viernes, 24 de enero de 2014

Humanismo o Guerra Por José Gaos



Texto de José Gaos[1]

   Es uno de los hechos característicos de estos nuestros tremendos días, no sólo el de la intervención de los intelectuales en la cosa pública, no sólo su dedicación a ella, su absorción por ella, sino el de proclamarse el deber de que están de hacerlo así. Por el movimiento fui arrastrado, por la proclama convencido también yo. A ello se debe mi transtierro a México -permítanme usar una vez más un término que se ha encontrado tan justo que ha hecho fortuna. No estoy en manera alguna arrepentido de una conducta que estimo como uno de los timbres de honor que me ha sido dado alcanzar en la vida, pero he llegado a pensar que se ha ido, que hemos ido demasiado lejos: simplemente esto, que hemos ido demasiado lejos, pero esto sí, resueltamente. Lo llegué a pensar el día en que creí darme cuenta de la razón profunda, y en parte no razón, sino sinrazón, del doble hecho a que me estoy refiriendo. ¿A qué se debe, en último y radical término, la intervención de los intelectuales el la cosa pública, su dedicación a ella, su absorción por ella, el proclamar como un deber el de hacerlo así? A una doble convicción, a una doble fe. Primero, a la convicción de un arreglo inminente y suficiente, si no definitivo o total, de la cosa pública, de las cosas humanas, si, y es lo segundo, interviene, coopera la razón, cuyo órgano sería la intelectualidad. Es decir, una fe, por una parte, milenarista, es decir, del tipo de la fe de los cristianos primitivos en la vuelta de Jesús dentro aún de la generación del presente, o de la fe de los hombres del milenio en la simultaneidad de éste y del fin del mundo, o de un cambio radical y decisivo en el curso del mundo. Y una fe, por otra parte, racionalista, o sea, todavía del tipo de la fe que animó la modernidad toda, a saber, la historia moderna desde sus orígenes en plena edad media hasta nuestros días, al parecer. Pues bien, menos que nadie el intelectual puede tener hoy ninguna de ambas fes, por paradójico que paresca. Porque si a alguna conclusión convincente ha llegado la historia de la propia intelectualidad moderna, es la doble conclusión de la perfectibilidad a lo sumo paulatina de lo humano, conclusión alcanzada ya por la sabiduría tradicional de la Humanidad antes del racionalismo moderno, y de los límites de la razón, conclusión peculiar del propio racionalismo moderno, que ha acabado, pues, en el reconocimiento de su autolimitación. Por eso he hablado de fe. En vista de esta doble conclusión, el intelectual no debe abandonar totalmente por lo público sus objetos privados, sino todo lo contrario: debe, en medio de las más tremendas convulsiones públicas, tener el heroísmo, peculiar a él, de no abandonar sus objetos privados. No es posible, es ingenuo, esperar a que las cosas se arreglen, para ponerse a trabajar o volver a trabajar. No, hay que seguir trabajando, aunque no se arreglen, aunque no hayan de arreglarse en los términos inminentes y decisivos que acabo de criticar. Después de todo, así es como parece que trabajaron los intelectuales de otros tiempos -y en la imaginación se enciende la figura de Arquímides, a quien el sitio de Siracusa y su intervención en él, no apartaron de la absorción en sus privados objetos, hasta el punto, de muerte, bien conocido. Sin que sea la única figura que en la imaginación se enciende. Los intelectuales de otros tiempos no esperaron a que las cosas se arreglasen. Si hubieran esperado, nada hubieran hecho, puesto que ya vemos cómo las cosas no se arreglaron. Los intelectuales de otros tiempos trabajaron en medio de las emigraciones causadas por el avance de Persia sobre Grecia, de la Guerra del peloponeso y de la decadencia de Atenas, de las invasiones de los bárbaros, de las guerras de religión, a la víspera y al pie de la guillotina. -Mas he aquí sobrevenido una vez más uno de esos entre dos guerras que jalonan de paz, tranquilidad, felicidad, progreso relativo la vida de la Humanidad sobre la Tierra. Ah, entonces se celebra a quienes en los días de los temores y temblores, superándolos, prepararon los ingredientes, desde los más egregios a los más humildes, de los días mejores, preferibles; verdaderamente justificados. No nos dejemos desconcertar, en suma, por los alaridos que puedan proferirse contra el entretenerse en caricias, o el perder el tiempo con el tiempo, cuando la vida es toda ella una pura aspereza, lo opuesto por excelencia a la caricia, o cuando los tiempos urgen -porque los tiempos urgen a otros en que quizá sea dable encontrar en la caricia una de las cosas que vuelvan a hacer la vida vivible, y entonces se volverá la vista con gratitud a quienes, en medio de las asperezas, prepararon el afecto y el goce de los nuevos días. Como los intelectuales cultivadores de las ciencias naturales no han dejado de buscar y encontrar las penicilinas a pesar del sinsentido momentáneo de esforzarse tras medios de vida en medio de semejante esfuerzo de muerte, los intelectuales cultivadores de las disciplinas del espíritu no deben dejar de esforzarse tras medios de hacer la vida más comprensiva, más suave, no digo más humana, porque tan humana pare la inhumanidad como la humanidad, y quizá todo el problema de la vida humana estribe en hacerla menos inhumana, haciéndola más humana, como quizá no dejemos de tener ocasión de comprobar en estas conferencias. Volvamos, pues, tranquilamente hacia su tema (y la 4a justificación).



[1] Apéndice a 2 exclusivas del hombre. Archivo José Gaos del IIF. Carpeta 99-A (folios 19632-19635). Para el Vol. III de O.C. . Fragmento.






La Filosofía en la Calle: de la Verdad del Pecado XXXI.- Curso de Antropología Filosófica Por Alberto Espinosa

La Filosofía en la Calle: de la Verdad del Pecado



 “La culpa que no se sabe culpa fue nuestra culpa mayor.”
Octavio Paz
31.0.- Retomando el curso interrumpido en noviembre del año pasado, lo primero que hay que decir es que la educación, formadora del hombre, es un proceso permanente, que no termina sino con el fin de la persona. La educación se ha definido así por ser el proceso de transmisión de una tradición y una cultura, de una visión del mundo finalmente, de una generación a otra -pero las culturas, en sentido antropológico, se modulan local, regionalmente; la educación consiste así en la familiarización, asimilicación y, en sus estratos más elevados, en la recreación de esos contenidos de la cultura y de la tradición -que sería propiamente la obra de los artistas, de los creadores.[1]   La educación, sin embargo, se puede definir también como el ser el órgano social formador del hombre -porque el hombre no es un ente de ser dado, sino un ente de ser "que hacerse", por medio precisamente de la educación. Es decir, el hombre es el animal que se educa, que se forma, en el sentido de la cultura ánimi, formadora del alma humana. En efecto, el hombre es el animal, también puede decirse, que se humaniza -porque nace en la naturaleza, y tiene una parte animal, pero no nace hombre... sino que tiene que adoptar los contenidos y formas de una cultura para poder entrar , para abrirse al mundo del sentido, al mundo propiamente humano (por más que quepa también enajenarse en esos contenidos, “academizarse, encerrándose como en una torre de marfil en un formalismo sin contenido humano efectivamente activo). Cosa a la que atender en una edad, valga la pena destacarlo, en que el hombre amenaza con retrogradar, para convertirse en ente de ser dado, absorbido por su animal... o tragado por su demonio.
31.1- Pero si el hombre está acosado por las fuerzas ocultas del animal y el demonio presentes en su naturaleza, también es cierto que en el centro de su ser late íntegra su vida, como la de un dios interno, plena de verdad y de belleza. La ignorancia respecto a la situación y el valor del alma humana es la  causa de innúmeros sufrimientos, tanto de la persona como de quienes la rodean.  Se trata de una absurda amnesia causante del desastre del hombre, que o ya no se acuerda d la verdad, que ya no reconoce en su alma como entidad ontológica, o que ha olvidado su propio centro: que toda alma es libre, absolutamente autónoma, porque el hombre es libre de espíritu. La capacidad de reconocer la verdad y de acordarse de su alma, sin embargo, forma la parte central de su ser –siendo la tarea propia de la metafísica descubrir ese centro, sagrado, del hombre.
   Porque en el centro del alma humana se reconoce la existencia de un principio moral absoluto e inmutable –puesto en riesgo por el relativismo del historicismo contemporáneo no menos que por el escepticismo generalizado; riesgo de gravedad respecto de los valores, que al corroerlos conlleva a una crisis de los valores políticos-morales no menos que de los religiosos que amenazan los cimientos del edificio social.
   Así lo reconoció Sócrates en la antigüedad a través del método de la Mayéutica y del conocimiento de sí mismo y de la disciplina de las facultades del alma, pues el valor inapreciable del alma está ligado a ser ella fuente de conocimiento –de donde se deriva la absoluta prioridad de cuidar el alma propia, motivo que se reconoce plenamente en el cristianismo: la necesidad de cuidar ella evitando la malicia y el engaño, el fingimiento, la envidia y las palabras impuras, huyendo especialmente de la concupiscencia, de los deseos carnales que batallan contra el alma,  y de la corrupción que hay en el mundo, procurando así un limpio entendimiento alejado de la ignorancia (Ia y IIa Epístola de San Pedro. Gg. 2 y 3).
   Platón consideró también que es el alma la cosa más valiosa, pues pertenece al mundo ideal y eterno. La doctrina de la rememoración (anamnesis) y de la trasmigración de las almas llevan así a la idea de que conocer equivale a recordar; que entre dos existencias terrenas el alma contempla las ideas y participa del conocimiento puro y perfecto, pero que al reencarnarse el alma bebe aguas del olvido, del río del Leteo, perdiendo ese conocimiento prístino, pero permaneciendo latente en el hombre encarnado, siendo esencial labor de la filosofía actualizarlo.[2] Se trataría de una labor en la que el alma se repliega sobre sí misma mediante de una especie de “vuelta atrás”, para reencontrar y recuperar el conocimiento original que poseía, liberándose así de las pasiones del cuerpo y poder entrar en contacto nuevamente con el mundo de las ideas –concibiéndose así el alma humana como una sustancia volátil, semejante a un pájaro, cuyo vuelo simboliza a la inteligencia y el conocimiento profundo de las verdades metafísicas.
31.2.- De ahí que el trabajo filosófico sea esencialmente el de la búsqueda de la verdad y el del conocimiento de uno mismo. No otra cosa dice San Juan en su Evangelio: “Y conocereís la verdad, y la verdad os hará libres.” (San Juan, 8.32) Y poco después agrega: “De cierto os digo que todo aquel que hace pecado es siervo del pecado.” (San Juan, 8. 34) Se trata, así, de tener conciencia del pecado, que es el conocimiento de la parte negativa de la verdad, o del obstáculo que encuentra la verdad para su plena manifestación, de lo contrario a la verdad, que libera, pues el pecado esclaviza. Así, para ser verdaderamente libres hay que romper los grilletes del pecado –que es cosa del diablo, para la concepción cristiana, pues fue él quien no prevaleció en la verdad, siendo el padre de la mentira y no habiendo por tanto verdad en él; contaminado con ello al mundo, pues todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne y codicia de los ojos y soberbia de la vida; por lo que el conocimiento de la buena conciencia implica no vivir según el mundo, según las concupiscencias de la carne, en lujurias, embriagueces, glotonerías e idolatrías, sino según la voluntad de Dios plasmada en sus mandamientos, teniendo ferviente caridad, viviendo en oración, siendo amables, templados y hospitalarios, teniendo amor al hermano y haciendo justicia.
   La misma noción se vuelve a repetir en San Pedro, cuando al referirse a los engañadores y burladores concupiscentes que han de venir en los últimos tiempos prometen libertad siendo ellos mismos siervos de corrupción: “Porque es de alguno vencido está sujeto a servidumbre del que lo venció.” (IIa Epístola de San Pedro, 2.19) Se trata, en efecto de los engañadores que al introducir encubiertamente herejías de perdición cusan que el camino de la verdad sea blasfemada, pues muchos seguirán sus perdiciones (Ibíd. 2.2). Se trataría, así de una ignorancia respecto de la verdad, especialmente sobre la naturaleza de Dios (acebia) y de la situación que guarda la propia alma respecto de su propio centro –todo lo cual se expresaría bajo un terrible complejo, hoy en día vuelto una especie de locura cultivada, que se refugia en  la vanidad, en la ligereza y el olvido, que introduce un profundo desequilibrio u oscilación en la persona que lleva a la doblez, al doble ánimo y a la inconstancia del espíritu dubitativo.
   Por un lado pérdida de espíritu o de gravedad, que al refugiarse en la vanidad o en lo más superficial e inmediato tiende como su correlato una tendencia impulsiva y hacia la ligereza del predominio de lo instintivo en el comportamiento, hacia la vulgarización de modos y maneras por tanto, que lleva así a la falta de desarrollo emocional e incluso a endurecer los sentimientos, restringiendo tanto el amor natural ente los hombres, como los sentimientos sociales y altruistas de la persona, preocupadada sólo en su propio beneficio, incoando el mal del gregarismo ciego o del iridiscente narcisismo en la persona que, al negarse a “mirar atrás”, al estar “echada para adelante”, tiende olvidar de que piedra fue desprendida, de que altura ha caído, resolviéndose tales actitudes incluso en una postmodernamente generalización en pro de una violenta voluntad de olvido y desaforado afán de instantaneidad, que busca sólo o los “placeres del día” o las oportunidades del presentismo para figurar o hacerse valer.
31.3.- Parece imposible explicar el mal en el mundo si no es por la presencia del demonio en él, que es un espíritu engañador, tentador, y padre de la mentira (lo cual se expresa en el poderoso mito de la tradición según la cual hubo un combate en el cielo entre los ángeles, donde el demonio, la serpiente antigua, no pudo prevalecer, siendo precipitado con un tercio de los ángeles, los ángeles rebeldes, a la tierra).[3] Envidioso del destino del ser humano el espíritu de las tinieblas es también quien intenta cortar las alas de la espiritualidad en el hombre (Saturno), ya obstaculizando su camino, ya mediante la tentación.  Así, el hombre rebelde que participa de la mentira (del error), comunica con sus malas obras con el espíritu del mal, siendo en tal caso su rehén, emprendiendo de tal modo el camino de Caín.
   Hay así en la esencia de la religiosidad una mística alada y de la luz, fundada en la imagen  del viaje ascensorial hacia la luz, que supera las tinieblas, el barro y la herrumbre del pecado con que está contaminado el mundo. Su base es separarse del alma inferior, alejándose de la concupiscencia de la carne y la codicia de los ojos, para desarrollar la “flor de oro” que hay en el del alma superior. Es por ello dice Lucas en su Evangelio: “La luz de tu cuerpo es el ojo: si fueres sencillo también todo tu cuerpo será resplandeciente; más si fuere malo, también tu cuerpo será tenebroso. Mira pues que la luz que hay en ti no sea tinieblas. Así que siendo todo tu cuerpo resplandeciente, no teniendo alguna parte de tiniebla, será todo luciente como cuando una luz de resplandor te alumbra.” (Lucas, 11. 34 a 36.) Dicho todo ello frente a los fariseos, a los escribas y a los maestros de la ley, que son como vasos y platos limpios, pero dentro de ellos son como sepulcros que no perecen, como sepulcros blanqueados llenos de rapiña y de maldad, pues teniendo las llaves de la ciencia, ni entran al palacio de la luz e impiden a otros entrar.[4]
.  La historia bíblica de Caín y Abel es el relato mítico de como el pecado, de cómo el mal entró al mundo por la puerta de la envidia y de los celos, entrando con ellos todas las cosas que destruyen a la comunidad: la competencia, la rivalidad, la división y las murmuraciones. Pues los celos y la envidia engordan al gusano de la amargura en el hombre, que hace desaparecer la alegría, el deseo del canto y de la alabanza, engendrando tristeza y resentimiento en el corazón del hermano que por celos llega a intentar humillar a su hermano por medio de la murmuración, para degradarlo y estar más alto que él, incoando así en su alma la semilla venosa del odio: el deseo inconsciente de la ausencia, de la aniquilación del otro –que tal es el sentimiento del odio: el deseo la aniquilación in corde, pero también in mente, de la otra persona. Envidia de los ojos, celos, pues, de la mirada, que engendra la luz negra del odio en el corazón del hombre. 
   Si algo es el pecado eso es la trasgresión de la ley –de los mandatos de la divinidad, que es una ley de amor, hay que agregar, pues Dios es amor, no menos que justicia. La ley de amor, de amar no de palabra y lenguaje sino de obra y verdad. Por ello mismo todo aquel que comete iniquidad, que no hace justicia, está en pecado, pues niega el espíritu de la verdad. Quien comete injustica peca, y  no vive en la luz, sino que  anda en tinieblas, como un ciego que no sabe a dónde va –negando por tanto a Dios, pues Dios es luz y no hay tinieblas en él. De acuerdo con la mística de la luz quien anda en la luz es que anda en comunión con Dios. El que anda en pecado, en cambio, va con el diablo y por tanto tampoco no conoce a Dios –o no prevalecen en Cristo., y tales son los cainitas, que ni hacen justicia, ni aman a su hermano, estando presos del espíritu del error, no prestando oídos a las cosas de la luz, a las cosas de Dios. Pero quien es de Dios procura limpiarse de pecado, de estar en comunión unos con otros al unísono del mismo espíritu de verdad, sin disputas ni rivalidades, sin fingimientos ni hipocresías, confesándose unos a otros sus pecados con arrepentimiento y guardando los mandamientos –no amando al mundo ni venerando al maligno, lejos de las soberbias de la vida, de las concupiscencias de la carne y de la codicia de los ojos.
   Por su parte a la codicia y concupiscencia de los ojos, al deseo cíclope de tener lo que es de otro, va asociado así no sólo al resentimiento y a la inversión de los valores, a la acción guerrera soterrada de la murmuración y a la violencia, a la lucha, sino también a la concupiscencia de la carne –siendo así distinguidos por sus malas obras y por ser infieles al camino de la verdad, siendo como árboles que no dan fruto a su tiempo, como nubes sin agua, como estrellas errantes destinadas a perderse en la más negra oscuridad. La historia de los ángeles rebeldes es aleccionadora en este sentido, pues se aplica a los que van desenfrenados en pos de la carne, a los adúlteros, afeminados y fornicarios: son los demonios, quienes no guardaron sus orígenes sino que negaron a Dios… y que Dios no perdonó, pues tales ángeles habían pecado, sino que los despeñó en el Tártaro sujetándolos con cadenas de oscuridad y los entregó para ser reservados en prisiones eternas para el día del juicio y la venganza del fuego eterno.[5] Así también los impíos, los inicuos, que son murmuradores, querellosos, ejercitados en codicias, que hablan cosas soberbias y andan según sus propios deseos y concupiscencias, alabando a personas por amor al provecho –separándose a sí mismos por no atender al espíritu y sin conocer el gozo de andar en la verdad, que andan en el error por haber abandonado el camino recto. Que en los tiempos finales irán además engañando a muchos, que seguirán sus perdiciones -por lo que el camino de la verdad será blasfemado.
   Caminos de la ignorancia, pues, frecuentados por los desobedientes, por los rebeldes que se empecinan en  no apartarse del mal, que no hacen el bien ni buscan la paz ni aman a su hermano –que andan así en las tinieblas, que les ha cegado los ojos. Por lo contrario, el que ama a su hermano es luz, y Dios es luz, y el que viene a arrepentimiento oye las palabras de Dios se ve libre de pecado, pudiendo así realizar sin trabas la esencia de la naturaleza humana y los fines últimos de la humanidad –lejos de ser frustrado por concepciones erróneas, por herejías, por fantasías escapistas, por las terribles ideologías políticas o las presiones sociales.
31.4.- Así, reconocer la visión de la realidad del pecado pude ser de hecho liberadora, pues justamente tiene como propósito hacernos conscientes de la esclavitud a la que somete a la persona; siendo por tanto un concepto que usado como herramienta hermenéutica del conocimiento de la propia persona, de la situación en que se encuentra la propia alma individual, volviéndose así consciente de su caída, también del mal que ha hecho y que se ha hecho en su camino.
   La liberación estriba en asumir la culpa, en asumirse uno como responsable del mal, de donde se deriva el consecuente arrepentimiento, el cato contrición, de expiación de la falta, por medio del sufrimiento, dándose así superación por tanto de los remordimientos de conciencia y finalmente la salida de las tinieblas en que se haya hundida el alma –donde la aflicción toma la veces del fuego purificador, que es la expiación de las adherencias de herrumbre contraídas por el pecado en de la caverna. Proceso de expiación de la culpa, es verdad, por medio de la reflexión, de la contrición, que a la vez que asume la desgracia como algo personal, la supera, no quedándose perpetuamente en el arrepentimiento, sino saliendo de él por virtud de la gracia liberadora, por medio de la obediencia al orden del bien, de la conformidad con la ley, con el mandato, por la armonización de la propia voluntad con la luz que hay en la buena voluntad propia y que es a imagen y semejanza de la de Dios; es decir, acto de conversión y de obediencia.[6]
   Porque el rasgo definitivo de libertad ascendente es ese acto responsable; que responde ante los demás y ante la propia vida reconociendo el error, el mal que hay en las propias faltas, en un proceso de expiación que conduce a la vuelta a la gracia. Porque mientras que somos responsables de nuestra desgracia, en cambio estamos o entramos en gracia, como en un lugar que nos abarca, que nos abraza, que desciende, que nos jala, que desciende, y que nos eleva;  permitiéndonos echar alas para remontarnos, con las fuerzas del alma superior, haca los elevados territorios del espíritu.    
31.5.- Una de las causas de la recesión moral en occidente, del inmoralismo contemporáneo, es una idea irresponsable de la libertad como un mero derecho de paso, como algo que viene de afuera, aunada a la suposición de que el pecado no existe –y por lo tanto sólo hay existencia separada de la esencia propiamente humana, existencia de hecho y sin razón de ser, como si el hombre no tuviera otra esencia que la de su historia, que la de su propia historicidad, la de su propia temporalidad, confundida en muchos de los casos con las mezquinas condiciones materiales de su existencia –pero sujeto en realidad a todo tipo de presiones sociales que terminan por esclavizarlo en un mundo de fugitivas apariencias.
    La cultura de la gente despierta, la cultura universal de las personas que viven extrovertida, en un mismo mundo que le es común, reconoce fundamentalmente ese principio sagrado de la autonomía absoluta del alma humana -frente al resto de las culturas introvertidas, de tipo histórico, subjetivas, proponiendo precisamente contra ellas salir de las apariencias del sueño, del deseo y del oscuro pozo la muerte por la virtud de la conciencia despierta, del amor, de la fuerza afirmativa de la vida y de a valoración ontológica de la propia alma individual –también a la objetividad social de los valores, pues en el país del agua el plomo tiene siempre el mismo sabor. Salir pues de la prisión de la caverna, porque si la libertad es siempre y todo el tiempo comunicativa, la esclavitud del pecado en cambio ata a la mudez, a la evasión, a la incomunicación, a la fuga de sí o al confinamiento y al subjetivismo aberrante a que llevan los malos sentimientos.





[1] Por ejemplo, en la familiarización con un contenido de la cultura, de un signo, un símbolo, el de la Virgen de Guadalupe digamos -que nos hace hijos de una Monarca Celestial a todos los mexicanos, que curó la epidemia del matehuahli en 1737; que fue nombrada Patrona de los mexicanos en 1746 dando unidad a la población en un bloque de creyentes y que es por tanto símbolo de identidad colectiva... contenido, por cierto, en trance de des-asimilación por causa el furioso inmanentismo de la modernidad, causa a su vez de la regresión (místicas inferiores) y perdida de religiosidad en Occidente.
[2] Se trata de una influencia pitagórica, de la concepción de Universo visto en su unidad como un orden inmutable, pues el cosmos está regido por la armonía que rige lo mismo la música que los planteas. Platón derivo de ahí su teoría de las ideas y de los arquetipos inalterables, de los cuales participan las realidades terrenas. Así Platón elaboró una “mitología del alma” recurriendo en efecto a la tradición órfico-pitagórica, abandonando con ello la mitología “clásica” que en un largo proceso de erosión había dejado a los mitos y a los dioses homéricos vaciados de su significación originaria. El alma es así vista por Platón en el Fedro como un cochero que dirige caballos ascendentes (blancos) y descendentes (negros) y  la presenta como “emplumadora”, las alas del alma, que empiezan a crecer cuando el alma contempla la belleza del mundo y se pone a pensar en la belleza en sí (motivo que se repite en el Banquete). La concepción cosmogónica  de Platón culmina en cierto modo con el pitagorismo del Timeo, donde el filósofo dice que el Demiurgo creó tantas almas como estrellas hay en el cielo. Ideas muchas de ellas iguales a las de la ontología arcaica, de los Bedas, del Tao, pero posteriores también, pues están presentes en los neoplatónicos, en los gnósticos y en pos Padres de la Iglesia. Las alas reaparecen también en el mito prehispánico de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, cuyas raíces culturales se a una posible presencia de Santo Tomás en las tierras americanas –tesis sostenida lo mismo por el sacerdote peruano agustino Antonio de Calancha (1584-1654), que por Fray Servando Teresa de Mier (1763-1827) durante el proceso de independencia mexicana. .
[3] Apocalipsis…
[4] La misma idea se repite en la sabiduría tradicional china: el Maestro Siu lo expresa en los siguientes términos: “La esencia y la vida son invisibles; por ello están asociados con el cielo y la luz. El cielo y la luz son invisibles; por ello están asociados con los dos ojos.” I. 2. “Hay también un alma superior, que es donde está oculto el espíritu. El alma superior reside en los ojos durante el día y se aloja en el hígado  durante la noche. Cuando reside en los ojos, ve; cuando se aloja en el hígado, sueña.” I.11. “En la creación original existe la luz positiva, que es lo que gobierna. En el mundo material es el sol; en los seres humanos son los ojos….” III.4. “”Todos los rayos del cuerpo humano fluyen hacia arriba en la apertura del espacio”” III.8. “La claridad del ver y la claridad del oír son una sola y misma claridad.” IV.7 “¿Qué es mirar? Es la luz de los ojos brillando espontáneamente, los ojos que miran hacia adentro y no hacia afuera.” IV.24 “Toda la función se haya en el centro, pero todo el mecanismo se encuentra en los dos ojos. Los dos ojos son como la empuñadura de las estrellas, que gobierna la Creación, y hace funcionar el yin y el yang.” VII.4. Los secretos de la flor de oro. Ed EDAF, España, 2006. Versión de Thomas Cleary.  En la misma dirección se habla de ojo cuando se dice en el Génesis: “Y dijo Dios, Hágase la luz, y la luz se hizo” (Génesis, I.3); y en los Salmos: “La luz se siembra para los justos” Salmo 97: 11. Pues la luz primordial que hizo Dios es la luz del ojo; luz que Dios mostrará a Adán y por medio de la cual pudo ver él el mundo de un extremo a otro; y que le mostró a David, para que diera testimonio de la Bondad de Dios al alcance de aquello que le temen; y es la luz por medio de la cual le reveló a Moisés la tierra de Israel; es también la luz que Dios irradió sobre el mundo de un extremo a otro pero que fue retirada para privar de su goce a los pecadores del mundo, quedando a buen recaudo para los justos, reservada para el mundo futuro y en donde todos se unirán en uno solo. El Zohar. El libro del esplendor. # La primera luz”. UAM, México, 1984. Pág. 27.
[5] IIa Epístola de San Pedro. 2; 4.
[6]   Los griegos, por su parte, conocieron a las Erinnias, divinidades vengadoras griegas, que Roma asimiló bajo la forma de Furias vengadoras. Tienen, al igual que las Gorgonas, un aspecto alado y terrible, pero suman a la cabellera serpentina, terribles látigos chasqueantes para castigar las faltas de los hombres a las normas o principios de los dioses. Fuerzas castigadoras y persecutoras que hacen a los hombres culpables vivir en constante temor. Que, sin embargo, se transforman en Euménides cuando la razón reconduce a la conciencia mórbida y así apacigua la desesperación sufrida o el padecer de la angustia. Espíritus, pues, vindicativos que gustan de castigar, torturar y atormentar a quienes ejercen violencia a los principios, las Erinias se transforman con el tiempo en Euménides, seres benévolos que representan el arrepentimiento conciliador, siendo los espíritus de la compasión, el perdón, la superación y la sublimación. Su acción benéfica es la de liberar al culpable de la angustia, siendo símbolo del arrepentimiento conciliador.





lunes, 20 de enero de 2014

La Ética Luceferina Por Alberto Espinosa



   La explicación de la moralidad se daría por las relaciones ético-metafísicas con el ser, propio y ajeno (el amor infinito como deseo de presencia, y de presencia infinita) y con el no-ser (el odio, no menos infinito, aunque de signo contrario, como deseo de inexistencia, y de ausencia radical de la persona, ajena o propia, como voluntad ya de encubrimiento, de olvido o de aniquilación). La cacodemonología antiteológica postularía así un error, pero radical, entre las satisfacciones, prefiriendo a las más altas espirituales y sociales o altruistas las más bajas sensibles y egoístas, o las más bajas e impuras, la de los placeres propiamente perversos y de los odios demoníacos, las satisfacciones demoníacas de los malhechores o de los inicuos, que por más que puedan resultar si no altas si al menos profundísimas, resultan también impuras y en definitiva bajas. 
   Hay que agregar que en el hombre conviven, como dos hermanos enemigos y en pugna, tanto un deseo de salvación, de salvación, de integración el ser absoluto, como un deseo de extravío, de perdición, como un deseo de nihilidad, el cual frecuentemente toma las formas de la fuga del centro radial axiológico de la persona, de su propia alma, en una tendencia hacia la despersonalización, de extremosidad y excentricidad, radicalmente tóxica –así, cuando el hombre ya no puede o ya no quiere creer, se refugia en el alcohol, en las drogas, en el peyote, en el resentimiento de la lucha sin clase o en la histeria colectiva, siendo dominado el sujeto por sus fuertes impulsos orgánicos y por sus tenencias biológicas instintivas -en una clara retrogradación hacia la animalidad.  
   Una muestras de ética contradictoria, y en este sentido luciferina, demoníaca, la encontramos en las aspiraciones sociales de nuestro tiempo, que prometen la liberación del ser humano por medio de una libertad o descendente o irresponsable –odiando con ello, pues, la libertad, que sólo la saben usar para degradarla o corromperla. Porque al presentarse muy socialmente como igualitarias e imparciales en el respeto a toda opinión, a la vez no toman en cuenta el valor moral de las personalidades individuales, mostrando con ello más bien una complicidad con la ceguera moral que falsifica el socialismo –pues es precisamente el respeto y la estimación de las personalidades individuales, de las personalidades ajenas, la condición previa para la armonía social entre ellas.
   La introducción del principio de ignorancia, que va del desconocimiento al franco desprecio de las personalidades ajenas por parte del grupo cómplice o de alianzas convencionales, así como el desconocimiento de la persona en general, no deja de expresar una ignorancia, perfectamente in-científica, respecto de los factores que posibilitan la felicidad humana, que es su fin propio; es decir, se trataría llanamente de una ignorancia respecto de la humanidad misma –no pudiendo resultar por tanto tales éticas armónicas, específicamente altruistas, sino esencialmente egoístas (tal y como sucede en las metafísicas materialistas del positivismo), desequilibrantes de la armonía del sujeto por tanto, que requiere de la armonización no sólo de sus placeres o satisfacciones egoístas(estudiar, leer, escuchar música, paladear manjares), sino también de sus satisfacciones altruistas o con el prójimo -pues el hombre, como los socialistas convencionales no han dejado de repetir insaciablmente embadurnándose el rostro con tal retórica, es esencialmente un ser social, menesteroso por tanto del desarrollo y realización de sentimientos no sólo del mero eros erótico o burdamente biológico, sino también y más esencialmente aún de sentimientos espirituales, como es el de la fraternidad (agape), el de la solidaridad en la alegría y en el dolor del prójimo o el de la piedad cristiana (caritas).
   Todas las éticas, que son de hecho eudemonistas y hasta hedonistas, reconocen como el fin del hombre la felicidad. La felicidad y el placer deben ser entendidos en toda la extensión y comprensión posibles, es decir como satisfacciones, que van desde la sensible más grosera hasta la espiritual más refinada y profunda. Tal hecho exige calificar y graduar las satisfacciones y a reconocer que las de valor sumo son las satisfacciones espirituales de las personalidades individuales perfectas o armonizadas consigo y entre sí (de ahí la importancia de las místicas ascendentes y de las comuniones de fe), donde la calificación se subordina a la graduación, pues las satisfacciones cualitativamente mayores resultan las mayores de todas –sin dejar de reconocer por ello de las contrariedades de cada individuo y entre los individuos, pero justo con el intento de superarlas, pues  la perfección y armonía, ya no digamos de las personalidades entre sí, sino ya de cada una consigo misma, no puede sino ser obra ideal de esfuerzo paciente, histórico, de progreso moral.[1]


