sábado, 29 de septiembre de 2012

Diego y el Ídolo Fabril del Realismo Socialista por Alberto Espinosa

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“El arte no es la armas; el supremo oprobio de este tiempo es haber arrojado la confusión sobre este punto”. Andre Mallraux
Respecto a la estética marxista, que tanto le inquieta al Maestro Mauricio Yen, habría que decir que en su mayor parte fue propaganda, no sólo durante todo el estalinismo, sino también en el cardenismo, arte panfletario, propagandístico y por tanto arte falso. Montoya de la Cruz, aunque se cuece en otro caso, pues le hiso caso a Rivera y se desvió de la bellísima tradición que su padre le había heredado... un arte tradicional, refinado, sublime... corrían otros tiempos sin embargo... Montoya retrato al menos auténticos ideales sociales en los que no me detendré por ahora... Sin embargo, el realismo socialista en arte fue un absoluto fiasco, pero no por ello fue menos vanguardista, y en cierto sentido cuando menos retardó la otra alternativa que despunta en los cuernos de la modernidad: el pitón abstraccionista, que resulta realmente un callejón sin salida... Sin embargo, a favor de Diego Rivera hay que decir cuando menos una cosa: que pintó la obra maestra de este estilo estético, de esa moda pasajera, siendo además de ello su mural más original y sin duda alguna portentoso "El hombre en el cruce de caminos". La pintura merece un comentario detenidísimo, que no tiene cabida en este sitio, pero del que al menos diré lo siguiente: Rivera lo pintó al calor de la ideología en boga en 1933, la ideología socialista marxiana, y discutió por aquel tiempo sobre el sentido de su mural con al menos 20 intelectuales norteamericanos, muchos de ellos de primera fila. El mural es, efectivamente, una maravilla compositiva, a más de las calidades propiamente pictóricos, aunque eclécticas, que Rivera supo sintetizar todas las corrientes vanguardistas plásticas en las que había estado, como el personaje del Churumbel, involucrado. Destacan en la imagen tres figuras de portento y gigantismo: el ídolo de Marx y el ídolo de Nietzsche (un Dionisio griego decapitado) ; en el centro el homo faber, no el obrero precisamente, no el proletario, sino el hombre del poder técnico, que sin embargo sigue siendo un mero operario -y cuyo modelo "ario" fascinó a Diego por ese tiempo en carne y alma, por decirlo así. No0 hubo objeción por la composición del mural, sino por haber insertado la figura de Lenin en él, parangonándolo con Darwin, quien también figura como símbolo de la modernidad triunfante... Sólo hago notar que tras la imagen de Marx desfila un temible ejército de hombres armados y feroces... porque si por algo periclitó el marxismo-leninismo a escala mundial es por haber preferido el odio al amor, por haber incoado en los espíritus la semilla de la aniquilación o cuando menos del dominio, del gobierno del prójimo, en un odio que supera las clases y que hunde sus raíces en la sangre, en la cultura, en toda diferencia por baladí que resulta que divida al hombre de los hombres. Un dato más: el centro operativo de trabajo de Homero Simpson recuerda vivamente al de este arquetipo de la predación y la eficiencia competitiva. Respecto de la obra hay que decir que aún cuando fue destruida, Rivera la repuso inmediatamente después de llegar a México de vuelta, realizada en módulos trasportables, y que se encuentra custodiada en el Palacio de Bellas Artes. 
 
 
 
 

viernes, 28 de septiembre de 2012

Valor y Símbolo por Alberto Espinosa



El valor de las cosas no radica tanto en la intensidad con que suceden, cosa que parece sensualista, subliminalmente orgásmico; el valor de las cosas está en su significado (en su símbolo), el cual afecta duraderamente, cala, se ahonda macerando el espíritu y la carne, tocando con el correr del tiempo la médula o internándose en el meollo de las cosas hasta formar la intimidad de la casa o el nido. Aparece de un golpe a veces, súbitamente, como el rayo de la adivinación, pero las más de ellas se forma lenta, tibia, silenciosamente, hasta conformar como las nebulosas en expansión el nacimiento de alguna estrella diáfana o la comba de un círculo perfecto.



miércoles, 26 de septiembre de 2012

Ética Postcínica por Alberto Espinosa




Reza la tradición: “Conocerse no es pecar”.  Tal sentencia instructiva se eleva a categoría de apotegma por ser ilustrativa de la raíz filosofía misma, que encuentra en el célebre oráculo de Delfos la idea apolínea del: “Primero, conócete a ti mismo”. Tal conocimiento, implica una jerarquización y escala de valores, a partir de la cual poder medir la altura de nuestras cumbres y saber de la negra escabrosidad de nuestras cavernas. La bellaquería postmoderna de nuestro tiempo, sin embargo, ha hecho circular por los corrillos el permisionismo inmoral, acuñándolo finalmente bajo la forma de una curiosa carta blanca ideológica: “El pecado no existe”. Refrito de la idea nietzscheana decimonónica del: “Dios ha muerto; entre todos lo hemos matado”, cuyo corolario, adivinado fielmente por la psicoanalista Lu Salomé, no puede ser otro que su consecuencia lógica e inmoral: “Todo está permitido”, el cual se ha formulado en la más rocambolesca figura del: “Prohibido prohibir”. Puerta de entrada al fácil anarquismo de burócratas, académicos, pseudoartistas y contadores quienes, movidos por los sórdidos intereses individualistas del mercado o de la prostitución, degradan la conciencia social hasta el grado de coincidir con el pedófilo, para quien no es malo corromper a la infancia; con el pillastre, para quien resulta tan bueno como natural el robar; o con el adultero, para quien deshonrar minando la estructura misma de la fraternidad y de la confianza entre los hombres resulta un juego de niños. Tales actitudes, propias de las mentalidades cínicas,  al difundirse tan alegre cuan irresponsablemente en el corpus de lo social, cierran así de hecho la puerta a la filosofía, resultando entonces un anacronismo y hasta un pecado el conocerse a uno mismo.       


  

viernes, 14 de septiembre de 2012

¿Porque no yo También? por Alberto Espinosa



   El egoísmo empieza a ser pernicioso cuando empieza a envidiar, aunque todavía no odie, o cuando se siente seguro en su terreno y empieza a ser arrogante y quiere hacerse “visible” para figurar, o cuando se autoconfiere en una categoría absoluta que lo pone en un sitio aparte, concibiéndose a si mismo como un “elegido” o como un ser de excepción. Porque es desde esas posiciones que se empiezan a desear cosas para las que no hay motivo que le sean dadas o conferidas, y cuando consecuentemente se empiezan a codiciar los méritos, categorías o dones de otros; es también el lugar desde donde se empieza a odiar con rencor corrosivo a quienes tienen esas cosas que envidia, porque justamente no le son conferidas o no son suyas.
   La jerarquía, signo distintivo del mundo del valor, se borra entonces para dar lugar a la desmesura y a la indistinción, para las cuales las magnitudes son relativas al sujeto, medida de todas las cosas, quien pasa así a obliterarlas, cayendo de barriga en la resbaladilla jabonosa del subjetivismo, haciendo depender entonces el bien y el mal de factores personales o contingentes. Como cuando el amante dice; si me amas, eres el bien; si no me amas, eres el mal. Sociológicamente, políticamente, se reproduce esa parcialidad del subjetivismo en la famosa “cargada”, que le apuesta a un político por razón directa de cálculos salariales y posiciones de poder, y para la cual el contrincante, el adversario es el encarnación misma de los males del mundo, mientras que la figura influyente en tal psicología se convierte prácticamente en un ser sobrenatural o en un santón preclaro y repleto de méritos, llámese Perón, el General Cárdenas, López Obrador o el demagogo en turno. Así, se hace depender de factores enteramente subjetivos no sólo el bien y el mal, sino también el amor y el odio.
   Se trata de un simpe paso, pero de un salto mortal, de quien no se conforma con el propio escenario, con el propio papel de espectador y quiere de improviso quiere también subir de alguna manera al foro para ser aplaudido, aunque lo haga trastabillando y tartamudee al tomar la palabra, que si la tomara la tomará toda para sí dejando en la mudez a sus hermanos; es también el espectador que aplaude a la primera estrella cuando lo mira y se fija en él, pero cuando no lo mira deja, ufano, de aplaudir; o de quien se tira al ruedo para gritarle al público taurófilo que no, que se equivocan, que el torero es un asesino vestido de homosexual perpetuando una costumbre bárbara: es también el caso de quien se siente fuerte en su propio terreno, seguro de si mismo en su mullido sillón, y desde ahí se pone a descalificarlo todo y ofender a medio mundo; o, por último, el que se lanza a la bartola para dragonearla de “poeta” por el mundo, sin saber una palabra de prosodia o de versificación y sin el menor oficio, o de quien se hace llamar “filósofo” en su oficina, tal vez  porque de joven leía a Nietzsche junto con Herman Hesse en el astroso local oscuro que los porros habían negociado con el director de la preparatoria, sin tener luego la menor idea de su historia, ni de los misterios más elementales de la esquiva disciplina.
   Error todo ello, porque no es lo mismo el que desea, que el codicia algo; como no es igual ser escuchado para ser comprendido que ser escuchado para ser obedecido; ni la misma cosa hablar para decir algo a alguien, que hablar para que los demás se callen. Porque son posiciones radicalmente distantes la de quien quiere la verdad y es por ello el guardián de su sitio, que quien la espía para tomar su puesto o para darle caza.
   Los hombres que dicen: ¿Y por qué no yo, porque no también yo?, están generalmente equivocados. Frecuentemente obtendrán lo que desean, pero estará muerto o no será nada –que es el castigo que reciben todos los ambiciosos. Porque en el arte buscarán no el valor de la participación, sino el del éxito; buscarán tener la verdad, pero aprisionándola mediante algún dogma establecido o una puerilidad cínica y desafiante. Tendrán entonces el puesto de aquello que codician, pero no podrán expresarlo, siendo por ello insatisfechos crónicos que a lo que aspiran en realidad es a la muerte –mudos, irresponsables, que como los artistas vanguardistas apuestan por aquello que nos tiene, que nos tienta, volviéndose huérfanos de aquello de donde somos y a lo que no pueden hablar, no pudiendo, en general, responder de frente a nada.    




jueves, 13 de septiembre de 2012

Cultura o Cibernética por Alberto Espinosa “Leer un libro nos hace mejores personas –bueno, pero si es de la Mac Grawhill.” La Ingeniera Los instrumentos de la técnica moderna no son otra cosa que extensiones de partes del cuerpo humano, diseñados con el propósito de potenciar y hacer más eficientes sus facultades y movimientos… El microscopio y el telescopio son extensiones de la vista, para hacerla mas potente, mas precisa; el teléfono es una extensión de la voz, para que llegue más lejos, para poder oírla a la distancia; la televisión es una extensión de la vista y el oído, que permiten asistir a las representaciones teatrales desde nuestras casas; las armas son extensiones del brazo, que por medio de flecha o balas potencian el poder de la mano y la piedra arrojadiza; los automóviles son extensiones de los pies humanos, para llevarnos a grandes velocidades a donde sea. Tales instrumentos sirven sobre todo para acelerar los movimientos del cuerpo humano, para hacerlos más rápidos y eficientes.... que es el objetivo del hombre moderno, del hombre hijo de la técnica. Técnica que está enderezada para potenciar y hacer más eficaces las facultades humanas y darles mayor velocidad... cuyo es no es otro que el de hacer menos cosas en menos tiempo... que es el objetivo oculto del inmanentismo moderno y del hombre de la técnica, devorado por el tiempo, al que el tiempo le es necesario pues al no tener en su visión del mundo sino solo este mundo, sino solo este tiempo, es el precisamente tiempo lo que se le agota, lo que tiene que aprovechar al máximo, minuto por minuto, por segundo, por instante… padeciendo siempre de una irremediable falta de tiempo para alcanzar a hacer todas sus diabluras… La lectura, por lo contrario detiene el tiempo, lo hace mas lento, lo retarda... y además llama a la memoria del tiempo, a lo que ha quedado del tiempo en la memoria de los hombres, llama el tiempo valido, valioso, al tiempo bueno, que no se pierde con el transcurrir del tiempo… para dar lugar a la reflexión y el pensamiento, para dar alas también a la imaginación que viaja no afuera, sino al interior del hombre….!!!

Filosofía Hoy: Cultura o Mitificación por Alberto Espinosa ...

Filosofía Hoy: Cultura o Mitificación por Alberto Espinosa ...

Cultura o Mitificación por Alberto Espinosa Una de las cosas de las que habla el arte de todos los tiempos es que del mito, del relato mítico, simplemente no podemos escapar: si intentamos correrlo soberbiamente por la puerta de enfrente, se desliza subrepticiamente entonces por la puerta de atrás, en una vuelta de lo reprimido que resultará, entonces, peligrosísima, al deslizarse en la estructura del saber mismo ya sea bajo la forma de la verdad absoluta de esos sistemas a la vez denunciatorias e inquisitoriales, ya bajo la negra máscara del más sacrílego existencialismo, que se solaza en profanar todo aquello que en su momento se ha considerado sagrado para la tradición (que a fin de cuentes llega a ser el mundo entero). Porque el mito, ese límite último de la significación moral del hombre, ese marco último de referencia de las significaciones humanas, es también la condición de posibilidad del valor, el cual queda, por decir así, espolvoreado en todas las significaciones por medio de lo símbolos de nuestro lenguaje natural, de los cuales no podemos en modo alguno escapar al ser el horizonte final de la significación misma. Si se intenta dominarlo retorna insensiblemente siempre, como en el mito de Nietzsche, sólo que bajo la forma degradada de las místicas inferiores: de espiritualismos periclitados o de mímicas de la participación, en sus formas más crudas bajo la especia de la solidarización con las formas más bajas de la creación. Cuando el hombre creyó que había vencido al mito creó un poderoso mito más, terriblemente inconsciente: el mito de la victoria final sobre la naturaleza, sobre su propia naturaleza, lo cual lo ha llevado, experimentalmente y en su propio pellejo, a desnaturalizarlo todo, haciendo que toda esencia naturaleza y toda esencia le sea extraña, postulando entonces la amarga posibilidad de ser como “el enemigo”, de ser el enemigo, destruyéndolo todo en el consumo de fuerzas que lo exceden y desnaturalizándose en el camino profundamente a sí mismo –adoptando para ello en el camino. de inmediato y sin reflexión suficiente, doctrinas y saberes dogmáticos totalitarios que se lanzan más pronto que tarde a levantar iglesias y guillotinas. La idea en sí misma contradictoria de la victoria sobre el mito, puebla vagamente la mente del hombre contemporáneo, quien corre mecánicamente y no sin frivolidad a sustituir los grandes mitos por otros de menor fuste o altura, remedos que se parecen cada vez más a una parodia o a una sangrienta caricatura. Sean ellos el mito del evolucionismo ininterrumpido, de la conciencia social de la lucha sin clase, del cibernético progreso materialista o de la Guerra de las Galaxias. Empero, si algo es la religión, vista en su máxima generalidad de actitud social, eso es limitación del placer y limitación del poder. Sus contrarios, la religión del placer, el jardín de Epícuro, y la religión del poder, que va de ciertas formas agudas de narcicismo y de neurosis al existencialismo más degradante, resultan en lo social profundamente disolventes –por más que se embadurnen el rostro de vocabulario socialista. La pasión por dominar y la pasión por consumir, es cierto, frecuentemente van de la mano. Las filosofías que postulan tales actitudes impías, refugiadas durante mucho tiempo en un positivismo tan anárquico como antimetafísico, se han visto en los últimos tiempos inquietadas por un prurito metafísico, cayendo de bruces en un verdadero abanico de místicas inferiores que avaladas vagamente por las escrituras sagradas, particularmente por la Biblia, se dan a todo tipo de distorsiones simbólicas y extraños ritos, pensamiento mágico que bajo el disfraz de antiguas creencias prehispánicas (en la Europa Nazi se revistieron con el “mito” del Tercer Reich, cuyo imperio de mil años comenzó con la búsqueda no tanto de los lenguajes secretos del Antiguo Egipto, sino de sus tesoros, en la búsqueda del Santo Grial, para desembocar en el espiritismo y la quiromancia): creencias, decía, que no superan la escala de lo pagano, ni puede por tanto conducir a una verdadera participación con los espíritus superiores. En nuestras tierras es particularmente común ver como esa vuelta de lo reprimido asume formas cada vez mas grotescas, vulgares y… peligrosas, pues al adoptar creencias misceláneas y de todo tipo, muchas veces acuñadas en las cabezas calenturientas de timadores y engañadores, de farsantes y merolicos, se revela lo que hay en el fondo de esas apuestas simbólicas: el amor a los placeres, para la que nuestro cuerpo esta tan bien diseñado, y la ambición de poder y de dominio, con lo que hay en el de incito abuso de la autoridad por medio de los privilegios logrados –adoptando las formas sólitas del egoísmo feroz, la obnubilación mental, la licuefacción de significados mas abrumadora, la ligereza de cascos, la sexualidad no tradicional y más permisiva, hasta desembocar en la regresión a la animalidad, el cinismo o la confusión de los caminos. Tal degradación conduce a la vulgaridad del pendenciero y, ya entregados al espíritu del error y a las novedades de la herejía, a todo tipo de odios, discordias y celos, a fáciles enojos y exabruptos, a rivalidades y divisiones sin cuento, siendo su signo el ser retadores, envidiosos, groseros, promiscuos y frecuentemente borrachos. Pero si algún símbolo de luz tuvo la antigua cultura prehispánica ese fue el de Quetzlcoatl, sacerdote y héroe cultural quien abolió los sacrificios para instaurar la cultura del Toltecayotl, de cultura las flores y las fiestas, cuyo sentido profundo era el de una constante acción de gracias al Creador. Doctrina no ajena a la evangélica, al grado de que Fray Servando Teresa de Mier declaró en su momento la identidad de esa figura autóctona sacerdotal con el mismísimo apóstol Santo Tomás, quien habría llegado a nuestro continente en el siglo X para difundir la verdad del evangelio. El pueblo de los gentiles, conservando sus ceremonias de carácter iniciático, que manteniendo viva la experiencia de la participación amalgama al grupo dándole identidad y sentido de pertenencia, celebra conjuntamente con ello a la Virgen de Guadalupe, trasmutación simbólica de María madre de Dios. Porque si hemos de buscar nuevas formas de religión basta con el ejemplo de los santos de todos los tiempos y de los héroes culturales, tan sólitos, por otra parte, en nuestras adoloridas regiones geográficas. La naturaleza humana o esencia del hombre en la vida se revela en su constitución moral, que es propiamente hablando el interior del hombre o su corazón. El corazón es lo interior del hombre o su sentimiento moral, del que nace un abanico de diversos sentimientos, pensamientos, palabras y acciones y donde estas facultadas tienen propiamente su sede y constituyen la personalidad. El sentimiento moral se encuentra básicamente polarizado por la satisfacción y la insatisfacción moral, siendo la bondad y maldad la satisfacción y la insatisfacción mismas –las cuales están en relaciones de relatividad a los distintos sujetos, en el sentido de la superioridad o inferioridad de las actividades para unos u otros, y en relaciones en un mismo sujeto de compatibilidad o incompatibilidad de unas con otras. Es decir, la satisfacción de una actividad superior para un sujeto la hace incompatible con otra actividad inferior para él, y; una actividad buena o satisfactoria para unos resulta mala o insatisfactoria para otros. El corazón como centro de la vida moral tiene su más alta expresión en la vida mística o religiosa, pues un corazón limpio, recto, sencillo y puro, sin reserva, hipocresía o segundas intenciones, es el más grande tesoro para el hombre pues ilumina la conciencia al entrar en relación con Dios. Por lo contrario, quien no busca a Dios no puede encontrarlo en su corazón, el cual se ve entenebrecido afectando sus propias facultas espirituales o anulándolas, al grado que lo que resulta superior, dulce y satisfactorio para un hombre bueno puede parecerle fútil, amargo e insatisfactorio a un hombre insatisfactorio. 13-IX-2012


martes, 11 de septiembre de 2012

Filosofía Hoy: Joven, Joven…!!! por Alberto Espinosa

Filosofía Hoy: Joven, Joven…!!! por Alberto Espinosa: Rasgo contradictorio de la época contemporánea es su falta de distinción y superficialidad, en medio de un mundo donde todos dicen sentir...

Filosofía Hoy: El Valor, La Libertad y el Bien por Alberto Espin...

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Filosofía Hoy: Trece Tesis sobre Freud y Marx -mas una sobre Feue...

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Joven, Joven…!!! por Alberto Espinosa




Rasgo contradictorio de la época contemporánea es su falta de distinción y superficialidad, en medio de un mundo donde todos dicen sentirse muy originales, diferentes a cualquier otro, vanguardistamente incomparables, antisolemntes y sacrílegos, por comportarse precisamente como todo el mundo, como un cualquiera.  Síndrome donde el hombre moderno se ve aquejado por una especie de ese furor masivo que le permite tutear se inmediatamente con los otros, sea quien fuese, y entrar en el codeo publico y empujar sin miramientos al que se le ponga enfrente: tratar de “joven” al hombre de barba y de “niña” a la mujer joven, en un innoble rebajamiento de la persona que no es sino un eco magnificado de ese universal concierto de ranas que va croando contra toda autoridad, en un antiautoritarismo que no deja de mostrar el juego del “quítate tu para ponerme yo”, y que reclama a todas luces para si el monopolio de la autoridad –la cual no puede luego sino ejercerse de la manera más infundada y por tanto autoritaria. Etapas de un proceso de adaptación a la masa, torpe en el pensamiento y torpe en la acción, cuyas costumbres cada vez más vulgarizadas intentan imponerse por la fuerza de las agresiones socialmente avaladas, adiestrándonos así para ser mandados por cualquiera, burlado por los menos serios, juzgado por los dementes y valorado por los que nada valen…!!!



