martes, 27 de noviembre de 2012

Alberto Espinosa El Ministerio de Lectura

El Ministerio de Lectura

   Había en sus rostros algo de maquinal, o bien de burdo, de rústico o de inacabado; cuando no la ansiedad que inundaba sus miradas las volvía perpetuamente esquivas. Todo ello daba a sus rostros una expresión animalesca, irracional, vacía.
   En ese tiempo el Ministerio de Lectura había sustituido ya a todos los artistas y escritores por lo que ellos llamaban con pedante funcionalismo "promotores culturales", los cuales eran en realidad pequeños homúnculos, apenas unas larvas de la cibernética contemporánea, fanáticos soñadores de sus posibles poderes, quienes tomaban sus embrionarias posiciones en un mundo gobernado maquinalmente por las potencias inhumanas, siendo ellos mismos, estériles desde el punto de vista del espíritu, gobernados como máquinas.
   Lo cierto es que el "acto humano de la lectura", como ellos le decían, les resultaba insoportablemente cansado, tan fatigante como fastidioso, y sobre todo sin sentido práctico: si acaso fábulas de fuentes, material de las sueños con que urdir un "sabrosos" cuento, destinado no a otra cosa que a matar el tiempo -aunque ello no era óbice para que en sus arengas públicas alabaran tal práctica con inmoderada e insana insistencia, acuñando el vacuo truismo según el cual "Leer nos hace mejores personas".
   Así, los "promotores culturales" no eran propiamente ni maestros de letras, menos aún historiadores o filósofos, hombres de armas dedicados a pulir un campo de batalla o a perfilar la comba del dilatado universo; no, nada de eso, se trataba de galeotes, de diletantes distraídas, llevadas y traídas de aquí para allá, sin ton ni son, por los mismos procedimientos institucionales, hablando siempre, ya mecánicamente y sin ninguna convicción, de la lectura como el bien más grande de la humanidad, algo así como una panacea pitagórica  -quedándose apenas en vagas y variadas especies de brigadistas del tedio, quienes repetían palabras "tipo" como "interpretar", "significados", “el imaginario”, "icono", atribuyéndoles poderes misterios, sin entender por supuesto una sola palabra, sin poder entrar tampoco al mundo de la cultura y de la formación humanística que se abre por medio del espíritu y, sobre todo, sin poder hacer vivir un lenguaje. Casi no vale la pena añadir que muchos de ellos desviaban la idea onanista y meramente epicúrea del "leer para leer", objetivo tautológico apenas velado del Ministerio de Lectura, por el deseo, determinado por rancios atavismos campiranos, de ordeñar con fruición las rubicundas ubres de las vacas...
   La labor en el Ministerio de Lectura era, sin embargo, ardua. Dependiente en todo de una oscura oficialía central, su primer representante, el decano y pionero en la materia había sido un hombre gordo, mofletudo, un jarocho bastante campechano de rasgos negroides e imponente ecuatorial volumen, debatido todo el tiempo con intestinas arengas trufadas de lesos ademanes indicativos y de violentos manotazos ramplones, que estaban siempre a medio camino o del exabrupto o del llanto. Su misión, como la de varios “lectores” (así se les llamaba realmente) en la actualidad, había sido la de promover el levantamiento de monumentos y la recaudación de firmas y la recolección de dinerom muchas veces entre el campesinado, para la elaboración de placas conmemorativas y broncineos bustos consagrados a los héroes patrios. En realidad, detrás de esta labor ornamental inane, se dibujaba desde sus orígenes su verdadero propósito: la elaboración del organigrama estanco sociológico-institucional, acompañado literariamente por el canon y, en su médula misma, del index. Los autores que debían ser leídos y fomentados, turcos especialmente y polacos paganos en su mayor por ciento –sin embargo,  en el centro mismo del sistema, se encontraban bajo siete llaves la memoria de aquellos autores, oradores y prohombres regionales sobre los que debía caer el más insidioso de los olvidos, arrojándolos con impiedad, como se decía con insultante mal gusto en aquellas regiones ministeriales, al basurero de la historia.















martes, 20 de noviembre de 2012

ALBERTO ESPINOSA Monadología III La Historiología y sus Leyes



1. 
         1.-   La fórmula de la historiografía alemana, prusiana, polaca, ha seguido siendo la certificación de hechos o la comprobación de su influjo sobre otros hechos, siendo la misión de la historia decir como han pasado las cosas.