V.- El Secreto… a Voces: la Vuelta del Paganismo o la Religión Moral Por Alberto Espinosa




   En nuestro vocabulario ordinario, de todos los días, se ha extendido una horrible confusión con la idea de "respeto", por una especie de igualitarismo de la opinión que resulta subrepticiamente acuñada por algún epígono de Poncio Pilatos, en una especie de lavado de manos que finge una imparcialidad que en realidad no existe, tomando la fórmula de: “todas las opiniones son igualmente respetables”.
   Lo que más bien parece evidente es que se trata de dos nociones muy diferentes de la idea de respeto; por una parte, la idea de respeto se refiere al derecho de cada quien expresar su opinión, lo que en el fondo entraña el respeto de que cada quien elija su propio camino, lo que a su vez implica el reconocimiento, en el fondo, del libre albedrío: de seguir el camino de una libertad ascendente, conforme a norma y a Ley (moral), o de seguir la particularidad de las rutas subjetivas, en casos descendentes, transgresoras de la Ley, de la norma moral, desviadas por tanto del viejo sendero. Dicho de otra forma: se trata de la cuestión de que no puede haber una libertad ascendente (o descendente) forzada, de que no puede haber una comunión obligatoria o por decreto -para eliminar con ello la peligrosísima soberbia de los teólogos, como la denomina correctamente Octavio Paz; pero también de los neógogos, que barrerían la distinción entre las dos posibilidades, mutilando por tanto la libertad misma o dejándolo entonces sin efecto –pues es claro que no puede existir la libertad si sólo existe un camino, una vía, una ruta, una posibilidad de acción, por más que ello se profite como un camino “revolucionario” o como “nuestro”, pues para que la libertad exista se requieren al menos dos posibilidades de acción.
   En un primer sentido de la voz "respeto", efectivamente, concerniente al principio, conforme a derecho, de la libre determinación. Pero en un sentido eminente la voz "respeto" está más bien ligada a las nociones de obediencia, de veneración y de subordinación, es decir de autoridad de una persona respecto a la consideración que se le debe, por su conducta justamente moral, por su altura o ejemplaridad, por ser modelo de pensamiento, palabra y acción o por su verticalidad: es decir, por aparecer ante nuestros ojos como algo elevado, merecedor de un nicho, al no estar manchada por el vicio, la culpa o la transgresión, por la incoherencia o la falsía, no siendo reprochable su conducta en una palabra, tal y como aparecen los hombres de verdadero espíritu. Y en este segundo nivel, como repito, eminente, ya no son todas las opiniones igualmente respetables, por no serlo las personas en el mismo grado o valoración -al entrañar un juicio moral la consideración de las personas por su acción y por sus juicios (los cuales están en estrecha relación, pues dependiendo del modo de pensar de los agentes su compartimento en la vida). Tal idea eminente del respeto es fundamental  para salvar el escollo del relativismo moral, pues tenemos una Ley que nos ayuda a discriminar lo blanco de lo negro, el hacer el bien del pecado, de la conducta reprobable, mala, finalmente insatisfactoria –lo cual conlleva consecuencias metafísicas, desde la perspectiva religiosa cristiana, además. Lo contrario, barrer del uso tal acepción de la voz respeto, sería por lo contrario abrir de par en par las puertas al relativismo moral, generalmente de carácter historicista, sociológico, motivado por las presiones de la época, y caer en el secularismo de nuestros tremendos días, que se ha visto como radicalmente desviado del núcleo de la moralidad tradicional -con un agravante que lleva al colmo todas las cosas: la intolerancia del paganismo, oscuro, de nuestro tiempo, que invierte todo el programa moral, dándose más bien el caso contrario de la exclusión, o el descarte como también se le llama hoy en día, de quienes hacen el bien, de quienes siguen en su vida los mandatos de la moralidad, es decir de los creyentes, en una especie de caza de la metafísica, muy acorde al materialismo y al positivismo contemporáneo -mientras que cínicamente, so capa del respeto, se da rienda suelta al libertinaje sexual, a la mística de la pseudotransa o abiertamente se premia el mal, el cual sale adelante victorioso, triunfante, impune: es decir, en un cuadro donde la virtud  no resulta premiada y el vicio no resulta castigado, sino inversamente, penada la virtud y recompensado el vicio.  
   Por lo que hay que insistir en que la trasgresión de la Ley, más allá de sus formulaciones dogmáticas o por mero hábito, entraña una especie de desarmonía de la personalidad, una insatisfacción que más que llamarla simplemente neurosis habría que caracterizar primero como una doblez del ánimo, que es el gran dato de la filosofía contemporánea: es decir, como una alienación o enajenación, la cual técnicamente puede describirse como una doble oscilación o desequilibrio onto-axiológico en el hombre, o ciclotímia; en una palabra, bipolaridad, como también se le conoce, y a lo que habría tal vez que llamar con su antiguo nombre: endemoniamiento, donde el hombre se ve esclavizado por la falta, por la culpa, por la transgresión; es decir, por el pecado, pues el vencido queda bajo el poder del que lo vence, obedeciendo así el alma superior, moral, digna de respeto y de consideración del hombre a los deseos del alma inferior,  elevando al esclavo por arriba del amo, el cual así obedece a tal espíritu menor e irrefrenablemente -con desmedro pues de la moralidad, de la norma, de la Ley. Así, cuando se da la ausencia de una política moral en una sociedad, se vive masivamente una profunda desorientación , al grado de hacer pasar de forma malamente ideológica tales faltas como convenciones relativas al tiempo, a la historia, como relativas a la época, e incluso como respetables tales conductas, en una palabra, y al hacerlas admisibles moralmente realizar la obra de la noche y de la lobreguez, donde todos los gatos resultan pardos… por encerrados en el oscurantismo…  y todas las ovejas negras... por prisioneras en el revuelto río de los cuerpos... Propuesta temerariamente ideológica, por lo demás, que tiene como coralario lógicamente necesario la exclusión social,  como repito, de aquellos que se salgan de tal norma de uniformidad  propuesta por tal permisivismo, creándose así una indistinción más bien despótica, niveladora hacia el extremo más opaco de los tonos grises... donde en el fondo se repudia el universalismo de la Ley moral para dar rienda suelta al particularismo introvertido de los hombres dormidos; es decir, para liberar el subjetivismo rampante que acosa y presiona tan pesada cuan tectónica y peligrosamente a nuestro tiempo -haciendo así creer que es neutral la conducta réproba, o deciduamente aplaudiendo o permitiendo la baja moral de las aberraciones de comportamiento  -ya sea de homosexuales, sodomitas o pederastas-, por no querer ver lo que tales costumbres tienen de enajenación, de falta o de transgresión de la Ley, es decir de actos vergonzosos y reprobables, social e incluso metafísicamente, sujetos por tanto a reprobación e incuso a castigo teológico. No es insólito que surjan airados defensores de una moral más permisiva, abierta, o como quieran llamarla, pero a la vez  injurgitando dentro de sus actitudes un ánimo también doble, por dubitativo, que quisiera curarse en salud, diciendo que tal tolerancia y permisivismo no los hace a ellos sodomitas u homosexuales... cosa que puede ser cierta... empero, se pude objetar, si nos los vuelve degenerados si en cambio los vuelve otra cosa: los vuelve tarugos, por hacerse vilmente patos...o mejor dicho, ciegos al hecho fundamental de tal empresa, pues lo que ahora se fragua abierta y masivamente es la idea de ir borrando la religión de las mentes y de la conducta de las personas, para ser sustituida por los falsos ídolos de nuestros días, por las místicas inferiores y por las falsas filosofías del éxito a expensas del prójimo y del triunfo del narcisismo individualista, omitiendo lo que la Ley señala: que lo contra-natura no significa otra cosa que la división o escisión de la naturaleza humana, poniendo en pugna partes de ella, creándose por tanto un desequilibro, una oscilación y desarmonía, una psicosis y una profunda insatisfacción en el infractor, íntima, secreta, de desprecio y odio a sí mismo… pero también a su derredor, cuya caracterización no sería otra que la del nihilismo, de temibles consecuencias sociales, en parte insospechadas... pero también metafísicas.
   A lo que se ocurre si puede ser la moral autónoma; quiero decir, fundada en la mera razón y sin apelar a la tradición.  El fundamento del juicio moral no puede ser otro que el suyo propio, el que le pertenece en propiedad y exclusivamente: el de poderosas tradiciones, que a la vez fundan sociedades de fe trascendente... en evidente choque con las sociedades modernas inmanentistas, forjadas por el ideal de progreso –y tan progresistas como decadentes y ateas, sin idea de Dios y de la metafísica o del más allá... pero no sin intuición de la ley moral. Porque la Ley moral es consustantiva al hombre por una exclusiva suya derivada de su esencia: la del homo religiuosus, esencialmente derivada del hecho de ser criatura y de su finitud, siempre presente de alguna manera, tanto en la cultura como en los sujetos individuales, aunque trastornada por las místicas inferiores y las disimuladas herejías contemporáneas -enmascaradas en nuestro tiempo bajo la forma del frenesí por la novedad que se desgasta en el instante efímero, o que vuelve a los cultos más cuestionables del paganismo arcaico.
   De acuerdo a la antropología filosófica, siguiendo las ideas morales de Einstein, puede decirse que las convicciones determinantes de nuestra conducta, que los fines fundamentales de la humanidad, difícilmente podrían fundamentarse solamente en la razón, sino que se derivan, cimientan y justifican no sólo cordialmente, sino apoyándose en poderosas tradiciones, como decía, que influyen directamente en las aspiraciones de los individuos y en las decisiones de los hombres; su razón de ser no viene así de una justificación racional, sino de la revelación intuitiva o del ejemplo dado por personalidades vigorosas o extraordinarias y más que pedir una justificación racional demandan que se intuya su naturaleza simple y claramente -lo que no implica que los principios éticos carezcan de un fundamento psicológico respecto de las relaciones que el sujeto tiene consigo mismo y con el prójimo, conocimiento y crítica que puede ayudar a mejorar las relaciones humanas, espiritualizando tanto los sentimientos éticos como la emoción religiosa auténtica y la vida social y la relación con la naturaleza en su conjunto.
   Se trataría así del valor práctico de la religiosidad ilustrada, cuyo propósito esencial sería liberar al sujeto de los deseos meramente egoístas, de los grilletes de las ambiciones y de la servidumbre de los deseos, dejando el campo abierto para que el individuo y la comunidad se entregue a pensamientos, sentimientos y aspiraciones más elevadas y de valor suprapersonal, que es justamente la participación en contenidos espirituales, y que están ahí, dados por la tradición, depositados en las obras de arte o en personalidades de excepción, que como faros marinos que iluminan el camino en la borrasca por la fuerza de su significación irresistible, por revelar y dar coherencia al universo como un todo armónico, como un orden sublime de significación maravillosa -contrarrestando así la decadencia moral en que estamos inmersos, sustituyendo así los principios humanitarios, la comunión en el sentimiento fraterno ante la alegría y la aflicción, al principio rector de nuestros días, derrotista, decadente y pesimista, que es el de la falsa filosofía del éxito y del triunfo individual a toda costa.
   Filosofía falsa, en efecto, pues lejos de estructurar a la sociedad como a una orquesta da pie más bien a enfilarla como un campo de batalla, donde se da una lucha implacable a expensas del prójimo, como algo que nace de la ambición personal y de las locuras cultivadas del consumo y del materialismo, actitudes motivadas tanto por el miedo al rechazo como por las presiones sociales de aprobación (todo lo cual se intenta justificar haciendo creer que tal situación es inherente a la agresividad innata del ser humano en su lucha por la vida, pero que en realidad presiona al individuo a una retrogradación donde imperan las fuerzas hostiles del alma inferior: el instinto, la tendencia o el mero impuso, egoísta, individual o gregario), lo cual lleva al predominio del innoble espíritu de competencia y a la destrucción de todos los sentimientos de cooperación y fraternidad, llevando al pensamiento mismo a un predominio de lo práctico utilitario (la eficiencia) y extendiéndose tal espíritu de manera asfixiante sobre el ambiente social, o como una terrible helada en la consideración mutua entre los hombres, dándose as{i el sólito fenómeno, hoy vuelto moneda corriente, del desconocimiento estimativo y práctico de la persona humana en cuanto tal.
   Todo lo cual expresaría el fondo del fondo de la crisis de nuestro tiempo: el no tener los valores morales de la tradición religiosa una operatividad real en nuestro tiempo, seguidos cuando lo son por mero habito y sin fe viva -y el no verse aún con claridad las personalidades vigorosas y ejemplares que vengan a recrear y a hacer presentes y vivos esos valores morales, trascendentes, intemporales y eternos.




domingo, 12 de enero de 2014

Tres textos breves de José Gaos


José Gaos

Tres textos breves

Presentación:

   Se presentan tres textos cortos de José Gaos, que, aun cuando fueron escritos a manera de aforismos, siguen un orden argumental continuo y pueden considerarse como "monadologías" —de las que José Gaos dejó escritas más de un par de decenas, además de sus repetidas reflexiones de fin de año. Se trata de la "Nueva monadología o metafísica de bolsillo", la "Monadología ética" y el "Escrito a pedido de Granell"1. Siguiendo el estilo sintético leibniziano, Gaos escribe sus "mónadas" como primeros elementos que, de acuerdo a un método estrictamente racional, no dejan resquicio a la contradicción, pudiendo servir de fundamento a todo el sistema. En efecto, las "monadologías" gaosianas, provistas de ventanas, llevan a cabo una breve exposición de su sistema en lo que tiene de más propiamente filosófico: la metafísica y la ética. Así, sus mónadas, como unidades reales pero inextensas, es decir, temporales, significativas y espirituales, participan un poco de la naturaleza de los sueños.

   A estos mínimums o átomos de pensamientos indivisibles, llegó Gaos en la tercera y última etapa de su desarrollo intelectual que, de acuerdo con Fernando Salmerón, se inicia programáticamente en 1953 con el texto autobiográfico de Confesiones profesionales, siendo la época más creativa, personal y sistemática de toda su trayectoria. Bien podríamos ver estos "simples" como la sustancia última del universo (metafísico) y de la naturaleza humana (ética), según su concepción. Los átomos espirituales corresponden a un punto de vista acerca del mundo, comprimiéndolo desde un determinado escorzo según una peculiar armonía, a veces barroca, donde se deja respirar un conjunto de catedral transparente, diversamente ¡risada por los momentos rotatorios de la cualidad atmosférica (como en los cuadros de Monet).

   Obra monumental, por su carácter de asamblea de la luz, y a la vez diminuta, por su fina orfebrería y cuidadoso pulido de joya fulgurante.

Alberto Espinosa





NUEVA MONADOLOGÍA o METAFÍSICA DE BOLSILLO

            sen theses in gratiam           

 autoris nonullorum amicorum

       conscriptae                                

*La metafísica es la ciencia del más allá.        

*EI más allá es lo que no es ni perceptible por medio de los sentidos, ir cluso sirviéndose de instrumentos o aparatos, ni aquello de que tiene cor ciencia cada ser dotado de ella, ni los pensamientos de los seres humanos: lo inexistente y lo infinito.