lunes, 10 de septiembre de 2012

El Valor, La Libertad y el Bien por Alberto Espinosa




I
El tema fabuloso axiológico del valor no es otro en su médula que el del reconocimiento de su existencia ideal –y por tanto el de su encarnación e instrumentación en los bienes  que conllevan a la plena realización de las potencialidades del hombre y por tanto de su felicidad. Porque si alguna cosa hay que aprender en la casa del espíritu, es que la humanidad se forja a partir del levantamiento, de la superación de los rasgos que nos hacen participar de lo zoológico. Porque en el logos, que es diálogo y voluntad de entendimiento, se encuentra el plano superior que execra los sitios donde impera la voluntad de hostilidad viciada por los intereses, donde el hombre se aliena en la triste posibilidad de ser el enemigo, más o menos encubierto, del hombre y por lo tanto de si mismo.  La investigación del mundo ideal del valor y de su realización cabal tiene como condición de posibilidad el liberalismo: el deber de preservar el derecho a la libre de expresión, investigación y pensamiento, que son las bases del propio perfeccionamiento, ensanchando el diálogo entendido en lo que tiene, no de adoctrinamiento, de reducción de la mentalidad del otro a la de uno, sino de intercambio de ideas, limitándose así a combatir la idea sólo con la idea y abriendo la puerta a la realización de los valores.   
II
   El reino de los valores se extienden a lo largo y ancho del alma humana y de sus acciones más fecundas, estableciendo con ellos tres poderosas corrientes de la comunicación humana para destacar la carga de interés de lo real, del   reconocimiento de su ser sustancialmente interesante.
   La deseabilidad de lo real, su carga de interés,  encuentra un primer estrato de valor en la riqueza, que es el plano donde se establece una comunicación con el mundo exterior. Pero el valor económico no agota el mundo del valor, pues no todo deseo es deseo de apropiación –o de desapropiación o enajenación,  pues no todos los bienes son bienes de consumo.
   Por lo contrario, en los intercambios de la comunicación humana los bienes más importantes y deseables son los que realizan los valores que podemos llamar de  “participación”. El hombre tiene también un interés fundamental en el Eros, entendido como el deseo de comunicación con los otros seres humanos en todo tipo de alianzas, complicidades, amistades, fraternidades, simpatías y afectos. 
   Pero hay algo más, que es lo enteramente exclusivo del hombre: el valor del espíritu, pues sólo al hombre se le ha otorgado la posibilidad de comunicarse más allá de los coetáneos, con los disetáneos o distante, con los ancestros y antepasados, con lo muertos venerables y. al través de ellos con la especie en cuanto tal. Se trata  entonces de una comunicación con el ser humano visto bajo el lente del espíritu, como especie o humanidad, justamente por medio del lenguaje y de la historia.
   Eros, riqueza y espíritu constituyen efectivamente las tres grandes vertientes de la comunicación humana y al hacer constituyen también el orbe expresivo del hombre como un mundo moral –porque el valor de lo real es para el hombre su significación moral, entendiendo “mores” en lo que tiene para el ser humano de habitante del mundo y morador de un espacio compartido.
   El espíritu, inextricablemente unido a los lenguajes y a la historia, concentra y decanta la significación moral, por el a priori mismo de su existencia, que es en un sentido rigurosísimo la instancia ante la cual ha de justificarse. El hombre, el ser menesteroso de justificación, encuentra así en toda comunicación humana, sea económica, erótica o espiritual, una comunicación histórica que es lenguaje y cifra en el tiempo, es decir, valoración espiritual (el tribunal de la historia visto como testigo de lo humano).
III
   Los valores aparecen realizados en objetos o acciones a los que llamamos bienes: belleza, sabiduría, progreso, justicia, buena vecindad, fraternidad. Porque los valores son fuente y manantial del sentido de lo humano, aros que guían nuestras acciones para al saltar por en medio de ellos realizar los anhelos sociales e individuales de la especie bajo el cristal iluminante del espíritu. Es por ello que el valor aparece siempre como sentido constituyente, como evidencia: fuente que brinda la posibilidad interminable e indeterminada de volver al manantial y recuperar con ello el sentido de los bienes para rearticular su contenido.
   La vida aparece entonces como un campo de valores y como un horizonte que permite en su realización recuperar el sentido. Porque sólo una vida que se desarrolla en un campo de valores tiene sentido, inscribiéndose en el fluido manantial de lo humano, de la humanidad.
   Porque de lo que se trata, en efecto, es de algo más: del amor entusiasta y del respeto por todo espíritu, por toda criatura, tratándola como un fin en si misma y no como medio; se trata del goce por la pluralidad del mundo y por la simple existencia ajena, también del amor y del respeto por el torbellino envolvente en que ideas e ideales encarnan en la persona; se trata del superávit de  besos y de la ganga de de afectos con que la vida se regala,
   Así, lejos del valor colectivo reducido a masa que se inclina por la pendiente de la voluntad de poder y dominación, el cual exige no la identificación de uno con los otros, sino de los demás a uno –subterfugio por el cual el hombre de dominación se sobrepone a los demás, empobreciendo con tal identificación la realidad humana y en general-, queda la tarea de siempre enarbolar el valor del liberalismo absoluto en el orden del espíritu, respetando con ello todas las diferencias y divergencias ideológicas entre los hombres, entre los pueblos y las culturas, superando con ello el espíritu adversario y el del dogma y abriendo las puertas a la ciudad humana, al sitio del humanismo visto en lo que tiene de especial refinamiento de la especie que tiende a la espiritualidad pura, angélica, suprazoológica, y cuya expresión de respeto al prójimo dialécticamente presupone solidariamente el respeto del prójimo, así como el amor y el deseo del otro es a la vez deseo de amor y ser deseado.
   El valor del espíritu es así el interés de la historia del hombre, de sus lenguajes y de su entendimiento. Porque el hombre, lejos de luchar por alcanzar sólo el progreso material o el valor económico (derivado de la apremiante necesidad del hombre o de lo que le falta), se afana también por conservar lo que tiene, su tradición y la fidelidad a su pueblo, a su pertenencia a la tierra,  de donde se deriva también la grandeza de sus orígenes –por ello esa tarea de la tradición consiste en mucho en preservar y rescatar lo que alguna vez fue suyo o lo que tuvo, al través del recuerdo, del recuento o la nostalgia, pues aún en el exilio de los años o en la desgracia del camino lleva con él los harapos de su señorío y no olvida la ley por la que fuimos hechos. 



viernes, 7 de septiembre de 2012

jueves, 6 de septiembre de 2012

El Clasicismo Contemporáneo por Alberto Espinosa Orozco





 I
 Rasgo de la edad contemporánea nuestra es su formalismo. Regresión a las formas estéticas del clasicismo, que en su amor por la forma de las apariencias sensibles es propenso a quedar por ello prendado de la forma externa de las cosas, que en sus volúmenes ni emiten ni pueden irradiar la luz interna propia de la vida. Por un lado, el formalismo contemporáneo se condena a quedar confinado en la febril cristalería de los hechos, que reflejan en su superficialidad al yo, como el río detenido por el mudo hielo convertido en espejo del vacío abismado, donde el bizarro rostro de Narciso palidece y congela su sonrisa al descubrirse enamorado de si mismo. Por el otro lado, caída de bruces en la mundanidad, en cuyo tobogán desfila la proyección sentimental del yo en un sin fin de múltiples estatuas fantasmales, sin poderse asir a ninguna de ellas, rompiéndose en los fragmentos del instante, roído y corroído por el pasar vertiginoso del tiempo, quedando finalmente evaporado y a merced del viento que en remolino lo eleva y lo disgrega entre la fugaz polvareda de las sensaciones y la arenisca vacilantes de los hechos huecos.

 II
 La petrificación del yo propia del arte clásico, que encuentra su mejor expresión en la escultura, en la forma detenida en el especio que tiene como máxima unidad cronológica al instante, compensa el temblor propio causado por el vacío interior y la consecuente erosión y fisura de la propia imagen, arrojándose entonces el sujeto por entero, por razón de su ligereza en el espacio creada por cercenación de esa raíz que es la memoria (individual y colectiva) , arrojándose, decía, a las aguas fluctuantes de la exterioridad, encontrando su imantación y anclaje relativo en el circulo periférico más exterior y extremoso de la persona: en el río naufragado de los cuerpos, cuya nota sentimental sobresaliente no es otra que el sentimiento de zozobra. Porque es carácter de la edad contemporánea el ser una vida sin interioridad, sin pensamientos cardinales, ni pasiones profundas, ni sentimientos sinceros, donde se ha borrado literalmente el centro o eje ordenador del espíritu, siendo por ello una vida por completo carente de gravedad, de solemnidad, de jerarquía incluso, extraviada en la dispersión de las cosas volátiles y sin trascendencia alguna –que va del fondo de la laguna con sus aguas estancadas y putrefactas, oscilando del bochorno de la bestia echada del verano al viento paralítico del cierzo invernal -sitio de vendavales y tormentas donde las crudas habladurías pulimentan la falsía artificial de sus diamantes, y en cuya originalidad en masa y unánime discrepancia se encuentra el chocar vulgar, común y corriente, de su opaca pedrería.

 III
 La interioridad infinita, carácter del arte romántico, queda así obliterada, presa en el antro de fieras del inconsciente y por completo sin desarrollar. El espíritu, la interioridad absoluta, polo de imantación que da su gravedad al tiempo y a su significado, es entonces falseado innoblemente en su verdad histórica y simbólica al ser impunemente sustituido por el formalismo inane de nuestro tiempo, tomando comúnmente la forma frívolas del vanguardismo. Su divisa, así, no puede ser otra que  la prioridad absoluta del significante, carente por completo de contenido; arte abstracto o "conceptual" (puramente meta-lingüístico) que sólo puede repetir cacofónicamente su propia forma, a la manera del monótono vaivén maquinal de la marea o del rumor que en eco rebota preso y ya sin voz reverberando entre la rocosa mudez de los cañones.

7-9-2012




Egoísmo, Injusticia y Enajenación por Alberto Espinosa



“El camino hacia el infierno esta sembrado de promesas y de buenas intenciones.”
Dicho Popular

I
 Si algo caracteriza al egoísmo son los extremos de la voluntad de vivir de tomarlo todo para si y de sacrificarlo todo en provecho propio (incluyendo la propia dignidad como persona). Nada tan temible como el "noscentismo" de las sociedades de egoístas, que los grupos dominados por sentimientos egoístas a los que solo importa el propio bienestar y beneficio. Su nota distintiva es la presunción y la vanidad con que violenta y vehementemente afirman al negar al otro su propia voluntad de vivir, enajenando incluso su propiedad o su fuerza de trabajo, es decir, cometiendo una injusticia. El egoísmo y el noscentismo repelen moralmente por infligir en el otro un dolor espiritual inmediato, desgarrando la propia voluntad en el remordimiento de conciencia por haber cometido una injusticia. No es infrecuente que tal desgarramiento engañosamente se mitigue con una retogradacion compensatoria que cae de bruces en el instinto, en la afirmación del propio cuerpo tangible mediante la descarga y la satisfacción sexual que se aferra a otro cuerpo por mero egoísmo una especie de circulo vicioso que atenúa la sensación abismada de la caída, dándose así el fenómeno contiguo de la alienación moral, de la personalidad parasitada por las fuerzas inferiores de las partes bajas o del submundo...!!!

II
 La voluntad natural de vivir entraña el amor por la vida, por toda vida, en la humanidad y en la naturaleza animada. Amor que el poeta ensancha al dilatar lo animado de dentro a fuera de si mismo -logrando así y de manera sincera proyectar su vitalidad a las personas, situaciones y cosas del mundo, incluso a las inanimadas (einfulung), logrando con ello conectar y participar de los ritmos y vibraciones del cosmos. La poesía maldita, sin embargo, presa del egoísmo ampuloso y parasitario, en una palabra del egoísmo injusto, cede empero al espíritu contrario, trasmutando su arte por la mentira, la cosmética o el formalismo hueco, que desvía la propia vitalidad en mero provecho o beneficio propio, resultando a fin de cuentas una apología inmoral del egoísmo, solita en toda clase de chantajes sentimentales y ruinosas descripciones del gusano o del limo. Arte, pues, de la voluntad de vida decadente que, ufana o lacrimosa, no puede ocultar su origen crepuscular en su atmósfera desesperada y mortecina...!!!

III
 La voluntad de vivir adelanta un paso entrando en el egoísmo cuando lejos de amar al prójimo y de respetar la regla de oro, se afirma violentamente y traspasa sus límites, cometiendo desmesura (hybis faustica), pidiendo para si más de aquello que le corresponde legítimamente e incluso más que aquello que le sacia. Tal hinchazón del ánimo, visible en la voluminosidad del cuerpo, sobre todo del abdomen, comete ya maldad cuando niega la voluntad del otro, ya lesionando o destruyendo su cuerpo, ya enajenando, apropiándose o desdeñando su trabajo con innúmeras promesas incumplidas (el consabido “mañana si te pago”), ejerciendo así alguna coacción sobre las fuerzas del otro para aprovecharlas en provecho propio...!!!

IV
 La doble trampa del egoísmo estriba en una concepción invertida de la estructura misma de la realidad. La realidad, básicamente integrada para el hombre por personas, es la constituida por cada uno de nosotros, donde el cada uno se tiene como primero para sí respecto de su bienestar y conservación, pero a cada uno de los otros en cuanto referencia de sus actos, siendo así un mundo individual y social a un tiempo -por lo que el hombre es no menos simultáneamente un ser tan social como individual. Sin embargo, el ser humano puede, por temor o egoísmo, aferrarse a su yo, concibiendo así la realidad como inherente al sujeto, o como mera representación suya (Schopenhauer). De ello se deriva la idea de que lo humano se realiza en un solo sujeto (o en un grupo de poder determinado por su ideología dominante, sea esta el marxismo o la tecnocracia, el partido o la corte). No. El hombre contemporáneo reconoce en su socialismo insistente que la relación del hombre con el mundo no es una relación de inherencia del mundo a él, sino más bien de referencia de el al mundo, y que la humanidad se realiza en la historia al través de la cultura, donde los valores del espíritu comunican con los logros distintivos de la humanidad en todos los tiempos, comunicando así el hombre con los antepasados y conformando de tal suerte la naturaleza misma de la especie (esencia). La Concepción contraria, al degradaras en instinto por la ceguera de la mera voluntad de vivir, cae en la segunda trampa del egoísta, que es la trampa de hacer de su vientre una trampa. En ambos casos la voluntad de vivir se trasmuta en egoísta y enajenante voluntad de poderío...!!!

V
 Nada resulta tan disolvente socialmente como el egoísmo gregario (culturita) articulado en base a meros intereses individuales, el cual por alguna vaga convención social a la vez que se amalgama se enajena en un vacío, en un abismo, en un hoyo en la conciencia. Su manifestación más inmediata es la de negar singularmente al otro mediante el desconocimiento de su persona, no solo en cuanto desconoce el otro sus méritos profesionales, sino sobre todo en un sentido estimativo y practico -sustituyendo todo eso por el amor al embute o la componenda. El mecanismo psicológico ejercido sobre la víctima es el mexicanisimo "ninguneo". Cerrados en actitudes de rechazo e impermeables, el orden gregario dominante se funda en un ambiguo derecho de ocupación o de territorialidad (duranguenseidad), sobre cuya arena "la bola" a la vez que vacila en frivolidades sin cuento ensaya toda laya de estratagemas de lesa humanidad, prohibiendo de tal suerte el disfrute de los bienes regionales colectivos, en un regionalismo tan estrecho como falto de miras, para apropiares a si a bajo costo de una región (física o espiritual o sector de la cultura), de una institución o de un grupo, el cual se convierte así más bien en un botín de bandoleros o en una caja chica burocrática. El valor de personalidades, trayectorias y méritos queda así completamente obliterado, barrido, borrado al contacto con el tozudo estropajo del roce que hace de alguien fantasma, papel celofán: ninguno. Actitud solita en aquellos grupos que se embadurnan el filosófico rostro con un lenguaje socialista a la vez que minan en su raíz misma lo social. También en esa burocracia abyecta y pedigüeña, oficinistas que por roer con avidez sus mezquinos huesos se dejan llevar por la inercia del grupo o de la masa para no hacerse responsables de la propia existencia (acidia), sustituyendo con ello la vera organización social, y en venganza del caos que ellos mismos provocan se asilan despreciando, ninguneando a la persona en beneficio propio en base de la incultura y la ignorancia al aferrarse como el erizo o la ostra a su roca...!!!

VI

 La doble trampa del egoísmo puede llegar al grado, criminógeno ya, de la tentación del mal, que es el delito. La invasión de los límites de la voluntad ajena entraña entonces el ejercicio declarado de la agresión y la violencia al negar al otro con abuso de la fuerza, buscando el daño y el dolor ajeno por mor del propio placer o provecho e incluso sin provecho personal alguno sino por mera ojeriza (perversión). Fenómeno de alienación humana, de inhumanidad pues, cuyo torcido árbol se erige sobre dos brazos enlazados, pudiendo clasificarse sus negros frutos en los brotes tumefactos de sus dos tendencias originarias: a) la tendencia de esclavizar de alguna manera al otro, ya robando su voluntad (tendencia constitutiva del machismo, que quisiera saciarse en el propio deseo coagulando con golpes o amenazas el deseo del otro, para que así le sirva; orto ejemplo extremo seria la violación, ya de la fuente de la vida a nivel personal, ya violando la legitimidad de donde emana naturalmente el derecho, a nivel social y cometiendo por lo tanto un fraude, pues no toma en su instancia de representación el sentido de lo social, sino que lo usurpa en provecho propio), ya despojando directamente al otro del producto de su trabajo, directamente en el robo y el saqueo, disimuladamente en la plusvalía e indirectamente en todo acto de engaño que usufructúe la fuerza de trabajo objetivada del otro en provecho propio. La segunda tendencia constituye la otra rama del árbol de la maldad, dando así la tendencia radical y envenenada de dañar directamente al otro: b) ya suprimiéndolo directamente, mediante el homicidio, ya disminuyendo o reduciendo mediante lesión corporal, ya restando sus fuerzas mediante una paga mezquina o nula, ya dañándolo por control social, en el "malentendido" colectivo o al mermarlo al través del desprecio o reducción directa psicológica (motivo encubierto del tuteo y de quitarle la barba al otro), en ambos casos deseando su agotamiento y desaparición final -por motivos finalmente de odio a su persona (incluso por extensión al concepto mismo o noción sentimental de la persona, cosa que se disimula académicamente al utilizar para el análisis filosófico categorías no existenciales). Su expresión más acabada de ese reduccionismo psicológico y social es el "ninguno", consistente en hacer pasar a alguien por nadie.





Trece Tesis sobre Freud y Marx -mas una sobre Feuerbach por Alberto Espinosa


Trece Tesis sobre Freud y Marx -mas una sobre Feuerbach

1.-  No es la conciencia del hombre lo que determina su ser social... es su inconsciencia...!!!
2.- No es la conciencia del hombre lo que determina su ser social... es la fabrica...!!!
3.- No es la conciencia del hombre lo que determina su ser social... es la corriente, la convención social, que a la vez lo enajena y lo vuelve perfectamente inconsciente, ferozmente individualista y hasta revolucionario (institucional, se entiende)...!!!
4.- No es la conciencia del hombre lo que determina su ser social... sino su ser social, que hasta lo invierte, determinando la inconsciencia de su falta de virilidad, volviéndolo así mas bien no hombre...!!!
5.- No es la conciencia del hombre lo que determina su ser social... es entrarle, a cualquier precio, al embute...!!!
6.- No es la conciencia, la reflexión, la filosofía, lo que determina el ser social del hombre... sino la lucha darwinista por la vida y la vaga idea de la eficacia de la feroz competencia en pos de la selección por la hembra natural...!!!
7.- No es la conciencia del hombre lo que determina su ser social... sino su inmoral voluntad de poderío...!!!
8.- No es la conciencia del hombre lo que determina su ser social, mucho menos la dialéctica critica de su filosofía... sino los impulsos inmorales del inconsciente, sus neurosis y delirantes fantasías principescas de la infancia...!!!
9.- No es la razón del hombre lo que determina su conciencia y su ser social… sino las emociones y mociones de animo de amor y de odio a lo existente, y singularmente a si mismo, lo que determina su razón, su conciencia, que determinan así su ser social...!!!
10.- No es la conciencia del hombre lo que determina su ser social... sino la técnica, técnica de dominación de la naturaleza inanimada y, al través de esta, de la dominación del hombre -con el avieso objeto de enriquecer a unos a costa del empobrecimiento de todos...!!!
11.- No es la conciencia del hombre lo que determina su ser social... es la ingeniería -y su destino es la política...!!!
12.- No es la conciencia la que determina el ser social del hombre... es la rebeldía, la mentira, el ocultamiento de la verdad y la convención social de los privilegios de clase o el convencionalismo, que es la peor de todas las locuras...!!!
13.- No es la conciencia del hombre la que determina su ser social... es la inocencia de ser como antes del bautismo, de irse siendo sin culpa como el viento, aullando y bufando como el viento, a la patria sin nombre de los muertos...!!!
14.- No es Dios lo que determina la conciencia moral del hombre… es la conciencia social del hombre quien determina lo que Dios es… o no es…!!!



Cultura o Cibernética (Las Raíces de las Manos o la Pinza Mecánica) Por Alberto Espinosa



