martes, 23 de abril de 2013

I.- El Caballero Soldado Matador de Dragones Por Alberto Espinosa

 San Jorge: Patrono de Durango

Señor San Jorge Bendito
   por tu gloria celestial
   y tu poder especial
   líbranos de todo mal,
   de sabandijas y víboras,
   de todo bicho rabioso
   de piquetes de alacrán
   y de animal ponzoñoso
   y de pecado mortal.”
Antigua Oración Popular

I.- La Escultura y la Pintura de San Jorge en Durango
   La Catedral Basílica Menor de Durango  encierra celosamente maravillosas reliquias y notables obras del Arte Sacro Virreinal. Entre ellas destacan, en efecto, algunos huesos del evangelista San Mateo, un dedo de la princesa polaca Santa Edwiges, la Sillería del Coro –cuyos santos labrados en madera estofada están recubiertos de lámina de oro. También existen cuatro imágenes de San Jorge: la conocida y venerada escultura de estofado, patrono popular de Durango, a la que hay que agregar un singular lienzo al óleo el cual versa asimismo sobre la leyenda de San Jorge y el Dragón, mas una talla en cantera donde el caballero se encuentra de pie, desmontado, en el segundo cuerpo de la portada lateral derecha y poniente, en uno de los cuatro nichos (el superior  izquierdo, reservados a los santos protectores del templo) -y otro lienzo más resguardado en el Presbiterio del mismo templo con el icono de San Jorge.
   La famosa escultura de San Jorge es una preciosa obra escultórica de arte virreinal en la que se representa a San Jorge fustigando a un negro Dragón con el estilete de su lanza. Tal obra de arte data del siglo XVIII, obedeciendo su manufactura a la fiesta que en su honor se realizó en el año 1749 por los cabildos eclesiástico y municipal para institucionalar sus celebraciones. Agrega el maestro Manuel Lozoya Cigarroa que antes de tomar el obispado justo al ser nombrado Obispo de Durango el Señor Doctor don Pedro Anselmo Sánchez de Tagle fue quien mandó que se jurara como patrono de Durango a San Jorge el día 23 de abril de 1749. 
   El Maestro Héctor Palencia la describe no sin arrobo en sus escritos: “La escultura de San Jorge es de estofado, con un metro de altura, con un bello rostro juvenil tocado con reluciente yelmo de oro de muchos quilates, que fue obsequiado por un rico minero durangueño  a quien el santo salvó de un piquete de un alacrán. Monta a caballo luciendo espléndidas espuelas de plata y con lanza del mismo metal, que fueron donados por otro devoto agradecido.  San Jorge lancea feroz dragón negro que yace a sus pies con las fauces abiertas, lanzando lenguas de fuego.”
   En la misma Sacristía de la Catedral de Durango, al costado izquierdo de la escultura, se aprecia también un óleo de gran tamaño donde se repite la imagen de San Jorge sobre el caballo blanco, sólo que esta vez su aspecto es la de un hombre ya constituido en la plenitud de la edad viril, fustigando con la lanza  a un feroz reptil olanudo de color verde oliva. Este caballero ataca con su lanza al legendario animal que abre sus fauces en signo de dolor. La representación se subraya con la presencia de negros alacranes que reptan en la parte baja del cuadro.
   En la Misma Catedral Basílica Menor de Durango hay un par más de imágenes de San Jorge. Por una parte, una preciosa escultura del santo que se encuentra en el exterior del templo, en la parte superior del costado izquierdo de la entrada de la nave, sobre la calle de Constitución –y otra, informa el joven cronista de la capital Juan Manuel Almonte, quien indica se encuentra en el seminario (o baptisterio), la cual corresponde a una secreta pintura. 

II.- San Jorge en la Tradición Popular
   La famosa escultura del niño  San Jorge tiene, así, dos centurias y media de antigüedad. El día de la fiesta del santo, el veintitrés de abril,  la imagen es colocada durante en el presbiterio de la Catedral, para que el pueblo de Dios venere a San Jorge.   Aunque el patrono oficial de la ciudad de Durango es San Ramón (con festividad el 30 agosto), las costumbres populares consagran el 23 de abril como el día en que, desde temprana hora, infinidad de familias llevan a los niños cargando frescas flores para que las depositen al santo, y después de dejarlas besen el religioso cordón de la leyenda:

“San Jorge bendito
amarra tu animalito
con tu cordón bendito,
para que no nos pique ni a mí
ni a mis hermanitos”.

   Don Héctor Palencia Alonso asienta en alguno de sus escritos: “El veintitrés de abril, alrededor de la medianoche, cuando las flores y las velas ya forman un cerro, miles de durangueños recogen las flores con reverencia, para esparcirlas después por los campos de labranza, Esta costumbre es tan vieja como su imagen, y se basa en la creencia que viene de siglos, de que las flores que estuvieron en contacto directo con San Jorge, ayudan a que los cultivos no sean dañados por las plagas”.
   Así, la leyenda de San Jorge y las tradiciones populares concretas que de esa creencia se derivan debe considerarse por motivos suficientes como un ingrediente más de la idiosincrasia de esta región geográfica y por tanto como elemento clave del concepto de la “durangeñidad”.

III.- La leyenda de San Jorge dada de baja
   San Jorge, junto con San Cristóbal o Santa Bárbara, es uno de los santos fabulosos que el Concilio Vaticano II presidido por Paulo VI en 1962 consideró, acaso sin suficiente reflexión simbólica, como un mito apócrifo e inexistente –dándolo por consecuencia de baja y expulsándolo del santoral y del panteón cristiano. No por ello el Santo quedo despojado del todo del derecho a la existencia por falta de fundamentación documental e histórica, pues es inobjetable sin embargo el hecho de que los fieles le rezan con más devoción que si se tratara de San Pedro o del mismísimo Jesús, el hijo de Dios. ¿Por qué?
   Ello se debe acaso a que el espíritu humano esta constituido de tal suerte que la ficción le resulta más grata que la verdad histórica por acuñarse en ella la estructura del valor: de lo deseable requerido en donde dar cuerpo a la expectativa y el anhelo que satisfacería un carencia insoportable o urgente de enmienda.
   Porque San Jorge es una figura que se encuentra firmemente arraigada en el trasfondo de la historia moderna. Este santo representa un notable fenómeno de homologación de universos religiosos diversos y multiformes. En efecto, para finales del Mundo Antiguo pero sobre todo en la Edad Media, ciertos dioses y héroes mitológicos fueron transformados en santos cristianos. La cristianización de las tradiciones religiosas constituye así la unificación religiosa de la oikouméne. Por caso ejemplar, los innumerables héroes y dioses matadores de dragones, desde Grecia hasta Irlanda, desde Portugal hasta los Urales, se transformaron todos en un mismo santo: San Jorge. Ello se debe a la vocación universalista de la religión, cuya vocación la impulsa a la superación de cualquier provincialismo, cuya autarquía puede poner en riesgo la unidad de la fe (Mircea Eliade). Es sabido que San Jorge es un santo respetado por la Iglesia Ortodoxa, no menos que por la Anglicana de Inglaterra, donde incluso se le consagra uno de sus máximos templos en el mundo, en que llegan a celebrarse algunas bodas reales, siendo el sino de su divisa evangélica aquella de: “Dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que de Dios es” –a manera de principio, pues, de distinción, justicia y equidad. También se le relaciona con el Papa Benedictus XIV, con Enrique IV de Inglaterra y con la leyenda rumana del Conde Drácula (dragón).
   Así surgió la figura de un Santo: el caballero Jorge que engalanado con los atributos de un héroe y vistiendo una brillante armadura plateada se enfrentó al dragón y pudo vencerlo. Desde el siglo XIII la popularidad de San Jorge se erigió como patrón de muchas comarcas y lugares: Gran Bretaña principalmente, pero también fue adoptado por la Corona de Aragón, por Grecia y Barcelona; más recientemente, en el siglo XVIII, por la Ciudad de Durango. Especialmente potente para contener a invasores guerreros y las epidemias, San Jorge fue sin embargo presa con el tiempo del escepticismo moderno, siendo incluso considerado por el Concilio Vaticano II siglos después como un mito inexistente. No por ello se le deja de venerar en algunas regiones del mundo, junto con San Sebastián y San Miguel, como un “soldado de Cristo” y como ejemplo a seguir por todo buen fiel.

IV.- Universalidad de San Jorge
   La fiesta de San Jorge en abril suplantó así la antigua fiesta pagana de la Palia (en que se celebraba a Juan Bautista en el mes de julio). Es, pues, la sustitución de la fiesta gentilicia del agua en el solsticio estival, al igual que la fiesta de la asunción de la Virgen en agosto desalojó a la fiesta de Diana, en un proceso similar al que dio como nacimiento de Cristo el 25 de diciembre en el cual los gentiles celebraban el nacimiento del sol o “Sol Invictus”.  
   Se trata, en efecto, de la traducción en términos cristianos de una vieja costumbre europea, celebrada para abril o para mayo, de poner una rama verde ante la casa propia o sobre la de la doncella, originada en la creencia del poder fertilizante del “espíritu del árbol”. En la víspera de San Jorge, en efecto, la mujer que desea ser madre coloca una camisa nueva sobre un árbol frutal y a la mañana siguiente, antes de que amanezca, si encuentra que un bichito ha trepado por ella, su deseo se cumplirá en un año y se pone la camisa confiada de que será fructífera como el árbol. Se asocia también a la creencia que los árboles o espíritus arbóreos traerán la lluvia o el buen tiempo. Costumbres análogas se repiten entre los eslavos de Corintintia adornando los jóvenes un árbol con flores y guirnaldas llevando ramas verdes de abedul y cantan en procesión acompañados de música, siendo el personaje principal  un joven engalanado como “Jorge el Verde”. En otros sitios sacan fuera a los rebaños y adornados con flores los pasean mientras cantan:

A Jorge el Verde traemos,
a Jorge el Verde llevamos,
que alimente el ganado bien
y traiga el agua con él.”

   Entre los gitanos de Transilvania y Rumania la fiesta de “Jorge el Verde” es la principal celebración primaveral y cantan ante un sauce joven. En la Pascua de Pentecostés. Por otra parte, es sabido que adorar a su caballo adornado con guardaparras de los que penden bellotas doradas o jurar por el casco de bronce de San Jorge es una costumbre propia de reyes (Sir James Frazer).  

V.- El Mito del Dragón
  Por su forma temible la autoridad eclesiástica de la Edad Medio vio en el dragón un símbolo definitivamente oscuro, identificando al animal con fuerzas infernales. Así, el mito caballeresco lo imaginó como un descomunal lagarto dotado con alas de murciélago y cola de aspecto diabólico que a la manera del Minotauro reclamaba a jóvenes doncellas para continuar vivo por la vitalidad de su sangre. A cambio de tal tributo dejaba vivir a los lugareños y respetaba sus poblados y cosechas  en cuyas lindes se apostaba.
   De acuerdo a antiquísimas tradiciones medievales el dragón se convirtió en síntesis y resumen de todos los males contra los cuales el hombre era incapaz de luchar o impotente en su pequeñez para vencer. Los fabulosos enemigos del hombre y del mundo tomaron entonces la forma de monstruos y bestias fantásticas, representando el dragón lo mismo las fuerzas desmedidas descontarlas de la naturaleza y el submundo infernal que la esfera de lo oculto y misterioso. Entre sus connotaciones benéficas y protectores se le considero como un poderoso símbolo de fuerza, por lo que apreció en múltiples blasones y escudos nobiliarios. En las islas británicas, por caso, se consideraba de que si se los tenía convenientemente alimentados resultaban una eficiente fuerza protectora contra las invasiones del continente. El dragón así, como los demonios, tiene un rostro positivo cayendo bajo la categoría de los “eudemonios”, empero en su otro aspecto se subsume bajo la categoría oscura de lo “cacodemonológico”. 
   La verdad es que el dragón no es, como la serpiente, sino una alegoría del componente reptílico agresivo y ritualista en nuestro cerebro, el cerebro reptil (el cual se asentaría de acuerdo a Artur Koetstleler en silla turca o hipófisis, considerada por el moderno Descartes cede del alma humana), muy por debajo de la evolucionada neocorteza cerebral específicamente humana. El temor a los dragones es en realidad temor a esa parte primitiva y violenta de nosotros mismos. En el Capítulo III del Génesis, primer libro de la Biblia, Dios dispone que haya perpetua enemistad entre los reptiles, la que data de la que las leyendas populares de muy diversas culturas, contengan alusiones míticas a los dragones.
   Recordemos, nos dice Héctor Palencia, lo que dice Carl Sagan: “Seguramente no es un hecho casual y el hombre. El fenómeno tiene carácter universal. ¿Es una rara coincidencia que los sonidos onomatopéyicos que el hombre emite para reclamar silencio o llamar la atención tenga extraño parecido con el silbido de los reptiles? ¿Puede pensarse que los dragones llegaran a constituir un gravísimo peligro para nuestros antecesores protohumanos, de hace unos cuatro millones de años, y que el temor que suscitaban, junto con las muertes que causaban, impulsaran la evolución del intelecto humano? ¿O debemos considerar, quizás, que la alegoría de la serpiente constituye una referencia a la utilización del componente reptílico agresivo y ritualista en nuestro cerebro en la posterior evolución de la neocórtex? ¿No es posible que el temor a los dragones fuera en realidad temor a una parte de nosotros mismos?

VI.- Trascendencia de San Jorge
   Contra la egolatría del individualismo moderno la fiesta de San Jorge nos pone ante los ojos otro modelo de la sociedad, en donde la comunidad llevada de la mano de la piedad religiosa y abrazada por el sentimiento de la simpatía empática hacia los otros supera con mucho a la sociedad egoísta y su angustiante soledad multitudinaria rebajada por el codeo y el exhibicionismo público o por la angustiosa soledad masiva.   En efecto, el pecado y el escepticismo moderno causan no sólo la discordancia entre el hombre y la naturaleza, también vuelve infecundas las relaciones entre los hombres.
   En la fiesta de la veneración o en la consagración de los campos labrantíos se vislumbra, es cierto, el ideal social de la comunidad realizada en donde quedan de pronto abolidas las falsas desigualdades sociales y su ejercicio de dominación, donde todos se ven como hermanos fieles unidos por el sentimiento de pertenencia a una comunidad superior que los engloba sin enmarcarlos. Momento de comunión o epifanía donde todos coexisten participando de las emociones más puras y altas del amor: entrega, alegría y don de sí en donde cada uno se recupera en una esfera superior por un mismo reconocimiento universal. Participación, pues, en el fluido anímico que recorre como una cálida corriente voltaica a la vegetación y al hombre común, al sabio,  al héroe, al animal noble y al tiempo, que sin distingos unifica también al modestísimo bichito y al innombrable dios.
  Motivación del signo que permite fugarnos de la imagen al héroe y del santo al tiempo para participar del todo ilimitado permeado de voluntad moral, donde el orden social se trasforma también de un convenio convencional de poderes esclerosados en un acuerdo tácito conforme a un valor suprior. Realidad segunda de carácter ético que se engasta  de pronto como un diamante en el cíngulo de la montura de la realidad histórica, y que al hacerlo así la trasciende.[1]





[1]  La incomprensión del símbolo es una de la rémoras más notables de nuestra cultura moderna, anclada al historicismo decimonónico tanto del positivismo como del marxismo; de ese letargo empezamos apenas a salir gracias a autores como Mircea Eliade, quien nos recuerda que en una amplia zona geográfica y a partir de un cierto momento histórico, la cosmogonía no es sino una forma de creación o de fundación que implica el combate victorioso de un héroe mítico contra un monstruo marino o un dragón: tal es el caso de Indra contra Virita; de Baal contra Yam; de Zeus contra Tifón. Los indios védios y los iranios antiguos, por ejemplo, cuentan el mito del combate entre el héroe Thraetone contra el dragón azul Azi Dahaaka, que no es sino la lucha del rey Faridun contra el usurpador extranjero Azdhakak, que había hecho cautivas y tomado por esposas a las dos hijas del soberano legítimo Jamsed. En Irán, en efecto, los enemigos de la nación son representados como monstruos, especialmente dragones. La lucha del héroe significa, y esto es lo importante, la conservación y regeneración del mundo, en un combate que en el fondo es contra las fuerzas del mal y de la muerte, contribuyendo con su victoria l triunfo de la vida, de la fecundidad y del bien -renovación universal que tendrá lugar en el final de los tiempos, como vio bien el mago iranio Zaratustra, en virtud de la Religión del Bien.











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