14.1.- La severa crisis
de nuestro tiempo puede verse, en el fondo, como una crisis filosófica. El
chancro que invade a la filosofía es la de la angustia por lo temporal, de cuya
dialéctica de la negatividad no queda sino diagnosticar su origen y mirar de
frente las consecuencias de sus rizomas y tumefacciones para así, luego de
mostrar y extirpar sus causales, volver a la filosofía, ya más ligeros de
equipaje, para encontrar en ella misma la plena consciencia de sí –en una
vuelta a la filosofía de la filosofía.
Imposible
entonces no analizar, no hacer la disecación de la cadaverina que engendra uno
de los grandes fenómenos de la vida social contemporánea: el de la rebelión de
los discípulos, fabuloso complejo donde se abrazan dialécticamente dos fuerzas
colosales (el tiempo y el logos), en una especie de fabulosa gigantomaquia –de
consecuencias realmente impredecibles.
14.2.- Su causa es una
especie de neurosis y/o enajenación de la conciencia social históricamente y
materialmente condicionada que vulnera de raíz y corta de tajo el tallo la sociedad
magistratorum et discipulorum en que socialmente
la filosofía consiste, bajo la forma ambigua de lo que se ha venido a llamar la
“tradición de la ruptura” -en modo es ajena a las vanguardias.
El proceso educativo se convierte entonces en
su reverso, volteando sus conceptos cardinales de convivencia y de formación al
apuntar a un pensamiento contradictorio, dialéctico puede decirse, el mismo,
donde se rompe amargamente con las situaciones de convivencia formativa en que
la educación propiamente cosiste, convirtiéndolas en situaciones ya deformantes
de los contenidos y formas de la cultura, y por tanto deformantes de la persona
misma, o en situaciones de desvivencia, resultando en último término tiránicas tanto
por ser profundamente insatisfactorias, como
por nihilificadoras de la persona, por abortivas de lo humano, donde se
concluye en la muerte del hombre, del humanismo, siendo en cambio sustituida la
educación por una ideología o por un dogma, por un tecnicismo ñoño, por una
magia o por un culto al milagro –fenómeno en modo alguno desligado de las
ideologías fascistas que sustituyen los imperativos de la educación y de la
moralidad, por el inmanentismo de la satisfacción inmediata o del éxito y la
posición social, trasmutando la cooperación pacífica entre las personas en una
lucha feroz, bajo cuyo orden de eficacia competitiva abiertamente triunfan los
imperativos más urgentes de la violencia: la ocultación, la doblez, la
delación, la inquisición y el arrebato, hasta culminar finalmente o en bostezo
idiota del tedio o en la llana estulticia del caos -como palpable e
indefectible consecuencia de haber abiertamente alimentado un manojo indistinto
de valores marchitos.
Amor imperativo por la tiempo que deriva en
una muy cuestionable razón histórica –cuyo sistema del mundo, al perder la
consistencia que le dio origen (hegelianismo), se haya al tal grado
desmembrado, como la cabeza de la mítica Hidra de Lerma, que sólo es posible
asistir al asombroso espectáculo de la reproducción de sus cabezas, cuyas
extremidades aún fragmentadas crecen cual dislocados tentáculos que se
adelantan y se agitan bajo la especie de de un caótico torbellino: pues es de
hecho razón, por tanto una, universal, imperativa, pero como el voluble tiempo es
a la vez cambiante (¿??), no pudiendo erigirse entonces sino en “razón dialéctica” -que se niega metódicamente así
misma para estar siempre un paso más allá de si, desmarcada, siendo por tanto
voluptuosamente excéntrica, alcanzándose sólo a sí misma, en sus impotentes
extremismos tangenciales, bajo la forma de una rabiosa sed de negación que solo
sabe saciarse al beber las oscuras aguas de la negación… de la negación. Para
resultar así afirmativa. Razón universal y una, pues, pero a la vez mudable,
cambiante con el tiempo, en una palabra razón histórica, evolucionista, pues
para poder ser tiene que mutar, dejando forzosamente de ser para rehacerse a sí
misma en un interminable círculo tan excéntrico como extremista de
negatividades).
14.3.- El síntoma más patente de ese modelo de
razón, de la razón del tiempo, de la razón sin Dios, es el de la aniquilación
de la noción de respeto en la persona. En efecto, lo que los fragmentos de tal
filosofía arroja prima faquie sobre
el mundo de la convivencia es directamente una afectación moral al sentimiento
de respeto –engendrando con ello, por mor de algún formalismo, la más patente
informalidad y desatención en los espíritus, redundando como consecuencia
social en el sembradero de la semilla oscura del relativismo escéptico, en cuyo
campo se ciegan los valores, andando el individuo y la sociedad misma frustráneos,
sin poder dar frutos válidos, coptados a su vez por las fuerzas titánicas de
tumultuosas presiones históricas –las que en nombre de lo social destruyen lo
social en su raíz misma.
14.4.- Difícil, en
verdad, moverse y orientarse en ese río revuelto de la razón dialéctica,
poblado por las tan precipitadas como ajadas y molientes rocas romas de sus
valores marchitos -haciendo del alma
mater su seno y su refugio, promoviendo abiertamente la disidencia,
agasajando al rebelde y aplaudiendo la satrapía, dando pábulo con ello al
contingentismo, al excentricismo, al finitismo, al exhibicionismo de la vida
pública y al vacuo formalismo –hasta llegar al ritualismo rígido, regido por
las formas del mero devenir y, a pasos contados, a la idolatría sin sustancia de
la mera posición social de la persona (personalismo). Mundo puramente
existencial, es cierto, donde pulula una caterva de rebeldes sin causa –sin
causa metafísica-, en que se resuelve anodinamente el inmanentismo, el
tecnicismo tecnocrático y el publicismo (la publicidad y la propaganda inclusa),
como rasgos constitutivos de la edad contemporánea, que a su vez devienen en un
desaforado amor por las formas puras, pues, en una especie de prioridad
absoluta del significante: del signo sobre el símbolo, del cuerpo sobre el alma
y de la materia sobre el cuerpo. Rampante formalismo, pues, que viene a
desalojar por completo de contenido el sentimiento del respeto.
14.5.- Nada más común,
más corriente y moliente en nuestro tiempo, siglo y mundo, que ese atravesado
coro de antiautoritarismos –los cuales sin embargo no dejan de rebelar que
están reclamando para si, a todas luces, toda la autoridad más prístina y total,
aunque en el camino hayan dejado de respetar impúdicamente tanto a los otros
como a si mismos –dando lugar con ello a una autoridad tan personalista como atávica
y meramente supersticiosa.
14.6.- Ante tan agreste panorama no queda así sino volver
a ver con más detalle en que consiste el sentimiento del respeto y la autoridad
que de él dimana. El la siguiente entrega…!!!
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