jueves, 6 de marzo de 2014

Luis Villoro: El Valor de la Comunid Por Alberto Espinosa


Luis Villoro: El Valor de la Comunidad[1]
Por Alberto Espinosa



I
   El Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey acaba de sacar a la luz pública el libro de Luis Villero De la libertad a la comunidad, el cual no es sino la trascripción de un ciclo de conferencias dictadas por el autor en octubre de 1999 para la cátedra Alfonso Reyes.1
   Con indudable maestría Luis Villoro empieza por ofrecer una visión de la situación actual de la sociedad política, en donde reina un liberalismo de consenso planetario pero desencantado, para luego racionalizar clarificando los modelos básicos de asociación política, sopesando y haciendo un balance de sus valores éticos fundamentales, convirtiendo al texto en un arquetipo de argumentación y lucidez intelectual, moral y política. Visión sintética de los modelos políticos, idealizados por el concepto y la profunda visión histórica, en cuya esencia y grados de perfección encontrar una guía que salve los obstáculos y escollos prácticos e ideológicos, lo cual permite ordenar nuestra visión del futuro en una filosofía política compartible y coherente. Texto que con otros del autor (El Poder y el valor. Estado plural, pluralidad de culturas) resulta fundamental para orientarse en los tiempos de cambio que corren, en donde se multiplican los signos que señalan el ocaso de toda una época histórico-cultural, la modernidad, y se inaugura ante la esperanza una nueva filosofía del mundo y del hombre.
   Libro, pues, de salvación de las circunstancias, en donde las transformaciones políticas de México se intentan comprender desde la situación de nuestra cultura en el marco planetario, en el cual se evidencia el fin de la modernidad. Modernidad que se concibió como la edad de la razón, pero de una razón omnipresente y arrogante, que mediante el arte, la técnica y el buen gobierno intentó construir una morada racional para el hombre. Sin embargo, junto con otros síntomas de malestar en la cultura, sus dos palabras clave, "Revolución" y "Progreso", mencionan un mismo sueño de la razón que frecuentemente desembocó en atroz barbarie -sueño que ha terminado, que ha muerto. En el seno mismo del desencanto no queda entonces sino replantear los modelos de asociación política, intentado renovar antiguas virtudes olvidadas, que si ciertamente hoy son consideradas como heroicas (tales como generosidad, desprendimiento, abnegación, fidelidad, solidaridad, humilc1 ?d y, la más alta de todas, fraternidad), puedan considerarse en los tiempos venideros como caseras.
   De acuerdo con Luis Villoro, la vía para resolver la crisis del estado liberal este en recuperar una forma ancestral de asociación política: la comunidad, poro superándola o levantándola al nivel del pensamiento liberal moderno. El ideal comunitario con su valor ético fundamental, que es la fraternidad, puede, en efecto, oponerse al desamparo y orfandad de nuestra moderna sociedad individualista, orientándola hacia la construcción de una sociedad renovada. La política de una sociedad post-liberal, así, se dirigiría ha reproducir espacios sociales civiles en donde las comunidades pudieran surgir de nuevo, difundiendo el poder de la cima del estado centralizado a las comunidades de bases múltiples y diferenciadas. Por otra parte no hay que olvidar nuestra particular perspectiva histórica, donde la estructura comunitaria forma parte de la matriz civilizatoria americana, que ha resistido por cinco siglos de dominación y que ahora, desde pequeñas comunidades aisladas en el espacio, reivindica sus derechos de existencia.
   Así, no queda sino empezar por reconsiderar las virtudes del viejo liberalismo y aquilatarlas en lo que valen: las libertades concretas que preservan la vida de los individuos, cuya conquista más alta son los derechos humanos, y la libertad de cada quien para elegir un plan de vida. Sobre la base de lo que el liberalismo salvaguarda, que es la independencia personal en ideas, expresión de ellas y vida privada, debe aumentar el respeto y el gusto (tolerancia generalizada o cooperación) no sólo por las minorías sino por la diversidad de los individuos, así como promover la voluntad de no imponer las propias ideas. Contrarrestar, pues, las desventajas de la mentalidad liberal: el tremendo espíritu de competencia y triunfo social, en cuyo individualismo sobreviene la exclusión y se disgregan los lazos comunitarios. Considerar, así, la restauración de la comunidad, cuyo movimiento en obra opone contra el aspecto oscuro de la mentalidad liberal y frente a la lucha de una sociedad dividida por los intereses particulares, el ideal de la supeditación del beneficio individual al fin común, concretando en un modelo igualitario la libertad de realización para todos y dando el paso franco al modelo para la comunidad.
   En el ágil conjunto de las conferencias Villero quintaesencia los modelos de asociación política de acuerdo a los valores éticos que los justifican y los sustentan, pasando revista a la asociación para el orden y a la asociación para la libertad, en sus dos modelos, liberal e igualitario, dando cuenta de sus estructuras axiológicas y créticas fundamentales, apuntando con ello a un modelo utópico, el modelo para la comunidad, todavía inexistente sino en pequeñas comunidades, el cual sin duda perfila uno de los horizontes posibles del futuro.



II
   Villoro quintaesencia los modelos de asociación política de acuerdo a los modos de sus valores éticos y a su organización de poder. En primer lugar se encontraría la asociación para el orden, en la cual se buscan los valores de la armonía y la paz. En segundo lugar la asociación para la libertad, cuyo valor cardinal es la realización libre de todos los ciudadanos, dividido en dos modelos: el modelo liberal y el modelo igualitario. En un último nivel se encontraría la asociación para la comunidad, cuyo valor fundamental es la fraternidad y que es aún una utopía.
   Veamos el primer nivel de asociación política y las relaciones que en él se dan entre poder y valor. La asociación para el orden puede concebirse usando la analogía del contrato social. Para salir del "estado de naturaleza" antropoide, donde no hay dominación sino libertad desbandada, los hombres realizan un contrato para poder vivir juntos y controlar al animal malo que es el hombre con su instinto de dominio, de prevalecía sobre el otro. El contrato de Hobbes utiliza una analogía para explicar la sociedad de dominio, la realidad del poder, la cual parte de la necesidad individual de preservar la vida, aceptando ceder sus derechos a una autoridad absoluta que preserve los intereses individuales, egoístas de cada quien. Tal es la asociación para el orden, consistente en nombrar a un soberano que establece orden, ley y seguridad, asegurando la paz y garantizando que la vida humana será respetada. El soberano representa así los intereses particulares y egoístas de cada quien, preservando al individuo de que otro lo ataque, pero conservando la posibilidad de que el individuo intente lograr los mayores beneficios, donde cabe mecerle zancadilla al otro para tratar de dominarlo.
   Pasemos a un segundo nivel de asociación: el contrato propuesto por Juan Jacobo Rousseau, base de la libertad y de la democracia. Se trata de un contrato de carácter ético donde el convenio para vivir juntos ya no radica exclusivamente en la preservación de la vida, el orden y la paz, sino también en la posibilidad de realizarse libremente cada quien plenamente a sí mismo, naturalmente dentro de los límites de una situación determinada. Se trata de un contrato donde el ciudadano solo cede su libertad a sí mismo, de un modo ciertamente paradójico. Se trata de un tipo de contrato en el que cada quien se rige por la voluntad general, por el interés de buscar no sólo el propio bien, sino el bien de todos. Así, al hacer propio el interés del grupo o asociación se adopta la voluntad general. Reino de la eticidad en donde el contratante es capaz de hacer a un lado el interés particular si perjudica al bien común. Asociación política de carácter ético representada por la democracia, donde se tiene una entidad pública que garantiza la libertad de todos y la autonomía individual.
   Existen así, dos tipos de convenio. El convenio conforme al poder, que responde al interés personal y que mantiene la competencia entre todos en la búsqueda del bien común, dando mayor beneficio al que tenga la mayor fuerza, y; el convenio conforme a la ética, en donde la asociación busca para cada quien un bien común o general, permitiendo que cada individuo logre que su propia voluntad coincida con la voluntad general.



   El primer convenio define a la asociación para el orden, que es aquella que satisface necesidades comunes a todo individuo, asegurando los bienes de sobrevivencia, primarios o elementales (tales como alimentación, vestido, capacidad de relacionarse sexualmente, hogar, etc) y los bienes de convivencia (aquellos que necesita el hombre como animal social, el cual al compartir su vida requiere de la aceptación en una sociedad mayor que lo acoja, como es la familia, la tribu, el clan). Si estos bienes elementales y de pertenencia son satisfechos establecen paz y orden para todos. La asociación para el orden cumple con estas necesidades realizando prioritariamente valores comunes a todo individuo en sociedad, asegurando los derechos de que todos satisfagan estas necesidades. Tal asociación es propia de las dictaduras o de sociedades de dominio enmascaradas tras instituciones de participación. La asociación para el orden justifica el dominio de la persona o el grupo que puede instrumentar esa paz, orden y seguridad, empero sostiene ideológicamente valores pretendidamente universales que disfrazan intereses particulares. Así, la realización de otros valores es vista con miedo, porque puede romper o poner en cuestión ese orden.
   El segundo convenio define la asociación para la libertad en su primer modelo o modelo liberal. Frente a los valores de orden, paz y seguridad el modelo liberal da prioridad a otro valor superior: a la necesidad de dar sentido a nuestra vida, de que no sea absurda, aleatoria o sin control, en suma, a la necesidad de elegir nuestra vida, estableciendo un plan, un proyecto y poder realizarlo -condición para que cada quien tenga una identidad personal en la cual reconocerse.
   El modelo liberal privilegia, así, el valor fundamental, superior de la libertad. Sin embargo, advierte Villoro que hay que distinguir entre tres niveles o tipos de libertad: negativa, positiva y de realización. La libertad negativa es el poder de hacer lo que elijamos sin la interferencia de la acción de otras personas. Es la capacidad de obrar o dejar de obrar sin ser obligado, coartado por la acción de otras personas. En su sentido político, es la capacidad de obrar o no fuera de la obligación del poder político, la libertad de elegir lo que uno quiere sin trabas por parte de la autoridad o la ley. Es lo que puedo hacer en el silencio de la ley (Hobbes), lo que la ley no me prohíbe. Así, de la libertad negativa se desprenden los derechos humanos, las garantías o libertades individuales privadas: la libertad de no ser coartado por la ley o por el estado.
   Sin embargo, existe un segundo nivel de la libertad: la libertad positiva, fundamento de la democracia. Tal libertad consiste en ser dueño de uno mismo, en decidir, elegir, regir la propia vida conforme a las propias reglas, a lo que uno decida que es bueno -independientemente de lo que la sociedad o la moralidad reinante dicte o diga. Se trata del paso de una moral heterónoma a una ética autónoma. Al seguir la propia voluntad, tenemos que obedecer las leyes que uno mismo ha preescrito (Rousseau), signo claro de la libertad moral. En efecto, sólo es positivamente libre el hombre que es autónomo, el que actúa conforme a su propia voluntad, dándose a sí mismo las leyes que la razón le dicta. Así, la libertad positiva consiste en poder decidir nuestros propios fines y valores.



   La democracia puede verse entonces como el intento de realizar la libertad positiva: que en el aspecto político sea el mismo sujeto de la libertad el que dicte las leyes, que sea de algún modo responsable de ellas, o que no sean ajenas al sujeto que las obedece, sino resultado de la propia acción del sujeto. Al participar en la elaboración de la ley, los individuos que se someten a ella son coautores de la ley en alguna medida.
   Así, el modelo liberal tiene como fin primordial las libertades negativas, si es democrático añade las libertades positivas, las cuales se concretan políticamente en las libertades de participación de todos los ciudadanos por igual en la elaboración de las leyes mediante procedimientos democráticos representativos. La virtud principal de la asociación liberal democrática es la tolerancia: la aceptación de las libertades del otro, la convivencia de todas las opiniones y todas las libertades. Sin embargo, tal tipo de asociación proyecta una sombra, tiene un lado oscuro: es necesariamente individualista, pues su fin es garantizar las libertades individuales. Tolera todas las opiniones, pero también tolera la competencia feroz de todos los individuos. La competencia trae como consecuencia necesaria que los más capaces, los más armados ganen, dejando fuera del juego a los demás, quienes se convierten en marginados de la competencia, en vencidos. La marginación, la desigualdad es un elemento esencial del estado liberal, en el cual hay indefectiblemente división, desigualdad, exclusión de muchos elementos. Su fin expreso es la tolerancia, no la cooperación, pues garantiza las libertades individuales... en competencia.
   Queda un tercer nivel de la libertad: la libertad de realización, valor defendido por el estado igualitario, tal como el proyectado por las socialdemocracias europeas. Se trata de la asociación para la libertad en su modelo igualitario, la cual se distingue del "liberalismo de la neutralidad", del estado liberal o neoliberal, donde el estado es neutral, básicamente en tres puntos capitales.
   Primero: el alcance de las libertades prioritarias del modelo liberal comprende las libertades negativas, a las que suma las libertades positivas de participación de todos los ciudadanos en el gobierno mediante la designación representativa de funcionarios públicos; el modelo igualitario adelanta además en garantizar la libertad de realización.
   Segundo: el modelo liberal establece una relación de igualdad entre todos los ciudadanos que se suponen libres, igualdad ante la ley sin coacción ni arbitrariedad en un estado de derecho, propio de las constituciones democráticas y liberales en las que se preservan los derechos humanos individuales o garantías individuales como una base inviolable del estado; el modelo igualitario adelanta en la concepción de la igualdad que se propone el estado, en el sentido de borrar las desigualdades reales producto de condiciones sociales, económicas y políticas diferentes, trascendiendo la igualdad de los ciudadanos ante la ley a un más allá, a una situación en la que se favorezca la igualdad de condiciones para lograr la libertad de realización.
   Tercero: el modelo liberal es neutral frente al valor, pues acepta todos los diferentes valores que libremente se proponen los ciudadanos, siendo imparcial y neutral frente a los bienes que los grupos ciudadanos se propongan, lo cual permite, en medio de las diferentes concepciones acerca del bien y del valor de la vida en conflicto, que las distintas opiniones compitan aceptando que una de ellas venza por el voto de las mayorías en una democracia plena, cambiando partidos y programas de gobierno; el estado igualitario en cambio, respetando la multiplicidad de opiniones, tiene la salvaguarda de un valor común, de un bien común, el de la equidad como signo de la justicia social, dando un trato semejante a todos, de tal manera que puedan realizar su plan de vida, suprimiendo al máximo las desigualdades y rectificando aquellas que crea la competencia.
    Para el logro de tal propósito no basta la tolerancia. Sobre la tolerancia se eleva el bien de la cooperación, que implica la acción común para el logro de la equidad, apuntando esta asociación política al logro de una virtud cardinal, máxima: el de la fraternidad. El modelo igualitario tiene así como fin el de asegurar la libertad de realización, el que sobre un proyecto o plan de vida el individuo pueda alcanzar realizarlo sin discriminación ni exclusión de nadie. Se trata del plano donde reinaría la equidad y la justicia, la cual tendría que satisfacer tres principios: i) respetar las libertades básicas del ciudadano; ii) respetar las desigualdades económicas y sociales si y sólo si , a) redundan en beneficio de todos, b) se dan sobre la base de una igualdad absoluta de oportunidades (John Rawls), y; iii) respetar en las sociedades no desarrolladas un principio anterior: las condiciones de acceso de todos los individuos al disfrute de condiciones que permitan el disfrute de estas libertades (Villoro).



III
   El logro de las libertades de realización permitiría atisbar la estructura de un modelo de asociación política todavía inexistente: el modelo comunitario. Tal modelo proyectaría una forma de vida colectiva que sin negar los logros de la modernidad, recobrara valores comunitarios, como los del don de sí, la generosidad, la fraternidad. Tal proyecto podría convertirse en un programa colectivo por alcanzar de carácter ético, incluso estético, en el que se postularía a la comunidad como fin asumido para dar un sentido superior a nuestras vidas. Proyección futurible de un mundo otro realizado por la voluntad concretada de muchos. Su fin, pues, el arribo a una comunidad renovada por la cooperación de todos en la equidad.
   Como recuerda José Gaos, la filosofía práctica, constituida principalmente por la Ética y la Política, pero también por la Eudemonologia, viene a ser la aplicación práctica de la filosofía teórica y la justificación de la filosofía toda por su utilidad para la vida. Los fundamentos de una ética social proporcionados por Luis Villoro significan así los principios racionales aptos para proporcionar una visión lúcida del fenómeno político a la altura de los tiempos, entendiendo la filosofía como un intento de esclarecimiento de lo que todo el mundo sabe de manera intuitiva o informulada. El presente trabajo de filósofo mexicano no es otra cosa que un cristal transparente al través del cual observar con nitidez el despliegue de los ideales de vida sociales que progresivamente ha propuesto la humanidad en el arduo mapa de su trayectoria histórica, ayudando con su formulación y cristalino dibujo a instrumentarlos y conquistarlos.
   Libro, pues, de ricas y finas perspectivas filosóficas, que esencializa la exclusiva humana culminante de la antropología filosófica toda, la sociedad civil o política, alejándose de las aristas de lo contingente y azaroso para lograr un producto redondo y luminoso, preciso como una balanza y precioso, valioso como una perla.

[1] Luis Villoro, De la libertad a la comunidad. ED. Tecnológico de Monterrey, Ariel, México, 2001.








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