Sobre
la Atención
Por
Alberto Espinosa
El propósito central de la educación, de la
formación humana, radica en estabilizar
la atención para que pueda ser un suelo firme como el suelo, para que pueda ser
una tierra fértil cultivable y fecunda para el espíritu. Combatir la oscuridad
caleidoscópica de la distracción, disolver el alma inferior, evitar el vagabundeo del espíritu, no consiste en
otra cosa que en controlar el río de la conciencia, en cierto modo
interrumpiéndolo de su flujo irreflexivo que va en dirección siempre
descendente. Como el agua que no encuentra un continente donde ser retenida,
donde ser espejo. Evitar, en una palabra, el estéril vagabundeo de la
conciencia que a fin del día deja al espíritu como embotado y deprimido.
A partir de la tierra así fertilizada, es
posible refinar y completar el alma superior del espíritu, preservado por la
noción del respeto. Porque justamente el hombre atento experimenta una especie
de liberación de las ataduras y presiones del cuerpo por la elevación de los
ojos -porque si la tensión aclara la mirada para ver y describir, el respeto
esclarece la escucha para poder oír nítidamente, ya fundida la escoria y las
tensiones de lo oscuro, de la opacidad sensual que afecta al temperamento y se
dirige hacia la muerte, restaurando de tal manera las potencias creativas del
ser humano en la concentración del espíritu, en la energía luminosa y clara del
pensamiento puro.
La atención corrige inmediatamente dos
vicios educativos: pensar sin aprender, que es peligroso; y aprender sin
pensar, que es tiempo perdido. El hombre atento, por el contrario al atender
tiende su oído hacia algo, y esa tensión a lo que tiende es a escuchar un
contenido, por decirlo así, condensado de la cultura, que por ello se presenta,
aparentemente, ininteligible, denso, inexpugnable, plegado, sirviendo la atención
par desplegarlo y así, al desenvolverlo poder comprender –implicando por ello
una contienda y hasta una contención.
Por un lado, la atención es un contener el
río de la conciencia del desatento, que es también el tipo del distraído, que
es llevado y traído de un lugar a otro, por las ideas o imágenes que desfilan
por su conciencia, distrayéndose con los ojos no menos que con los pasos, que
igualmente lo llevan de un lugar a otro como si no tuviese un destino fijo
–siendo finalmente el descuidado, el que a cada hora sale y anda de aquí para
allá, como fugándose de cada persona a la que en lugar de atender y recibir, en
sus caso extremo más bien repele o excluye al otro…. o se auto-despide del otro
con las casi soeces y amenazadoras, cuando no insidiosas y hasta insolentes
expresiones verbales de la vulgata que rezan: “órale”, “ándale”, “sale”.
Por el otro lado, es la atención un contender
contra las distracciones para poder prestar atención y atender al
desciframiento del sentido, es decir, para poder entender –que es también un
poder extender, poder desarrollar. Seguir, prestar atención con la mente, oír,
comprender, que es también una “intentio”: un dirigirse hacia algo. Porque
prestar atención (intendere animi in
aliquid) es a la vez un proponerse algo (intrendere animo aliquid).
En un segundo sentido la voz atender se
refiere a una norma de la civitas, de la urbanidad, de la cultura: el atender
en el sentido de estar al servicio, a las órdenes de una causa o de una
persona, tal y como sucede con el atento tendero.
La atención así puede verse como una virtud
horizontal donde el conocimiento a la vez se extiende para una escucha que al
recibirlo lo extiende en la mente para hacerlo, a su vez, extensivo a otros
–echando abajo las intenciones de aquellos otros pretenciosos que dan como
excusa su desatención para en avanzada tender por delante en una tensión que
crea todo tipo de malentendidos.
Así, el agua de la vida educativa mana
cuando a la actitud del respeto y de atención para toda forma de vida se suma
la memoria que se honra. Como se honra la jerarquía que se alza en el templo, despertando por consiguiente la emoción
estética y moral del fuego vivificante del espíritu. Todo ello puede cifrarse, en efecto,
en el principio intelectualista y voluntarista de la educación, pues de acuerdo
a la idea que nos hagamos, que desarrollemos, que levantemos y que trasmitamos
del mundo, así será nuestro comportamiento en la vida.
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