Un Hombre
Por Alberto
Espinosa Orozco
Hubo una vez un hombre quien propiamente no era un hombre: era una
jerga. Ser oportunista que, sin embargo, nunca fue de provecho alguno. Criado
de todos siempre se sirvió en realidad solo a sí mismo. Aprovechando la
ignorancia ajena y cultivando la traición a sí mismo en gestos descompuestos,
rastreras genuflexiones y chanzas anodinas fue mucho menos que un payaso
circense, dando formas estilizadas a la abyección, de la que pretendió hacer un
arte. Anarquista pertinaz tuvo éxito en todas sus empresas, aunque bien a bien
no tuvo empresa alguna. La burocracia, confundida con sus disparates
poetécnicos, le fue concediendo ambiguos puestos de responsabilidad, salarios,
representaciones, incluso honores.
No hubo valor que no pisoteara con descaro, no hubo relación que no
retorciera y entre sus manos crispadas recibió con evidente jubilo el cheque de
dos dígitos más seis ceros la inverosímil jubilación y el inmerecido puesto
fantasma en la academia, presentando puntualmente cada quincena para seguir
toreando la fatigada nómina. Modelo de la juventud a la que deformó con su
deshilvanada labia por décadas hoy en día ya pocos lo recuerdan, pues hizo de
la memoria de su vida una escala vergonzosa de sucesivos equívocos y olvidos.
Con sus modales de clawn empedernido
corrompió de a poco en su trayecto a la sociedad entera erosionándola hasta sus
mismos cimientos, dejando finalmente a nadie un disímbolo testamento de objetos
ociosos, entre los cuales, hay que reconocerlo, se encontrar, ahogadas entre
juguetes, vehículos lujos, propiedades y deudas de ruleta, dos o tres obras de
arte auténtico.
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