“Patria  de luz y polvo.”
Octavio Paz
I
   El primer rasgo que salta a la vista en los oficios artesanales es su carácter tradicional. En efecto, el sentido de sus prácticas es siempre heredado, no siendo la práctica la aplicación de una teoría sino la práctica de un uso, de una costumbre, cuyos cambios se producen siempre remitiéndose a un pasado –siendo así los oficios no sólo parte esencial de lo que realiza históricamente una cultura, sino la parte que más la caracteriza e individualiza, la que aporta sus símbolos más caros y las claves de su estilo de vida.      
   La significación de los oficios es así una significación práctica, que funciona sobre el trasfondo de otras  significaciones. Ese segundo rasgo de los oficios da cuenta de que su tradiconalidad  pertenece a una serie de cosas que la cultura realiza en la historia real como memoria, como significación en el tiempo, como pasado histórico y orientación del sentido que le da un sentido al tiempo que a la vez funciona como fundamento de lo social.
   Sin embargo, frecuentemente, tras la conciencia moderna de trabajar abnegadamente por lo “social” y de las convicciones antiindividualistas y antiidealistas que afirman el carácter social del hombre y la determinación de todo lo humano por estructuras históricas, se deslizan sibilinamente actitudes que acaban por negar el valor de lo social en su fuente y raíz misma, terminando por soñar en fundar al hombre en una verdad absoluta, a la vez suprasocial y suprahistórica,  sustentada por una necesidad causal y material que en su totalitarismo ciego no puede sino fundar el reino de la impiedad.
. Una de sus expresiones más habituales es la que condena a la tradición como traba del progreso, oscurantismo y opresión de la libertad –idea, por otra parte, compartida con aplauso por las mentes más individualistas, burguesas y reaccionarias, que tras el vanguardista rostro socialista muerden con furor y bizarro estrépito cualquier manifestación desinteresada del espíritu. Porque lo que asecha detrás de todo ello es la tentativa de querer comenzar la significación de la nada, de una vez y para siempre, escapando así a la indeterminación del mundo real. Partir, pues, de un pasado sin memoria o de una pasado “teórico”, rebanando arbitrariamente esa propiedad del tiempo o dimensión suya de la memoria que es tiempo ella misma. Querer comenzar una cultura partiendo de la nada es como querer asistir al propio nacimiento; es también querer escapar de la historia real a la tradicionalidad del significar, creando una memoria teórica, arbitraria y artificial que borre  la memoria real –con la intención de reabsorber la realidad en la mecánica cósmica de la fuerza y de del apetito, es decir, de la voluntad de poder, cuya insignificancia repetitiva constituye claramente la barbarie.
   Equívoco todo ello del que es mejor despertar a tiempo, pues lo  primero que hay que comprender en el campo de las humanidades es que su esencia está en que sus movimientos no son hijos de la causalidad mecánica, sino reflejos de la significación, y que la sustantividad misma de lo social es la tradición, la cual en su plano más general es sinónimo de histórico. En efecto, a diferencia de la sociedad animal, la sociedad humana se distingue en que el tiempo en que se desenvuelve no es repetitivo y mecánico, sino un tiempo orientado por la tradición –donde cada nueva generación es heredera de la anterior y no sólo su sustituto y donde la memoria social estructurada por  la tradición es la que hace posible todo cambio y toda evolución –piénsese si no en el largo trecho que va de la sexualidad de la amebas a la sexualidad tradicional. En efecto, la tradicionalidad, contra lo que suele pensarse, es el fundamento radical de la sociedad,  pues es a la vez memoria social,  historicidad y profundo ejercicio de racionalidad.
   Así, lo que nuestros incomprendidos ancestros y obliterados antecesores defienden con vehemencia en su conservadurismo, lejos de ser la trasnochada nostalgia del rezagado o del falto de información, es el hecho de que una sociedad funda su sentido necesariamente en el tiempo –fundando con ello reversiblemente un sentido del tiempo, una orientación del sentido. Es por ello también que su decir o sus prácticas aspiran a la autenticidad de lo que quedó dicho y hecho o representado, repitiéndolo en círculos concéntricos para encontrar en la repetición con sus vueltas y revueltas la plenitud del decir, la verdad del lenguaje, su justicia y su belleza –desconfiando a la vez de la novedad que desarraigada y lisonjera, exploradora perdida de golondrina sin verano, viaja desamparada trayendo bajo el ala idólatra el chancro del error, el enmohecimiento de la fealdad y esterilidad la injusticia, siendo en última instancia formas de la impiedad –y que cuando hacen de la tradicionalidad un tradicionalismo no es sino para robar al pasado, estableciendo una forma fija de tradición para excluir otras de sus formas capaces de fertilizarla; también para robar al futuro, estableciendo a la generación siguiente un programa para que lo siga. Casticismo oscurantista, pues, que hace de la vanguardia un academicismo más y de la herencia una práctica fanática para heredárselo  todo ellos mismos… al precio de dejar a sus hijos en cueros.
II
   Plato de lentejas metafísicas, claro está, cocinado por la exacerbación de una actitud automatizada y maquinal ella misma, que aplicada a la literatura, resulta hija de una vacua oratoria, oportunista y sin verdadero contenido intelectual o filosófico, que emplea recursos técnicos en el discurso público para “convencer” de manera perfectamente amoral y fraudulenta, hasta el extremo de persuadir por medio de la repetición extravíca de una mentira hasta volverla venenosa verdad –croar de ranas de suástica que canta alegremente en la ciénaga, saltando alegres por la  fe cerril en la mera eficacia de la técnica y en cuyo balancín de monos sabios y autosatisfechos desgastan al serruchar  la rama sobre la que se columpian.  Se trata también del empleo de recursos literarios, críticos o narrativos, festinados por la académica cultura oficial, que embozados tras el vanguardismo de sus maneras y la rebeldía de sus consignas instrumentan el automatismo de la técnica y añadiendo el ilusionismo de la ideología –evitando ambos pasos incorporar la carnalidad del oficio.
   Su manifestación más burda e inmediata esta en describir los sentimientos en la materia en bruto de su origen, empleando palabras violentas y vulgares, desligándose así tanto del proceso temperado y continuo del pensamiento cuanto de las formas poéticas o de los auténticos raptos místicos. Tal procedimiento muestra la cercanía del sentimiento y de las sensaciones, es verdad, pero al precio de su chatura, que oscurece al  sentimiento hasta el extremo de volverlo irreflexivo y desconocido para sí mismo, siendo por tanto congénitamente infiel e infecundo estéticamente al estar viciado por su carácter chantajista por intenta disponer del deseo del otro y así apropiárselo,  resultando constitutivamente destinado a la frustración de la propia libertad. Utilitarismo, pues, que factura empero la malversación de las sensaciones al presentarlas en toda el atropello de su accidentalidad, dando cuenta con ello de su original barbarie.
   Ingeniería literaria de las emociones a que se agrega, como en una receta o una fórmula mágica, el ansia imperfecta y oscura de mejoramiento social, plagada de confusos ideales revolucionarios, cuya orientación no es otra es la idea vaga y simplista del valor universal de la felicidad general del hombre confundida  con el bienestar material, el consumo y el progreso y que al pretender realizar al hombre sin fundarlo ejerce una influencia política oscurantista que no pueden sino verterse en acciones azarosas y malogradas resultando impermeables a la esfera pública -para finalmente justificarse utilizando argumentos contrarios a sus razones, haciendo pasar los caros anhelos de justicia social por la barba de los privilegios inmerecidos de un grupo autocontenido,  excluyente y cuya estructura gregaria y reaccionaria se muestra como una adherencia ciega y sin fidelidad al conglomerado, que en esencia carece de principios unitivos por estar huérfano de alma a la cual pertenecer, estando siempre por tanto lejos de los otros
  Se trata, en efecto, de la frivolidad insoportable de la ideología retórica, cuya técnica se destila en el matraz de una especie de manierismo imitativo, que en sus gestos y mímicas se acoge a un modo meramente adjetival de tratar con el mundo, sobresaliendo así sólo su carácter superficial y ayuno de verdadera perspectiva esencial. Técnica, pues, que vive de estampar epítetos como quien ensarta mariposas, no por motivación y participación con el objeto, sino de manera arbitraria al estar movida sólo por los intereses transitorios del sujeto. Manipulación técnica de la realidad que cuando emplea la crítica para ponderar la obra de arte no lo hace de acuerdo con un criterio estético y según las categorías directrices del gusto y la experiencia personal sino arreglado a un orden eclesiástico establecido y que inquisitorialmente juzga el sentido artístico, creyendo pontificalmente que la crítica consiste en ensalzar o condenar sin mayor argumento de por medio que la desmesurada hipérbole.
   Doble mutilación de la realidad, pues, que no puede sino culminar en la esclavitud de la parodia, cuya falta de libertad se expresa bajo la forma de una opereta de farsea bufa que rasura la realidad por dogmatismo en litotes de irracional proyección diminutiva, que quisiera hacerse ojo de hormiga  ante su conciencia confesional culpígena que termina por odiar su objeto de deseo, ya sea por corrupción y contra versión consigo misma, ya por el dogmatismo con que trasquila el cordero de la realidad para extraer de él sólo las blanduras níveas de sus rentables algodones. También doble oscilación o desequilibrio, donde el sujeto pasa del extremo de la caricatura, suprimiendo el carácter general del hombre a favor de lo particular sin universalidad posible, a la excentricidad de diluir en la insignificancia el carácter individual por el predominio de lo general y blandengue –en ambos casos excluyendo la posibilidad de encarnar la dignidad del individuo con una significación personal propia.
III
   Tal es el resultado de aplicar al campote la significación y de lo humano  procedimientos y métodos sólo justificables regionalmente, en áreas ajenas a la cultura y cuyas prácticas sirven a otros fines. Porque la técnica, en efecto, concibe a su objeto según sus límites enteramente artificiales y sus fines prácticos –pragmatismo cuyo aspecto cínico relaciona por estrictas mediaciones utilitarias o sociológicas  a un máximo de automatización de procedimientos un mínimo de significación y a un mínimo de esfuerzo un máximo de provecho (doble fórmula de la eficiencia motivada por el doble interés técnico y económico)
   Se trata así de una elaboración concreta de la experiencia, cuya esfera por definición tiene una existencia  limitada al estar atenazada por la pinza que determina el alcance de la experiencia que elabora.
   Así, la acción tecnológica limita extraordinariamente la experiencia, pues se interesa por sujetar y modificar un solo perfil, una delgada película de la experiencia –oponiéndose en sus aproximaciones y cálculos al espíritu científico y filosófico, que concibe su objeto de acuerdo a su infinitud natural y a sus fines desinteresados y eternos, pues su interés no es otro que el conocimiento mismo y su método el más rico posible para articular sistemáticamente la experiencia en toda su extensión, salvaguardando que no se reduzca la profundidad de la experiencia. La filosofía, en efecto, aspira a conocer en la pureza de la teoría, tomando por ello distancia y siendo en cierto modo aséptico con su objeto de conocimiento –a diferencia de la técnica, que le impone tener un ser diferente, sometiéndolo a una especie particular de voluntad y sentimiento.
   La técnica así desconoce el alcance natural de la experiencia obligada por la condición de convertirla en otra (práctica, utilitaria, eficiente), estando por principio impelida por el deseo de que la realidad sea como ella quiere, impidiendo tal pasión conocer la experiencia como realmente es, reduciendo su saber a aquel que permite modificar el universo a su conveniencia, no atendiendo a la esencia de las cosas o de las personas sino al modo de manipularlas –creando para ello fábricas, centros de producción o férreas doctrinas literarias y eclesiásticas que fundamentan la tecnocracia moderna.
   Así, se presenta la técnica como el paso directo de una ciencia o un saber practico a sus aplicaciones sin referencia a ningún oficio, al cual sustituye –llegando en su umbral más alto a la aplicación tecnológica, que soslaya todo contacto con la carne, pasando directamente de la teoría a la máquina.  Pero si la técnica es la sistematización y regulación de una práctica, para limpiarla de toda dependencia a la significación individual, empero en sus zonas de contacto con la persona impone a la carne reversiblemente una automatización que la tecnifica, que la libera de su fluctuación y contingencia individual, es cierto, pero a costa de hacerla equivalente a una máquina. Porque su interés es el poder disponer los medios de acción que rebasen la fuerza de que el hombre dispone por sí mismo para dar rienda suelta a su voluntad sin fin –siendo empero a la vez estructuralmente impotente para logar su objetivo, al imponer más de lo que puede exigir, afectando su desarrollo por locura fundamental de trastocar medios y fines. De tal manera no sólo la experiencia, sino la misma existencia social se ve amenaza por el problema del poder, que toma el centro de la vida colectiva al usurpar sus focos de significación, engullendo en una rueda de molino a opresores y oprimidos como meros instrumentos de dominación, deformado también las relaciones hombre-naturaleza por la religión de la producción y de la propaganda que termina falseando todas las relaciones sociales.
IV
      La técnica es la tentativa de lograr lo que el oficio, pero con plena autonomía respecto de la significación de la carne, independizando de su limitación individual, de su fluctuación, imprevisiblidad y contingencia individual, pero aislando del sentido del alma que le imprime el corazón de la persona.
   La técnica resulta entonces un procedimiento codificable repetible por el conocimiento –pero sin las virtudes de la iniciación y el aprendizaje –capaces de incuso de viajar encapsulados por siglos, aislados de vehículos carnales, y ser redescubiertos al entrar en contacto con una personalidad y por un ejercicio corporal de la técnica que en el oficio recupera la significaión de la carne. El oficio recupera la técnica al volver a hacer un uso carnal de los procedimientos automatizaos y al tomar como valor inestimable en el uso corporal de la técnica por el talento personal, el saber hacer y la gracia infusa o el don personal.
   El oficio escapa siempre al conocimiento formal y sistemático por ser indesarraigable de la experiencia, cuyo reino es el del tiempo, de la carne y la memoria. El triunfalismo de la razón instrumental y técnica se cifra en poder captarlo todo codificándolo y subsumirlo bajo la automatización de los procedimientos, todo… menos la experiencia, que es el mundo real, del tiempo y de la carne. Los oficios, antes de ser suplantados por la tecnología, son antes que nada prácticas en la que la técnica vulva a ser una experiencia corporal, en la que acaba reabsorbiéndose y en la que toma su sentido –y sin la cual dejan de tener sentido.
   De esta manera, los oficio del grabador o del poeta, pero también del fabricante de algodón de azúcar del trabajador del papier mache o del piñatero popular, representan sin embargo para la cultura más que la técnica, porque constitutivamente y por sí mismos limitan tanto al automatismo de los procedimientos cuanto al uso retórico de las fórmulas y los abusos ilusionistas de la ideología, por esponjar en el uso corporal y en la encarnación individualizada de la significación los profundos vínculo de parentesco, afinidad y comunicación con la tradición y su simbolismo, ligados irrecusablemente a una visión completa del mundo o una filosofía de la vida. Así, todo oficio es un uso carnal, pero también tradicional, de de una técnica, alcanzando por ello las expresiones de la cultura vernácula las bases de la educación anímica de una cultura. Humildes semillas que sin embargo son potentes para despertar los contenidos simbólicos de la conciencia y hacer germinar en el humus de la memoria colectiva las formas eternas, cristalizadas en el tiempo sin tiempo del espíritu. Alacena de las emociones, pues, que se abre al espíritu por virtud del uso corporal y en cuya significación la carne despierta a la luz para refractar los mil colores de los recuerdos y los sueños, para revelar también las iluminaciones y las esperanzas en el corazón del hombre.
   Por ello, ante el entusiasmo tecnológico de la producción en masa y el consumismo, ante un arte que es mercancía o que es sólo adjetivalmente creativo cuando copia los rasgos artísticos de las artesanías como si fueran aislables y reproducibles una vez objetivados, frente a los procedimientos burocráticos que incautan el sentido de lo social  para apropiárselo, pequeñas comunidades al margen del progreso nos muestran a la vuelta de la equina que el valor artesanal es también uno de los fundamentos de lo social.
   Porque la actitud del trabajador artesanal muestra también su dignidad al tamizar las dos caras opuestas del trabajo; por un lado al aceptar lo que hay en él de producción, de transformación de la materia de nuestra herencia natural en un mundo de bienes útiles y consumibles –pero a la vez pone el acento lo que hay en el trabajo de raíz humana, suspendiendo lo que ese mundo tiene de apetitito irracional, de apropiación, destrucción y desperdicio.
   Porque por su manera de trabajar el artesano pone entre paréntesis lo que en los bienes económicos hay de objeto y de mercado, desactivando así  los circuitos económicos, que crean al alejarse de su raíz y cerrarse autárquicamente en si mismos el orden de la injusticia y la explotación -pero compensando esa actitud con el valor de la hechura, de esa lucha amorosa con la materia cuyo contacto corporal y manual sabe de su peso como nunca el intelecto podrá hacerlo, tratando con la materialidad del mundo y dialogando directamente con su resistencia y temporalidad, abriendo así un espacio a los signos que responden a la carne cuando ella corresponde humanamente a la naturaleza.
V
   La labor artesanal entrega no sólo un bien de consumo y desechable, sino un servicio que subraya no lo que en el objeto hay para la satisfacción de la necesidad y el apetito, sino lo que tiene de bien precioso, de objeto para la contemplación, que nos habla también de un contenido histórico, abriendo con ello un lugar sagrado, un templum para preservar el alma de una cultura y donde el espíritu pueda recogerse entero.
   El cuerpo de la cultura, concebida como un animal orgánico o como una entidad articulada y que respira por ser un ser vivo, toma toda su savia de la sustantividad de los oficios y todo su oxígeno de la respiración tradicional y sus prácticas y costumbres –sin los cuales o duerme en la piedra de los usos girando sin sentido alrededor del automatismo técnico o se dispara todas direcciones por la aplicación arbitraria de la retórica de las reglas.
   Tal es el sentido histórico del espíritu: permitirnos comunicar con la especie en cuanto tal, siendo la instancia de lo específicamente humano, en cuya exclusiva histórica y temporal el espíritu se manifiesta como memoria cultural y a la vez como la significación moral más alta de la realidad, pues nos afirma en el suelo de una tradición al afirmarnos no en las leyes hacemos los humanos sino que nos hace humanos, que a la vez al abrir nuestro deseo a lo realmente deseable nos permite participar en el reino del sentido al contemplar la vida como un campo de valores y a la tierra como el lugar de lo habitable.
   La humanidad, en efecto, es un legado, y es por ello tradicional e histórica. El hombre vive, en efecto, en la humanidad como se vive en una morada y la humanidad vive en el hombre como mundo humano. Ser hombre, ser hijo de hombre es aceptar vivir en ese mundo histórico y es entrar en posesión de él por medio la cultura –pero no como un lugar al que se posee o que se consume, sino como un sitio al que se entra. Mundo que puede ser ajeno al hombre por vivir fuera de sí o enajenado… o porque no se alcanza,  porque no existe por falta de oportunidades.
   Si las dos relaciones fundamentales del hombre con el mundo son la propiedad y el diálogo, la propiedad entendida por la tecnológica resulta proveedora de una felicidad muerta y sin sentido, poseída como un objeto y  apropiada como una colonia. El trabajo artesanal en cambio nos seduce por ser a la vez un diálogo con la materia y con la tradición, logrados en base a la significación impresa por el uso corporal y por la impregnación amorosa de la carne. Así, en una primera vertiente de la comunicación humana, las relaciones que el artesano establece con el mundo exterior una relación económica sui generis, que no es la riqueza de lo explotado y apropiado, sino el lujo de dialogar desde el origen con la materia misma de las cosas, estableciendo a la vez una relación directa con los seres humanos. Relación de seducción, es verdad, que amalgama así los bienes utilitarios y de consumo a los poderes eróticos que a la vez despierte y participa del goce producido en los otros, dando así aire oxigenante a los pulmones y alas a la libertad irreducible que habita en el individuo.
    Los artesanos, muchas veces más que los artistas mismos, son los únicos que realmente trabajan para nosotros en un tercer sentido: pues no sólo comunican con su trabajo con el mundo exterior y en el dialogo que establecen con la materia con los otros hombres, sino que también abren la posibilidad de comunicar con la humanidad en general, con la historia y con los lenguajes. Instancia del espíritu que nos redime al hacernos pertenecer al alma de un pueblo y vibrar con sus ritmos históricos y expresivos -.abriendo con ello la posibilidad interminable de volver a la fuente, de recuperar el contenido, de volver ha hacer germinar a una cultura en la experiencia al ser infinitamente interpretable.
   Porque la pertenencia al espíritu de la humildad es una verdad libre como el viento y eternamente inapresable -que se vuelve monstruosidad y mentira cuando alguien la retiene intentando apresarla en su verdad o en la literalidad de la teoría. El carácter indecible de la verdad de un pueblo se expresa así en cambio en su tradición, pero no en sí misma, sino a través de sus manifestaciones concretas e individuales, detrás de las cuales vive la verdad de la tradición como conjunto de gestos y creencias en el despliegue histórico de su gesta cultural. La crítica de la tradición y el arte crítico de la tradición son así necesarios,  pero no para derrotar a la tradición, sino para mostrar la verdad de su verdadero sentido es tradición.
   En los oficios artesanales, a medio camino de la profesión y el oficio, entre la técnica y el conocimiento personal, entre el saber hacer y el don, .arraigados en el santo seno de la provincia mexicana,. se encuentra preservada el alma nacional y es a través de ellos que puede exaltarse el sentimiento de la patria, el estilo colectivo de vida que con características regionales propias resiste conservando el núcleo de nuestra pertenencia. 
  Porque tras la apariencia externa del grado de civilización alcanzado por la nación y al borde de ser engullida por el vacío de pueblos improvisados y a la deriva, gravita todavía, al fondo de la difusa atmósfera creada por las eficaces técnicas de comunicación en masa, el sentimientos de ser herederos de un pasado histórico fecundo.
    Porque una nación es un organismo vital que se mide de frente a la historia por su fecundidad creadora -no por su mera repetición tradicionalista, sino por su crecimiento, por su posibilidad de crear .un mundo donde realizar las mejores condiciones de vida para el hombre, tomando el paisaje en torno con todo el peso rugoso de su extrañeza y opacidad y la historia en todo el caudal de su sentido.
   Porque la visión artesanal es también la del morador, la de quien busca entre los elementos un espacio habitable en el cual construir y en el campo temporal una estancia del espíritu en la cual poder edificar –para ser de nuevo así hijo legitimo del hombre y poder pertenecer a la vez de verdad a una tierra cultivable.

Victoria de Durango, 9 de Enero del 2008- 15 de enero del 2008