2.     2.-  Tal fórmula entiende por ciencia de la historia el arte de no comprometerse intelectualmente –de no ser taxativo, claro, inequívoco, de sólo transitar por un desierto de vaguedades, siendo para ellos el arte de la historia la crónica –siendo así el mejor historiador el alma más retrasada y más pobre en ideas, en donde el alma se halla atada a un expediente, donde no hay más luz que la que arrojan las papeletas, alma de cronista, de burócrata: alma de mandarín.

3.      3.- La historia, sin embargo, no es la filosofía; el error dela historia filosófica es la de pretender deducir lógicamente los hechos alógicos de la historia, como sucede en la filosofía del espíritu absoluto.  

4.       4.- Si la historia es crítica y documento, sin embargo, en tanto crítica tiene que ser filosófica –y filosofía reforzada por las fuentes, por los documentos.

5.       5.- La historia no es el documento –como la física no es el experimento. Hay ahora una historia naturalista, que quisiera fundarse en el experimento. El análisis físico de la naturaleza construye una figura conceptual, con la cual comparar el fenómeno sensible y, podría decirse, no observa lo que ve, sino que busca lo contrario al dato; en física el análisis es puro, pero sólo a partir de la observación impura. 

6.        6.- Se requiere de una teoría del conocimiento histórico. La investigación histórica examina lo individual, pero lo examina a partir de normas morales, y pretende comprender el curso de la historia en todo su conjunto. 

7.       7.- Por ello, la historia es más que crítica y documento: tiene una marcha, un progreso, del cual se derivan sus propias categorías.

8.     8.- Porque la ciencia nunca es mera empiria -observación del dato a posteriori; la ciencia siempre es construcción a priori –confirmación por correspondencia de una idea, de una forma, de un modelo, que es el papel que juega el experimento, que toca sólo en algunos puntos el mundo de la experiencia.

9.      9.- La misión de la ciencia es la de adaptar los fenómenos a ciertas ideas a priori, independientes del experimento, confirmando la ley, que es un hecho imaginario, o combinando varias leyes, y así logra explicar los hechos. La física adapta los fenómenos a formas matemáticas y construye por lo tanto matemáticamente. 

1   10.   La historia no consiste en el documento. Su primera dificultad es la observación y la depuración del dato, que es el piso, el suelo de la ciencia histórica-fuentes que pueden tener una desproporción monstruosa, en las naufraga el historiador, produciendo en el lector la impresión de ser más humo que llama.

1   11.   Perola ciencia empieza más allá de los datos históricos, que es lo dado inmediatamente a la ciencia, al ir más allá de ellos. La historia es cosa distinta a la documentación, pero también a la filología. No es la labor del archivista que trabaja sobre códices, estudiando las fuentes  al grado que empantana el área histórica por no tener clara conciencia de los problemas históricos –que no hacen sino revelar la miseria intelectual del torpe filólogo.

1   12.    La historia, como toda ciencia empírica, no es un agregado, sino una construcción. Toda ciencia de realidades se compone de cuatro elementos:
a).- Un núcleo a priori: lo histórico es a la historia lo que la materia es a la física.
b).- Un sistema de hipótesis que enlazan el núcleo a priori con los hechos historiados.
c).-Las inducciones dependen de esa hipótesis.
d).- Una vasta periferia de hechos, rigurosamente empírica –descripción de puros hechos o datos.

