martes, 24 de septiembre de 2013

La Confusión de las Ordenes: la Confusión de los Órdenes Por Alberto Espinosa






   Lo que el rebelde propiamente revuelve son las jerarquías, mediante un desplazamiento de los valores y aun de la inteligencia, estando a sus anchas en el campo minado de la confusión de los valores donde irrumpe para erigirse y elevarse el profano vulgar, cuya figura más propia es la del oportunista.
   El oportunista, en efecto, incurre en el pecado espiritual de la confusión de los valores cuando se pone a juzgar realidades que conoce de manera somera, imperfecta, de las que no tiene la intuición vívida, a las que no ama. Así, por ejemplo, cuando el existencialista moderno, esa mala mezcla de marxista y positivista, con crudos tientes de historicista o de racista, se pone a juzgar sin ninguna competencia ya sea la metafísica, ya sea alguna forma de mística, atreviéndose, que más da, a descalificarlas. Confusión de los ordenes, pues no se puede juzgar una realidad espiritual más que conociéndola, ya sea contemplándola desde una punto de vista estético, ya sea estando esencialmente y comprometido calificado para juzgar tal realidad: amando las realidades suprasensibles, creyendo en su existencia y en su autonomía espiritual (esferas de autonomía). Es decir, respetando sus límites, su sentido, sus normas.
   La cultura vive desde hace demasiado tiempo ese clima de confusión de los órdenes, de los valores, es decir, bajo el signo de lo profano –donde cualquiera se siente capacitado para juzgar la metafísca, el mito o el dogma, cosas para las que hace falto estar calificado, no confundir los órdenes, no ser profano.
   En otros tiempos la contienda por los valores se daba a un nivel más elevado: la filosofía disputaba con la teología; la teología con las ciencias naturales. Hoy en día los profanos se han ensanchado en una magnitud de pesadilla, al grado que se permea sobre la superficie de la cultura toda la confusión de los valores espirituales a niveles cada vez más bajos, más sordos, más vulgares, más gordos, más toscos. Hoy en día, en efecto, se confunde el lenguaje con el pensamiento, y el pensamiento con el cerebro; el genio con la locura; la santidad con la sexualidad reprimida; la poesía con la gramática; el arte con la sexualidad y ésta con la coprofilia o el tanatismo; la filosofía con la pedofilia; la espiritualidad con la lucha de clases y hasta la cultura con el racismo, con el nacionalismo, con los murales de las pulquerías. Así todo ha llegado al punto que se quisiera juzgar la realidad por criterios puramente sensoriales –solidarizándose el hombre así con los niveles más bajos de la creación: con el mundo de los insectos.
   Lo propio de los espíritus de la rebeldía es, así, ese intento por saltarse las trancas, por barrer las fronteras y las normas, y con ellas la autonomía de los valores artísticos, estéticos, morales y metafísicos. De ahí la injerencia de los existencialistas, de los cínicos en la cultura, hollando los campos de la vida espiritual como militantes no cualificados, que sin ninguna formación ni compresión minan desde dentro la poesía, el arte, la moral, las normas, resultando sin embargo sus pretensiones a la postre perfectamente desautorizables.




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