sábado, 24 de agosto de 2013

Curso de Antropología Filosófica XV.- Los Lindes del Respeto Por Alberto Espinosa



A Santiago mayor –y al menor.




15.1.- Retomando el curso de antropología filosófica, que hemos comenzado por el costado antropológico de la definición del hombre por su educación, es decir, por el conocimiento y transmisión de una tradición, a la cual sólo se puede servir en la escucha de dos de sus postulados básicos, o condiciones de posibilidad suya, que son la  atención y el respeto.
   Puede decirse que la filosofía es siempre a la vez antropología filosófica de sí misma o filosofía de la filosofía, en último término confesiones personales de su autor, respecto de la que la filosofía o sea o deba seguir. La filosofía, ciencia o arte de las distinciones, se opondrá siempre por razón de su propia naturaleza a lo indistinto, al aspirar a ser ciencia, a ser teoría, desarrollo de una definición.  Se opone pues a lo ambiguo, a lo vago u arbitrario de lo que no diferencia o de lo que no se diferencia, ya sea fingiendo su naturaleza por algún equívoco  ya sea por falsificarlo, desvirtuándolo entonces de alguna manera, es decir, negando alguna de sus notas u ocultándolo y mintiendo. Uno de sus síntomas es la actitud de indiferencia, que se opone, por poner un límite por caso, que lo separa o distingue de a la indiferencia, decía que es opuesta a la simpatía, atracción o complicidad, resultando por tanto culminante en su estado más pasional activo en la franca agresión, ya sea de palabra o mímicamente, como la piedra arrojadiza que lleva la intención de dañar, a su vez en su extremo con el deseo tácito de que el otro desaparezca, es decir odiándolo –por una especie de ignorancia o ceguera para los valores, ajenos naturalmente, y falta de reconocimiento, por ignorancia de la propia persona que se es y, por tanto, de la persona ajena. Contándose socialmente con una serie de actitudes que avalan, blindan o protegen las actitudes agresivas frente a las seductoras -por una deficiente conceptuación de la naturaleza humana, pues, puede argumentarse, el ser humano y la humanidad misma es más nativamente seductora que agresiva -como se verá más adelante. 
15.2.- Del amplio abanico en que consiste la naturaleza humana, de entre los propios o propiedades  derivadas de la esencia humana, es decir de las exclusivas humanas en razón de las notas que lo diferencian de los demás seres creados, hemos empezado la descripción por la exclusiva más patente y moliente suya, por una exclusiva sobresaliente suya: el ser el suyo el de un ser que se educa, que está en continuo e inacabable proceso de autoeducación y socialmente de co-educación, en proceso pues de rectificación constante e interrumpido hasta que no finaliza con la muerte de la persona, signo con el cual finalmente rubrica por decirlo así su vida, haya sido relativamente bien o mal educada como persona.
15.3.- El hombre, en efecto, es el animal que se educa, el ser educado y esencialmente por ser el razón y el ser moral que es o por su propio naturaleza. Se ha caracterizado a la educación por dos notas suyas sobresalientes: la atención y el respeto. Nada más lejano a la humanidad y a la misma naturaleza del hombre o a su esencia que, dicho inversamente, que ser desatento, grosero, ignorante a sabiendas o irrespetuoso, es decir, mal educado.
15.4.- En un primer sentido, nota elemental de la educación es la del respeto mutuo, sin distingos, entre las personas –que constituye el principio de la igualdad. Puede decirse que en la actitud de respeto culmina la educación –que es la culminación del proceso educativo en el hombre, como es el insecto la culminación del instinto –su diferencia estribaría que mientras el instinto es mecanismo puramente automático, la educación es un proceso de aprendizaje de los contenidos y formas de una cultura, de una tradición, o su entra da en un mundo de valores, que es la cultura. Porque es por medio de la educación, de la trasmisión de una tradición que el hombre, cuya naturaleza es natural y sobrenatural a la vez, entra en el mundo racional y axiológico del espíritu o que llega a intuir los valores.
15.5.- En un segundo sentido el hombre debe respeto, sobre todo, al niño, a la mujer y a Dios. El respeto al niño se expresa en el imperativo cultural de educarlo y de educarnos a nosotros mismos para servirle de ejemplo; el respeto a la mujer se expresa como el deber ni de maltratar ni de violarla (respetando su virginidad, esa paradójica falta o no saber en que consiste su pureza), también en ser atentos con ella, incluso cortes, por ser la mujer a la vez depositaria de la moral y el espejo a través del cual el hombre mira al mundo y se contempla a sí mismo.  El respeto a Dios, por su parte, se expresa como el deber de obedecer su santa voluntad –la que es también motivo de adoración y reverencia, debido a su primacía absoluta entre todos los seres, por ser Padre supremo y Creador, es decir, suprema autoridad moral.
15.6.- Si la filosofía es el saber de lo más y lo más saber posible, no puede no saber de la empresa reputada como educativa por excelencia a través de los siglos: la educación religiosa, cristiana.  La religión, en efecto, ha visto mejor la esencia de la naturaleza humana como amenazada, por su costado negativo, por el pecado, por el hombre rebelde, de ánimo doble, o sea por el pecador, por el hombre que al faltar a uno sólo de los principios morales, corre el riesgo de hacerse reo, o cómplice o esclavo, de todos los otros pecados o faltas morales, por desatento o irrespetuoso de las normas, llegando a ser ofensivo, grosero, injusto e inmisericorde, sordo en una palabra a los consejos de la moralidad.
   El pecado es visto como una falta moral, como una caída, falta, como una sombra o mancha que va cercando cómodamente al hombre para arrastrarlo al mal que hay en el mundo, por medio de la tentación, de la perdición y a la postre de la condenación metafísica de los irredentos. La religión se presenta entonces como el proceso de educación, en el sentido de la redención del hombre.
15.7.- El irrespeto a Dios, análogamente, es una falta que se extiende a sus creaturas, a los más indefensos primeramente, la mujer y el niño, y posteriormente a los semejantes, incoándose bajo la forma de la ignorancia, del desconocimiento de sus personas, que `primariamente se manifiesta en la maledicencia, culminante en la blasfemia.
   Se habla entonces de los hombres de raíz amarga, esas fuentes saladas que no pueden echar agua dulce, de corazones infectados por la amarga envidia. También de los hombres dubitativos, que por una especie de doblez de ánimo resultan irresolutos, no dejando por ello obra perdurable al ser inconstantes en todos sus caminos –planteando entonces el fabuloso problema de la doblez, de la enajenación o alienación en el hombre.




   El irrespeto es entonces casuísticamente un mentir contra la verdad, un jactarse y gloriarse a sí mismo, resultando por sus ambiciones tales hombres  además contenciosos –siendo todo ello producto de una sabiduría terrenal, animal, incluso demoniaca.  “Porque donde hay envidia y ambición, allí hay también todo tipo contiendas y descontento y toda obra perversa.”  Santiago 3.16.
   Sus motores son la envidia, que deseando no puede conseguir lo que desea, engendra así la guerra; y la codicia, que no pudiendo poseer lo que anhela, lo usurpa o lo violenta. Todo ello derivado de la falta de humildad, del orgullo irrespetuoso a Dios, por no inclinarse y pedirle a Ël con fe, entrañando por tanto una radical incomunicación con Dios, una ruptura ontológica de participación del don lo divino. Por lo que tales hombres de raíz amarga estarían también apartados de la gracia de Dios, siendo rebeldes, inconformes, descontentos, o en una sola palabra desgraciados.
   Hombres de raíz amarga, cuyo corazón amarga lo que toca,  puede caracterizarse por la jactanciosa ambición y la fanfarronería o la llana falsificación de la verdad, pero también por la intriga insidiosa, por blasfemar contra las criaturas hechas a semejanza de Creador. Hombres que son como vides que no producen higos, como higueras que no producen aceitunas, como fuentes que no echan agua dulce, roídos por el gusano de la mentirosa envidia o de la asesina y beligerante codicia –del querer ser y no poder o del querer tener y no poseer.
   Mundo plagado de insatisfacciones y de males, pues donde hay descontento e inconformidad hay toda clase de maldad: de avaricia, de amor a las cosas meramente terrenales, y de ira, que no obra la justicia de Dios. De lucha por los deseos terrenas, de concupiscencia y de adulterio.  Incluida la falta mayor, que es la soberbia, consistente en hacer el mal a sabiendas, de manera obstinada y contumaz, y por la amistad con el mundo y el enfrentamiento con Dios, no directamente, sino por el rodeo del odio a la creación o a sus obras. Es decir, mundo existencialista, consistente en vivir la propia existencia individual de hecho y sin razón de ser, como contrapuesta y enfrentada con Dios.
15.8.- El deber de honrar a los padres, se deriva analógicamente del deber debido a Dios como padre, así como los gestos litúrgicos de la reverencia, del tributo, de la veneración y el homenaje –dimanantes de su santidad y del temor religioso a su potencia y potestad (contra la irreverencia, la blasfemia y el sacrilegio: Is 11.2: Rm 8-5: Mc 13. 14).   
      Ser religioso acaba así por coincidir con ser respetuoso de la divinidad y por tanto de la moralidad que de ella dimana (Hch 17. 22).
15.9.- El respeto es así esencialmente el acatamiento a uno que se presume como superior: es obediencia, subordinación, sumisión o, en su punto más delgado o débil, consideración, miramiento. La rebeldía se expresa por su parte corriendo en el espectro semántico del descreimiento, de desatención, de la desconsideración y por tanto del consecuente distanciamiento por desacato, hasta llegar a voltearse en franco irrespeto que se expresa a su vez en la ironía, zumba, mofa, befa, escarnio o en el sarcasmo –culminantes el la caricaturización y el pitorreo.
15.10.- El fenómeno de la rebelión de los discípulos, la jugada de los rebeldes sin causa, consiste así básicamente en vulnerar la continuidad de la tradición, sustituyendo a ésta por otra cosa en nombre del momento, del instante o de la novedad (tradición de la ruptura). Tomar el lugar de (stand for), o estar por otro caos, que es la estructura del signo, adhiriéndose así a una serie de metasignificados, a un segundo nivel de significaciones que se sobreponen al primer nivel –por lo que hay siempre también en esas actitudes algo de angustia derivada de tal reflexividad:; también de formalismo, de absoluta prioridad de los significantes,  de la que se derivan tanto claves como códigos). También la usurpación: el tomar por fuerza o astucia el lugar de otro, que es ya falsificar. De ahí su espíritu innoble y ferozmente competitivo.
   La rebeldía más generalizadamente se expresa, pues, como una falsificación, ya sea del amor o de la amistad, ya sea del saber, que va de una adulteración de la filosofía a la psicología, de la cultura a la religión, terminando por minar en su raíz misma lo social, chancros morales que llegan pues a impactar a toda una comunidad al aplaudir falsos valores.
   Protón Pseudos o primera mentira que va dando lugar a un mundo de simulaciones y variopintas apariencias, apagando los colores y aplanando los volúmenes de la verdadera realidad –por lo que tiene un indisimulable compromiso con la ficción, la mentira y la ocultación.  Algunos de sus parapetos serían el formalismo huero, el tecnicismo inane la inconsistencia del doble pensar, que se anula a sí mismo, o la orfandad de la ignorancia de los orígenes, culminantes en la asebia o ignorancia de mala fe respecto de Dios. Mercenarios del cosmos, hijos de si mismos, de la fortuna, dispuestos a saltar a la aventura histórica dando la espalda al mito, sin legitimidad, pero también si  origen.
   Algunas de sus figuras serían la del faccioso y el sedicioso, la de la rebeldía pues que invita a la discordia, en su acción de ir “más allá” de los límites impuestos por el respeto. Otra, la del simulador, que con aspecto o rostro o semblante de sumisión no se asemeja en el fondo a aquello que dice obedecer, o que disimula histriónicamente, pues, al no ser en el fondo semejante, similar, cayendo por tanto en lo disímil y en la simulación y disimulación consecuente –como esos semidioses hemipléjicos que no llegan apenas sino a lo cuasimodal, a lo que es quisi-cosa, al remedo, al bagazo del modelo al que pretendían sustituir.
    En su extremo, incurriendo en el gandaya, que llevan una vida de saltimbanqui dada a la tuna, holgazana, por huir y refugiarse en campo bruto, en la loma en greña no cultivada de la barbarie, dándose la vuelta o volteándose -después de agandayar una parcela que no han trabajado, hasta concluir en la figura del desterrado forajido, del vagabundo gandul, del haragán o del tonto.











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