Ética Postcínica por Alberto Espinosa
Reza la tradición: “Conocerse no es pecar”. Tal sentencia instructiva se eleva a
categoría de apotegma por ser ilustrativa de la raíz filosofía misma, que
encuentra en el célebre oráculo de Delfos la idea apolínea del: “Primero,
conócete a ti mismo”. Tal conocimiento, implica una jerarquización y escala de
valores, a partir de la cual poder medir la altura de nuestras cumbres y saber de
la negra escabrosidad de nuestras cavernas. La bellaquería postmoderna de nuestro
tiempo, sin embargo, ha hecho circular por los corrillos el permisionismo
inmoral, acuñándolo finalmente bajo la forma de una curiosa carta blanca ideológica:
“El pecado no existe”. Refrito de la idea nietzscheana decimonónica del: “Dios
ha muerto; entre todos lo hemos matado”, cuyo corolario, adivinado fielmente
por la psicoanalista Lu Salomé, no puede ser otro que su consecuencia lógica e
inmoral: “Todo está permitido”, el cual se ha formulado en la más rocambolesca
figura del: “Prohibido prohibir”. Puerta de entrada al fácil anarquismo de
burócratas, académicos, pseudoartistas y contadores quienes, movidos por los sórdidos intereses
individualistas del mercado o de la prostitución, degradan la conciencia social
hasta el grado de coincidir con el pedófilo, para quien no es malo corromper a
la infancia; con el pillastre, para quien resulta tan bueno como natural el robar;
o con el adultero, para quien deshonrar minando la estructura misma de la
fraternidad y de la confianza entre los hombres resulta un juego de niños.
Tales actitudes, propias de las mentalidades cínicas, al difundirse tan alegre cuan irresponsablemente
en el corpus de lo social, cierran así de hecho la puerta a la filosofía,
resultando entonces un anacronismo y hasta un pecado el conocerse a uno mismo.
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