13.- El mundo es visto a través de las categorías de lo existente,  que permiten un conocimiento del mundo –el error del positivismo es creer que hay un conocimiento del mundo y a la vez, en obvia paradoja, que el mundo no tiene forma, estructura, anatomía, que es un caos de sensaciones informe, es decir que no es un mundo.

14.- La condición de posibilidad de la experiencia es que sea y que sea algo, que tenga forma, estructura, figura carácter.

15.- La materia es la porción de la realidad más cercana a ser un caos, por ser el modo de ser menos determinado que existe, siendo sus formas elementales muy abstractas, muy vagas, gozando la acción intelectual ante ella de un amplio margen, proyectando los sujetos formas sobre los fenómenos, siendo tolerado por ellos –hay muchas físicas, porque ninguna de ellas es necesaria. La física hace una figura imaginaria, simbólica, mecánica, subjetiva, del mundo corpóreo, hasta que  topa con la resistencia que le ofrece la forma efectiva, auténtica, que la materia le ofrece.

16.- Lo real histórico posee una figura propia, determinada, exclusiva, siendo menos vaga o abstracta por su objeto que la física, que renuncia a comprender a su objeto, quedándose exclusivamente en salvar los fenómenos: en no contradecir las apariencias, por mor de construir un sistema de manipulaciones efectivas que sea coherente.

17.- La historia no es manipulación, sino descubrimiento de realidad; por ello está obligada a comprender –tiene que mantenerse en contacto ininterrumpido con ella por medio de actos de comprensión, no pudiendo por ello sustantivar sus métodos, ya sea en operaciones mecánicas o en manipulaciones. La historiografía no consiste, como la física, en sus métodos, por lo que no puede sobreestimar las técnicas inferiores de la lingüística, de la filología de la estadística –recetas dogmáticas del método sustantivado que se vuelve independiente.

18.- Al ser la historia un auténtico conocer, los métodos y técnicas son necesarios por imprescindibles, pero disminuyen su valor, siendo menor su rango en el cuerpo científico por no ser principales.

19.- El método es todo funcionamiento intelectual no determinado por el objeto, predeterminando la relación del sujeto con los fenómenos y mecanizar su labor ante ellos. El dogmatismo, la sustantivarse y hacerse independiente, da por sabido lo que se quiere averiguar, constituyendo entonces en una certidumbre dogmática.

20.- Si la historia no llega  a ser ciencia se debe sobre todo a los métodos, a la mecanización de su trabajo, pues es el método un pensar mecanizado para el provecho del todo, que no estaba en los datos. Pero la historia tampoco consiste en los datos que encuentra el archivista. La ciencia empieza donde el método acaba, cuando los métodos nacen de la ciencia que los postula y suscita, cuando es potente para surtir los datos a la historia; porque los datos son síntomas o manifestaciones de la realidad –y, sobre todo, son dados a alguien para algo: para el verdadero historiador la realidad histórica.

21.- Más allá de los ingredientes variables que constituyen la historia, está un núcleo de ingredientes invariables, que van de relativa a absolutamente constantes: su estructura radical o a priori, categórica, independiente de la variación de los datos históricos –aún tomando en cuenta su carácter diferenciar, individual, innovador, donde rige sólo el azar y el albedrío.

22.- La primea constante absoluta: la condición de hombres .y de hombres históricos – César y Pompeyo son ambos romanos del siglo I a, de C., siendo su diferente modo de  ambos romanos. La historia recibe conceptos de la antropología para su edificación y está constituida también por ella: la estructura genérica de la vida humana; lo verosímil y lo inverosímil: lo que es humanamente posible o imposible humanamente –en cierta época, en cierto pueblo, en cierto hombre (en la critica de fuentes).

23.-  La figura individual tiene también una naturaleza constante, una estructura permanente, la incluya muchas constantes no individuales, ingredientes abstractos no individuales, comunes a otros miembros de su tiempo –Cesar está emparentado con todos los hombres de “carácter cesáreo” y con los generales vencedores de todos los tiempos, siendo César mismo, si un azar metafísico, como pura realidad histórica es una mezcla de elementos constantes.

24.- La verdadera misión de la historia es así determinar en cada caso lo que hay de constante y de azaroso.-pues de registrar puros azares la ciencia histórica no solo sería imposible sino inefable. Requiere para ello de una técnica: de una ontología de la realidad histórica, del estudio a priori de su estructura esencial, así como la definición de las individualidades, de los entes singulares.

25.- La metahistoria definiría lo real histórico in genere, analizándolo en sus categorías primarias. La historia sería entonces una concreción de la metahistoria –como lo es la física de la metafísica.

26.- Metaf´ñisca de la historia: todo ser tiene su forma original antes de que el pensar lo piense; el pensamiento tiene también la suya. La misión del intelecto su forma constitutiva, e adoptar la forma de los objetos, haciendo de estos su principio y norma, combinado y analizando ideas objetivas dentro de las limitaciones dadas por los principios. La razón determinada es la cosa, una razón des-subjetivizada (la razón histórica, el gran logro de Hegel).

27,- Las leyes: 1ª.- La mayor porción de la vida individual conste en encontrarse con otras individualidades, que tocan en diferentes grados la vida individual, que es independiente de mí y que reacciona sobre mi acción, donde no hay nunca inclusión, sino convivencia y que completa el vivir del individuo, trascendiendo lo individual y psicológico: choque, enlace, amistad, amor, odio, lucha, compromiso.

28.- 2ª.- la vida estrictamente colectiva, que envuelve la vida individual e interindividual, que avanza hacia un todo vivo y más amplio que incluye lo individual lo interindividual y lo colectivo, que es la vida social –no pudiendo en rigor decir el individuo donde empieza él y lo suyo propio y donde termina lo que es en él materia social: las normas, las emociones las ideas que actúan en ostros y que son hilos sociales que pasan por nosotros, sin nacer de nosotros ni ser de nuestra propiedad, sino que son de sujetos sociológicos.  

29.- 3ª.- El valor eminente de cambio incesante, de continuo movimiento, de proceso o flujo que aparece en la vida social, se estructura a su ves en la articulación de tres generaciones dadas en lo social –manifestando sólo una sección de un todo vital amplísimo, cuyos confines son tan indefinidos hacia el pasado como hacia el futuro, hundiéndose y esfumándose en ambas direcciones.  

 30.- Esa es la estructura a priori de la vida y de la realidad histórica o su círculo máximo de extensión -siendo sus dos formas efectivas  la de la “humanidad” y la de su “universalidad” o valor mundial, ya sean formas efectivas de la realidad histórica o meras idealizaciones. El círculo ínfimo es el del individuo aislado, si tal cosa fuese posible; o es su círculo más interior, porque no puede ser independiente de un pueblo, raza, nación, sociedad, cultura –círculos máximos que influyen sobre el interior en alguna medida o razón, y viceversa, de cuyo círculo máximo no cabe mayor trascendencia que no sea metafísica… ella misma histórica probablemente.
 



Alberto Espinosa Viajemos…




   Viajar es necesario. Pero de hecho no solo se viaja en el espacio, sino también en el tiempo, en la historia, en el pasado registrado por la memoria humana: se puede viajar, por ejemplo, a la caída de la gran Tenochtitlán y asistir al momento grandioso en que Tezcatlipoca y su hediondo refrigerador de hígados pestilentes fue sustituido con las imágenes de la Virgen y San Cristóbal. Esta el viaje inane del turista, pero hay también los viajes de exploración, de cultura, de aventura, siendo excepcionales los viajes románticos tanto como los viajes de peregrinación -este importantísimo, sujeto a determinadas reglas, porque debe haber coincidencia entre la peregrinación exterior y la peregrinación que se lleva por dentro en un impulso auténtico de la persona de buscar el centro.
   Los viajes tienen un medio de trasporte y un fin; el medio de trasporte puede ser el libro, el viaje en el tiempo, el viaje psicológico a las regiones del alma humana, por caso en la ficción, que marcha en un cohete a estrellas lejanas, o por la lectura a la interioridad más recóndita de la persona -como sucede en el viaje al submundo mexicano de Juan Rulfo.
   El fin presupone el propósito del viajero: el de quien viaja por placer, para salir de sí y romper con la monotonía del trabajo de larvas, como en las costumbres mecanizadas de los europeos, que han instituido con holgura económica “el veranear”, pero que acaba o que se reduce igualmente a la figura del turista, degradada hasta coincidir con el lamentable spreen braker: el viaje para perderse, para disiparse. El fin puede ser, sin embargo, otro: el del conocimiento mismo: ir a la Madre Patria, para conocerse mejor a uno mismo, para ver ese fondo español que tenemos los mexicanos y que nos anima.
   Un viaje interesantísimo es el del exilado, el del exilado por motivos políticos, individual o colectivo, viajar para salvar el pellejo como quien dice, para buscar la verdadera patria, que es en mucho una patria interior, que es el caso del desterrado y el de las migraciones masivas –viaje que cambia la vida y afecta irremediable el destino.
  Otro tipo de viaje es el viaje familiar, el viaje a los orígenes, cuando alguien viaja a las tierra de los padres, que resulta algo incomparable,  porque entonces hay una serie de recuerdos, una especie de memoria que se reanima. Cuando viajo a Zacatecas, en lo personal me sucede eso; por ser de familia zacatecana, pues entonces reviva una parte de la memoria familiar y colectiva... los modos de hablar lejanos, el “pos puesn” que amarra un poco y tensa los músculos faciales;  o la visión de tal o cual callejón, tan español, tan pueblerino, o la sorpresa ante la figura de aquella dama que, no se sabe si la entrevimos en un sueño, o en otra vida en aquel balcón que se asoma; o el fantasma del poeta que pasa y que quisiera hablar, al que quisiéramos decirle algo, que estamos en la tasa de oro, que no ha muerto la otrora civilizadora del norte.
   Todo viaje se caracteriza por tener un trayecto y una meta. La duración del trayecto se puede casi   anular con los vehículos de trasporte modernos, cada vez vertiginosos, ir a Europa en dos meses por barco no puede ser lo mismo que hacerlo en avión en 12 horas, en 10,en 8, en 4, en 2 horas… pues el viaje queda así prácticamente anulado en cuanto trayecto, o la experiencia misma del trayecto se vuelve algo insustancial, como en todo lo moderno, definido si por algo por su aceleración. Pero puede aniquilarse también la meta, es el viajar por viajar, es el tomar el carro, y luego el avión y el carro y de nuevo el avión, como un satélite disparado donde se anulado taquicárdicamente tanto el viaje como la meta. Error todo ello, porque se viaja no solo para la meta, sino que en el canino, como en la vida, está la esencia del viajar; viajar por tren, por ejemplo, en un gabinete solipsista, que deja muchas horas para el recuerdo, para la meditación, para el examen de conciencia, de manera lenta, distinguida, donde se puede fumar un cigarrillo entre dos vagones sintiendo el frio de la madrugada y el viento, donde se va al restaurante movible del tren y con un filete mingón con setas  se puede leer parsimoniosamente las noticias periódicas del día anterior, donde al pasar por Aguascalientes dos hombres platican, sin poder escucharlos, revelando de modo silente la esencia de la conversación, de lo humano mismo, del logos que diferencia al animal humano, hasta llegar por fin a divisar el crestón de la meseta, la corona encallada, el corcel que se encabrita… y llegar al destino final: a las dos estaciones que tiene Zacatecas:  la del frio salubre e invernal que aprieta las mandíbulas y la de trenes -porque en Zacatecas sólo hay esas dos estaciones.