martes, 10 de septiembre de 2013

La Educación sin Calidad

Por  Alberto Espinosa 

19.1.- Vivimos una época caracterizada por su decadencia moral, la cual se deriva de la pérdida del sentimiento religioso profundo y de la corrupción del sentimiento de la vida (una vida más vida). Por el abstracto principio rector de la pseudofilosofía del triunfo, del éxito personal a toda costa y de la eficacia competitiva, concebidos como una lucha implacable a costa del prójimo y como algo que nace íntimamente ya de la ambición personal ya del temor al rechazo o a ser excluidos.
19.1.1.- El predominio del egoísmo, la predación de la agresión, la competencia innoble, la manipulación de las conciencias y la cosificación del otro en directo detrimento de la dignidad de la persona se postulan así como situaciones derivadas a la naturaleza inherente a los seres humanos (psicología evolutiva) –sosteniendo por tanto indirectamente que la religión y sus constantes principios morales no son más que una serie de ideales utópicos no aptos para orientar el destino humano y desechando por tanto la formación y el desarrollo de los sentimientos de cooperación y fraternidad (sirviéndose muchas para ello de las bárbaras doctrinas políticas contemporáneas, en boga desde hace un siglo, que exaltan la violencia entre los hombres).
   Así, lo que se busca, es lograr imponerse por la fuerza, ya sea mediante la manipulación del individuo (mediante la presión social y los prejuicios convencionales), ya sea de las masas (mediante el adoctrinamiento y el falso comunitarismo apelmasador de masas). Su primer objetivo: ensordecer los imperativos de la conciencia moral y el sentido de la responsabilidad del individuo, de independencia en materia política, menguando así el sentido de justicia del ciudadano (a quien cualquier atropello de pronto le parece “bien”, siempre y cuando o fortaleza o no debilite sus muy particulares intereses egoístas, adoptando por tanto la riesgosísima posición subjetivista del el relativismo moral, que tácitamente declara; “sólo es justo aquello que me conviene”). Actitudes todas ellas reforzadas por el temor del ciudadano de ser eliminado del ciclo económico, teniendo que sobrevivir así con la carencia de todo (exclusión), y condicionadas por la anárquica producción y distribución de bienes de consumo material. Actitudes que también apuntar a matar el espíritu de libertad y del pensamiento crítico; también la el sentimiento de solidaridad y cooperación en que se basa toda la vida de la cultura; minando por tanto el ennoblecimiento del individuo por medio de la extensión de la moral, del arte y la cultura; el imperativo de renunciar al uso de la fuerza bruta para conseguir un objetivo (principio democrático del diálogo); y finalmente socavando el ideal religioso de liberar al hombre de las cadenas meramente existenciales físico-biológicas para guiarle hacia la esfera de la libertad.
19.1.2.- Error garrafal de la educación ha sido dirigir las potencias intelectuales solamente hacia la eficacia de la técnica y hacia lo práctico utilitario, creando con ello una serie de hábitos, propios del pensamiento materialista, que forman una atmósfera asfixiante, extendiéndose como una terrible helada sobre la consideración mutua entre los hombres, por erosionar profundamente el sentimiento moral entre los hombres.[1]
   Hay que destacar aquí lo que se ha llamado la “barbarie del especialista”, Se trata del producto propio de una educación orientada hacia la especialización, ya en materia técnica, ya en materia filosófica, psicológica o literaria, etc. Consiste básicamente en enseñar al hombre una sola capacidad mediante la instrucción o el adiestramiento. Pero instruir o adiestrar no son propiamente educar. Bajo tales condiciones el producto humano resultante no puede diferenciarse de una máquina útil –carente por tanto del sentimiento de intimidad de la persona, sin la menor compresión por tanto y sin la menor afinidad con los valores fundamentales de la persona, dando por tanto a colación personalidad o desequilibradas e inarmónicas o bien no desarrolladas.
   Es aquí donde resultan más dañinas las “doctrinas tecnológicas”, con su venenoso carácter ambiguo, pues apelan: por un lado, a la neutralidad y objetividad de la ciencia, que estudia al mundo sin valorarlo, de manera asentimental, presentándose así como doctrinas desprovistas de todo aspecto moral o ideológico; pero, por el otro, están prestas a influir en las decisiones morales. 
19.1.3.- El desequilibrio o la falta de desarrollo en la personalidad de hombre contemporáneo se debe básicamente al predominio de los impulsos egoístas sobre los sentimientos y valores sociales –de por sí más débiles, más delicados en proceso de constante deterioro, que dejan la impresión de espíritus cada vez más vacíos y enfermos. En formula de Max Scheler: el instinto es lo menos valioso, pero lo más fuerte (strum und drang); mientras que el espíritu es lo más valioso, pero lo de menor poder.
   Así, el deterioro de la naturaleza moral del hombre, desbalanceada hacia el predominio de las tendencias e impulsos egoístas e individualistas sobre los sentimientos sociales, es promovido día con día por la publicidad, que crean el embeleco, la ilusión, de que es posible llevar una vida feliz y sin ataduras, huyendo del dolor y buscando la sola satisfacción personal –quedando el hombre finalmente confinado en los caprichos egoístas de sus deseos inconscientes o de su egoísmo, indiferente e incluso hostil al grupo del que forma parte. Sin embargo, puede replicarse, invitar abiertamente al egoísmo es también invitar al abuso social, es decir, la maleamiento de la conciencia social, pues el éxito y el triunfo a toda costa no tiene otro objetivo que el recibir mucho de la sociedad, incomparablemente más de lo que le corresponde por el servicio prestado a la comunidad –cuando la medi9da que debería imperar ería el ser medido por lo que se es capaz de dar, no de recibir. Espíritu del egoísmo ciego, pues, que va rindiendo finalmente los individuos al llamado de los impulsos más elementales, vencidos por el alma inferior, para hacerlos luego solidarios de los niveles más bajos de la creación.

[1] Albert Einstein, “Decadencia moral”, en Mi Vida y mi Pensamiento. Ed. Dante, Mérida, Yucatán. México, 1987. Pág. 14. Ver también la nota “Ciencia y Religión”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario