bet-sur. Judas Macabeo se reunió con todo el pueblo y pidió al Señor que les
enviara un ángel bueno para salvar a Israel. Cerca de Jerusalén se
apareció a la cabeza de la tropa un jinete vestido de blanco agitando
unas armas de oro. Ayudados por su defensor celestial los judíos se lanzaron
como leones sobre sus enemigos, derribando a 11 mil soldados de infantería y a
1, 600 de caballería, haciendo huir a los demás heridos y sin armas mientras
que Lisias se salvaba huyendo en vergonzosa retirada (2 Macabeos 11.8).
Entonces los judíos derribaron el altar sacrílego que habían mandado construir
los griegos sobre el altar de los holocaustos de Jerusalén, rodearon el templo
de altas murallas y fortificaron la ciudad de Bet-sur, mientras que el rey
Antíoco, pagano salvaje que injuriaba a Dios con su conducta, moría de terrible
tristeza en la país extranjero en el año de 163 a de C. Los judíos, después de
purificar el templo, construyeron otro altar y celebraron 8 días la Fiesta de
las Enramadas, llevando limones adornados con hojas y ramas frescas y hojas de
hiedra, cantando himnos a Dios. La fiesta de las Enramadas se celebró así cada
año a partir de aquel milagroso acontecimiento.[2]
La narración más antigua referida al mártir es el texto griego del año 395
conocido como las Actas Apócrifas, redactado en el siglo VI,
dando cuenta de su histórica pasión –la cual, empero, fue desaconsejada a los
creyentes por el Papa Gelasio para el año 494. Otro manuscrito es el del
diácono Teodosio, quien escribe el testimonio de su viaje de peregrinación a
Lydda para visitar la tumba de San Jorge en el año 530. Posteriormente el
historiador Aquilina consigna el alto número de lugares de culto musulmán y
antes cristiano dedicado a San Jorge, venerado como el profeta Elías, tales
como la mezquita de Lydda, erigida sobre la basílica del siglo IV dedicada a
San Jorge, la mezquita de la ciudad de Duma (Educa), también levantada sobre un
antiguo templo dedicado a San Jorge, y la mezquita de Al-Agsa en la parte vieja
de Jerusalén.
En la edad media Veneciano Fortunato lo menciona y Gregorio de Tours lo
incluye en su Libro de la Gloria de los Mártires del
siglo XI. Así, a partir del siglo X en Oriente y del XI en Occidente comienza a
ser representado como matador de dragones. En el siglo XI aparece en Alemania
la “Canción de San Jorge”, que basada en precedentes latinos y
redactada en alto alemán cuenta el martirio del santo. Es atribuida al primer
poeta conocido en lengua alemana, Otfrid von Weißenburg (800 – 870) cuyo origen
podría estar en el monasterio de Prüm, al que el emperador Lotario I (840–855)
donó un brazo cercenado y disecado, diciendo que era una reliquia de San Jorge,
lo cual lo convirtió en el centro de veneración de los francos –aunque el
poema indica un origen más, en la isla de Reichenau, probablemente porque hacia
el siglo IX, gracias a la mediación del arzobispo de Maguncia y abad de Reichenau,
Hatto III (891–913), llegaron desde Roma, entre otras reliquias, un cráneo que
era atribuido a San Jorge, por lo que construyeron una iglesia en su honor la
cual existe hasta la fecha.
Sin embargo, la historia más acabada del mártir se debe a Jacobo da Vorágine,
quien la recoge en su libro hagiográfico conocido como La Leyenda
Áurea del año 1270, alimentando con ello la épica medieval y dando
forma al ideal caballeresco del héroe que mata al réprobo dragón montado en
perlado corcel para salvar a la hija del rey. Jacobo Santiago de la Vorágine,
arzobispo de Génova (1230 – 13 de julio de 1298), en realidad escribió un libro
titulado la Legenda Sanctorum, una colección de fábulas
sobre distintos santos. La historia de Jorge de Capadocia destacaba entre otras
y acuñando fortuna acabó conociéndose como La Legenda Áurea.
Así, hacia el siglo XIII, la leyenda se extendió por Europa. La información
contenida en sus 182 capítulos es de notable valor literario y a su profunda
influencia se debe la extensión de la leyenda en Occidente, tanto a nivel
popular como en la literatura y en la pintura de la Europa Medieval. .La
leyenda ha sido relatada en diversas partes de Europa y Asia Menor como propia.
Comienza con un dragón que hace un nido en la fuente que provee de agua a la
ciudad, por lo que los ciudadanos debían apartar diariamente el dragón de la
fuente para conseguir el líquido vital. Para ello ofrecían diariamente un
sacrificio humano que se decidía al azar entre los habitantes, hasta que un día
resultó seleccionada la princesa local. El rey, su padre, pide por la vida de
su hija, pero sin éxito y cuando esta a punto de ser devorada por el dragón
aparece San Jorge, quien regresa de uno de sus viajes a caballo, se enfrenta
con el dragón, lo mata y salva a la princesa. Los agradecidos ciudadanos
abandonan el paganismo y abrazan la verdadera fe cristiana. La historia
contiene un rico simbolismo religioso, pues en la antigua interpretación
cristiana del mito San Jorge sería la figura del creyente cuya fundamento firme
es la fe, representada por el caballo blanco, siendo la dama la figura de la
Iglesia y el dragón la imagen idólatra del paganismo, de la tentación, el
pecado y la muerte o la quintaesencia de Satanás.
Por lo que respecta a Durango, hay que recordar que la Nueva Vizcaya fue el
centro cultural más importante del norte de México durante el siglo XVIII. En
efecto, durante el Siglo del Esplendor Durango fue cede del Episcopado, del
Seminario y del Colegio de los Jesuitas, siendo la cultura escrita de la región
la más importante del territorio septentrional. Entre su contribución
literaria, rica en opúsculos, panegíricos, informes y crónicas de teólogos,
misioneros y abajados, naturales y residentes, cabe destacar aquí dos escritos
conservados en los Archivos de la catedral Basílica Menor de Durango: 1.- la “Jura
de San Jorge”, en las Actas Capitulares, Rollo 2, expedida por los
Comisarios del Ayuntamiento y el Cabildo Eclesiástico, en México, Durango, el
11 de febrero de 1749, y; 2.- el importante “Panegírico del Glorioso Mártir
de Cristo, San Jorge”, de 1751.[3]
IV.- Los Combates Modernos
Por otra parte se han conservado numerosas noticias históricas de las
apariciones de San Jorge en medio de los combates entre cristianos y sarracenos
durante las cruzadas, sobre todo en la Cataluña medieval. Sabemos que se
apareció a los cruzados durante la toma de Antioquia en 1063 y que ayudó a
Pedro I de Aragón en la batalla de Alcoraz durante el asedio a Huesca en 1096,
año en que las huestes del rey Sancho Ramírez de Aragón asediaban la ciudad de
Alcoraz, cerca de Huesca. Tras recibir ayuda desde Zaragoza, los asediados
consiguen matar al rey, pero ganan la batalla de Alcoraz gracias a la aparición
de San Jorge. Posteriormente el rey Pedro I de Aragón conquista Huesca tras
invocar la ayuda del santo. En efecto, todos los cronistas de las cruzadas
atestiguan que en 1096, cuando Balduino du Buró, hermano de Godofredo de
Boullon, luego de expulsar a las tropas de Tancredo y de tomar Antioquia, vio
como las tropas celestes vestidas de blanco vinieron en ayuda de los soldados
cristianos capitaneados por Balduino de Boulogne, entre cuyas huestes se
encontraba una vanguardia de Lotaringia compuesta por algunos de los futuros
caballeros templarios. La cruz de San Jorge aparece en el tercer cuartel del
Escudo de Aragón, junto con cuatro cabezas de moros, representando con ello la
victoria de Pedro I en la batalla de Alcoraz, el primer gran hito de la
reconquista y donde 40.000 hombres lucharon por Huesca en 1096.
Jaime I el Conquistador en su Libre dels feyts redactado
entre 1244-1274, relata que los sarracenos dieron fe que durante la conquista
de Mallorca se apareció un caballero desconocido enfundado en reluciente cota
blanca junto a la armada catalana. Pedro II de Aragón funda en 1201 la orden de
San Jorge para defender la costa entre Cambrils y Tortosa de incursiones
piratas sarracenas. Jaime I el Conquistador cuenta que en la conquista de
Valencia apareció el santo: “Se apareció San Jorge con muchos caballeros del
paraíso, que ayudaron a vencer en la batalla, en la que no murió cristiano
alguno”. Más tarde, el rey Jaime cuenta de la conquista de Mallorca que “según
le contaron los sarracenos, éstos vieron entrar primero a caballo a un
caballero blanco con armas blancas”, que él identifica con el caballero San
Jorge. Pedro IV de Aragón funda a su vez una orden laica de caballeros a su
servicio dedicada a San Jorge. Pedro II, tomado en cuenta la carga simbólica y
militar del mártir en el proceso de reconquista, hace transportar reliquias del
santo a Cataluña, siendo así la divisa de los reyes de Aragón (de la misma
suerte que los Capetos en Francia utilizaron la figura de San
Denis).
En las canciones de gesta se registra un elevado número de apariciones de San
Jorge en la economía del nudo narrativo, sobresaliendo en este rubro la Canción
de Antioquia en la que Suleiman sitúa a San Jorge como uno de los
barones que dirigen los ejércitos cristianos junto con San Demetrio, San
Dionisio y San Miguel, señor de todos ellos (“sir del tost”).
Según relata Robert Graves en su libro Adiós a Todo Eso una
de las últimas batallas en las que se tiene noticia de la aparición de San
Jorge tuvo lugar en la ciudad belga de Mons, cerca de la frontera francesa,
durante la primera Guerra Mundial. En efecto, en abril de 1914 las tropas
expedicionarias británicas llegaron al importante núcleo de carreteras que
cruzan sus caminos en Mons y que llegan a la frontera francesa,
resistiendo así a las fuerzas expansionistas germanas del poder central, pues
los alemanes, violando la neutralidad de Bélgica en el conflicto, invadieron el
país para rodear la defensa francesa. La caballería teutona obligó a los
ingleses a replegarse al tomar la ciudad de Mons –que no sería liberada sino
cuatro años más tarde por el ejército canadiense. Fue entonces cuando
sucedieron una serie de acontecimientos sobrenaturales: medio pelotón de
ángeles tomando la forma de arqueros salvó a las tropas británicas de ser
aniquilada cuando las milicias alemanas rodearon a la unidad inglesa para
aplastarla Se cuenta que una compañía de ángeles se colocaron entre ellos
y la caballería germana, aterrando a las monturas que se negaban a avanzar,
permitiendo con ello la huida de los ingleses. Durante la retirada el batallón
fue escoltado por más de 20 minutos por un grupo de jinetes espectrales que flanquearon
ambos lados del camino mientras un caballero envuelto en una misteriosa luz
montaba en un caballo blanco al frente. Algunos testigos lo identificaron como
el mismísimo San Jorge y a los jinetes con los arqueros ingleses muertos en la
batalla de Agincourt durante la Guerra de los Cien Años en el año de 1415.
Alguna de las historias más recientes sobre el misterioso jinete se
refieren al revolucionario mexicano Emiliano Zapata (quien nació el 8
de agosto de 1879 en San Miguel Anenecuilco, Morelos y
falleció el 10 de abril de 1919
en Chinameca, Morelos), el Caudillo del Sur, quien era devoto del
Padre Jesús, imagen venerada en la parroquia de San Miguel Arcángel en
Tlaltizapán. Es sabido que solía encomendarse a él antes de cada batalla y
existen testimonios de gente de Morelos que asegura haber visto al Padre Jesús,
como aparición, en las ancas del caballo de Zapata cuando éste se encontraba en
peligro.
Por último sólo cabe añadir que la vasta hagiografía sobre la que se asienta el
culto de San Jorge pone de relieve el hecho de que los matadores de dragones
son muy raros. La singularidad del héroe sauróctono, sin embargo, nos afecta a
todos por despertar en la imaginación un arquetipo del inconsciente colectivo:
el de la figura prototípica del orden santo en su combate contra la anarquía
del mal. En la Biblia aparece en algunas
ocasiones la figura héroe combatiendo al gusano enemigo de humanidad. (Génesis,
Libro de Ester, Isaías, Judas y el Apocalipsis).[4]
[1] Jùrgen
Habermas y Joseph Ratzingger. Entre Razón y Religión. Dialéctica de
la Secularización, FCE, Col. Cenzontle, México, 2008, Pág. 27.
[2] En la Ley de las Sagradas Escrituras se
dice que Dios ordenó a Moisés que, durante las fiestas religiosas del mes
séptimo, que es el de la recolección de la siembra, los israelitas debían
vivir por siete días bajo enramadas. Cuenta Nehemías que luego de reunirse con
el maestro Esdras, dio nuevamente la voz por Jerusalén y todas las
ciudades israelitas de que salieran a los montes a buscar ramas de olivo,
sauce, arrayán o palmera o cualquier otro árbol frondoso para hacer las
enramadas en las azoteas y en los patios y en el atrio del tempo de Dios y en
las plazas, costumbre que se había interrumpido desde el tiempo de Josué. (Levítico 23,
33 a 36 y 39 a 43, y Deuteronomio 16, 13 a
15). Sin embargo, la fiesta de las Enramadas se reintegró al culto para
consagrar el fuego que apareció cuando Nehemías reconstruyó el Templo y el
Altar de Jerusalén (Nehemías 8. 13-18). Cuenta la historia
que, cuando los antepasados judíos fueron llevados a Persia, los piadosos
sacerdotes que había entonces tomaron el fuego del altar y lo escondieron en
una cisterna sin agua. Pasados muchos años, en el momento dispuesto por Dios
Nehemías fue a Judea enviado por el rey de Persia y mandó a los descendentes de
los sacerdotes a buscar el fuego escondido, encontrando en su lugar un líquido
espeso. Cuando lo sacaron y rodearon con él la leña del sacrificio el sol
encendió un gran fuego y luego absorbió la luz. El líquido que Nehemías y sus
compañeros usaron para quemar a los animales lo llaman “neftar”, que
significa purificación, y que entonces sirvió para la purificación del templo,
sin embargo, la mayoría de la gente lo llama “nafta”.
[3] Ver,
Atanasio Saravia, La Ciudad de Durango, 1563-1821, y José de
la Cruz Pacheco, Intelectualidad Neoviscaina.
[4] Específicamente
el combate de San Miguel contra el dragón aparece en la Biblia cuando
menos en tres ocasiones: en Daniel (10.13), cuando
junto con San Gabriel luchan contra el ángel príncipe de Persia y el ángel
príncipe de Grecia; en Judas (9), en la lucha por
el cuerpo de Moisés, y en; El Apocalipsis (12.7-9)
cuando el arcángel precipita al dragón del cielo, en relación a la hora del
mundo angustiosa y sin par (12.1 y 7.14); lucha a la que también se refieren Mateo (24.21)
y Marcos (13.19).
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