martes, 8 de enero de 2013

Filosofía y Escapismo Por Alberto Espinosa




De la metafísica, mucho me temo, como del mito, no se puede escapar: el hombre es un animal metafísico. Tarde o temprano empiezan a surgir las preguntas, las cuestiones últimas. La escuela positivista, con Sir Bertrand Russell a la cabeza, con todo y su socialismo británico a la big-brother, puede regatear el problema y dar una respuesta mezquina, detener el proceso de inferencias lógicas, paralizar el razonamiento, y quedarse en el mundo sin llegar a Dios, diciéndole a la trascendencia con un gesto displicente "ahí te quedas" para libar el jugo codiciado de las sustancias. Otros, más existencialistas, dirán que no son las apariencias, sino que son las esencias las que nos engañan, que hay que vivir aquí y ahora (ict et nunc) desplegando la voluntad de poderío y creando valores -aliándose evidentemente con los señores, esos inventores de la especulación financiera. Dirán misa respecto de la muerte de la metafísica, se inventarán un lenguaje lógicamente bien hecho sin metafísica, una lógica sin metafísica, una neolengua, que juegue con la contradicción y la dialéctica del devenir, que haga malabares en su país de las maravillas con el mismo principio de identidad -nada, estarán postulando a su vez una metafísica, otra metafísica: no la metafísica del ser (ontología) , sino la metafísica de la nada (meontología), dando así razón, tan indirecta cuan inconscientemente, oh vergüenza filosófica, no de la estructura del ser, sino de la estructura de la mente positivista, que en un momento dado, que en un punto determinado, opta, si, fíjense nada más, opta no por el amor a los existentes y los principios trascendentes, sino por el deseo de aniquilación de los mismos, por odio a las existencias, a los existentes -cardinal y especialmente por algún odio a sí mismos, por una inconfesada preferencia por la finitud existencial, por la finitud del mundo, del ser todo, que dimana esencialmente de un deseo oculto de dejar de ser, de mejor no ser ante la posible presencia y juicio de Aquel. Ingurgitación, pues, de un hoyo en la conciencia, de un vacío en la arquitectura filosófica, que conmueve entero su edificio para convertido en un no-sistema del mundo, en una visión a-sistemática del mundo reducida a mera analítica de conceptos aislados o a polvareda sensualista, sin síntesis posible, al barrer al sujeto filosofante de la escena, pues para ellos es precisamente la escena del crimen inmanentista, del puño ideicida ante el cual sucumbe, al menos in mente, la idea, los ideales, las esencias todas -llevándose de corbata no digamos ya a la metafísica, sino a toda visión del hombre y a toda comunidad de fe trascedente.



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