martes, 8 de abril de 2014

Semblanza de Octavio Paz Por Alberto Espinosa

Semblanza de Octavio Paz
Por Alberto Espinosa




I
   El 31 de marzo de 1914, menos de 100 días antes de la Toma de Z acatecas por las fuerzas de Francisco Villa, nacía en el barrio de Mixcoac en la Ciudad de México el poeta, ensayista, crítico y pensador Octavio Paz Lozano. Educado en sus primeros años por el viejo editor Irineo Paz (1836-1924), intelectual liberal y novelista, por su madre, Josefina Lozano, y su tía Amalia Paz Solórzano, quien le enseñó a ver con los ojos cerrados. El niño, a la vez melancólico y terreible, que paseaba lo miso por la biblioteca de su abuelo que por las iglesias y los parques de su barrio, estaba destinado a ser un hombre excepcional. Su padre, Octavio Paz Solórzano (1883-1936), fue abogado y escribano de Emiliano Zapata; estuvo involucrado en la reforma agraria, fue diputado y colaboró activamente en el movimiento vasconcelista y escribió una Historia de la revolución del Sur: se ató al potro del alcohol y por un accidente una máquina lo arrolló, un día terrible tuvieron que ir por su cuerpo, ya muerto, para recoger entre las vías sus pedazos.
    La figura del poeta, más bien robusta, no hablaba de los lejanos godos; había en su porte algo del general que dirige, ya a lo lejos ya en la presencia viva, los ejércitos, aunque no dirigió a hombres de armas, sino a los jóvenes y al pensamiento; sus ojos azules supieron mirar a la distancia, siendo su visión a la vez la de lo alto y de lo profundo, como son el mar y el cielo, pues era su carácter como son el mar cambiante y el cielo majestuoso y tornasolado: igual la calma chicha que las horas de la tarde sin premura, o la tromba y el incendio nocturno y zigzagueante estruendo postergado del relámpago.
   Estudia la carrera de leyes en la facultad de derecho de la UNAM y los 23 años publica Raíz del Hombre, libro de poemas en el que con asombrosa maestría logra sintetizar las voces de la tradición con las de la poesía moderna de Rubén Darío, Ramón López Velarde, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia y Pablo Neruda. Sus libros de poesía fueron así sucediéndose así sin interrupción hasta  final de su vida: Luna silvestre (1933) Bajo tu clara sombra (1937); Raíz del Hombre (1938); Entre a piedra y la flor (1941); un libro esencia, Libertad Bajo Palaba (1949); ¿Águila o Sol? (1951); Semillas para un himno (1954); Piedra de Sol (1957); el bello volumen La Estación Violenta( 1947-1953) (1958); Salamandra (1961); Ladera Este; Blanco (1969); El Mono Gramático (1968); Topoemas; Renga; Discos Visuales; Pasado en claro (1975); Vuelta (1976); Poemas (1976) y; Árbol adentro (1985).




II
En 1950, a los 36 años de edad, publica su deslumbrante ensayo El Laberinto de la Soledad, donde con una prosa refinada y majestuosa logra condensar las principales aportaciones del gran movimiento cultural de ese tiempo: “La Filosofía de lo Mexicano”, cuyas semillas estaban ya en Alfonso Reyes, en José Vasconcelos y en Samuel Ramos (El Perfil del Hombre y la Cultura en México), que florecieron con José Gaos (Filosofía Mexicana de Nuestros Días; En Torno a la Filosofía de lo Mexicano), y que fueron abonadas por el malogrado grupo Hiperión (Leopoldo Zea, Emilio Uranga, Joaquín Sánchez Mac Gregor, Luis Villoro, José Reyes Nevares, Ricardo Guerra, Jorge Portilla y Fausto Vega, sin olvidar a Jorge Portilla y su deslumbrante ensayo La Fenomenología del relajo; así como el interesan relato periodístico novelado Los Existencialistas Mexicanos de Fernando Días Ruanova), pero también por la psicología del mexicano que se desarrollaba por aquel entonces. Posteriormente publica Posdata (1970) y Vuelta al Laberinto de la Soledad (1979).
   Escribe su ensayo “Poesía de Soledad y Poesía de Comunión” en 1942 y luego de viajar a Estados Unidos  a París en 1944 con una beca Ggenheim, entra a trabajar al servicio diplomático, a los 31 años de edad, y es enviado de vuelta a París, donde traba relaciones con los surrealistas franceses y españoles y  una profunda amistad con el artista e intelectual Albert Camus.   Vive en la Ciudad de México de 1953ª 1959y e éste último año se divorcia de su primera esposa, Helena Garro (1920-1998), con quien tuvo una hija, Helena Garra Paz (1939-2014). Viaja por País, la India y Japón entre 1960 y 1962, año en que es nombrado Embajador de México en la India, puesto al que renunció como protesta en el sangriento octubre de 1968 –experiencia que le sirvió para escribir un libro: Vislumbres de la India (1995). Contrajo nuevas nupcias con Marie Joe Tramini en 1964, con quien lo acompañó como embajador  en la India y luego por 16 años en un extrañísimo departamento,  fragmentado en desniveles, situado en la calle de Guadalquivir #106 –edificio construido por Mario Pani, muy cerca de Avenida Reforma, a dos cuadras del monumento al Ángel de la Independencia.
   En el año de 1955 funda con el pintor Juan Soriano un grupo de teatro experimental: “Poesía en Voz Alta”; en 1966 publica la importante antología Poesía en Movimiento (1915-1966), donde si bien excluye a Jorge Cuenta e incluye a Jaime Labastida junto con otros dudosos literatos hoy perfectamente periclitados, pronto se convierte el florilegio en un punto de referencia para los poetas de siguiente generación. Publica una importante antología bilingüe de poesía universal con traducciones propias: Versiones y Diversiones (1974). Luego de una importante trayectoria como animador de revistas literarias (Barandal; El Hijo Pródigo; Taller (1938); Cuadernos del Valle de México; El Corno Emplumado;  Revista Mexicana de Literatura; Diálogos, etc.), en 1971 funda la revista Plural, que muere intempestivamente en 1976 cuando fue usurpada y tomada bajo control, en una segunda época marcada por el populismo, dominada por  la rancia izquierda autoritaria, por  la distorsión de la jerarquías por la verde envida y  por el caos; el poeta reconfigura entonces al grupo y junto con Tomás Segovia, Alejandro Rossi y Juan García Ponce entre otros, funda en ese mismo año la revista Vuelta, que vivió 22 años, de diciembre de 1976 hasta extinguirse en agosto de 1998 con la muerte del poeta.



III
   En 1981 gana el Premio Cervantes de Literatura y en 1990 se convierte en el primer premio Nobel de Literatura para México, por los méritos de su obra y debido a su propio peso específico en el ámbito de las letras mundiales del siglo XX. Escritor audaz y apasionado polemista, poeta elocuente, refinado, visionario y de aliento universal, Paz resulta ser un símbolo del pensamiento propio y del tiempo mexicano moderno: imantado por el inmanentismo y las vanguardias contemporáneas, pero en modo alguno desatento a las raíces de nuestra tradición literaria y espiritual (Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la Fe), fue también un teórico audaz de la estética moderna, del existencialismo y de la razón poética, dejándonos páginas indelebles sobre los inmensos poderes de la metáfora y de la hermenéutica analógica (El Arco y La Lira, Los Hijos del Limo, Cuadrivio; La Otra Voz. Poesía de Fin de Siglo), pero también sobre los sortilegios propios a la poesía y al amor (La Otra Voz,  La Llama Doble). Crítico profundo del lenguaje, de la revuelta contemporánea y de la tecnocracia postmoderna (Los Signos en Rotación, Corriente Alterna (1967), El Mono Gramático (1970)), se ocupó también dela política y de los intelectuales de su tiempo (El Ogro Filantrópico (1979); Tiempo Nublado (1983); Hombres de su Siglo (1984). Su idea del México Novohispano la plasmó en Sor Juana Inés de la Cruz  las Tramas de la Fe (1984).  Durante todo el trayecto de su obra fue dejando, como las hojas que caen en el otoño o en la estación violenta, innumerables muestras de su talento como crítico de arte (Puertas al Campo, Los Privilegios de la Vista) y como poeta (Poemas (1935-1975); La Llama Doble).
   Murió el 19 de abril de 1998 a los 84 años de edad en Coyoacán, en la casa que fuera del conquistador español Pedro de Alvarado, luego de abandonar su departamento de tres desniveles en la calle de Guadalquivir # 106 en 1996, luego de registrarse en su interior un misterioso incendio.
   Pensador valiente e independiente, nada complaciente con el poder en turno, a pesar de ser empleado del gobierno por muchos años en el departamento de Relaciones Exteriores, quien vio antes que nadie los males tanto del proyecto utópico del Comunismo como de las democracias liberales de occidente. Recalcó también la enorme importancia del arte y de la cultura para entender no sólo nuestro tiempo, sino a nosotros y crecer como sociedad y como individuos –sectores de la vida tan desdeñados tanto por las filosofías positivistas como por los hombres del poder político, quienes quisieran verlos reducidos a los ornamentos de la decoración o al polvo de la cosmética.
  Uno de sus grandes méritos como pensador fue hacernos ver la necesidad de una nueva filosofía política que defienda con lucidez el principio democrático, esencial para la evolución de la sociedad mexicana del siglo XXI; una filosofía, decía, que sepa conjugar las tres tradiciones más caras de nuestra historia: el pensamiento ilustrado, liberal y crítico; la tradición democrática de la posibilidad de la convivencia pacífica, del diálogo entre las mayorías, las minorías y los individuos, y del respeto a los derechos humanos; y la aspiración ética por la justicia de las diversas tradiciones socialistas, no menos de la llamada izquierda antiautoritaria que acentuadamente de la raíz cristiana, tan propia a nuestra idiosincrasia, nacionalidad e incluso a nuestra inextirpable historia y concepción metafísica de la vida y el mundo.
  Tiempo de conmemoración es éste que se cumple con los 100 años del nacimiento del gran poeta y lúcido pensador Octavio Paz; tiempo, pues, de rememoración de su figura, de su personalidad  histórica trascendente a su muerte: de asimilación y de crítica a su obra; también momento de revista a sus grandes aportaciones a las ciencias humanas y a la filosofía, dentro de un clima tanto de reconocimiento a su innegable altura humana e intelectual, como de confraternidad colectiva: de tiempo compartido -en estos días tan revueltos como son los nuestros, en que la rueda cronológica gira con rapidez, con aceleración creciente, vertiginosamente, y en donde el eximio poeta se presenta de nuevo en nuestro horizonte colectivo para  ayudarnos, para abrir con su voz un remanso de tiempo detenido donde poder vernos con claridad, en el reflejo de sus letras, como en un diáfano espejo en el cual volver a reconocernos, hecho de luz y a la vez de transparencia.  







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