lunes, 17 de junio de 2013

Sobre la Mentira II Por Alberto Espinosa


Segunda Vuelta

El estigma de la mentira es la doblez: de ahí su máscara, de ahí también su persistente desequilibrio ciclotimia, su enajenación, su constante desacuerdo, su ínsita anarquía, su rebeldía. Por ello su figura más acabada es la del fariseo, la del hipócrita, la de burlador, la del volteado –pues suelen ser lo que no dicen y no dicen lo que son, no pudiendo así ser tampoco vienen a bien quienes dicen ser.
Porque la mentira frecuentemente comienza como un ocultamiento de los hechos, en mentirlos, lo que trae como consecuencia un desajuste de todo el tejido de hechos objetivos en que descansa la verdad, siendo en este sentido también cometer una injusticia, un desarreglo, un desacomodo, lo cual lleva por necesidad a reducir extraordinariamente los horizontes de experiencia y aun vital del mentiroso.
Así, lo que suele comenzar como un juego bobo de egoísmo y conveniencias pronto se transforma en una cadena que lleva al mentiroso a mentir-se a sí mismo y caer, más pronto que tarde, en el autoengaño: al fingimiento, falta o carencia de verdad a la que entonces se suma la actuación de una postura, de una posición, que ya no se tiene, que se ha perdido. El falsario tiene entonces que subir a escena, sobreactuando frecuentemente su papel por... por ... por desesperación: desesperación de no poder sí mismo o por haberse falseado a sí mismo. Juego premiado, es verdad en este mundo mundo matraca, pero que es en el fondo prisión, penitencia y castigo.
Lo que entonces persigue el mentiroso, más que nada, es ser respetado: lo que traducido en términos contemporáneos equivale a una condición mínima: que se le otorgue una especie de licencia de libre circulación, es decir, a que no se pidan cuentas ni transparencia -o dicho en otra fórmula, que se le permita seguir sin responder de los hechos, en la la irresponsabilidad (donde hay por ello tal vez algo de clandestino). Nada peor hay para el mentiroso que pedirle cuentas, o moverlo al sitio de la luz pública o de la transparencia -pues requiere de la opacidad para seguir ejerciendo, desde las sombras, en una especie de subjetivismo rampante donde se mezcla la falta de personalidad con la burla al prójimo que, de tener que salir a la palestra, vuelve a ser con el fingimiento de una respetabilidad que en verdad ya no tiene, que ha perdido.(fenómeno sólito en el mundo de la pedagogía, de la educación, en todo el mundo, pues, de las relaciones sociales).

Falla avalada socialmente es frecuente la mentira, a la que por último hay que sumar, junto a su dobles, confinamiento, actuación la entrada en la casa de los espejos, donde se desarrolla una imagen falseada tanto de la persona como del mundo mismo, con una recaída lamentable en la petrificación, muchas veces narcisista, de los sentimientos, den donde la mirada queda oscurecida por el velo brumoso del olvido y la insistencia, maniática, en un perpetuo ahora, donde el mentiroso llega a creer su mentira: exhibiendo así, por último, una especie de austosuficiencia de sí mismo, de dar razones (de ahí su vuelco y revuelco en el racionalismo), pero que desemboca, más pronto o más tarde, en la caída hacia adelante del existencialismo: en ser puramente hecho, irresponsablemente, no importándole que razones dar, no importándole ni tener ni dar razón, sin importarle ser simplemente de hecho, pues, y ya sin razón de ser. 







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