jueves, 15 de agosto de 2013

Curso de Antropología Filosófica XIV.- La Dialéctica de lo Negativo: los Valores Marchitos



14.1.- La severa crisis de nuestro tiempo puede verse, en el fondo, como una crisis filosófica. El chancro que invade a la filosofía es la de la angustia por lo temporal, de cuya dialéctica de la negatividad no queda sino diagnosticar su origen y mirar de frente las consecuencias de sus rizomas y tumefacciones para así, luego de mostrar y extirpar sus causales, volver a la filosofía, ya más ligeros de equipaje, para encontrar en ella misma la plena consciencia de sí –en una vuelta a la filosofía de la filosofía.
   Imposible entonces no analizar, no hacer la disecación de la cadaverina que engendra uno de los grandes fenómenos de la vida social contemporánea: el de la rebelión de los discípulos, fabuloso complejo donde se abrazan dialécticamente dos fuerzas colosales (el tiempo y el logos), en una especie de fabulosa gigantomaquia –de consecuencias realmente impredecibles.
14.2.- Su causa es una especie de neurosis y/o enajenación de la conciencia social históricamente y materialmente condicionada que vulnera de raíz y corta de tajo el tallo la sociedad magistratorum et discipulorum en que socialmente la filosofía consiste, bajo la forma ambigua de lo que se ha venido a llamar la “tradición de la ruptura” -en modo es ajena a las vanguardias.
   El proceso educativo se convierte entonces en su reverso, volteando sus conceptos cardinales de convivencia y de formación al apuntar a un pensamiento contradictorio, dialéctico puede decirse, el mismo, donde se rompe amargamente con las situaciones de convivencia formativa en que la educación propiamente cosiste, convirtiéndolas en situaciones ya deformantes de los contenidos y formas de la cultura, y por tanto deformantes de la persona misma, o en situaciones de desvivencia, resultando en último término tiránicas tanto por ser  profundamente insatisfactorias, como por nihilificadoras de la persona, por abortivas de lo humano, donde se concluye en la muerte del hombre, del humanismo, siendo en cambio sustituida la educación por una ideología o por un dogma, por un tecnicismo ñoño, por una magia o por un culto al milagro –fenómeno en modo alguno desligado de las ideologías fascistas que sustituyen los imperativos de la educación y de la moralidad, por el inmanentismo de la satisfacción inmediata o del éxito y la posición social, trasmutando la cooperación pacífica entre las personas en una lucha feroz, bajo cuyo orden de eficacia competitiva abiertamente triunfan los imperativos más urgentes de la violencia: la ocultación, la doblez, la delación, la inquisición y el arrebato, hasta culminar finalmente o en bostezo idiota del tedio o en la llana estulticia del caos -como palpable e indefectible consecuencia de haber abiertamente alimentado un manojo indistinto de valores marchitos.
   Amor imperativo por la tiempo que deriva en una muy cuestionable razón histórica –cuyo sistema del mundo, al perder la consistencia que le dio origen (hegelianismo), se haya al tal grado desmembrado, como la cabeza de la mítica Hidra de Lerma, que sólo es posible asistir al asombroso espectáculo de la reproducción de sus cabezas, cuyas extremidades aún fragmentadas crecen cual dislocados tentáculos que se adelantan y se agitan bajo la especie de de un caótico torbellino: pues es de hecho razón, por tanto una, universal, imperativa, pero como el voluble tiempo es a la vez cambiante (¿??), no pudiendo erigirse entonces sino en “razón  dialéctica” -que se niega metódicamente así misma para estar siempre un paso más allá de si, desmarcada, siendo por tanto voluptuosamente excéntrica, alcanzándose sólo a sí misma, en sus impotentes extremismos tangenciales, bajo la forma de una rabiosa sed de negación que solo sabe saciarse al beber las oscuras aguas de la negación… de la negación. Para resultar así afirmativa. Razón universal y una, pues, pero a la vez mudable, cambiante con el tiempo, en una palabra razón histórica, evolucionista, pues para poder ser tiene que mutar, dejando forzosamente de ser para rehacerse a sí misma en un interminable círculo tan excéntrico como extremista de negatividades).
 14.3.- El síntoma más patente de ese modelo de razón, de la razón del tiempo, de la razón sin Dios, es el de la aniquilación de la noción de respeto en la persona. En efecto, lo que los fragmentos de tal filosofía arroja prima faquie sobre el mundo de la convivencia es directamente una afectación moral al sentimiento de respeto –engendrando con ello, por mor de algún formalismo, la más patente informalidad y desatención en los espíritus, redundando como consecuencia social en el sembradero de la semilla oscura del relativismo escéptico, en cuyo campo se ciegan los valores, andando el individuo y la sociedad misma frustráneos, sin poder dar frutos válidos, coptados a su vez por las fuerzas titánicas de tumultuosas presiones históricas –las que en nombre de lo social destruyen lo social en su raíz misma.   
14.4.- Difícil, en verdad, moverse y orientarse en ese río revuelto de la razón dialéctica, poblado por las tan precipitadas como ajadas y molientes rocas romas de sus valores marchitos -haciendo del alma mater su seno y su refugio, promoviendo abiertamente la disidencia, agasajando al rebelde y aplaudiendo la satrapía, dando pábulo con ello al contingentismo, al excentricismo, al finitismo, al exhibicionismo de la vida pública y al vacuo formalismo –hasta llegar al ritualismo rígido, regido por las formas del mero devenir y, a pasos contados, a la idolatría sin sustancia de la mera posición social de la persona (personalismo). Mundo puramente existencial, es cierto, donde pulula una caterva de rebeldes sin causa –sin causa metafísica-, en que se resuelve anodinamente el inmanentismo, el tecnicismo tecnocrático y el publicismo (la publicidad y la propaganda inclusa), como rasgos constitutivos de la edad contemporánea, que a su vez devienen en un desaforado amor por las formas puras, pues, en una especie de prioridad absoluta del significante: del signo sobre el símbolo, del cuerpo sobre el alma y de la materia sobre el cuerpo. Rampante formalismo, pues, que viene a desalojar por completo de contenido el sentimiento del respeto.
14.5.- Nada más común, más corriente y moliente en nuestro tiempo, siglo y mundo, que ese atravesado coro de antiautoritarismos –los cuales sin embargo no dejan de rebelar que están reclamando para si, a todas luces, toda la autoridad más prístina y total, aunque en el camino hayan dejado de respetar impúdicamente tanto a los otros como a si mismos –dando lugar con ello a una autoridad tan personalista como atávica y meramente supersticiosa.

14.6.-  Ante tan agreste panorama no queda así sino volver a ver con más detalle en que consiste el sentimiento del respeto y la autoridad que de él dimana. El la siguiente entrega…!!!



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