A Santiago mayor –y
al menor.
15.1.- Retomando el
curso de antropología filosófica, que hemos comenzado por el costado
antropológico de la definición del hombre por su educación, es decir, por el
conocimiento y transmisión de una tradición, a la cual sólo se puede servir en
la escucha de dos de sus postulados básicos, o condiciones de posibilidad suya,
que son la atención y el respeto.
Puede decirse que la filosofía es siempre a
la vez antropología filosófica de sí misma o filosofía de la filosofía, en
último término confesiones personales de su autor, respecto de la que la
filosofía o sea o deba seguir. La filosofía, ciencia o arte de las
distinciones, se opondrá siempre por razón de su propia naturaleza a lo
indistinto, al aspirar a ser ciencia, a ser teoría, desarrollo de una definición. Se opone pues a lo ambiguo, a lo vago u
arbitrario de lo que no diferencia o de lo que no se diferencia, ya sea fingiendo
su naturaleza por algún equívoco ya sea
por falsificarlo, desvirtuándolo entonces de alguna manera, es decir, negando
alguna de sus notas u ocultándolo y mintiendo. Uno de sus síntomas es la
actitud de indiferencia, que se opone, por poner un límite por caso, que lo separa
o distingue de a la indiferencia, decía que es opuesta a la simpatía, atracción o
complicidad, resultando por tanto culminante en su estado más pasional activo
en la franca agresión, ya sea de palabra o mímicamente, como la piedra
arrojadiza que lleva la intención de dañar, a su vez en su extremo con el deseo
tácito de que el otro desaparezca, es decir odiándolo –por una especie de
ignorancia o ceguera para los valores, ajenos naturalmente, y falta de
reconocimiento, por ignorancia de la propia persona que se es y, por tanto, de
la persona ajena. Contándose socialmente con una serie de actitudes que avalan, blindan o protegen las actitudes agresivas frente a las seductoras -por una deficiente conceptuación de la naturaleza humana, pues, puede argumentarse, el ser humano y la humanidad misma es más nativamente seductora que agresiva -como se verá más adelante.
15.2.- Del amplio
abanico en que consiste la naturaleza humana, de entre los propios o
propiedades derivadas de la esencia
humana, es decir de las exclusivas humanas en razón de las notas que lo diferencian
de los demás seres creados, hemos empezado la descripción por la exclusiva más
patente y moliente suya, por una exclusiva sobresaliente suya: el ser el suyo
el de un ser que se educa, que está en continuo e inacabable proceso de
autoeducación y socialmente de co-educación, en proceso pues de rectificación
constante e interrumpido hasta que no finaliza con la muerte de la persona, signo
con el cual finalmente rubrica por decirlo así su vida, haya sido relativamente
bien o mal educada como persona.
15.3.- El hombre, en
efecto, es el animal que se educa, el ser educado y esencialmente por ser el
razón y el ser moral que es o por su propio naturaleza. Se ha caracterizado a la
educación por dos notas suyas sobresalientes: la atención y el respeto. Nada
más lejano a la humanidad y a la misma naturaleza del hombre o a su esencia
que, dicho inversamente, que ser desatento, grosero, ignorante a sabiendas o
irrespetuoso, es decir, mal educado.
15.4.- En un primer
sentido, nota elemental de la educación es la del respeto mutuo, sin distingos,
entre las personas –que constituye el principio de la igualdad. Puede decirse
que en la actitud de respeto culmina la educación –que es la culminación del
proceso educativo en el hombre, como es el insecto la culminación del instinto
–su diferencia estribaría que mientras el instinto es mecanismo puramente
automático, la educación es un proceso de aprendizaje de los contenidos y
formas de una cultura, de una tradición, o su entra da en un mundo de valores,
que es la cultura. Porque es por medio de la educación, de la trasmisión de una
tradición que el hombre, cuya naturaleza es natural y sobrenatural a la vez,
entra en el mundo racional y axiológico del espíritu o que llega a intuir los
valores.
