¿No
eres tú el que partió a Ráhab,
el
que atravesó al Dragón?
¿No
eres tú el que secó la Mar,
las
aguas del gran Océano,
que
trocó en camino el lecho del mar
para
que pasasen los rescatados?
Isaías
5dos, 9, 10
I.- San Jorge: Imágenes Locales y
el Mito
En México, la Catedral Basílica Menor de la
Ciudad de Durango, dedicada a la Virgen María como Madre Reina, ostenta en la portada oriental, en la parte
superior sobre su lado izquierdo, una espléndida escultura de San Jorge pisando
a la serpiente, labrada en cantera verde rosácea de la región. A ella hay que
sumar tres imágenes más del Santo, preservadas en la Basílica Menor: la
archifamosa escultura en estofado de San Jorge Niño portando una lanza con la
que fustiga al renegrido dragón y venerada el día 23 de abril de cada año; a su
costado izquierdo se encuentra un lienzo al óleo que versa asimismo sobre la
leyenda de San Jorge combatiendo al Dragón y cuya manufactura es de dudoso
valor, y; otro lienzo del Santo, de magnífica factura, resguardado en el
Presbiterio y que hoy se exhibe como parte del Museo de la Sacristía de la Basílica menor de la Ciudad de Durango
Hurgando en el tiempo lo primero que puede decirse de la figura
histórica de San Jorge luchando contra el dragón se equipara mitológicamente a
otras figuras míticas de la tradición, entre las que destacan Hércules en su
lucha contra la Hidra; Teseo vencedor del Minotauro en el laberinto de Creta;
Belerofonte que venció a la Quimera montado en el níveo y alado corcel Pegaso,
pero también Perseo, quien logró cortar la cabeza de Medusa de cabellera
serpentina utilizando su escudo para espejearla. Hay que agregar aquí que San
Jorge es acaso la figura más poderosa de todo el santoral cristiano y el santo
más venerado a escala mundial por la trama de su historia, sus meritos
extraordinarios y apariciones milagrosas, también por las obras de arte que ha
inspirado o a él dedicadas, pero también por las gama de reliquias que de él se conservan y por la vastedad de los
tesoros que las circundan.
Para dar una idea de las riquezas imantadas por la figura del Santo cabe
apuntar una anécdota trasmitida por el héroe cultural Erasmo de Rótterdam. Corría
el año de 1512 cuando el gran erudito europeo, en compañía de su maestro y
amigo Juan Colet, luego de su cabalgata de Londres para visitar el santuario de
Santo Tomás Becket en Canterbury, fueron invitados por el sacristán a depositar
un beso reverente sobre una reliquia especial celosamente guardada en el
templo: el mismo brazo de San Jorge, el cual se encontraba en medio de
increíbles riquezas y tesoros que adornaban el santuario “frente a los cuales
Midas y Creso habrían parecido mendigos”. So pretexto de la Reforma para el año
de 1533 los agentes del rey Enrique VIII extrajeron para la corona inglesa
parte del fabuloso tesoro que acompañaba a la reliquia del santo en Canterbury:
4, 994 onzas de oro, 4, 425 de plata dorada, 5, 285 de plata común y 26
carretadas de otros tesoros. ¿Cuál es el origen de la historia del hombre de
carne y hueso que al luchar contra un monstruo ha llevado a la humanidad a
labrar tan magníficas representaciones de su figura, a despertar un culto tan
ferviente y a atraer riquezas de tales
magnitudes?
II.- El Imperio Romano
La Historia ha reservado para el tetrarca y
emperador Dioclesiano uno de sus capítulos más infamantes y oscuros de la
civilización occidental. Sin embargo, los inicios de tan oprobiosas
persecuciones hunden sus raíces en la saña del imperio romano contra el
cristianismo naciente, la cual ha sido comparada en el siglo IV , en sus Historias
contra los paganos por Pablo Orosio, amigo de San Agustín, con
las diez plagas de Egipto, comenzando la lamentable lista con Nerón (54-68 d. C.),
ascendiendo la escala por vía de Dominicano (81-96), Trajano (112-117), Marco
Aurelio (180), Severo (193-211), Maximino (235-238), Decio (249-251), Valeriano
(253-260), Aureliano 270-275) hasta rematar con la implacable persecución de
Dioclesiano (284-305).
En efecto, durante la tiranía arbitraria de
Nerón y su régimen populista de terror una tercera parte de la ciudad fue
devastada por las llamas en el año 64 d C., aprovechando el emperador la
catástrofe para reformar urbanístticamente la ciudad, potenciando el aspecto
monumental de la capital según el modelo griego e iniciando la persecución de
los cristianos por el imperio como supuestos implicados en el suceso. Un año
después del incendio, al descubrirse la conjura dirigida por Calpurnio Pisón,
el cual fue denunciado por los esclavos
de su familia en el año 65 d.C., son obligados a suicidarse los intelectuales
Lucano y Petronio y el filósofo estoico Séneca, que había sido consejero de
Nerón
La verdad es que el conflicto entre judíos y romanos había estallado
unos años antes, ya que en el año 61 d. C, fue masacrada la guarnición romana
en Palestina, extendiéndose inmediatamente la rebelión por toda Judea. La
revuelta zelota terminó siendo reprimida y sofocada brutalmente al enviar Nerón un potente ejército contra
los sublevados, al mando de Vespasiano, en el año de 66 d..C. El incidente dejó
una profundísima huella histórica, volviéndose punto de referencia en la Segunda
Carta de Relación de Hernán Cortés, impresa por Jacobo Cromberger en
abril de 1522, en donde éste añade una nota comparando la incursión de los
romanos a Judea con la conquista de México-Tenochtitlan, y que a la letra reza:
“En el mes de marzo primero que pasó
vinieron nuevas de la dicha Nueva España , como los españoles habían tomado por
fuerza la gran ciudad de Temixtitlán, en la cual murieron más indios que en
Jerusalén judíos en la destrucción que hizo Vespasiano, y en ella asimismo
había más número de gente que en la dicha ciudad santa”.
La persecución contra los cristianos en Roma: se intensifica al grado de
que para el año 67 dos apóstoles y
máximos representantes de la nueva fe son masacrados: San Pedro muere
crucificado mientras que Pablo es decapitado.[1] El
año 70, es destruido el segundo templo de Jerusalén, aunque el conflicto no
acabará sino hasta el año 73, con la caída de la fortaleza de Masada que
resistía en poder de los zelotas. La historia bíblica cuenta que tras el
retorno del exilio de Israel en babilonia y la reconstrucción del Templo en el
año 520 a.C, el pueblo de Israel estaba destinado a verlo destruido por segunda vez, por no
haber querido vivir de acuerdo a los requerimientos de la Torá, tal y como
Jesús había profetizado apenas unas décadas antes (Mateo 24:2; Marcos
13:1; Lucas 21:5).
Durante antes de la segunda mitad del siglo
I de la era cristiana las autoridades romanas persiguieron intermitentemente a
los cristianos en todo el imperio. De hecho la violencia se desató 20 años
antes de que escribiera el Apocalipsis el apóstol San Juan,
cuando Nerón culpó a los cristianos por el catastrófico incendio que devasto
Roma y que presumiblemente fue causado por él mismo, llevado de la mano de sus
extravíos estéticos y empujado por un proyecto de reforma urbanística.[2] El
incendio duró ocho días y dejó devastada la ciudad. Inició cerca de los montes
Palatino y Celio, devorando primero los barrios más populosos de la ciudad.
Mientas unos cometían rapiña los otros se dedicaron a propagar el incendio con
teas encendidas. Luego de seis días el incendio alcanzo el barrio Emilino,
abarcando en total diez de las catorce regiones de la ciudad y dejando el
amargo sabor de una ruina colectiva. La leyenda cuenda que el culpable, el
emperador Nerón, se presentó cantando con su lira un poema alusivo a la
destrucción de Troya incendiada por los aqueos, teniendo como foro la Torre de
Mecenas en el monte Esquilino, mientras contemplaba extasiado como las llamas
arrasaban con Roma. El gobierno de Nerón mostró su verdadera cara entonces: el
despótico rostro de una política personalista y orientalizante que luego de
marginar y maltratar a la nobleza y de alejarse de sus viejos maestros Séneca y
Afracio Burro, se había dado a la tarea .de hacer descansar la legitimidad de
sus maniobras en las vociferaciones públicas del populacho.
Para disipar las sospechas de su
responsabilidad en el siniestro Nerón urdió desplazar la culpa hacia una
minoría religiosa que empezaba a cobrar fuerza entre los pobres de Roma. El
resultado fue que miles de cristianos fueron crucificados y sus cuerpos usados
como antorchas para iluminar las vía de entrada a la ciudad, registrándose con
ello una de las escenas más crudas y terroríficas de la historia de Occidente
La acusación fue ambigua: “odio al género humano”, a la que sucedieron quemas,
despedazamientos y crucifixiones de cristianos en los mismos jardines de Nerón
–escenificándose así el primer gran choque en la historia entre los crueles
paganos del imperio y los cristianos.
Dicha persecución dio pie, sin embargo, a la
conformación de las primeras fuentes
clásicas sobre el cristianismo. El historiador romano Tácito es la
fuente clásica más importante que hace referencia al cristianismo en sus Anales,
XV, 44. Obra escrita entre 115 y 117 d. de C., pero que en este capítulo hace
regencia a acontecimientos fechados en Roma durante el principado de Nerón, a
mediados de la década de los sesenta del siglo I, con ocasión del incendio de
Roma. El texto dice:“Y de esta manera
Nerón, para desviar esta voz (que era causante del incendio de Roma) y verse
libre de la misma, culpó y comenzó a castigar
con formas refinadas de tortura a unos hombres llamados comúnmente
cristianos a los que odiaba la plebe a causa de sus excesos. El nombre procede
de Cristo que, siendo emperador Tiberio, había sido ejecutado por Poncio
Pilato, gobernador de Judea. Por aquel entonces se reprimió un tanto aquella
dañina superstición, pero estaba
volviendo a cobrar fuerza no sólo en
Judea, donde se originó este mal, sino
también en Roma, adonde llegaron y son celebradas todas las cosas atroces y
vergonzosas que se dan en los demás sitios”.
Añade Tácito que el castigo a los que
profesaban públicamente la religión cristiana se derivó de la acusación de ser
culpables del odio general del género humano y así se les mataba con mofa y
escarnio, ya vistiéndolos de pieles de animales para que los despedazaran los
perros, ya crucificándolos, ya quemados en enormes haces de leña para que
iluminaran las tinieblas de la noche. Tal espectáculo se llevó a cabo en los
jardines de Nerón, cedidos con tal propósito, junto a lo cual celebraba fiestas
circenses vestido de auriga para contemplar la diversión de la turba, la que
sin embargo se dolía movida a compasión, ya que eran personas a las que se les
arrancaba la vida de manera miserable, no en beneficio público sino para
satisfacer la crueldad de uno solo.
Nerón y Domiciano persiguieron a los
cristianos al considerarlos revolucionarios políticos, igual que a los judíos.
En los dos reinados se encarcelaron o desterraron de Roma también a los
filósofos, no por serlo, sino por aspirar al ideal de la restauración e la
República, acusándolos así no sólo de políticos descontentos, sino de conspirar
activamente contra la majestad del Emperador. Por caso, el año 66 que se expide
el edicto contra los filósofos, año en que Pablo de Tarsos fue decapitado en
Roma, Apolonio de Tyana tiene que abandonar precipitadamente la ciudad de las
siete colinas.
Luego de la muerte de Nerón se
sucedieron en el solio imperial cuatro
emperadores en menos de un año (69): el austro Galba, Otón que se había
levantado en Lusitania, Aulo Vitelio, con una política abiertamente neroniana,
populista y corrupta, y finalmente Vespasiano quien comandaba las fuerzas de
Oriente, siendo reconocido por el Senado y entró triunfalmente en Roma en
octubre del año 70. Emprendió una ambiciosa política constructiva para aumentar
el esplendor de la Urbe, proporcionando abundante trabajo a las masas
ciudadanas. Se construyó el Templo de Júpiter en el Capitolio, levantándose a
su lado templos, edificios y espacios públicos entre los que destacaba un nuevo
Foro y el nuevo palacio imperial en el Palatino, además de un gigantesco
anfiteatro en los terrenos de la Domus Aurea: el anfiteatro Flavio, mejor
conocido como el famoso Coliseo Romano. Para ayudar a reconstruir el Tesoro
público, esquilmado por los disparates de Nerón y aniquilado tras 18 meses de
guerra civil, decretó un impuesta hasta
sobre los urinarios públicos, cosa que su hijo Tito le censuró, a lo cual el
avaro Vespasiano respondió: “El dinero no huele –sin embargo, es orina”. Es por
ello que en Italia los urinarios públicos reciben el nombre de vepasiani, de donde procede el nombre de vespasianas dado los recipientes para
orinar que reciben en Argentina y en Chile. El emperador murió en el año de 79
en la ciudad natal, Rieti, a los 68 años de edad, alojando la sospecha de que
se estaba convirtiendo en un dios –cosa que el Senado decretó después de su
muerte.
Hacia el año 112 d. de C. Plinio el Joven escribió a su tío el emperador
Trajano que los cristianos detenidos: “afirmaban
que todo su delito consistía en reunirse
en día determinado antes del amanecer, recitar un poema a Cristo como a un Dios
y comprometerse con juramentos a no cometer ningún delito, ni hurto, ni adulterios”,
añadiendo Plinio que “No he encontrado
otra cosa que no sea una superstición malvada y desmesurada” (Epístola 10.96). En efecto, Plinio el Joven menciona a los cristianos en el décimo libro
de sus cartas (X, 96, 97) indicando que llamaban Dios a Cristo dirigiéndose a
él con himnos y oraciones, aunque sin añadir referencias históricas. En cambio
Suetonio, en su Vida de los doce Césares (Claudio, XXV), menciona una medida
del emperador Claudio encaminada a expulsar de Roma a unos judíos que ocasionaban
tumultos a causa de un tal Cresto. Tal expulsión tuvo lugar en el año noveno de
su reinado (año 41 o 49 d de C.) según Osorio (VII, 6, 15), precediendo a la
expulsión la controversia de los cristianos con los judíos que no creían en
Jesús como el Cristo y Mesías. Por su parte San Pablo también da cuenta de ese
decreto, de efectos pasajeros, comunicado por Áquila, quien había llegado a
Corinto con su esposa Priscila procedente de Italia exponiendo sus cabezas para
salvarlo (Hechos 18.2; Romanos, 16.3).
Además de los historiadores Tácito, Suetonio
y más tarde Dión Casio, que nos legaron versiones muy sombrías del reinado de
Nerón, la historiografía cristiana terminó por presentarlo como un monstruo con
los escritos de Sulpicio Severo, asceta cristino del siglo V d. de C., que lo
visualiza finalmente como un real anticristo. Lo cierto es que Nerón se fue
volviendo cada vez más arbitrario y cruel, alejándose cada vez más de la
realidad. Luego de mandar asesinar a su propia madre Agripina en la bahía de Nápoles
en el año de 59, elimina a su esposa Octavia en el año de 62, con objeto de
casarse con la mujer de el senador Otón, la bella y ambiciosa Popea Sabina, a
quien posteriormente mata de un puntapié en el vientre, casándose en 65 con
Statilia Mesalina, futura amante del emperador Otón. Los delirios de grandeza
ligados al incendio de Roma encuentran su razón de ser en el proyecto
arquitectónico de Domus Aurea, monumental construcción planeada sobre 80
hectáreas que abarcaban las colinas Palatina, Esquilita, Celia y Opia. Cuenta
Seutonio que los comedores en el Palacio
Domus Aurea en el monte Palatino, que ordenó construir un megalómano Nerón,
tenían techos y corredores movibles hechos con tablillas de marfil de donde
brotaban perfumes y flores. La Sala de banquetes era circular y giraba de noche
y de día imitando el movimiento de rotación del mundo –comprobandos4 en la
actualidad que tenía 16 metros y que, sostenido por un pilar de 4 metros, tenía
un mecanismo hidráulico que lo hacía rodar. La desmesurada construcción fue
demolida parcialmente por Vespasiano para construir en su centro el Coliseo,
donde antes estuvo el Coloso de Nerón, estatua de más de
40 metros de altura (3 metros más que el Coloso de Rodas), y posteriormente
en otro de los emplazamientos Trajano hizo erigir sus Termas.
A finales del año 66 Nerón recorre en delirio triunfal Grecia durante 15
meses en calidad de artista, genio y semidiós. -siendo en realidad un
despreciable actor cualquiera que hacia igual el papel de una parturienta que
el de un esclavo. De regreso a Roma restablece el culto a Apolo haciéndose
rodear de sacerdotes de Neptuno y dedicándose a lo que él llamaba “composición
poética”, pero también al canto y a la construcción de órganos hidráulicos. El
Senado, cansado ya de tantos excesos y excentricidades, nombra a Galba como su
sucesor y condena a Nerón a la flagelación y a la ignominiosa muerte en la
cruz. Sin embargo, es incierto su final. En su Vida de Nerón el
historiador Suetonio asegura que se suicidó apuñalándose en la garganta y
que su amante, la cristina Acteé, lo sepultó envuelto en una sábana
blanca; por su parte Tácito narra que
huyó a las islas griegas donde adoptó la identidad de predicador y líder de los
pobres, pero fue reconocido por el gobernador Kitnos, debido al pelo rojo
característico del emperador, quien lo hizo ejecutar, obedeciendo con ello la
sentencia senatorial de Roma.
