La moral cientificista
se ha constituido como una poderosa ideología posmoderna que fundada en una
cuestionable doctrina de las pulsiones del inconsciente promueve la
falsificación de la seducción, el reduccionismo sexualista, la idea del
innatismo de la agresividad humana y de la predación competitiva –consagrando
así en el marco de la educación, bajo el aspecto pseudoteórico y
pseudocientífico, lo que es más bien una especie de neurósis social e
históricamente condicionada de profunda enajenación social. Su producto más
notable es una razón agresiva y dominadora producto a su vez de una
civilización existencial y en el fondo pagana, cuyo pensamiento único resulta
en modo alguno ajeno tanto al publicismo y a la tecnocracia contemporánea como
a esa confusa religión laica de la trivialización de las relaciones sexuales
–dando cuenta de una alteración radical del hombre moderno, en ración directa
del creciente inmanentismo del mundo contemporáneo.
16.3.- El doctor Mario
Bunge ha hecho ver con claridad meridiana los equívocos pseudocientíficos de
tales posturas, las que han encontrado en la “psicología evolutiva” a su más
eficaz estandarte. Su mitología, muy popular hoy en día, cuenta que la mente
humana dejó de evolucionar hace 50 mil años. El hombre así, vendría así algo
así como un fósil andante, con una mente forjada en la lucha contra los
elementos, en la lucha contra los leopardos en las sabanas de áfrica oriental,
cuna del género humano. Intento de explicación del hombre por sus tendencias
agresivas, primitas, agresivas –fuera de las cuales lo único que importaría al
hombre es el sexo, pues lo único que en realidad le importaría es difundir
sexualmente sus genes (Death, Pinker, Dokins). Posición primitiva ella misma,
que ignora la revolución espiritual de las primeras 7 u 8 civilizaciones del
mundo, hace 7 o 5 mil años, resumiéndose tal idea de la lucha por la vida en
una especie de pansexualismo. Así terminan por concluir que el fenómeno de la
dominación nada tiene que ver con lo político, sino que se deriva de razones
puramente biológicas y de motivaciones puramente sexuales: robarle sus mujeres
a otros. Así, también afirman que todas las actividades culturales del hombre
no son en realidad sino estrategias de acoplamiento (Buss). Por otra parte la
psicología evolutiva sostiene que la mente está compuesta por módulos mentales
estancos, independientes entre sí (Foder) –cosa del todo falsa, pues es sabido
que si se aprende la habilidad intelectual ayuda y mejora el trabajo manual y
viceversa, y que ésta a su vez facilita el trabajo de otras manualidades;, pues
aunque es verdad que hay distintas relaciones en el cerebro esas distintas
relaciones están íntimamente conectadas las unas con las otras, habiendo una
por tanto íntima relación entre lo racional y lo emotivo o afectivo.
Psicología primitiva,
pues se trata de todo un caudal de hipótesis tan incomprobables como
implausibles, por tanto no científicas. Puede añadirse también que se fundan en
una falsa generalización, que tomando un carácter de la edad contemporánea, la
regresión del hombre hacia el egoísmo y la animalidad, la caída en la
participación de formas que los solidarizan con los niveles más bajos de la
creación (místicas inferiores), pasa de manera no científica a construir
poderosas ideologías de dominación.
Por otra parte la
filosofía del egoísmo racional neoclásica, empíricamente falsa, postula,
enteramente a-priori, que el sujeto económico actúa maximizando las utilidades,
siendo tal el comportamiento económico racional –independientemente de los
intereses de los demás, es decir, de manera que hay una especie de vacío social
que les permite hacer lo que se les da la gana, sin consecuencia de sus actos.
La fórmula reaccionaria de la utilidad, diseñada por Antonio Caso, sería
entonces el máximo de provecho por el mínimo de esfuerzo, -contrapuesta a la
ley de la caridad, que postula un máximo de esfuerzo por un mínimo de provecho.
Doctrina acorde con la maximización de los genes, tanto como con la idea de la
insignificancia evolutiva de las revoluciones sociales para el avance de la
justicias o equidad social, reivindicando así para esas nuevas ciencias de la
naturaleza humana (que van de la psicología evolutiva a la economía clásica de
los emprendedores que maximizan a toda costa su margen de utilidades, pasando
por la teoría genética y el innatismo) la visión trágica y pesimista del
individualismo y el pesimismo de los filósofos y de políticos conservadores. En
realidad los teóricos de la economía racional se equivocan groseramente, pues
mediante pruebas experimentales se ha comprobado que solo un tercio de los
hombres tiende a comportarse de forma egoísta, mientras que dos tercios de la
población es gente más bien decente, no participando de los sistemas injustos
del egoísta o del avaro, prefiriendo el comportamientos de la equidad.
Así, lo que ha detrás
de las psudociencias como la psicología evolucionista genética es el fabuloso
intento de reducir lo social a lo biológico o a lo genético (a su vez
intervenidos tecnológicamente mediante los procedimientos del control social)
–ignorando con ello la historia y el proceso natural, esencial, de la función
social, que nos forma, es cierto, pero que a la vez vamos el hombre formando
con su esfuerzo y el logro de las reivindicaciones básicas, fundamentales, de
la justicia o la lucha por la libertad.
En el fondo se trata de
una serie de mitos que quisieran explicarlo todo por la genética o por nuestros
genes –así, los hechos históricos tendrían, en última instancia, cusas
biológicas, desde el gusto hasta la revolución francesa y el capitalismo
salvaje de la predación competitiva, todo lo cual estaría determinado por
nuestros genes. Olvido e ignorancia de la historia, en un determinismo cuyo fin
en hacer creer que el orden social no es de otra clase que el orden natural (de
lo contrario ya habría cambiado por razón de la evolución natural genética).
Postura evidentemente reaccionaria que consagra el stau quo que postula la
parálisis social por mor del equilibrio de la oferta y la demanda –es decir,
que postula la ineluctabilidad de lo que ha llegado a ser y la ontificación
(cosificación) del hombre. Posturas no muy diferentes a las del hegelianismo o
a las de materialismo, que intentan ya explicar la totalidad por el devenir del
concepto, que es Dios (idealismo trascendental absoluto) o por la materia, ya
sea esta entendida como ingredientes físicos o económicos (las condiciones
materiales de la existencia). Determinismos y reduccionismos que
inconfesadamente apelan a la circularidad del sentido –a ese punto de inflexión
irrebasable donde el sistema empieza a girar sobre si mismo y a partir e las
cuales hacen su agosto las certidumbres dogmáticas.
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