15.5.- En un segundo
sentido el hombre debe respeto, sobre todo, al niño, a la mujer y a Dios. El
respeto al niño se expresa en el imperativo cultural de educarlo y de educarnos
a nosotros mismos para servirle de ejemplo; el respeto a la mujer se expresa
como el deber ni de maltratar ni de violarla (respetando su virginidad, esa
paradójica falta o no saber en que consiste su pureza), también en ser atentos
con ella, incluso cortes, por ser la mujer a la vez depositaria de la moral y
el espejo a través del cual el hombre mira al mundo y se contempla a sí
mismo. El respeto a Dios, por su parte,
se expresa como el deber de obedecer su santa voluntad –la que es también motivo
de adoración y reverencia, debido a su primacía absoluta entre todos los seres,
por ser Padre supremo y Creador, es decir, suprema autoridad moral.
15.6.- Si la filosofía
es el saber de lo más y lo más saber posible, no puede no saber de la empresa
reputada como educativa por excelencia a través de los siglos: la educación
religiosa, cristiana. La religión, en
efecto, ha visto mejor la esencia de la naturaleza humana como amenazada, por
su costado negativo, por el pecado, por el hombre rebelde, de ánimo doble, o
sea por el pecador, por el hombre que al faltar a uno sólo de los principios
morales, corre el riesgo de hacerse reo, o cómplice o esclavo, de todos los
otros pecados o faltas morales, por desatento o irrespetuoso de las normas,
llegando a ser ofensivo, grosero, injusto e inmisericorde, sordo en una palabra
a los consejos de la moralidad.
El pecado es visto como una falta moral,
como una caída, falta, como una sombra o mancha que va cercando cómodamente al
hombre para arrastrarlo al mal que hay en el mundo, por medio de la tentación,
de la perdición y a la postre de la condenación metafísica de los irredentos.
La religión se presenta entonces como el proceso de educación, en el sentido de
la redención del hombre.
15.7.- El irrespeto a
Dios, análogamente, es una falta que se extiende a sus creaturas, a los más
indefensos primeramente, la mujer y el niño, y posteriormente a los semejantes,
incoándose bajo la forma de la ignorancia, del desconocimiento de sus personas,
que `primariamente se manifiesta en la maledicencia, culminante en la blasfemia.
Se habla entonces de los hombres de raíz
amarga, esas fuentes saladas que no pueden echar agua dulce, de corazones
infectados por la amarga envidia. También de los hombres dubitativos, que por
una especie de doblez de ánimo resultan irresolutos, no dejando por ello obra
perdurable al ser inconstantes en todos sus caminos –planteando entonces el
fabuloso problema de la doblez, de la enajenación o alienación en el hombre.
El irrespeto es entonces casuísticamente un
mentir contra la verdad, un jactarse y gloriarse a sí mismo, resultando por sus
ambiciones tales hombres además contenciosos –siendo todo ello producto
de una sabiduría terrenal, animal, incluso demoniaca. “Porque donde hay envidia y ambición, allí
hay también todo tipo contiendas y descontento y toda obra perversa.” Santiago 3.16.
Sus motores son la envidia, que deseando no puede conseguir
lo que desea, engendra así la guerra; y la codicia, que no pudiendo poseer lo que
anhela, lo usurpa o lo violenta. Todo ello derivado de la falta de humildad,
del orgullo irrespetuoso a Dios, por no inclinarse y pedirle a Ël con fe,
entrañando por tanto una radical incomunicación con Dios, una ruptura
ontológica de participación del don lo divino. Por lo que tales hombres de raíz
amarga estarían también apartados de la gracia de Dios, siendo
rebeldes, inconformes, descontentos, o en una sola palabra desgraciados.
Hombres de raíz amarga, cuyo corazón amarga lo que toca, puede caracterizarse por la jactanciosa ambición y la fanfarronería o
la llana falsificación de la verdad, pero también por la intriga insidiosa, por blasfemar contra las
criaturas hechas a semejanza de Creador. Hombres que son como vides que no
producen higos, como higueras que no producen aceitunas, como fuentes que no
echan agua dulce, roídos por el gusano de la mentirosa envidia o de la asesina
y beligerante codicia –del querer ser y no poder o del querer tener y no
poseer.
Mundo plagado de insatisfacciones y de
males, pues donde hay descontento e inconformidad hay toda clase de maldad: de
avaricia, de amor a las cosas meramente terrenales, y de ira, que no obra la
justicia de Dios. De lucha por los deseos terrenas, de concupiscencia y de adulterio. Incluida la falta mayor, que es la soberbia, consistente en hacer el mal a sabiendas, de manera obstinada y contumaz, y por la amistad con el mundo y el enfrentamiento
con Dios, no directamente, sino por el rodeo del odio a la creación o a sus
obras. Es decir, mundo existencialista, consistente en vivir la propia
existencia individual de hecho y sin razón de ser, como contrapuesta y
enfrentada con Dios.
15.8.- El deber de
honrar a los padres, se deriva analógicamente del deber debido a Dios como
padre, así como los gestos litúrgicos de la reverencia, del tributo, de la
veneración y el homenaje –dimanantes de su santidad y del temor religioso a su
potencia y potestad (contra la irreverencia, la blasfemia y el sacrilegio: Is
11.2: Rm 8-5: Mc 13. 14).
Ser
religioso acaba así por coincidir con ser respetuoso de la divinidad y por
tanto de la moralidad que de ella dimana (Hch 17. 22).
15.9.- El respeto es
así esencialmente el acatamiento a uno que se presume como superior: es
obediencia, subordinación, sumisión o, en su punto más delgado o débil, consideración,
miramiento. La rebeldía se expresa por
su parte corriendo en el espectro semántico del descreimiento, de desatención,
de la desconsideración y por tanto del consecuente distanciamiento por
desacato, hasta llegar a voltearse en franco irrespeto que se expresa a su vez
en la ironía, zumba, mofa, befa, escarnio o en el sarcasmo –culminantes el la
caricaturización y el pitorreo.
15.10.- El fenómeno de
la rebelión de los discípulos, la jugada de los rebeldes sin causa, consiste
así básicamente en vulnerar la continuidad de la tradición, sustituyendo a ésta
por otra cosa en nombre del momento, del instante o de la novedad (tradición de
la ruptura). Tomar el lugar de (stand for),
o estar por otro caos, que es la estructura del signo, adhiriéndose así a una
serie de metasignificados, a un segundo nivel de significaciones que se
sobreponen al primer nivel –por lo que hay siempre también en esas actitudes
algo de angustia derivada de tal reflexividad:; también de formalismo, de
absoluta prioridad de los significantes,
de la que se derivan tanto claves como códigos). También la usurpación:
el tomar por fuerza o astucia el lugar de otro, que es ya falsificar. De ahí su
espíritu innoble y ferozmente competitivo.
La rebeldía más generalizadamente se expresa,
pues, como una falsificación, ya sea del amor o de la amistad, ya sea del
saber, que va de una adulteración de la filosofía a la psicología, de la
cultura a la religión, terminando por minar en su raíz misma lo social,
chancros morales que llegan pues a impactar a toda una comunidad al aplaudir
falsos valores.
Protón
Pseudos o primera mentira que va dando lugar a un mundo de simulaciones y
variopintas apariencias, apagando los colores y aplanando los volúmenes de la
verdadera realidad –por lo que tiene un indisimulable compromiso con la
ficción, la mentira y la ocultación.
Algunos de sus parapetos serían el formalismo huero, el tecnicismo inane
la inconsistencia del doble pensar, que se anula a sí mismo, o la orfandad de
la ignorancia de los orígenes, culminantes en la asebia o ignorancia de mala fe
respecto de Dios. Mercenarios del cosmos, hijos de si mismos, de la fortuna,
dispuestos a saltar a la aventura histórica dando la espalda al mito, sin
legitimidad, pero también si origen.
Algunas de sus figuras serían la del
faccioso y el sedicioso, la de la rebeldía pues que invita a la discordia, en
su acción de ir “más allá” de los límites impuestos por el respeto. Otra, la
del simulador, que con aspecto o rostro o semblante de sumisión no se asemeja
en el fondo a aquello que dice obedecer, o que disimula histriónicamente, pues,
al no ser en el fondo semejante, similar, cayendo por tanto en lo disímil y en
la simulación y disimulación consecuente –como esos semidioses hemipléjicos que
no llegan apenas sino a lo cuasimodal, a lo que es quisi-cosa, al remedo, al
bagazo del modelo al que pretendían sustituir.
En su
extremo, incurriendo en el gandaya, que llevan una vida de saltimbanqui dada a la tuna, holgazana, por
huir y refugiarse en campo bruto, en la loma en greña no cultivada de la barbarie, dándose la vuelta o volteándose -después de agandayar una parcela que no han trabajado, hasta concluir en la
figura del desterrado forajido, del vagabundo gandul, del haragán o del tonto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario