Es nuestra época aún tiempos de socialismo,
tiempos revolucionarios, en un mundo de crisis y de inconformidad ante los
valores desgastados de la tradición, seguidos por hábito en gran número de los
casos, pero sostenidos sin fe viva. El
ideal social del altruismo se vuelve así, con demasiada frecuencia, teórico,
verbal, meramente retórico, cuando sólo podría ser una realidad inmediata,
difundida como por contagio afectivo, de ser inmediato, práctico, eficaz,
fundando así en sus mejores sentimientos (llamados tradicionalmente piedad,
caridad, altruismo) la cooperación social salvadora y la misma justicia social –dejando
de ser entonces un ideal brumoso o una vaga utopía para obedecer a hechos
concretos y rigurosos.
El marxismo, hoy asumido todavía en nuestros países
latinoamericanos como una fe irracional e incluso como un dogma que sustituye
al religioso, ensaya infatigablemente a su posible profeta y a su carismático
sacerdote, que se postulan como las cabezas a ser obedecidas por los rebeldes,
cuya inconformidad cambia misteriosamente de signo ante tales presencias para
adocenarse en una servidumbre evidentemente rentable. La oposición del marxismo
a otras formas sociales de altruismo, particularmente al religioso, cristiano,
es así constitutiva, estructural, orgánica, pues su más caro objetivo no es
otro que dominar el socialismo, que reinar en la conciencia social. Su fisura,
sin embargo, se encuentra en que sus bases o fundamentos metafísicos resultan
muy cuestionables, derivándose de todo ello una ética de cargada sin verdadera
participación social –al carecer finalmente de religión, de verdad salvadora,
de idea del más allá, resultando en último análisis una ética meramente
hedonista, del placer y de la libertad vista como un mero derecho de paso para poder
atender ese placer, subjetivo, pues, individualista.
Su socialismo de grupo es así no íntimo,
sino de cargada, político, cerrado por sujeto a las presiones sociales y por
tanto al decadentismo e intereses degradados de la época inscrito en tales conformaciones.
Así, los sentimientos nobles del altruismo, de la cooperación, de la simpatía y
atención al otro, pronto se ven constreñidos por el deber “ser social”, donde
se incrustan valores oriundos más bien del narcisismo, del personalismo y de la
voluntad de poder, introyectándose entonces en el socialismo el más rampante de
los subjetivismos. Porque es así que al espíritu de altruismo, al sentimiento
social de cooperación, viene a supeditarse a las alianzas, a los asuntos económico-políticos,
a las conveniencias sociales, ligadas todas ellas a las ideologías del progresismo,
al modernismo del futursimo y del presentismo, al materialismo de las
condiciones de existencia, al gregarismo ateológico del mero existencialismo, al
dogmatismo, al proselitismo propagandístico y al adoctrinamiento tecnocrático,
desmantelando por tanto toda virtud y sembrando la confusión en las
conciencias.
Los vicios de tales formas de socialismo son
patentes: la socialización de la persona al extremo de la enajenación personal,
dejando el sujeto incluso de ser individuo; el fenómeno del desconocimiento
estimativo y práctico de la persona en cuento tal, en favor todo ello de la
estimación de los procedimientos del partido y del escalafón administrativo, ante
el que se postra el ser socializado o ante las formas y embudos de la
burocracia, y; el establecimiento final de un principio rector basado en la
pseudo-filosofía del éxito individual y del triunfo a toda costa, concebidos
como una lucha a expensas del prójimo, como algo que nace esencialmente de la
ambición personal y del temor a la exclusión, en un abierto predominio del
espíritu de competencia.
Sin embargo, ante los sentimientos sociales
auténticos no cabe confusión posible: es el amor fraterno en las relaciones
entre individuos y grupos y el desarrollo de los sentimientos de cooperación
que, se desentiende de los intereses práctico utilitarios en favor de los ideales
humanistas, sido uno de ellos y esencial el de la solidaridad entre las personas
tanto en la alegría como aflicción –todo lo cual implica la liberación de los
grilletes que nos mantienen atados a los intereses puramente egoístas,
hedonistas, para entrar en el ámbito de sentimientos, pensamientos y
aspiraciones de valor suprapersonal,
donde se armoniza por tanto la verdad con la justicia y la belleza (religión
ilustrada).
Muy interesante.
ResponderEliminarNo podía haberse explicado de una forma más clara.
Gracias Don Lázaro Armas... para los dormidos, que se levanten de la muerte y anden
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