Aunque el rechazo de la cultura pagana hacia
el cristianismo tuvo intermitentes explosiones represivas durante todo el siglo
siguiente, fue Séptimo Severo (193-211) quien reavivó el antagonismo,
prohibiendo bajo severas penas hacerse cristiano. Unas décadas después Decio
(249-251) se distinguió por su feroz persecución de los cristianos, habiendo
intentado obligar a las primeras comunidades de la iglesia a abjurar de Cristo
y sacrificar a los dioses capitolinos del imperio.
Poco después de que el emperador Felipe, que era árabe y había sido
elegido por el ejército, celebrara con los Juegos Seculares el milenario de
Roma en 248 d. C., (aceptando la fecha fundacional de la ciudad dada Varrón y
aceptada por Claudio, de 747 a 753 a.C.), Decio lanzó la primera persecución de
los cristianos en todo el imperio.
Los primeros Juegos Seculares se celebraron en 17 a. c., bajo el imperio
de Augusto. Claudio convocó a los siguientes juegos el 47 d.C., aduciendo para
su celebración la conmemoración del 800 aniversario de Roma. Los Juegos
Seculares del 248 d.C., no sólo celebraran con emoción el tránsito del milenio
en la ciudad más grande de la tierra, sino también los sentimientos opuestos y
complementarios de optimismo y aprensión, de alivio o pesar por el final de una
era y el inicio de otra. De hecho Felipe celebro los juegos un año más tarde,
en 248, cuando había regresado de luchar contra los bárbaros –lo cual da una
idea del tono de desesperación que rodeaba el acontecimiento. Dos años después
de esa fecha el emperador Decio inicia una persecución que nada tenía que ver
con las persecuciones locales que sufrieron los primeros cristianos: ésta fue
de gran alcance e intensidad, señalando con ello una nueva resolución de las
autoridades –quienes empezaban a sentir las consecuencias profundas de una
lealtad debida a Dios más que al emperador, con lo cual la autoridad política
cesárea quedaba fuera de lugar.
En efecto, el emperador Decio Trajano fue un burócrata implacable que
mostró una tenaz hostilidad oficial hacia el cristianismo, apegándose para ello
en formas legales. Por medio de un edicto obliga a los súbditos del imperio a
realizar, bajo pena de muerte, sacrificios en honor a los dioses oficiales y al
emperador, exigiendo demostrar el culto por medio de certificados legales Para
evitar el castigo era necesario firmar un libelli (libelo o escrito) de
renunciación a la fe de Cristo. Para instrumentar tal mandato legal el
emperador nombró una comisión, iniciando con ello una persecución eficaz. La
durísima persecución llevó al martirio a muchos fieles y a otros tantos a la
apostasía, al abjurar movidos por el miedo (lapsi). Los obispos de
África se retractan de sus creencias religiosas en apostasía masiva,
sucediéndose el derrumbe moral y la corrupción al mezclarse la apostasía con el
fraude y la usura.
La suerte de Valeriano (253-260) fue un
símbolo del alzamiento y la caída del imperio romano. Inicia una grandiosa obra
arquitectónica, que será continuada y concluida por Aureliano (270-275),
levantando las altísimas murallas y las gigantescas torres que protegen a la
ciudad de Roma hasta la fecha (con una longitud de 18, 183 metros y sobre una
superficie de 1,730 hectáreas), pero pronto ahonda el prolongado periodo de
persecución y de manera intransigente publica los edictos que obligan a los
obispos a adherirse a los dioses del estado y a renunciar a constituir comunidades
cristianas. Asociado con su hijo, el futuro emperador Galieno, persigue sin tregua a los
cristianos, pero al intentar detener a los persas en el Eúfrates es derrotado y
hecho prisionero por el rey Sapor, quien lo retiene como esclavo deparando la
fortuna para el emperador un vergonzoso destino: el rey persa hace utilizar a
Valeriano como escabel para sentarse en su trono y luego, tras su muerte, lo
manda embalsamar bajo la forma de un taburete. Galieno continúa así como
emperador de Roma persiguiendo a los cristianos y sin preocuparse de la
suerte de su padre hasta que en el año
268 es asesinado por motivo de la sucesión imperial.
Por su parte el temible Dioclesiano nace en
246 d. C. Para ascender al poder casó con la hija de Decio, alianza que la valió
ser nombrado emperador a los 38 años de edad (284). Su gobierno se caracterizó
por dar un giro importante a la marcha del imperio al descentralizarlo e
intensificar la labor defensiva en las fronteras. Con él empieza una nueva era
en el Imperio romano -en cuya cifra muchos estudiosos han querido ver el inicio
de la Edad Media. Tomando las riendas del imperio de oriente Dioclesiano se
asocia a su lugarteniente Maximiano dividiéndose el Imperio, encargándose uno
del Oriente y el otro del imperio de Occidente, siendo su primer emperador, y
reclamando para ellos el nombre de Augustos. De hecho se trata de una
tetrarquía potente para controlar la extensión del dilatado y vasto imperio;
Dioclesiano casa a su hija con el corpulento Galerio y le da el título de césar
y Maximiano nombra censar suyo al noble romano Constancio Cloro. Aunque Roma
conserva su estatuto de Ciudad Santa, Dioclesiano, instaurador de la
tetrarquía. Reina en calidad de augusto con su corte en Nicomedia, en Asia,
casi enfrente de la antigua Bizancio; Maximiano por su parte toma como augusto
la cede de Milán, dejando a Galerio cesar al frente de Sirmium (al norte del
actual Belgrado) y Constancio Cloro cesar la cabeceras la ciudad de York y
Tréveris, con el objeto de defender el Rín y la Bretaña.
Dioclesiano tritura al imperio en pequeños
fragmentos, primero en doce diócesis desde las cuales se dedica a aterrorizar
al mundo mediante los gobernadores de las 57 provincias en que a su vez se
subdividían –y que llegaron a subir durante su reinado a 112 y que incluían a
Egipto. A la cabeza de las diócesis estaban los vicarios de los augustos,
tomando los gobernadores los nombres de prefecto, procurador y procónsul..
Tales medidas tenían por objeto centralizar el poder del gobierno y concentrar
del tal modo las contribuciones, no como tesoro del estado sino como propiedad
del esperador, siendo “el palacio” a la vez corte, gobierno y capital. La
centralización económica trajo como consecuencia el despotismo político y la
teocracia imperial, pues los tetrarcas eran de hecho ascendidos a dioses del
imperio, exigiendo homenajes religiosos para los dioses oficiales y para ellos
mismos. Los cristianos se niegan entonces a rendir tributo a las nuevas
deidades de barro, con lo que se recrudecen las persecuciones. Mientras que
Galerio da pruebas de su brutalidad y salvajismo y Maximiano comienza a separar
a los cristianos del ejercito inflingiéndoles por contumacia severos castigos,
Constantcio Cloro se muestra más refinado y tolerante que los restantes tetrarcas.
Yéndose de bruces Dioclesiano desata por su cuenta la represión sistemática.
Para logarlo amplía la facultad legislativa del emperador, antes limitada a los
edictos y a los libelli y gozando de
poderes legislativos ilimitados el emperador promulga disposiciones
draconianas, sumando a los mandatos generales (edicta), ordenamientos particulares tales como el decreto y la rescripta (sentencias judiciales) y los mandata (de carácter administrativo).
Sobre la cabeza de los cristianos se habían
acumulado históricamente una serie de calumnias judiciales, que iban del
incesto al canibalismo, siendo el infundió central ser destructores de los
dioses y esencialmente no rendir culto religioso al emperador, tachándolos en
las últimas persecuciones de desertores encubiertos del estado imperial. Los
edictos del año 300 recrudecen la gran oleada de calumnias y persecuciones,
siendo los tétricos actos contra los cristianos cada vez más impopulares y,
perdido el apoyo de las turbas urbanas, se hace sentir la crítica pública,
debilitándose por tanto el estado, dado que en el ejército estaba en gran parte
constituido por cristianos y simpatizantes.
Pero en el año de 303 un nuevo edicto de
Dioclesiano ordena la destrucción de todas las iglesias cristianas y la entrega
de los libros sagrados para ser quemados, poniendo con ello la fe cristiana
fuera de la ley y sin defensa alguna ante los tribunales. En ese año estalla la
más sangrienta de las persecuciones, pues al acentuar Dioclesiano el carácter
divino del emperador vuelve inevitable el choque pagano con la verdadera
doctrina.
III.- Dioclesiano y San Jorge
La historiografía también ha preservado las
noticia de San Jorge, quien fuera hijo de Geroncio y Policronia, matrimonio
natural de Capadocia, la “tierra de los bellos caballos” y de las doscientas
ciudades subterráneas (hoy Turquía), quienes llegaron a la prima Palestina para
establecerse. .Su padre Geroncio servía como oficial en el ejército romano y al
morir, quedando su madre Policromía viuda, volvió con ella a su ciudad natal de
Lydda (luego Diospolis, actualmente Lod, en Israel). A pesar de las
circunstancias adversas Policromía logró darle una buena educación a su hijo.
El joven Jorge siguiendo los pasos de su padre se unió al ejército romano poco
después de llegar a la mayoría de edad. Debido a su carisma subió pronto de grado, llegando antes de los treinta años a
ser tribuno y comes. Hacia esa época ya se le había destinado en Nicomedia
como miembro de la guardia personal del emperador romano Diocleciano (quien
reinó entre el 284 y el 305) Empero
Diocleciano emite el edicto de 303 autorizando la persecución sistemática de
los cristianos a lo largo y ancho del imperio –siendo el césar Galerio el
responsable de continuar con la persecución durante su propio reinado (del 305
al 311).
El tribuno Jorge recibió entonces órdenes de
participar en la persecución, pero decidió dar a conocer su verdadera
convicción religiosa y se adelante a criticar ásperamente la decisión del
emperador. Un airado Diocleciano reaccionó violentamente al ordenar la tortura
del soldado por romper el edicto. El gobernador Daciano manda entonces torturar
y posteriormente decapitar a San Jorge por el cargo de haberse proclamado
cristiano –auque la leyenda agrega que, movido por su fe, antes de ser
condenado logró salvar a la hija del rey de Lydda, quien se encontraba
secuestrada en el palacio real. Como quiera que fuera, tras diversas torturas,
Jorge fue decapitado frente a las murallas de Nicomedia el 23 de abril del 303.
Los testigos de sus sufrimientos convencieron a la emperatriz Alejandra y a una
anónima sacerdotisa pagana a convertirse al cristianismo, las cuales pasarían
posteriormente a unirse a Jorge en el martirio. Su cuerpo escarmentado fue
devuelto a Lydda, ciudad que fue llamada posteriormente Georgopolis, debido a
la inmensa fama y devoción suscitada por el mártir y así se le conoció hasta el
siglo XIII.
La persecución continúa y en el
año de 304 es decapitada Santa Inés y los papas Simaco y Onofre. En el mismo año
es martirizada Eulalia por órdenes del mismo gobernador Daciano, siendo hoy la
patrona de Barcelona con festividad el 12 de febrero. Los acontecimientos se
van concatenando en una negra espiral detonada por las ambiciones del poder
absoluto. Así, el autócrata pronto redacta un segundo edicto por el que manda
arrestar y encarcelar a todo el clero cristiano y, ya sin ningún freno,
adelanta un tercer edicto en que se obliga directamente y por la fuerza a
celebrar sacrificios al emperador. El fatídico año de 304 un cuarto edicto
manda a todos los ciudadanos rendir el culto prescrito delante de la estatua
del emperador. La feroz persecución llegó a su negra culminación cuando
Dioclesiano impuso el decreto de perseguir, por el carácter metafísico de sus
escritos, a una secta denominada “Kimia”
o de los “Kimiastas” (de donde
derivan las palabras hebreas “chaman”
o “ohaman” y que significan misterio,
secreto religioso).
IV.- Constantino, San Jorge y el Islam
Las persecuciones, confiscación de
bienes y masacres masivas de las
comunidades cristianas del siglo III d.C. se iniciaron en un intento de
devolverle la cohesión al maltrecho imperio romano, extendiéndose luego en un
intento por revitalizar en poder teocrático del imperio temporal. El
impresionante número de mártires, el rigor de las medidas contra templos y
culto religioso y la hostilidad contra los sacerdotes y los fieles ha merecido
el dictado de “La Gran Persecución de Dioclesiano”, y constituye el máximo
empeño del imperio romano contra el cristianismo. Tal fue la política de los
cuatro corregentes hasta el 305, año en que Dioclesiano abdica a los 59 años de
edad cuando reunió a sus tropas cerca e Nicomedia y delante de ellas renuncia
al título de augusto y dejando el poder en manos de Galerio como augusto de
Oriente. Con ello se causo la abdicación
de Maximiano y se levantan en occidente por la sucesión Majencio y Constantino.
Flavio Vario Constantino nació a finales del siglo III en Servia o en
Dacia. Hijo de Constantino Cloro, cesar de Occidente, y Helena, mujer plebeya
de fuerte temperamento. Para alcanzar un puesto en la tetrarquía de
Dioclesiano, Constancio Cloro repudia a Helena pretextando no ser de origen
patricio y se casa con Teodora, hijastra de Maximiano, su superior jerárquico
como augusto de Occidente, en garantía de fidelidad. Constantino creció así
influido por la ideología imperial pues pronto se incorpora a la corte de
Dioclesiano, el augusto de Oriente, y es destinado en 305 al Danubio bajo las
órdenes de Galerio, el césar de Oriente.
Luego de la abdicación de Dioclesiano, Constancio Cloro es elevado a la
categoría de augusto de Occidente, pese a la resistencia de Maximiano, pero
muere en Britania inesperadamente apenas un año después, en el 306.
Inmediatamente el ejercito franco-británico proclama a Constantino I
augusto –desplazando con ello a Severo,
el hombre de confianza de Galerio., quien tiene que aceptar a Constantino,
aunque dándole el título de simple césar. El sistema sucesorio diseñado por
Dioclesiano fracasa estrepitosamente y se desencadena entonces una guerra civil
por el poder, que duraría dos años, en la que se enfrentan Maximino Daya,
Majencio, hijo de Maximiano, apoyados por las tropas de Italia y África y
Constantino en Occidente –el cual tiene que apoyarse en Licinio quien se había
levantado en Oriente, sellando el pacto con la boda entre el oscuro soldado y
la hermana del futuro emperador, Constanza.
Por su parte Galerio, uno de los primeros responsables de la gran persecución,
se postra en cama víctima de una horrible enfermedad y firma poco antes de
morir un curioso edicto en Sárdica en el año 311, tratando de congraciarse con
los cristianos para que rogasen por su vida y por el bienestar del estado.
La lucha por el poder imperial entre
Constantino y Majencio se dirime a favor del primero. El historiador Eusebio de
Cesaria recogió de los labios del propio Constantino la leyenda de la visión
que tuvo el futuro emperador: camino a Roma, pues mirando al cielo se le
apreció una cruz en las nubes y esa noche vislumbró en sueños que Jesucristo le
indicaba:. “Con este signo veneras” (“Inhoc signo vinces”). Así, ordenó poner sobre los estandartes de los soldados
el “crismón” o monograma de Cristo y mandó confeccionar un gran lábaro con una
lanza de punta dorada atravesada por una barra transversal rematada con un
círculo con el crismón. También hizo portar la cruz en los escudos de los
soldados y obtuvo la victoria sobre el más numeroso ejercito de Majencio en la
célebre batalla del puente Milvio, sobre el Tiber, a las puertas de Roma, el 25
de octubre del año 312, y un año más tarde,
en el año 313, el emperador Constantino reconoce el cristianismo como
religión oficial del estado.
Las cosas juegan en favor de Constantino,
pues Licinio elimina a Maximino Daya, el último tetrarca, en la batalla del
Campo Ergenus, viviendo el imperio una tensa paz por cerca de diez años. Pero
para el año de 321 en tres batallas sucesivas Constantino obliga a Licinio a
deponer la púrpura real. Finalmente, en la batalla de Adrianópolis (hoy Edurne,
Turquía) en el año de 324 es vencido definitivamente Licinio por las tropas de
Constantino y capitula en Nicomedia para perder la vida un año después,
estableciendo entonces Constantino la monarquía universal, declarándose dominus y prínceps cristiano, reconvirtiendo la tetrarquía de Dioclesiano en
una autocracia y nombrando césares a sus hijos Crispo, Constantino, Constancio
y Constante y erigiéndose como amo indiscutible del Bajo Imperio Romano, que se
extendía por entonces desde el Atlántico hasta las fronteras con el imperio
Persa. En el año de 325 se celebra el primer Concilio de la Iglesia, el
Concilio de Nicea, convocado por el emperador Constantino y el papa san
Silvestre, en el cual se combate la herejía de Arrio (arrianismo), proclamando
la “consustancialidad del Padre con el Hijo”.
Constantino I, llamado “el Grande”, fue finalmente sorprendido por una
fulminante enfermedad cerca de la ciudad de Nicomedia y luego de pedir ser
bautizado en la fe cristiana perece el día 22 de mayo del año 337
La personalidad de Constantino resultó ser un fiel reflejo de las
transformaciones que sufrió el imperio en esa época, siendo a la vez vanidoso y
devoto, cruel y caritativo, pagano y cristiano. Sus obras hablan también de la
transformación del imperio en una monarquía universal y cristiana. En la
península del Bósforo, aprovechando la colonia griega de Bizancio previamente
existente, fundó la ciudad de Constantinopla o Constantinópolis –absorbida
siglos después por la Estambul otomana. Doce años llevó su construcción,
destacando tres iglesias erigidas en esos años por mandato del emperador: Santa
Sofía, Santa Irene y la de Los Santos Apóstoles. En Roma se levantaron templos
espléndidos, como el de San Pedro y San Pablo y el de Santa Inés, mientras que
en Jerusalén se edificaron los templos del Santo Sepulcro y la Basílica de la
Asunción y en Belén la Basílica del Pesebre.
Así, apenas una década después del martirio de San Jorge, en el año 313,
se implementaría una política religiosa razonable mediante el famoso Edicto de
Milán, el cual, luego de abolir previos edictos, amplia la libertad religiosa
para los cristianos, tolerancia que extendiéndose a los paganos instituye una
completa e integra “libertad de cultos”, restituyendo inmediatamente después
todos los bienes a la iglesia cristiana, logrando en la vinculación con ella la
deseada estabilidad del imperio bajo una política acorde con el espíritu
comunitario y caritativo del antiguo cristianismo, al grado que bajo su mandato
se erigieron tantas iglesias cristianas como templos paganos.
En efecto, al firmarse el Edicto de Milán,
en que se cifra la supuesta conversión de Constantino al cristianismo, se abre un fabuloso foro para el desarrollo
de la verdadera doctrina. Así, a manera de símbolo, apareció encima del labarum de las monedas de Constantino un
dragón vencido, indicando con ello que se abría el triunfo de Cristo sobre las
divinidades romanas. Santa Helena, madre del emperador Constantino el Grande,
impulsa entonces la puesta en valor de los escenarios del cristianismo
primitivo y en el mismo año de 313 funda una basílica erigida en el lugar del
sepulcro de San Jorge, encargándose de organizar las procesiones a Tierra Santa que seguían el
camino de Jerusalén desembarcando en el puerto e Jaffa hasta llegar a Lydda
para visitar la tumba del mártir,
iniciando asimismo como la
acumulación de reliquias.
La crisis del imperio romano, aglutinado por
la campaña contra los cristianos, cierra
el Alto Imperio, signado por ser un mundo a la deriva, plagado de traiciones,
crueldades y desequilibrios, también marcado con los estigmas de las
convulsiones, desordenes y decadencia moral de los césares y augustos. Sus
estructuras políticas, sociales y religiosas empezaron de hecho a desmoronarse
desde que Augusto instauró el culto al emperador, llegando a una total pérdida
de autoridad el panteón tradicional y acusando el descontento social una
profunda necesidad popular de referencias trascendentes. La influencia oriental
del cristianismo con su monoteísmo ideal de componentes judío-griegos cumplía
con tales necesidades al despreciar las jerarquías temporales basándose en
conceptos trascendentes y libertarios, pues la búsqueda del Reino de Dios sólo
podía lograrse por medio de la paz, la humildad y la solidaridad. La
persecución de Dioclesiano instrumentada por una burocracia implacable
alimentada por la calumnia y sufrida por enormes grupos que habitaban el
imperio, de hecho debilitó al estado, siendo
así el último intento de preservar el mundo de Augusto, capítulo de
oscuridad inhumana con que se cierra propiamente la antigüedad pagana para dar
entrada, con la conversión del imperio por Constantino, al inicio del
denominado Bajo Imperio Romano y de la Edad Media Latina.
El rasgo cristiano que más impresionó
a los paganos fue su espíritu de amor mutuo y de caridad comunitaria,
siendo un electo virtuoso e inofensivo de la sociedad. Tal forma de vida fue
descrita por Diogneto en su Epístola, expresándolo mejor que nadie: “Viven en sus propias regiones, pero
sencillamente, como visitantes. Para ellos cada país extranjero es una patria,
y cada patria es extranjera, pues pasan su existencia en la tierra como
visitantes ya que su ciudadanía está en el cielo. Tienen una mesa común y, sin
embargo, no es común. A pesar de ser pobres enriquecen a muchos y careciendo de
todo tienen de todo en abundancia. Aman a todos los hombres y por todos son
perseguidos. Existen en la carne pero sin vivir para la carne. Obedecen las
leyes establecidas y las superan en sus propias vidas. Se les humilla y la
humillación se convierte en su gloria Se
les insulta y ellos bendicen, retribuyendo los insultos con honor. Se les
envilece y están justificados.”[3]
Las mujeres conversas cristianas fueron así
penetrando las clases altas de la sociedad educando a sus hijos en el
cristianismo y algunas veces convirtiendo a sus maridos. Su comportamiento
relucía por su fuerza y entusiasmo como el de una nueva nobleza del espíritu,
siendo su trabajo importante en los fondos de caridad. Los cristianos trataban
como iguales a sus mujeres y con una gran consideración, pues el matrimonio es
sostenido por ellos como un sacramento.
La iglesia católica se presentada así acorde a las necesidades del
estado imperial por su voluntad universal y de unificación de la cultura,
trascendiendo fronteras raciales y geográficas. El estado imperial, sin
embargo, pronto comenzó a favorecer a la clase clerical y a utilizarla para sus
fines seculares, sobreponiéndola a la iglesia de los santos que se gobernaba
por sí misma.
Constantino persiguió la herejía donatista en África del Norte en 316 y
convocó al Concilio de Nicea en el año de 323, sínodo que presidió fijando el
tono del debate bajo las normas de la cortesía y la conciliación, logrando la
iglesia católica sintetizar su posición teológica en el célebre “Credo”
-disolviendo parcialmente con ello la virulenta herejía del arrianismo,
defendida por Arrio un enjuto presbítero de la iglesia de Baukalis en
Alejandría, el que ya había sido combatido por el violento presbítero Atanasio
en la misma congregación –quedando sin embargo la huella del cisma impresas en
las Iglesia Romana de Grecia, la primera
al aceptar que Cristo era hijo de Dios de su misma naturaleza (homousis), discrepando la segunda al
considerarlo tan solo es de semejante naturaleza (homiousis).
A inicios del siglo IV después de Cristo el Imperio Romano comenzaba a
desquebrajarse, debido tanto a la
presión de tribus germánicas como por la caducidad de la fe pagana, adaptando
entonces in extremis un culto oriental de carácter filosófico y por motivos más que
nada políticos: la religión de Mitra como dios solar. El mismo Dioclesiano
apoyó el mitraismo dedicándole en 307 un altar en Cornutum. Sin embargo, no
duró mucho tiempo ese remedo religioso, sellando la muerte del mitraismo
imperial la victoria de Constantino el Grande en el puente Milvio en el año de
312. En realidad el mitraismo era una fórmula vacía para lograr mediante la
piedad laica y la solidaridad respecto a la ley imperial la divinización del
concepto del estado personificado en un hombre: el “genio” del César.
Pasados dos siglos el emperador Justiniano (527-565) manda construir una
catedral sobre el primitivo templo dedicado a San Jorge Mártir. En el año 614
Cosroes II de Persia invade el imperio Bizantino, destruyendo los lugares de
culto cristiano y anexándose parte del territorio. Poco después Heraclio,
emperador de Bizancio, lo recupera y catorce años más tarde, en 628, logra
restituir el culto al mártir -efímeramente, pues cuatro años más tarde, en 632,
el Islam ocupa la región nuevamente entrando en 637 el califa Omar
triunfalmente en Jerusalén, dividiendo el territorio entre Jorania (Urdunn) con
capital en Tiberiades y Filistea (Judea y Samaria) con capital en Ludd (Lydda).
La Palestina musulmana conservó, empero, el aprecio por el mártir cristiano,
sustituyendo su nombre por Al-Khader (“Aquel
que es Verde” o “El que da Vida”), identificándolo con el profeta Elías y
que debe su veneración por aparecer para proporcionar ayuda en los momentos de
peligro, siendo adorado con los atributos de la inmortalidad y la perenne
juventud (de ahí el Saint-Jordiet Infant).
La mezquita musulmana de Lydda se erige así sobre los restos de la basílica de
San Jorge en el siglo VII. En la mezquita de Omar se encuentra el “qubbet” de Al-Khader, piedra sobre la
que de acuerdo a la tradición rezaba San Jorge –sitio que también es sagrado
para los judíos porque dicen que ahí luchó Salomón contra el dragón, siendo
efectivamente el rey sabio quien primero luchó a caballo contra el demonio,
según testimonia ampliamente el repertorio iconográfico sacro. Hasta el día de
hoy es frecuente encontrar en muchas casas palestinas que rodean la ciudad de
Belén esculpida o pintada la figura de San Jorge.
En este apretado tejido sui
generis de creencias y cultos religiosos, donde se amalgaman figuras de
culturas distintas y de tiempos distantes, resuena como un eco poderoso el
viejo mito de Perseo, domador del caballo alado Pegaso, en su lucha contra la
Gorgona Medusa, la hechicera de cabellos serpentinos, a quien decapita
sirviéndose del reflejo de su escudo, para luego correr sobre el fabulosos
equino para salvar a la princesa
Andrómeda, encadenada a una roca en la costa etíope ofrendada en sacrificio a
un dragón marino.
[1] Las reliquias de los santos
quedaron resguardadas en Roma. Así, aunque se suponía que las reliquias
mortales de Pedro estaban sepultadas bajo el altar mayor de San Pedro, el Papa
Gregorio IX exhibió en 1239 las cabezas de los apósteles Pedro y Pablo
engastadas en magníficos relicarios, conservadas en la Basílica Lateranense.
Junto con ellas se encontraba el Arca de la Alianza, las Tablas de Moisés, la
Vara de Aarón, una uña de maná, la Túnica de la Virgen, el cilicio de Juan el
Bautista, los cinco panes y los dos peses tomados de la Comida de los Cinco Mil
y la mesa usada en la Última Cena, mientras que la cercana capilla de San
Lorenzo en el Palacio Lateranense contaba
con el prepucio y cordón umbilical de Cristo preservados en aceite
dentro de un crucifijo de oro adornado con deslumbrantes joyas.
[2] Por su parte Juan, de acuerdo
con Ireneo de León (130), luego de acompañar a Pedro en su labor
evangélica vivió en Éfeso, pero fue
llevado a Toma donde el emperador Domiciano mandó quemarlo en aceite hirviente,
pero al salir vivo de la prueba lo desterraron a la isla de Patmos en la que
escribió el Libro de la Revelación o Apocalipsis. Lo que ocurrió después
con él es confuso, debido a que Cristo consideró la posibilidad de mantenerlo
con vida hasta su regreso a la tierra, como señala el mismo apóstol al
finalizar El Evangelio de San Juan.
[3] San
Pablo ha descrito también, previamente, la forma del vida cristiana la cual, al
estar bañada de paradojas, hace pensar en el choque entre el mundo espiritual y
material y en la preponderancia del primero. Ver 2 Corintios 6: 8-10.
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