sábado, 9 de marzo de 2013

La Poesía y el Bosque Por Alberto Espinosa




La poesía es la creación más inmediata del espíritu -también es la más radical pues, cuando frisa la universalidad de su sentido, logra establecer un suelo fértil donde se arraiga el resto de la cultura (pues ningún suelo puede realmente serlo si no da árboles). Empero, el arte poético muere cuando pretende crear objetos herméticos o un mundo completamente fuera de la realidad. En el primer caso, en el arte abstracto, la tierra se enfría, llegando al más alto grado de estancamiento a coincidir con el hielo donde mueren los sentimientos petrificados en la indiferencia, donde a emoción perece queda por el cierzo. La poesía también puede disiparse cuando la sequedad del fuego combate la humedad de la tierra, cuando arde para consumirse en un fuego ajeno a la realidad, cuando desatiende el componente de armonización de los elementos esenciales o cuando desdeña la condición humana. La poesía fundadora, por el contrario, es aquella que, sin desdeñar los ácidos corrosivos de la crítica, se establece como una meditación pública sobre el hombre -sin probar nada, sino mostrando aquello que emerge de las profundidades, desplegando su significación en una multiplicidad simultánea e indisoluble de niveles que encierra una cantidad indefinible de posibles lecturas), brindando con ello una imagen válida de la realidad y del hombre, que funciona en varios lenguajes, en varios espacios interpretativos y en varias orientaciones. Porque la imagen, el símbolo, la poesía, guarda una alta hermandad con la filosofía, pues como ella, la imagen totaliza, aunque sin definir, preparando con ello la tierra fértil lo mismo a la construcción sistemática que a la florescencia en el campo siempre abierto de la cultura.




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