I.- La Revuelta de las Ideologías: Hombre Moderno y
Tradición de la Ruptura
(Primera Parte)
“el bien, quisimos el bien,
enderezar al mundo,
no nos faltó entereza, nos faltó
humildad,
lo que quisimos no lo quisimos
con inocencia”
Octavio Paz, Nocturno a San Ildefonso
I
Recordar a un pensado, a un historiador de las ideas y de la cultura de
las dimensiones de Octavio Paz es enfrentarnos también a y lúcido pensador, es
decir a un y filósofo que fue al fondo de los problemas más urentes de nuestro
tiempo para levar a cabo una minuciosa crítica y un profundo examen de
conciencia de la cultura occidental y de la figura del hombre moderno para caracterizarlo
en su notas esenciales. Su método: parir de la situación concreta con la que se
ha crecido, con la hemos con la que hemos con-crecido, potencializando la
circunstancia concreta mediante una descripción crítica de los tipos humanos,
de su caractereología y moral, para arribar así a una generalización teórica
que explica los fenómenos, en el marco de una filosofía de la cultura de fuerte
raigambre ética y educativa. Filosofía de la salvación de las circunstancias,
es verdad, que explora los diversos sectores de la cultura que giran en torno
al sujeto de la reflexión para dar razón y cuenta existencial de ellos, a la
manera del método seguido por las ciencias de la naturaleza, pero que a la vez
los potencia a actualizar el logos por medio del concepto o al vislumbrar su
esencia –siendo tal reflexionar sobre la circunstancia cultural concreta una
misma cosa con la cultura o en la que ésta se espejea, potenciando con ello un
carácter nacional. Reflexión, pues, que toma su objetos desde una circularidad concéntrica,
partiendo de la propia alma, del centro que es el sujeto, para pasar a las
circunstancias y de ahí al examen de su historia y de su esencia o su figura, ya más abstracta
y universal.
II
La obra de Octavio Paz puede verse así como una descripción
fenomenológica, a la vez existencia y esencial, del hombre
moderno-contemporáneo (o tardo-moderno, mejor que post-moderno) a la vez
psicológica e histórica-social. Girando en torno a tal tema central Paz
emprende su tarea de caracterización al topar con dos de sus notas más
relevantes: la rebeldía y lo que él mismo bautizó como la “tradición de la
ruptura”. Sus figuras son así las de hombre existencia; las del hombre del
existencialismo, no ajeno a las experiencias concretas de la angustia y la
desesperación, pero en las que se da un fenómeno que constituye el gran dato de
la filosofía del Sigo XX: el de la doblez o enajenación. Doblez, porque debido
a la atura histórica el hombre contemporáneo delata sus pliegues y repliegues
singularísimos de la conciencia, debido a las capas históricas que
tectónicamente se superponen unas sobre otras, añadiendo y muchas veces
sepultando la capa más reciente de la modernidad a su último sustrato: que es
la estructura psicológica del hombre, más que renacentista, medieval.
Bajo la óptica del fragmento, que tácitamente alude a todo un sistema de
relaciones, el poeta y visionario mexicano aporta un gran número de nuevos
elementos y formas que laten en las capas ocultas de nuestro inconsciente –que
hay que sumar a los datos pioneros aportados por el Siglo XIX: la alienación
sufrida o menos por el trabajador fabril que por el dueño del capital (Marx);
la voluntad de poderío agazapada tras de los ideales más puros de la moralidad (Nietzsche); las terribles
presiones históricas y generacionales producto de la pecaminosidad y que
herrumbran la conciencia (Kierkegaard). Fabuloso complejo donde se abrazan las
fuerzas, hermanas enemigas, del tiempo y el logos, diagnosticado finalmente por
el filósofo republicano José Gaos como “ciclotimia” consistente en una doble
oscilación o desequilibrio onto-axologico en el hombre.
En efecto, el hombre modero pareciera animado desde su raíz por una
especie de rebeldía constitutiva, que lo obliga a voltearse, a volverse, a dar
media vuelta y enfrenarse a la tradición
–carácter que tiñe con el inquietante acento de la rebelión y la revolución al
hombre contemporáneo. Su divisa es el cambio: lo mismo cambiar el mundo que la
vida que reinventar el amor. Motor ambiguo, cifra muchas equívoca que conforma
en extraños moldes las nociones centrales de nuestra época, siglo o mundo:
llámese lo mismo cultura que ideología, progreso que cienicismo o tecnocracia.
Sus formas psicológicas no son otras que las de la inconformidad y la
desesperación; sus formas sociales las de la prioridad de un nuevo tiempo: el
futuro –que no tarda, sobre su porosidad aguijada de minutos, en derrumbarse,
como bajo la presión la piedra pómez, para devenir en una vertiginosa
polvareda: la prioridad de ahora, no del momento detenido de la epifanía, sino
del tiempo fluido y línea que termina en una vacua consagración profana del
instante.
III
La revuelta contra la tradición emprendida por el existencialismo de la
edad moderna se caracteriza por haber entronizado la figura de rebelde y nos afecta a todos: a la mujer, al
estudiante, al obrero, al intelectual, al artista, al poeta. En la academia se
especializa, toma la forma específica de la rebelión de los discípulos y la
liturgia del asesinato ritual del padre. En el terreno político y moral, lo
mismo en la anarquía que en el socialismo; en el terreno teológico en ateísmo o, mejor, en la indiferencia en
materia religiosa –trufando el orbe ético de vacíos, dejando un regusto amargo
signado por las falsas doctrinas o por la inextricable dialéctica de la
negación. Uno de los nombres genéricos que engloban a la tradición de la
ruptura es el de “ideología”, la cual se presenta a las mentalidades como una
nueva fe, buena o mala, y hasta como una nueva religión –las más de las veces
deshabitada-, a ser llamada lo mismo con los nombres de socialismo que de
utopía o de progreso, o revolución o tecnocracia.
Así, la filosofía que inició su carrera en Grecia hace XXIV siglo como
una crítica de la religión, dando con ello muerte a sus progenitores, ha
desembocado en nuestros días en una filosofía de la cultura que culmina en la
crítica de las ideologías. Tal es el caso en la crítica del hombre rebelde,
anejo al revoltoso y al revolucionario, en una palabra: al inconforme, cuyas
figuras de universal aplauso se resquebrajan bajo los síntomas de un vacío
angustiante y las marcas inocultables de una insatisfacción creciente en las
conciencias.
Su sado: el de una experiencia generacional frustrada y no de un haber positivo, pues deja u sabor
amargo en las pupilas, un gusto ácido en las insomnes cines de haber
experimentado en cabeza propia la bancarrota del espíritu –ante las carcajadas
chuscas de los demonios churriguerescos quienes, entre los chisquetes ictéricos
de sus quemantes anilinas, bañan
nuestras vasijas de porcelanas y vajillas de cobre, revelando lo que hay
en los hombres de tristes y vulgares pecadores. Porque la ufana y atropellada
modernidad, en efecto, ha concluido en un asombroso enredo de inextricables
paradojas, insalvables ya hasta para la más audaz de las dialécticas: en el
adocenamiento burocrático o el feroz individualismo de los socialistas,
dispuestos a saciar fácilmente su vanidad, no con la realización de una utopía,
sino con la orquestación de una caricatura o de una rancia fantasía de la
infancia; en la propaganda del rebelde agasajado y del disidente aplaudido; en
el materialismo histórico del consumo; en la insurrección coronada por el
déspota; en la obediencia incondicional de los rebeldes; en el acartonado
academicismo de las vanguardias; en la originalidad unánime, producida en
serie; y hasta en el apartado de la fe encontramos, ya no sólo al cocodrilo
metido a redentor, sino la fe en la razón y hasta en la ciencia, que lleva
junto con ella la adherencia de su voluntad de dominio sobre la naturaleza
inanimada, pero también animada, humana, individual y social, lo que no deja de
tener sus mitos, abigarrados misterios y cultos milagreros. Dialéctica irresuelta,
pues, que a todas luces muestra un desgarrador desequilibrio entre el valor y
la representación que se presume y la contrariedad del poder que en realidad se
busca –revelado en el destino que existencialmente se labra, y que es
generalmente silenciado.
Así, una de las aportaciones mayores de Octavio Paz al debate
contemporáneo es su profundo examen crítico a la cultura moderna, pues, que se
ordena por círculos concéntricos a partir del sujeto de la reflexión, el cual
marcha hacia los objetos concretos que se presentan en su torno, destilando en
el matraz de la conciencia las refracciones que producen en su propia alma,
para tejer sus fragmentos en un conjunto de relaciones determinados por la
circunstancialidad cultural, no menos que por la situacionalidad moral e
histórica en las que se desarrolla el sujeto de la reflexión filosofante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario