Sobre la Envidia II
Que se puede hacer contra los imbéciles, contra los envidiosos, contra los muertos en vida y los alienados sociales, contra los cínicos de la más baja estofa, contra los demonios burlones que hoy día infestan las letras y la comunicación, convirtiendo el mundo en una jungla de inconscientes? Sólo una cosa: despreciarlos, individualmente o en bloque –evadiendo con ello caer en la tentación de su vulgaridad profunda, de mezclarse con la esterilidad del toma y daca, de las pullas y los comentarios innobles. Esa es hoy en día la única forma digna de combatirlos -sin oportunidad de triunfo tal vez. Cuando se ha rechazado la atmósfera emponzoñada de una época, el clima cultural de rampante subjetivismo de una cultura, carcomida por el chancro de la pseudotranza, por la palabrería intelectualizada de las rémoras de la modernidad, carentes de verdadero espíritu, sólo queda una cosa por hacer: darle la espalda olímpicamente a ese mundillo de apariencias, de afectaciones y de poses, para volverse responsablemente al interior de uno mismo, a la soledad interior de la persona, dándose en medio del desamparo a la reflexión, con la mayor autenticidad posible -mientras se tambalea el mundo y la cultura toda girando en torno del sujeto filosofante.
Que se puede hacer contra los imbéciles, contra los envidiosos, contra los muertos en vida y los alienados sociales, contra los cínicos de la más baja estofa, contra los demonios burlones que hoy día infestan las letras y la comunicación, convirtiendo el mundo en una jungla de inconscientes? Sólo una cosa: despreciarlos, individualmente o en bloque –evadiendo con ello caer en la tentación de su vulgaridad profunda, de mezclarse con la esterilidad del toma y daca, de las pullas y los comentarios innobles. Esa es hoy en día la única forma digna de combatirlos -sin oportunidad de triunfo tal vez. Cuando se ha rechazado la atmósfera emponzoñada de una época, el clima cultural de rampante subjetivismo de una cultura, carcomida por el chancro de la pseudotranza, por la palabrería intelectualizada de las rémoras de la modernidad, carentes de verdadero espíritu, sólo queda una cosa por hacer: darle la espalda olímpicamente a ese mundillo de apariencias, de afectaciones y de poses, para volverse responsablemente al interior de uno mismo, a la soledad interior de la persona, dándose en medio del desamparo a la reflexión, con la mayor autenticidad posible -mientras se tambalea el mundo y la cultura toda girando en torno del sujeto filosofante.
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