*La ciencia del más allá es con­cebir, dar razón y comprender la prueba o demostración de su exis­tencia o inexistencia, y en el caso de ser esta última lo probado o demos­trado, la explicación de que se con­ciba algo inexistente.

*Lo inexistente no puede ser na­da que se esté percibiendo por me­dio de los sentidos, ni de que se esté teniendo conciencia, ni de que se es­té pensando como estando percibido por medio de los sentidos, ni como siendo algo de que se esté teniendo conciencia, ni como siendo un pen­samiento, ni como existiendo aunque no sea perceptible por los senti­dos de nadie, ni pueda tener de ello conciencia nadie, ni pueda pensar en ello nadie. No puede ser más que algo concebido como perceptible pero no percibido, o de que sería po­sible tener conciencia, pero no se la tiene, o que podría ser un pensa­miento, pero que no se piensa, o que podría concebirse como existiendo aunque no fuese perceptible, ni pu­diera tener de ello conciencia, ni pu­diera pensarse de ello —porque se lo concibe justo como inexistente. Quiérese decir que lo inexistente no es ningún objeto propio del concep­to de inexistente, sino únicamente el objeto propio de cualquier concepto conceptuado de inexistente.

*La existencia en su totalidad, es objeto del correspondiente concep­to. El concepto de lo inexistente conceptuado de inexistente es el concepto de la nada.

*Hay, pues, un concepto de ine­xistente sin objeto propio, pero con que puede conceptuarse el objeto propio de cualquier concepto, inclu­so el del concepto de lo existente.

*Lo inexistente no existe, pero puede concebirse: todo lo existente puede concebirse como inexistente. La imposibilidad de "concebir" la inexistencia de todo y la existencia de Dios.

*La concepción de lo inexistente no puede explicarse por la presencia de los objetos. No puede explicarse más que por la ausencia de los obje­tos o por la psicología de quienes conciben lo inexistente o piensan en el concepto de inexistente.

*La ausencia de cualquier ser o cosa puede concebirse de una de dos maneras: o como desplazamien­to del ser o la cosa más allá de los lí­mites de la presencia, o como ine­xistencia. No se puede, pues, expli­car la concepción de la inexistencia por la ausencia, ya que lo que hay que explicar es la concepción de la ausencia como inexistencia.

*Lo infinito no puede ser nada que se esté percibiendo por medio de los sentidos, ni de que se esté pensando como estando percibido por medio de los sentidos, ni como siendo algo de que se esté teniendo conciencia. No puede ser más que algo que se es­té pensando como no perceptible, ni de que se pueda tener conciencia, pe­ro como existente —porque se lo concibe justo como infinito.

*Si todo (sentido distributivo) puede concebirse como inexistente, incluso todo (sentido colectivo), no todo puede concebirse como infini­to. No pueden concebirse como infi­nitos los seres o las cosas concebi­dos como esencialmente finitos (sus­tancias, no modos!).

*Los infinitos concebibles pue­den reducirse a los siguientes. El in­finito existencial: el del tiempo infi­nito y el de la existencia en él del mundo, de las almas o espíritus in­mortales o eternos, de las verdades eternas y de Dios fuera de todo tiempo. El infinito esencial: el del es­pacio infinito y el mundo en él, los infinitos matemáticos como el de la serie de los números naturales, el de la esencia divina; el de la divisibili­dad infinita del espacio y del tiempo y de lo existente en ellos.

*La concepción de los infinitos no puede explicarse por la presencia de ellos en la percepción ni en la con­ciencia. No puede explicarse mas que por lo finito presente donde o como quiera, por ende también puramente en el pensamiento; o por la psicología de quienes conciben lo infinito o piensan en el toncepto de infinito.

*La existencia infinita de algo o alguien, y como entrañada por ella, la infinitud del tiempo, se conciben no porque no pueda "concebirse" la inexistencia de todo, que se la "con­cibe" perfectamente, sino porque-no puede "comprenderse" la existencia de algo no habiendo existido nada —ni existiendo algo, el dejar de exis­tir todo: o la relación entre la existen­cia —finita— y la inexistencia. Para evitar esta incomprensibilidad se con­cibe la existencia infinita de algo o al­guien —el mundo o Dios.

*Pero la existencia infinita no es más comprensible, o menos incom­prensible, que la inexistencia —o que la existencia finita que entraña la ine­xistencia. Luego, la incomprensibili­dad de la inexistencia y la compren­sibilidad de la existencia finita no ex­plica que se conciba ésta. Se ocurre ya que más bien se explicaran con­juntamente la concepción de la ine­xistencia y la de la existencia —el tiempo— infinita por otra vía.

*De la existencia infinita en el tiempo infinito a la intemporal nece­saria. De ésta a la esencia infinita, como totalidad de lo contradictorio, de lo composible, de lo bueno.


MONADOLOGIA ETICA

 

1. El fin del hombre es la felicidad ab­soluta (todos los éticos), la satisfac­ción absoluta, pero ésta no es asequi­ble (contra la prueba eudemonológica y todas las pruebas teológicas) ni asin-tóticamente (contra Kant), sino esen­cialmente correlativa alternativa de la insatisfación (Schopenhauer), lo que no es razón para procurar la aniquila­ción —paradoja en los términos— (contra Schopenhauer), sino para pro­curarla reiteradamente (Nietzscheí1).

2. Lo menos lejano, lo más cerca­no, a la felicidad absoluta, es la per­fección equilibrada de la compleja naturaleza humana, sensible y supra­sensible —"natural" y "sobrenatural", pero no sobrehumana— intelectual o racional y emocional, egoísta y al­truista (todos los éticos, pero particu­larmente Shaftsbury..., menos los si­guientes), contra el mínimunismo aporético de Antístenes, el hedonista de Aristipo, el egoísta de Hobbes...

3. La virtud es la conducta de pro­cura de tal perfección. El vicio, la conducta de incuria de tal perfección.

4. Tal perfección y la virtud se in-dividua(liz)an personalmente (Schaftsbury...), pero no pueden lograrse sino políticamente (última y sumamente, el marxismo), según valores que van desde intersubjetivos totales —la feli­cidad— hasta subjetivos.

5. De la intersubjetividad total o parcial y la subjetividad de los distintos valores, las moralidades —y de las morales y éticas— da razón de ser la concreción de tales objetivos con sus sujetos, históricos individualmen­te diferentes, no sólo distintos.

6. Los placeres perjudiciales y los dolores benéficos son límites naturales de desequilibrio de la perfección equi­librada, que no es matemática, como nada humano, ni biológica, ni no-ma­temática. La estadística es otra cosa.

7. La virtud no recompensada y el vicio no penado, sino incluso res­pectivamente penada y triunfante, son límites parejos.

8. El predominio de la insatisfac­ción sobre la satisfacción hasta el punto de aniquilar la voluntad de vi­vir, de perseguir el fin de la felicidad, el consistir el ser en su persistir, es ca­so extremo de tal desequilibrio. El no llegar a tamaño extremo por sobrepo­nerse al predominio de la insatisfac­ción sobre la satisfacción lindante con él, es también extremo, sumo, de la virtud (estoicismo, Nietzsche).

9. Tales desequilibrios son efectos de causas físicas o/y culturales —en que parece darse lo, paradójicamen­te (?), contra natura, la naturaleza dividida contra sí misma, la pugna en­tre partes de ella.

10. La política de la moralidad, de la eudemonía humana universal, in­cluye la pugna por el restableci­miento del equilibrio contra tales de­sequilibrios, la eliminación de ellos, mediante la investigación científica de sus causas y de los remedios con­tra la acción de ellos (Bacon, Descar­tes..., marxismo...) —en reemplazo de las sanciones del más allá y de la jus­ticia penal no correctiva.

11. El fin —la satisfacción, la felicidad— y su contrario —la insatisfac­ción, la infelicidad— son sanción-e-moción o razón motivante —recompensa o pena— suficiente, incluso en el caso extremo sobredicho (8), en el que incluye decisivamente la satisfacción del deber, extremo, cumplido, de ser digno, sumamente, de ser feliz (estoicismo, Kant, Nietzsche).

12. El deber es el modo de razón motivante que modaliza al fin, correlativamente modalizado de ley, natural y moral (estoicismo, San Agustín, Santo Tomás...), para la conciencia moral.

13. El libre albedrío —con sus an­teojos: imputabilidad, responsabili­dad— parece un fenómeno que, por ende, habría que salvar, solamente. Otros fenómenos parecen salvados por la concepción determinista de la natu­raleza —que no salva del libre albe­drío, sino que lo condena a apariencia engañosa (Spinoza), infundado, en su­ma, no salvado; menos aún, en cuanto que ni siquiera se da razón del engaño mismo... La conclusión correcta pare­ce deber ser más bien esta otra: una concepción de la naturaleza capaz de salvar simultánea, conjuntamente, con los demás fenómenos, el del libre al­bedrío (Kant?, Bergson?, la teoría de Hartmann pudiera no ser más que una seudoexplicativa tautológica, redes­cripción de los fenómenos).

14. El fin como impulso motivan­te es objeto de conciencia psicológi­ca directa. La ética (sintetizadora en estos puntos) es producto de la conciencia psicológica y moral reflexiva más insistente. Entre ambos términos se extiende la gradación de los mo­vimientos, sentimientos y conoci­mientos —e-mocionales y pensamientos objetivantes— de la conciencia moral —morales y éticos.

15. La conciencia reflexiva de que es producto la ética sintetizada en estos puntos es una conciencia agnóstica metafísicamente, Ideoló­gicamente (Shaftesbury, Hume, Kant; Escoto, Ocam; Feuerbach...), no materialista y atea (contra... Hobbes... Feuerbach, el marxismo o el materialismo dialéctico...), ni siquie­ra naturalista (contra... Nietzsche...).

16. Los conceptos categoriales cardinales 'Dios' y 'nada' son creacio­nes infinitantes de lo vivido—amado, odiado, querido, no querido— como bueno o malo. Los conceptos 'bien' y 'mal' sustantivaciones de 'bueno' y 'malo', son denotantes de lo satisfac­torio y lo insatisfactorio (todas las éti­cas, eudemonistas). En cuanto tales, "bien" y "mal", en designación antro­pológica, físico-psíquicas, y en desig­nación moral y ética, son sinónimos. Ética en eudemonología (ut supra, 2).

17. La naturaleza humana, con su infinitar y fin inasequible, con su concepción de lo 'contra natura' (ut supra, 9), el hombre, es así el pro­blema de su puesto en el cosmos pa­ra sí mismo.


20/7/1963


ESCRITO A PEDIDO DE CRANELL2

 

1. La realidad primaria de la Filoso­fía es la de unos textos, de unas expresiones verbales. Hay que exami­nar antes la expresión.

2. El examen de la expresión mí­mica tiene por fin mostrar que tal expresión es una especie de órgano de articulación de una convivencia entre "sujetos".

3. La expresión verbal se distingue de la mímica porque mientras que és­ta se reduce a significar estados de ánimo de unos sujetos a otros, la ver­bal añade a la significación de esta­dos la notificación de "objetos". Últi­mamente me ha parecido deber in­vertir el uso de los términos "significación" y "notificación" por dos razones: me parece más propio considerar que las expresiones mími­cas funcionan exclusivamente como "signos" y me parece conveniente ha­cer jugar "notificación" con "denota­ción" y "connotación".

4. La notificación es una ope­ración de "objetivación" o constitu­ción de "objetos". Lo más importan­te de esta operación para todo lo que sigue es la constitución de "ob­jetos" "abstractos" y "concretos": porque un "objeto", cuanto más abs­tracto, más "intersubjetivo"; cuanto más concreto, más "subjetivo".

5. La significación de las expre­siones verbales no se reduce a la de estados de ánimo de los sujetos en relación con los objetos notificados: estos estados "motivan" la notifica­ción de los objetos: esta "motiva­ción" radica en la estructura dinámi­ca, (e)motiva, de los sujetos.

6. El examen de la expresión tie­ne por fin mostrar que tal expresión es una especie de órgano de articu­lación verbal de una convivencia de sujetos con objetos más intersubjeti­vos o más subjetivos. La consecuen­cia es que las situaciones de convi­vencia son menos o más históricas o personales.

7. Ahora se trata de examinar a la luz de lo anterior los textos filosó­ficos por excelencia, reducidos a los filosofemas notificados por las ex­presiones filosóficas. O se trata de examinar estas expresiones por las vertientes de la notificación y la sig­nificación, para concluir con el exa­men de las correspondientes situa­ciones de conviviencia —filosófica.

8. Vertiente de la notificación. La primera ¡dea principal es la de que hay que hacer la fenomenología de la presencia, aparición, desapari­ción, reaparición y desaparición "para siempre" de los entes, según las máximas clases de ellos que pue­den hacerse precisamente por sus maneras de estar presentes, apare­cer, etc. Estos fenómenos de presen­cia, aparición, etc., son los funda­mentales de todos los demás, son la fenomenicidad por excelencia.

9. La fenomenología de la feno­menicidad conduce a tener que exa­minar los conceptos de creación y aniquilación, que entrañan los de "no ser" y "nada".

10. El "no" no notificaría más que la distinción: entre entes o de un ente relativamente a sí mismo. La "nada" no notificaría más que la distinción de ¡o ente relativamente a sí mismo.

11. La distinción sería un "con­cepto puro" —al que no se le en­contraría "fundamento" por la ver­tiente de la notificación.

12. Sólo se le encontraría un "fun­damento" por la vertiente de la signifi­cación. Lo decisivo en la historia de la Filosofía, de la Metafísica, no sería la Ontología, sino la Meontología. Y lo decisivo, a su vez, en ésta serían los estados de ánimo que "motivan" que el hombre "niegue": estos estados de ánimo radican en la (e)motividad constitutiva y distintiva del "hombre". Es, entre otros, la "soberbia".

13. Los "objetos" de la Filosofía por excelencia, de la Ontología y la Meontología, son los más "concre­tos" de todos: lo ente y la distinción de lo ente relativamente a sí mismo.

14. Por lo tanto, la situación de convivencia filosófica es la de unos sujetos con los objetos más "subjeti­vos" de todos: es la situación más his­tórica y más "personalista" de todas. La notificación filosófica no tendría más valor que el de una "confesión personal" —a pesar de la "comuni­dad" de la (e)motividad del "hombre". O de otra manera: los hombres serían unos entes constituidos (e)motivamen-te de tal forma que se confiesan mu­tuamente Weltanschauungen tan per­sonales que, en rigor, la de cada uno sería "inintuible" por los demás.

15. Atenuación: en tales Weltans­chauungen entran ingredientes "cientí ficos" más o menos intersubjetivos.

16. La Metafísica como "sistema del universo con trascendencia" se­ría una producción arcaica de la cultura humana. El porvenir de la Fi­losofía sería el de los ingredientes científicos de ella —si es que fuese cosa de seguir considerándolos co­mo filosóficos y no como científicos.

17. Restricción: la ciencia no lo es todo; hay las razones del cora­zón, la religión, lo estético. Me pare­ce muy problemático que pervivan indefinidamente, ni siquiera a título de razones del corazón, los ingre­dientes no científicos del sistema del universo con trascendencia. En su­ma: ciencia, religión..., pero no "Metafísica". 

11-1-1955

 




NOTAS

1. Los manuscritos originales se encuentran en el "Archivo José Gaos" del Instituto de Investigaciones Filosóficas. 8 manuscrito "Nueva monadología o Monadología de bolsillo", escrito por Gaos en un pequeño cuadernillo, probable­mente en 1959, corresponde a los folio»! 10160-10164. La "Monadología ética”, escrito en cuatro hojas carta en el año 1963, pertenece a los folios 15745-15748. Por su parte, el "Escrito a pedid» de Granell", mecanuscrito en dos hoja carta corregidas por propio puño del au­tor, data de 1955 y se refiere a los folio» 5863-5864 del mismo archivo.

2. Manuel Granell (1906, Oviedot España; 1993, Caracas, Venezuela). Perteneciente a la generación de la primen guerra y contemporáneo de José Gaos es conocido sobre todo por su excelente manual de Lógica (1949) y por sus traba­jos sobre ethología, La vecindad human (1969). N. del E.